LA CAJA
Los exámenes finales eran una maldición para todo el mundo excepto para mí. Me mantuve ocupada estudiando con Kara y America en mi habitación y en la biblioteca. Solo vi a Travis de pasada cuando los horarios cambiaron para los exámenes. Me fui a casa de America a pasar las vacaciones de invierno, agradeciendo que Shepley se quedara con Travis para no tener que sufrir sus constantes muestras de afecto.
Los últimos cuatro días de vacaciones cogí un resfriado, lo que me dio una buena razón para quedarme en la cama. Travis había dicho que quería que fuéramos amigos, pero no me había llamado. Fue un alivio tener unos cuantos días para entregarme a la autocompasión. Quería librarme de ella antes de volver a clase.
El viaje de regreso a Eastern pareció durar años. Estaba ansiosa por empezar el semestre de primavera, pero mi deseo de ver a Travis era aún mayor.
El primer día de clase, una energía renovada había cubierto el campus junto con un manto de nieve. Nuevas clases conllevaban nuevos amigos y un nuevo principio. No tenía ni una sola clase con Travis, Parker, Shepley o America, pero Finch estaba en todas ellas, excepto en una.
Anhelaba ver a Travis en el almuerzo, pero cuando llegó simplemente me guiñó un ojo y se sentó al final de la mesa junto con el resto de sus hermanos de fraternidad. Intenté concentrarme en la conversación de America y Finch sobre el último partido de fútbol de la temporada, pero la voz de Travis seguía captando mi atención. Estaba contando las aventuras y los roces con la ley que había tenido durante las vacaciones, y las novedades sobre la nueva novia de Trenton, a la que habían conocido una noche en The Red Door. Me preparé para que apareciera mi nombre o el de cualquier otra chica a la que hubiera llevado a casa o hubiera conocido, si es que lo había hecho, pero no estaba dispuesto a compartir eso con sus amigos.
Todavía colgaban bolas metálicas rojas y doradas del techo de la cafetería, y se movían con la corriente de la calefacción. Me cubrí con la chaqueta de punto y, cuando Finch se dio cuenta, me abrazó y me frotó el brazo. Sabía que estaba mirando demasiado hacia Travis, pero tenía la esperanza de que alzara los ojos hacia mí; sin embargo, él parecía haberse olvidado de que yo estaba sentada a aquella mesa.
Parecía insensible a las hordas de chicas que se le acercaban después de que se extendiera la noticia de nuestra ruptura, pero también estaba contento con que nuestra relación hubiera vuelto a su estado platónico, aunque todavía fuera forzada. Habíamos pasado casi un mes separados, y ahora me sentía nerviosa e insegura cuando tenía que relacionarme con él.
Una vez que hubo acabado su almuerzo, el corazón me dio un vuelco cuando vi que se acercaba a mí por detrás y apoyaba las manos sobre mis hombros.
—¿Qué tal tus clases, Shep? —preguntó él.
Shepley puso cara de disgusto.
—El primer día da asco. Solo horarios y reglas. Ni siquiera sé por qué aparezco la primera semana. ¿Y tú qué tal?
—Eh…, bueno, todo forma parte del juego. ¿Qué hay de ti, Paloma? —me preguntó.
—Igual —dije, procurando que mi voz sonara relajada.
—¿Has pasado unas buenas vacaciones? —me preguntó, balanceándome juguetón de un lado a otro.
—Bastante, sí. —Hice lo posible por parecer convincente.
—Genial, ahora tengo otra clase. Nos vemos luego.
Observé cómo se marchaba directamente hacia las puertas. Las abrió de un empujón y se encendió un cigarrillo mientras caminaba.
—Vaya —dijo America con voz aguda.
Observó a Travis atajar por el césped nevado, y después sacudió la cabeza.
—¿Qué ocurre? —preguntó Shepley.
America apoyó el mentón sobre la palma de la mano, con aspecto algo desconcertado.
—Eso ha sido bastante raro, ¿no?
—¿Por qué? —preguntó Shepley, apartando la trenza rubia de America para rozarle el cuello con los labios.
