NADA QUE AGRADECER
Me entretenía dibujando en mi cuaderno cuadrados dentro de cuadrados y uniéndolos entre sí para formar rudimentarios cubos en tres dimensiones. Diez minutos antes de que la clase empezara, el aula todavía estaba vacía. La vida empezaba a volver a ser normal, pero todavía necesitaba unos minutos para mentalizarme antes de estar con alguien que no fuera Finch o America.
—Aunque ya no salgamos, puedes seguir llevando la pulsera que te compré —dijo Parker mientras se sentaba a la mesa al lado de la mía.
—Pensaba preguntarte si querías que te la devolviera.
Sonrió y se acercó para añadir un lazo encima de una de las cajas dibujadas en el papel.
—Fue un regalo, Abs. No hago regalos con condiciones.
La doctora Ballard encendió el retroproyector mientras ocupaba el asiento en la cabecera de la clase y se puso a rebuscar entre los papeles de su mesa abarrotada de cosas. De repente, el aula se inundó de la cháchara de los alumnos, que resonaba contra las grandes ventanas, salpicadas por la lluvia.
—He oído que Travis y tú rompisteis hace un par de semanas. —Parker levantó una mano al ver mi expresión de impaciencia—. Sé que no es asunto mío, pero parecías tan triste que quería decirte que lo siento.
—Gracias —murmuré, mientras abría mi cuaderno por una página en blanco.
—Y también quería disculparme por mi comportamiento anterior. Lo que dije fue… maleducado. Pero estaba enfadado y lo pagué contigo. No fue justo, y lo siento.
—No estoy interesada en salir contigo, Parker —le avisé.
Él se rio.
—No intento aprovecharme de la situación. Seguimos siendo amigos y quiero asegurarme de que estás bien.
—Estoy bien.
—¿Te vas a casa para las vacaciones de Acción de Gracias?
—Me voy a casa de America. Normalmente celebro allí estas fiestas.
Parker empezó a hablar, pero justo entonces la doctora Ballard inició la clase. El tema de Acción de Gracias me hizo pensar en mis anteriores planes de ayudar a Travis a preparar un pavo. Intenté imaginarme cómo habría sido, y me descubrí a mí misma preocupada por que volvieran a pedir una pizza. Me embargó un sentimiento de tristeza, que instantáneamente aparté de mi cabeza. Hice todo lo que pude para concentrarme en cada palabra de la doctora Ballard.
Después de clase, me puse colorada al ver que Travis venía corriendo hacia mí desde el aparcamiento. Se había afeitado, llevaba una sudadera con capucha y su gorra de béisbol favorita; mantenía la cabeza agachada para protegerse de la lluvia.
—Nos vemos después de las vacaciones, Abs —dijo Parker, tocándome la espalda.
Esperaba que Travis me lanzara una mirada de enfado, pero no pareció fijarse en Parker.
—Hola, Paloma.
Le respondí con una sonrisa incómoda, y él metió las manos en el bolsillo delantero de su sudadera.
—Shepley me ha dicho que te vas con él y con Mare a Wichita mañana.
—Sí.
—¿Vas a pasar todas las vacaciones en casa de America?
Me encogí de hombros intentando parecer relajada.
—Tengo muy buena relación con sus padres.
—¿Y qué hay de tu madre?
—Es una borracha, Travis. Ni siquiera se enterará de que es Acción de Gracias.
De repente se puso nervioso, y sentí una punzada en el estómago ante la posibilidad de una segunda ruptura pública. Un trueno resonó sobre nosotros y Travis levantó la mirada, entrecerrando los ojos por las grandes gotas que le caían en la cara.
—Necesito pedirte un favor —dijo él—. Ven aquí.
Me llevó debajo de la marquesina más cercana y yo accedí para intentar evitar otra escena.
—¿Qué tipo de favor? —pregunté, suspicaz.
—Bueno, verás… —Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro—. Mi padre y los chicos siguen esperándote el jueves.