America sonrió y se inclinó para besarlo.
—Está casi normal…, tan normal como puede estar Trav. ¿Qué le pasa?
Shepley sacudió la cabeza y se encogió de hombros.
—No lo sé. Lleva así ya un tiempo.
—¿No te parece injusto, Abby? Él está bien y tú, hecha un asco —dijo America sin preocuparse de quienes nos escuchaban.
—¿Estás hecha un asco? —me preguntó Shepley sorprendido.
Me quedé boquiabierta y me ruboricé por la vergüenza que sentí al instante.
—Pues claro que no.
America removió la ensalada de su cuenco.
—Bueno, pero él está casi exultante.
—Déjalo, Mare —la avisé.
Ella se encogió de hombros y siguió comiendo.
—Me parece que está fingiendo.
Shepley le dio un codazo.
—¿America? ¿Vendrás a la fiesta de citas de San Valentín conmigo o no?
—¿No me lo puedes pedir como un novio normal, es decir, con educación?
—Te lo he pedido… varias veces. Y siempre me respondes que te lo pregunte después.
Se desplomó en su asiento, haciendo pucheros.
—Es que no quiero ir sin Abby.
Shepley puso cara de frustración.
—La última vez estuvo todo el tiempo con Trav. Apenas la viste.
—Deja de comportarte como un bebé, Mare —dije, lanzándole una ramita de apio. Finch me dio un codazo.
—Te llevaría, tesoro, pero no me van los chicos de la fraternidad, lo siento.
—De hecho, es una buena idea —dijo Shepley, con ojos brillantes.
Finch hizo una mueca de disgusto ante la idea.
—No soy de los Sig Tau, Shep. No soy nada. Las hermandades van en contra de mi religión.
—Finch, por favor —se lo pidió America.
—Esto es un déjà-vu —mascullé.
Finch me miró por el rabillo del ojo y luego suspiró.
—No es nada personal, Abby. Tampoco puedo decir que nunca haya tenido una cita… con una chica.
—Lo sé. —Sacudí la cabeza con despreocupación, procurando ocultar la profunda vergüenza que sentía—. No pasa nada. De verdad.
—Necesito que vayas —dijo America—. Hicimos un pacto, ¿te acuerdas? Nada de ir a fiestas solas.
—No estarás sola, Mare. Deja de ser tan dramática —respondí, aburrida ya de la conversación.
—¿Quieres dramatismo? ¡Te llevé una papelera al lado de la cama, te aguanté una caja de pañuelos de papel durante toda la noche y me levanté a por tu medicina para la tos dos veces durante las vacaciones! ¡Me lo debes!
Arrugué la nariz.
—¡Cuántas veces te he recogido el pelo para que no se te manchara de vómito, America Mason!
—¡Me estornudaste en plena cara! —dijo ella, señalándose la nariz.
Me aparté el flequillo de los ojos de un soplido. Nunca podía discutir con America cuando estaba decidida a salirse con la suya.
—Vale —dije entre dientes.
—¿Finch? —le pregunté con mi mejor sonrisa falsa—. ¿Querrías acompañarme a la estúpida fiesta de San Valentín de Sig Tau?
Finch me abrazó.
—Sí, pero solo porque has dicho que era estúpida.
De camino a clase con Finch después del almuerzo, seguimos hablando sobre la fiesta de citas y lo mucho que ambos la temíamos. Elegimos un par de mesas en nuestra clase de Fisiología, y sacudí la cabeza cuando el profesor empezó a detallar el cuarto plan de estudios del día. La nieve empezó a caer de nuevo, golpeando contra las ventanas, rogando entrar educadamente para acabar cayendo decepcionada al suelo.
Cuando la clase acabó, un chico al que solo había visto una vez en la casa de Sig Tau dio un golpe en mi mesa al pasar y me guiñó un ojo. Le respondí con una sonrisa educada y después me volví hacia Finch. Él me lanzó una sonrisa irónica, mientras yo recogía mi libro y mi portátil, y los guardaba en mi mochila sin esfuerzo.
Me colgué la bolsa del hombro y caminamos con dificultad hasta Morgan por la acera cubierta de sal. Un pequeño grupo de estudiante había empezado una pelea de bolas de nieve en el césped, y Finch se estremeció al verlos cubiertos de polvo incoloro. Mientras hacía compañía a Finch hasta que se acabara el cigarrillo, noté que me temblaba la rodilla. America vino disparada hacia nosotros, frotándose sus mitones verde brillante.
—¿Dónde está Shep? —pregunté.
—Se ha ido a casa. Travis necesitaba ayuda con algo, creo.
—¿Y no has ido con él?
—No vivo allí, Abby.
—Eso, en teoría —le dijo Finch guiñándole un ojo.
America puso los ojos en blanco.
—Disfruto pasando tiempo con mi novio.
Finch tiró su cigarrillo a la nieve.
—Me voy, señoritas. ¿Nos vemos en la cena?
America y yo asentimos, sonriendo cuando Finch me besó primero a mí en la mejilla y luego a America. Se quedó en la acera húmeda, procurando no salirse del centro para no dar un mal paso y caerse en la nieve.
America meneó la cabeza al ver sus esfuerzos.
—Es ridículo.
—Es de Florida, Mare. No está acostumbrado a la nieve.
Se rio y me empujó hacia la puerta.
—¡Abby!
Me volví y vi a Parker que pasaba corriendo junto a Finch. Se paró y tuvo que esperar a recuperar algo de aliento antes de hablar. Su voluminoso abrigo gris se hinchaba con cada respiración, y me reí ante la mirada curiosa con la que America lo observaba.
—¡Iba a… uf! Iba a preguntarte si querías ir a comer algo esta noche.
—Oh. Pues…, pues la verdad es que ya le he dicho a Finch que cenaría con él.
—Muy bien, no pasa nada. Solo quería probar ese sitio nuevo de hamburguesas del centro. Todo el mundo dice que es muy bueno.
—Tal vez otro día —dije, cayendo en la cuenta de mi error.
Deseé que no interpretara mi respuesta frívola como un aplazamiento. Parker asintió, se metió las manos en los bolsillos y rápidamente volvió por donde había venido.
Kara estaba leyendo las próximas lecciones de sus nuevos libros y, cuando America y yo entramos, nos recibió con una mueca de disgusto. Su mal carácter no había mejorado después de las vacaciones.
Antes, solía pasar tanto tiempo en casa de Travis que podía aguantar los insufribles comentarios y actitudes de Kara. Sin embargo, después de pasar cada tarde y noche con ella durante las dos semanas anteriores a que el semestre acabara, me di cuenta de que mi decisión de no compartir habitación con America era más que lamentable.
—Oh, Kara, no sabes cómo te he echado de menos —dijo America.
—El sentimiento es mutuo —gruñó Kara, sin apartar la mirada de su libro.
America me contó lo que hacía y los planes que tenía con Shepley para el fin de semana. Buscamos vídeos divertidos en Internet, y nos reímos tanto que se nos saltaban las lágrimas. Kara resopló unas cuantas veces por el jaleo que montábamos, pero la ignoramos.
Agradecí la visita de America. Las horas pasaban tan rápidamente que no me pregunté ni un momento si Travis habría llamado hasta que ella decidió dar por terminada la noche.
America bostezó y miró su reloj.
—Me voy a la cama. Ab…, ah, ¡mierda! —dijo ella, chasqueando los dedos—. Me he dejado la bolsa del maquillaje en casa de Shep.
—Eso no es ninguna tragedia, Mare —dije, todavía riéndome del último vídeo que habíamos visto.
—No lo sería si no tuviera allí mis pastillas anticonceptivas. Vamos. Tengo que ir a buscarlo.
—¿No puedes pedirle a Shepley que te las traiga?
—Travis tiene su coche. Está en el Red con Trent.
Me sentí mareada.
—¿Otra vez? ¿A qué viene eso de salir tanto con Trent, por cierto?
America se encogió de hombros.
—¿Qué más da? ¡Vamos!