—¡Travis!
Bajó la mirada a los pies.
—Dijiste que vendrías.
—Lo sé, pero… ahora es un poco inapropiado, ¿no te parece?
Él no pareció inmutarse.
—Pero dijiste que vendrías.
—Aún estábamos juntos cuando acepté ir a tu casa. Sabías muy bien que los planes se habían cancelado.
—No, no lo sabía, y ya es demasiado tarde de todos modos. Thomas va a coger un avión hacia aquí y Tyler ha pedido el día libre en el trabajo. Todo el mundo tiene muchas ganas de verte.
Me encogí, mientras retorcía los mechones húmedos de mi pelo alrededor del dedo.
—Iban a venir de todos modos, ¿no?
—No todo el mundo. No hemos pasado el día de Acción de Gracias todos juntos desde hace años. Han hecho un esfuerzo para venir porque les prometí una comida de verdad. Ninguna mujer ha entrado en la cocina desde que mamá murió y…
—Vaya, eso suena bastante machista.
Negó con la cabeza.
—Vamos, Paloma, ya sabes a qué me refiero. Todos queremos que vengas. Es lo único que intento decirte.
—No les has contado lo nuestro, ¿verdad?
Pronuncié esas palabras en el tono más acusador que pude. Él se agitó nervioso un momento y después sacudió la cabeza.
—Papá me preguntaría el motivo y no estoy preparado para explicárselo. No dejará de repetirme lo estúpido que soy. Venga, Paloma.
—Tengo que meter el pavo en el horno a las seis de la mañana. Tenemos que irnos de aquí a las cinco…
—O podríamos quedarnos allí a dormir.
Levanté ambas cejas.
—¡Ni en sueños! Ya es bastante malo que tenga que mentir a tu familia y fingir que seguimos juntos.
—Actúas como si te estuviera pidiendo que te prendieras fuego.
—¡Deberías habérselo dicho!
—Lo haré. Después de Acción de Gracias…, se lo contaré todo.
Suspiré mientras miraba a lo lejos.
—Si me prometes que esto no es ninguna artimaña para intentar que volvamos a estar juntos, lo haré.
Asintió.
—Te lo prometo.
Aunque intentó ocultarlo, pude ver un brillo en sus ojos. Apreté los labios para intentar no sonreír.
—Nos vemos a las cinco.
Travis se inclinó para darme un beso en la mejilla, y sus labios rozaron mi piel.
—Gracias, Paloma.
America y Shepley me esperaban en la puerta de la cafetería y entramos juntos. Cogí los cubiertos y la bandeja, y dejé caer sobre ella mi plato.
—¿Qué mosca te ha picado, Abby? —preguntó America.
—No puedo irme mañana con vosotros.
Shepley se quedó boquiabierto.
—¿Te vas a casa de los Maddox?
America me fulminó con la mirada.
—¿Que vas adónde?
Suspiré y metí mi identificación del campus en el cajero.
—Cuando estábamos en el avión de regreso, le prometí a Trav que iría.
—En su defensa —empezó a decir Shepley—, debo decir que no pensaba que acabarais rompiendo de verdad. Pensaba que volveríais. Cuando se dio cuenta de que ibas en serio, ya era demasiado tarde.
—Eso son chorradas, Shep, y lo sabes —dijo America entre dientes—. No tienes que ir si no quieres, Abby.
Tenía razón. No podía decirse que no tuviera opción, pero era incapaz de hacerle eso a Travis. Aunque lo odiara, cosa que no ocurría.
—Si no voy, tendrá que explicarles por qué no he aparecido y no quiero arruinarle su día de Acción de Gracias. Todos van a acudir a casa pensando que yo voy a estar.
Shepley sonrió.
—Les has robado el corazón a todos; precisamente, Jim estuvo hablando con mi padre de ti el otro día.
—Genial —murmuré.
—Abby tiene razón —dijo Shepley—. Si no va, Jim se pasará el día criticando a Trav. No tiene sentido arruinarles el día.