—No quiero ir a casa de Travis. Se me haría raro.
—¿Pero alguna vez me escuchas? No está allí, está en el Red. ¡Venga, vamos! —gritó ella, cogiéndome del brazo.
Me levanté oponiendo una ligera resistencia a que me sacara de la habitación.
—Por fin —dijo Kara.
Llegamos al apartamento de Travis y me fijé en que la Harley estaba aparcada debajo de las escaleras, mientras que faltaba el Charger de Shepley. Lancé un suspiro de alivio y seguí a America por los peldaños helados.
—Con cuidado —me previno.
Si hubiera sabido lo perturbador que sería poner de nuevo un pie en el apartamento, no habría permitido que America me convenciera para ir allí. Toto salió corriendo de una esquina a toda velocidad y se chocó con mis piernas porque sus patitas traseras no pudieron frenar el impulso en las baldosas de la entrada. Lo cogí y dejé que me saludara con sus besitos de cachorro. Al menos, él no me había olvidado. Lo llevé en brazos por el apartamento, mientras America buscaba su bolsa.
—¡Sé que las dejé aquí! —dijo Mare desde el baño, antes de salir a toda prisa al pasillo hacia la habitación de Shepley.
—¿Has mirado en el armarito que está debajo del lavabo? —preguntó Shep.
Miré mi reloj.
—Date prisa, Mare. Tenemos que irnos.
America suspiró de frustración en el dormitorio. Volví a mirar mi reloj y di un bote cuando la puerta principal se abrió violentamente detrás de mí. Travis entró torpemente, envolviendo con sus brazos a Megan, que se reía junto a su boca. Llevaba una caja en la mano que me llamó la atención; al darme cuenta de lo que era, me sentí asqueada: condones. Tenía la otra mano en la parte trasera del cuello de él, y era incapaz de decir quién abrazaba a quién.
Travis tuvo que mirar dos veces cuando me vio de pie sola en medio del salón; se quedó congelado, así que Megan levantó la mirada con el esbozo de una sonrisa todavía en la cara.
—Paloma —dijo Travis, estupefacto.
—¡La encontré! —dijo America, antes de salir corriendo de la habitación de Shepley.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él.
El olor a whisky que despedía su aliento se mezcló con las ráfagas de copos de nieve, y mi ira incontrolable pudo más que cualquier necesidad de fingir indiferencia.
—Me alegra ver que vuelves a ser el de siempre, Trav —dije.
El calor que irradiaba mi cara me quemaba los ojos y nublaba mi visión.
—Ya nos íbamos —le gruñó America.
Me cogió de la mano al pasar junto a Travis. Bajamos corriendo las escaleras hacia el coche; agradecí que estuviera a solo unos pasos de distancia, pues sentía que las lágrimas me inundaban los ojos. Casi me caí hacia atrás cuando mi abrigo se quedó enganchado en algo. Me solté de la mano de America, que se dio media vuelta al mismo tiempo que yo.
Travis estaba allí, agarrando el abrigo, y sentí que las orejas me ardían a pesar del frío nocturno. Los labios y el cuello de Travis estaban manchados de un ridículo rojo intenso.
—¿Adónde vas? —dijo él, con una mirada entre ebria y confusa.
—A casa —le solté, recolocándome el abrigo cuando me soltó.
—¿Qué hacías aquí?
Oí la nieve que crujía bajo los pies de America, que se había colocado detrás de mí; Shepley bajó a toda prisa las escaleras y se detuvo detrás de Travis, mirando con recelo a su novia.
—Lo siento. Si hubiera sabido que ibas a estar aquí, no habría venido.
Se metió las manos en los bolsillos del abrigo.
—Puedes venir siempre que quieras, Paloma. Nunca he querido que te alejaras.
No podía controlar la acidez de mi voz.
—No quiero interrumpir. —Miré a lo alto de las escaleras, donde estaba Megan con aire petulante—. Disfruta de tu velada —dije, dándome media vuelta.
Me cogió del brazo.
—Espera. ¿Te has enfadado? —Solté mi abrigo de su mano—. Sabes…, ni siquiera sé por qué me sorprendo. —Enarcó las cejas—. Contigo no puedo ganar. ¡No puedo ganar! Dices que hemos acabado… ¡Y yo me quedo aquí hecho una mierda! Tuve que romper mi teléfono en un millón de añicos para evitar llamarte cada minuto de cada maldito día… Tuve que fingir que todo iba bien en la universidad para que tú fueras feliz… ¿Y ahora tienes los cojones de cabrearte conmigo? ¡Me rompiste el corazón!
Sus últimas palabras resonaron en la noche.
—Travis, estás borracho. Deja que Abby se vaya a casa —dijo Shepley.
Travis me agarró de los hombros y me empujó hacia él.
—¿Me quieres o no? ¡No puedes seguir haciéndome esto, Paloma!
—No he venido aquí para verte —dije, con una mirada asesina.
—No la quiero —dijo él, mirándome los labios—. Pero, joder, me siento como un cabrón desgraciado, Paloma.
Le brillaron los ojos y se inclinó hacia mí, acercando la cabeza para besarme.
Lo cogí por la barbilla y lo aparté.
—Tienes la boca manchada de su pintalabios, Travis —dije, asqueada.
Dio un paso atrás y se levantó la camiseta para limpiarse la boca. Se quedó mirando las rayas rojas en la tela blanca y sacudió la cabeza.
—Solo quería olvidarme de todo por una maldita noche.
Me sequé una lágrima que se me había escapado.
—Pues no dejes que yo te la estropee.
Intenté llegar al Honda, pero Travis volvió a cogerme por el brazo. Inmediatamente, America, fuera de sí, se lanzó a darle puñetazos en el brazo. Él la miró, abrió y cerró los ojos, asombrado y sin poder creer lo que veía. Ella siguió levantando los puños y dejándolos caer contra su pecho hasta que me soltó.
—¡Déjala en paz, cabrón!
Shepley la cogió, pero America lo empujó y se volvió para abofetear a Travis. El sonido del golpe de su mano contra su mejilla fue rápido y fuerte, y me estremecí con el ruido. Todos nos quedamos petrificados durante un momento, conmocionados por la rabia repentina de America.
Travis frunció el ceño, pero no se defendió. Shepley volvió a cogerla, esta vez por las muñecas, y la empujó hasta el Honda mientras ella lo ponía verde.
America se debatía violentamente, y su pelo se movía de un lado a otro mientras intentaba soltarse. Me sorprendió su determinación por atacar a Travis. Odio puro brillaba en sus ojos normalmente dulces y libres de preocupaciones.
—¿Cómo pudiste? ¡Merecía algo mejor de ti, Travis!
—¡America, PARA! —gritó Shepley en voz más alta de lo que le había oído jamás.
Ella dejó caer los brazos a los lados, mientras miraba a Shepley con incredulidad.
—¿Lo estás defendiendo?
Aunque parecía nervioso, se mantuvo firme.
—Abby rompió con él. Ahora Travis solo intenta seguir adelante.
America frunció los ojos y obligó a Shepley a que le soltara el brazo.
—Vale, y ¿por qué no vas a buscar a una PUTA cualquiera… —Se volvió a mirar a Megan—… del Red y la traes a casa para follar? Luego me cuentas si te ha ayudado a olvidarte de mí.
—Mare… —Shepley la cogió pero ella se libró de él, cerrando la puerta de un golpe una vez sentada tras el volante. Me senté a su lado, procurando no mirar a Travis.
—Cariño, no te vayas —le suplicó Shepley, inclinándose a mirar por la ventana.
Ella arrancó el coche.
—En este asunto, hay un lado bueno y uno malo, Shep. Y tú estás en el malo.
—Yo estoy contigo —dijo, con mirada desesperada.
—No, ya no —añadió mientras daba marcha atrás.
—¿America? ¡America! —le gritó Shepley mientras ella se dirigía a toda velocidad hacia la carretera, dejándolo atrás. Suspiré.
—Mare, no puedes romper con él por esto. Tiene razón.
America puso la mano sobre la mía y me la apretó.