America me pasó su brazo por los hombros.
—Todavía puedes venir con nosotros. Ya no estás con él. Ya no tienes por qué sacarle las castañas del fuego.
—Lo sé, Mare, pero es lo correcto.
El sol se ocultó tras los edificios que veía por mi ventana, mientras yo me peinaba de pie ante el espejo e intentaba decidir cómo fingir que seguía con Travis.
—Solo es un día, Abby. Puedes arreglártelas un día —dije al espejo.
Fingir nunca había sido un problema para mí; lo que me preocupaba era qué pasaría mientras duraba nuestra actuación. Cuando Travis me dejara en casa después de la cena, tendría que tomar una decisión. Una decisión distorsionada por la falsa felicidad que íbamos a representar para su familia.
Toc, toc.
Me giré y miré hacia la puerta. Kara no había vuelto a nuestra habitación en toda la noche y sabía que America y Shepley ya se habían marchado. No tenía ni idea de quién podía ser. Dejé el cepillo en la mesa y abrí la puerta.
—Travis —dije con un suspiro.
—¿Estás lista?
Enarqué una ceja.
—¿Lista para qué?
—Dijiste que te recogiera a las cinco.
Crucé los brazos delante del pecho.
—¡Me refería a las cinco de la mañana!
—Ah —dijo Travis, evidentemente decepcionado.
—Supongo que debería llamar a mi padre para decirle que al final no nos quedamos.
—¡Travis! —me lamenté.
—He traído el coche de Shep para no tener que llevar las cosas en la moto. Hay un dormitorio libre en el que podrías instalarte. Podemos ver una peli o…
—¡No voy a quedarme en casa de tu padre!
La tristeza se hizo evidente en su rostro.
—Vale…, supongo que…, que nos veremos por la mañana.
Dio un paso atrás y cerré la puerta, apoyándome en ella. Todas las emociones contenidas hervían en mi interior, y solté un suspiro de exasperación. Con la cara de decepción de Travis todavía fresca, abrí la puerta, salí y descubrí que iba andando lentamente por el pasillo mientras marcaba un número en su teléfono.
—Travis, espera. —Se dio media vuelta y la mirada de esperanza de sus ojos me hizo sentir un pinchazo de dolor en el pecho—. Dame un minuto para recoger unas cuantas cosas.
Una sonrisa de alivio y agradecimiento se extendió en su cara y me siguió hasta mi habitación; desde el umbral me observó guardar unas cuantas cosas en una bolsa.
—Te sigo queriendo, Paloma.
No levanté la mirada.
—No sigas. No hago esto por ti.
Contuvo un suspiro.
—Lo sé.
El viaje hasta casa de su padre transcurrió en silencio. Sentía el coche cargado de nervios, y me resultaba difícil sentarme sin moverme sobre los fríos asientos de cuero. Cuando llegamos, Trenton y Jim salieron al porche con una gran sonrisa. Travis sacó nuestro equipaje del coche y Jim le dio unas palmaditas en la espalda.
—Me alegro de verte, hijo.
Su sonrisa se ensanchó cuando me miró.
—Abby Abernathy, esperamos impacientes la cena de mañana. Ha pasado mucho tiempo desde que…, bueno, ha pasado mucho tiempo.
Asentí y seguí a Travis al interior de la casa. Jim se puso las manos sobre su prominente barriga y se rio.
—Os he puesto en la habitación de invitados, Trav. Supongo que no te apetecerá demasiado pelearte con los gemelos en tu habitación.
Miré a Travis. Era doloroso ver sus dificultades para expresarse.
—Abby…, bueno…, se…, se quedará en la habitación de invitados, y yo me iré a la mía.
Trenton puso una cara rara.
—¿Por qué? ¿No ha estado quedándose en tu apartamento?
—Últimamente no —precisó, en un intento desesperado por evitar decir la verdad.
Jim y Trenton intercambiaron una mirada.
—Llevamos años usando la habitación de Thomas como trastero, así que iba a dejarlo quedarse con tu habitación, pero supongo que puede dormir en el sofá —dijo Jim, echando un vistazo a los cojines desgastados y descoloridos del salón.
—No te preocupes, Jim. Solo intentábamos ser respetuosos —le dije, acariciándole el brazo.
Sus carcajadas resonaron por toda la casa, y me dio unas palmaditas en la mano.
—Ya has conocido a mis hijos, Abby. Deberías saber que es casi imposible ofenderme.
Travis señaló las escaleras con la cabeza y lo seguí. Abrió una puerta y dejó nuestras bolsas en el suelo, mientras miraba la cama y luego a mí.
La habitación estaba forrada con paneles marrones, y la moqueta marrón estaba más desgastada de lo aconsejable. Las paredes eran de un blanco sucio, y había algunos desconchones. Solo vi un cuadro en la pared: era una foto enmarcada de Jim y la madre de Travis. El fondo era del color azul habitual en los retratos de estudio; los dos llevaban el pelo cortado a capas, eran jóvenes y sonreían a la cámara. Debían de habérsela hecho antes de que nacieran sus hijos, porque ninguno de los dos parecía tener más de veinte años.
—Lo siento, Paloma. Dormiré en el suelo.
—Eso por descontado —dije, mientras me recogía el pelo en una cola de caballo—. No puedo creer que me convencieras para hacer esto.
Se sentó en la cama y se frotó la cara frustrado.
—Joder… Esto va a ser un lío. No sé en qué pensaba.
—Sé exactamente en qué estabas pensando. No soy ninguna estúpida, Travis.
Me miró y sonrió.
—Y aun así has venido.
—Tengo que dejarlo todo preparado para mañana —dije, mientras abría la puerta.
Travis se levantó.
—Te ayudo.
Pelamos una montaña de patatas, cortamos verduras, sacamos el pavo para que se descongelara y empezamos los pasteles. La primera hora resultó más que incómoda, pero, cuando llegaron los gemelos, todo el mundo se reunió en la cocina. Jim contó historias de cada uno de los chicos y nos reímos de las anécdotas de anteriores días de Acción de Gracias desastrosos en los que intentaron hacer algo que no fuera pedir una pizza.
—Diane era una cocinera excelente —dijo Jim, como si pensara en voz alta—. Trav no se acuerda, pero, después de su muerte, carecía de sentido intentar cualquier cosa.
—No te sientas presionada por ello, Abby —dijo Trenton.
Se rio y cogió una cerveza del frigorífico.
—Saquemos las cartas. Quiero intentar recuperar parte del dinero que se llevó Abby.
Jim dijo que no a su hijo con el dedo.
—Nada de póquer este fin de semana, Trent. He bajado el dominó, ve a prepararlo. Y nada de apuestas, maldita sea. Lo digo en serio.
Trenton sacudió la cabeza.
—Está bien, viejo, está bien.
Los hermanos de Travis salieron de la cocina sin dirección fija, y Trent los siguió, antes de detenerse y mirar hacia atrás.
—Vamos, Trav.
—Estoy ayudando a Paloma.
—No queda mucho por hacer, cariño —dije—. Ve.
Su mirada se enterneció con mis palabras y me tocó la cadera.
—¿Estás segura?
Asentí y él se inclinó para besarme la mejilla, apretándome la cadera con los dedos antes de seguir a Trenton a la sala donde estaban jugando. Jim sacudió la cabeza y sonrió al ver a sus hijos cruzar el umbral.
—Lo que estás haciendo es increíble, Abby. No sé si te das cuenta de lo mucho que lo apreciamos.
—Fue idea de Trav. Estoy encantada de poder ayudar.
Se apoyó con todo su peso sobre la encimera y dio un sorbo a su cerveza mientras sopesaba sus siguientes palabras.