—No, en absoluto. Nada de lo que acaba de pasar ha estado bien.
Cuando llegamos al aparcamiento de Morgan, el teléfono de America sonó. Puso los ojos en blanco y respondió.
—No quiero que vuelvas a llamarme nunca más. Lo digo en serio, Shep —dijo ella—. No, no puedes…, porque no quiero, simplemente. No puedes defender lo que ha hecho: no puedes defender que haya herido así a Abby y estar conmigo… ¡Eso es exactamente lo que quiero decir, Shepley! ¡Da igual! ¿Acaso has visto a Abby intentando tirarse al primer chico con el que se cruza! No es Travis, Shepley, ese es el problema. ¡No te ha pedido que lo defiendas! Uf… No pienso hablar más de esto. No vuelvas a llamarme. Adiós.
Salió a toda prisa del coche, cruzó la calle y subió furiosa las escaleras. Intenté seguirle el ritmo para poder oír su parte de la conversación.
Cuando su teléfono volvió a sonar, lo apagó.
—Travis ha pedido a Shep que lleve a Megan a casa. Quería pasarse por aquí cuando regresara.
—Deberías dejar que viniera, Mare.
—No, tú eres mi mejor amiga. No puedo tragar con lo que he visto esta noche, y no puedo estar con alguien que lo defienda. Fin de la conversación, Abby, lo digo en serio.
Asentí y America me abrazó por los hombros, acercándome a ella mientras subíamos las escaleras a nuestras habitaciones. Kara ya estaba dormida y yo me salté la ducha y me metí en la cama vestida de la cabeza a los pies, con el abrigo y todo. No podía dejar de pensar en Travis entrando por la puerta con Megan, ni en las manchas de pintalabios rojo por toda su cara. Intenté alejar de mi mente las imágenes asquerosas de lo que habría pasado si no hubiera estado allí y pasé por varias emociones hasta quedarme en la desesperación.
Shepley tenía razón. No tenía ningún derecho a estar enfadada, pero ignorar el dolor no me ayudaba.
Finch sacudió la cabeza cuando me senté en la silla al lado de la suya. Sabía que mi aspecto era horrible; apenas tenía energía para cambiarme de ropa y cepillarme los dientes. Solo había dormido una hora la noche anterior, incapaz de olvidarme del pintalabios rojo en la boca de Travis o de la culpa por la ruptura de Shepley y America.
America decidió quedarse en la cama, consciente de que una vez que se le calmara el enfado llegaría el turno de la depresión. Quería a Shepley y, por muy determinada que estuviera en acabar las cosas porque él se había posicionado en el bando equivocado, tenía que preparase para sufrir las consecuencias de su decisión.
Después de clase, Finch me acompañó a la cafetería. Como temía, Shepley esperaba a America en la puerta. Cuando me vio, no dudó.
—¿Dónde está Mare?
—No ha ido a clase esta mañana.
—¿Está en su habitación? —dijo él, volviéndose hacia Morgan.
—Lo siento, Shepley —le grité.
Él se detuvo y se dio media vuelta, con la cara de un hombre que había llegado a su límite.
—¡Me gustaría que Travis y tú pudierais arreglar toda vuestra mierda! ¡Sois un maldito tornado! Cuando estáis felices, todo es amor, paz y mariposas. Pero, cuando estáis cabreados, ¡os da igual si arrasáis con todo el jodido mundo!
Se alejó hecho una furia y yo solté el aliento que estaba conteniendo.
—Pues sí que ha ido bien.
Finch me empujó dentro de la cafetería.
—Con todo el mundo. Guau. ¿Crees que podrías hacer tu magia negra antes del examen del viernes?
—Veré qué puedo hacer.
Finch eligió una mesa diferente, y me alegró seguirlo hasta allí. Travis se sentó con sus hermanos de la fraternidad, pero no cogió una bandeja y no se quedó mucho. Me vio cuando se iba, pero no se detuvo.
—Entonces, America y Shepley han roto también, ¿eh? —preguntó Finch mientras masticaba.
—Estábamos en casa de Shep ayer por la noche y Travis llegó a casa con Megan y… la cosa se complicó. Cada uno se posicionó en un bando.
—¡Ay!
—Exactamente. Me siento fatal.
Finch me dio unas palmaditas en la espalda.
—No puedes controlar las decisiones que toman, Abby. ¿Supongo que eso significa que nos saltamos aquello de San Valentín en Sig Tau?
—Eso parece.
Finch sonrió.
—Aun así te invitaré a salir. Os invitaré a Mare y a ti. Será divertido.
Me apoyé en su hombro.
—Eres el mejor, Finch.
No había pensado en San Valentín, pero me encantaba tener planes. No podía imaginarme lo mal que me sentiría si lo pasaba a solas con America, oyéndola despotricar contra Shepley y Travis durante toda la noche. Estaba segura de que eso es lo que haría (no sería America si no lo fuera), pero al menos, si estábamos en público, sería una invectiva limitada.
Las semanas de enero pasaron y, después de un encomiable pero fallido intento de Shepley por recuperar a America, vi cada vez menos a ambos primos. En febrero, de repente, dejaron de ir a la cafetería, y solo vi a Travis un puñado de veces de camino a clase.
La semana del día de San Valentín, America y Finch me invitaron a ir al Red, y, durante todo el trayecto hasta el club, temí encontrarme a Travis allí. Entramos y suspiré con alivio al no ver ni rastro de él allí.
—Yo pago las primeras rondas —dijo Finch, mientras señalaba una mesa y se abría paso entre la multitud del bar.
Nos sentamos y observamos cómo la pista de baile pasó de estar vacía a rebosar de estudiantes universitarios borrachos. Después de la quinta ronda, Finch nos llevó a la pista de baile, y finalmente me sentí lo suficientemente relajada como para pasar un buen rato. Bromeamos y nos chocamos unos contra otros, riéndonos histéricos cuando un hombre dio una vuelta a su compañera de baile, esta se soltó y acabó en el suelo.
America levantó las manos y movió los rizos al ritmo de la música. Me reí de su característica cara de baile y, entonces, me detuve abruptamente cuando Shepley apareció detrás de ella. Le susurró algo al oído y ella se dio media vuelta. Cruzaron unas palabras y, entonces, America me cogió de la mano y me llevó a nuestra mesa.
—Por supuesto, la única noche que salimos y él aparece —gruñó ella.
Finch nos trajo dos copas más, con un chupito para cada una.
—Pensé que los necesitaríais.
—Y tenías razón.
America se lo bebió echando la cabeza hacia atrás antes de que pudiéramos brindar, y yo sacudí la cabeza antes de chocar mi vaso con el de Finch. Intenté no apartar la mirada de las caras de mis amigos, temiendo que, si Shepley estaba allí, Travis no anduviera muy lejos.
Otra canción empezó a sonar por los altavoces y America se levantó.
—A la mierda, no me voy a quedar sentada en esta mesa el resto de la noche.
—¡Esa es mi chica! —dijo Finch, siguiéndola a la pista de baile con una sonrisa.
Los seguí, mirando a mi alrededor en busca de Shepley. Había desaparecido. Volví a relajarme e intenté librarme de la sensación de que Travis aparecería en la pista de baile con Megan. Un chico que había visto por el campus bailaba detrás de America, y ella sonrió, agradecida por la distracción. Tenía la sospecha de que estaba exagerando lo mucho que se estaba divirtiendo, con la esperanza de que Shepley la viera. Aparté la mirada un segundo y, cuando volví a mirar a America, su compañero de baile había desaparecido. Ella se encogió de hombros y siguió sacudiendo las caderas al ritmo de la música.
La siguiente canción empezó a sonar y un chico diferente apareció detrás de America, mientras su amigo se ponía a bailar a mi lado. Un momento después, mi nuevo compañero de baile se puso detrás de mí, y me sentí un poco insegura cuando noté sus manos en mis caderas. Como si me hubiera leído la mente, quitó las manos de mi cintura. Miré detrás de mí y vi que se había ido. Miré a America, y el hombre que estaba detrás de ella tampoco estaba.
Finch parecía un poco nervioso, pero, cuando America levantó una ceja al ver su expresión, él sacudió la cabeza y siguió bailando.
A la tercera canción, estaba sudando y cansada. Me retiré a nuestra mesa, apoyé la cabeza en la mano y me reí al ver que otro aspirante sacaba a America a bailar. Ella me guiñó un ojo desde la pista de baile, y, de repente, me tensé cuando vi que tiraban de él hacia atrás y que desaparecía entre la multitud.
Me levanté y rodeé la pista de baile, sin perder de vista el agujero por el que habían tirado de él; cuando vi a Shepley cogiendo por el cuello de la camisa al sorprendido chico, sentí que la adrenalina me hervía entre el alcohol de mis venas. Travis estaba a su lado, riéndose histérico hasta que levantó la vista y me descubrió observándolos. Dio un golpe a Shepley en el brazo y, cuando este miró hacia mí, volvió a empujar a su víctima a la pista.
No tardé mucho en deducir qué había estado pasando: habían ido sacando de la pista a los chicos que se acercaban a bailar con nosotras y los habían amenazado para que permanecieran alejados de nosotras.
Los miré a ambos con el ceño fruncido y me abrí paso hacia America. La muchedumbre apenas dejaba huecos y tuve que empujar a unas cuantas personas para que se apartaran. Shepley me cogió la mano antes de que pudiera llegar a la pista de baile.
—¡No se lo digas! —dijo él, intentando ocultar su sonrisa.
—¿Qué demonios te crees que estás haciendo, Shep?
Él se encogió de hombros, aún orgulloso de sí mismo.
—La amo. No puedo permitir que otros tíos bailen con ella.
—¿Y esa es tu excusa para espantar al chico que estaba bailando conmigo? —dije, cruzándome de brazos.
—No he sido yo —replicó Shepley, echando una rápida mirada a Travis.
—Lo siento, Abby. Solo nos estábamos divirtiendo.
—Pues no tiene ninguna gracia.
—¿Qué es lo que no tiene ninguna gracia? —dijo America, fulminando a Shepley con la mirada.
Él tragó saliva y me lanzó una mirada de súplica. Le debía una, así que mantuve la boca cerrada.
Shep lanzó un suspiro de alivio cuando se dio cuenta de que no iba a delatarlo, y miró a America con dulce adoración.
—¿Quieres bailar?
—No, no quiero bailar —dijo ella, volviendo hacia la mesa.
La siguió y nos dejó a Travis y a mí solos, de pie.
Travis se encogió de hombros.
—¿Quieres bailar?
—¿Y eso? ¿Megan no está aquí? —Él sacudió la cabeza.
—Solías ser muy dulce cuando estabas borracha.
—Pues me alegra decepcionarte —dije, volviéndome hacia el bar.
Me siguió y echó a dos tipos de sus asientos. Lo fulminé con la mirada, pero él me ignoró, se sentó y se quedó observándome expectante.
—¿No te sientas? Te invito a una cerveza.
—Pensaba que no pagabas las copas a ninguna chica en los bares.
Me hizo un gesto con la cabeza, impaciente.
—Estás diferente.
—Sí, no dejas de decirlo.
—Vamos, Paloma. ¿Dónde quedó eso de que fuéramos amigos?
—No podemos ser amigos, Travis. Está claro.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero ver cómo te tiras a una chica diferente cada noche, y, mientras, tú no dejas que nadie baile conmigo.
Él sonrió.
—Te amo. No puedo permitir que otros chicos bailen contigo.
—¿Ah, sí? ¿Y cuánto me querías cuando compraste esa caja de condones?
Travis hizo un gesto de disgusto y yo me levanté para volver a la mesa.
Shepley y America estaban fundidos uno en brazos del otro, montando una escena mientras se besaban apasionadamente.
—Me parece que lo de ir a la fiesta de citas de San Valentín de Sig Tau vuelve a estar en pie —dijo Finch frunciendo el ceño.
Suspiré.
—Mierda.