—Travis y tú no habéis hablado mucho. ¿Tenéis problemas?
Eché el jabón en el fregadero lleno de agua caliente, mientras intentaba pensar en algo que decir que no fuera una mentira descarada.
—Supongo que las cosas han cambiado un poco.
—Es lo que imaginaba. Tienes que ser paciente con él. Travis no recuerda mucho del asunto, pero estaba muy unido a su madre, y después de perderla no volvió a ser el mismo jamás. Pensaba que lo superaría… Ya sabes, porque pasó cuando era muy pequeño. Fue duro para todos, pero Trav… no volvió a intentar querer a nadie después de eso. Me sorprendió que te trajera aquí. Por la forma en la que actúa cuando tú estás presente, por la forma en que te mira…, supe que eras especial.
Sonreí, pero no aparté la mirada de los platos que estaba frotando.
—Travis va a pasarlo mal. Cometerá muchos errores. Creció rodeado de un montón de críos sin madre y con un viejo gruñón y solitario como padre. Todos estuvimos un poco perdidos después de que Diane muriera, y supongo que yo no ayudé a los chicos a asumir la pérdida tal y como debería haber hecho. Sé que es difícil no culparlo, pero tienes que quererlo de todos modos, Abby. Eres la única mujer a la que ha querido, aparte de a su madre. No sé cómo se quedará si tú también lo dejas. —Me tragué las lágrimas y asentí, incapaz de replicar. Jim apoyó la mano en mi hombro y me lo estrechó—. Nunca lo he visto sonreír como cuando está contigo. Espero que todos mis chicos consigan a una Abby algún día.
Sus pisadas se apagaron por el pasillo y me agarré al borde del fregadero, mientras intentaba recuperar el aliento. Sabía que pasar las vacaciones con Travis y su familia sería difícil, pero no pensaba que se me volvería a partir el corazón. Los chicos bromeaban y se reían en la habitación de al lado, mientras yo lavaba y secaba los platos, antes de guardarlos. Limpié la cocina, y después me lavé las manos y me dirigí a las escaleras para acostarme.
Travis me cogió la mano.
—Es temprano, Paloma. No te irás ya a la cama, ¿no?
—Ha sido un día largo. Estoy cansada.
—Nos estábamos preparando para ver una peli. ¿Por qué no bajas y te quedas con nosotros?
Alcé la mirada hacia las escaleras y, después, contemplé su sonrisa esperanzada.
—Está bien.
Me llevó de la mano hasta el sofá, y nos sentamos juntos cuando empezaban los títulos de crédito.
—¿Puedes apagar esa luz, Taylor? —pidió Jim.
Travis extendió su brazo por detrás de mí, dejándolo sobre el respaldo del sofá. Intentaba mantener la ficción, mientras me tranquilizaba. Había sido muy cuidadoso para no aprovecharse de la situación, pero albergaba un conflicto en mi interior: me sentí agradecida y decepcionada a la vez. Estaba sentada muy cerca de él, y olía la mezcla de tabaco y de su colonia. Me resultaba muy difícil mantener la distancia, tanto física como emocionalmente. Justo como había temido, mi resolución estaba desapareciendo. Me afané por olvidarme de todo lo que había dicho Jim en la cocina.
A mitad de la película, la puerta principal se abrió de par en par y Thomas apareció con las bolsas en la mano.
—¡Feliz Acción de Gracias! —dijo él, mientras dejaba su equipaje en el suelo.
Jim se levantó y abrazó a su hijo mayor, y todo el mundo excepto Travis se levantó para saludarlo.
—¿No vas a saludar a Thomas? —susurré yo.
Me respondió sin mirarme, mientras observaba a su familia abrazarse y reír.
—Tengo una noche contigo. No pienso desperdiciar ni un solo segundo.
—Hola, Abby. Me alegro de volver a verte —dijo Thomas sonriendo.
Travis me puso la mano en la rodilla y yo bajé la mirada hacia mi pierna, para después volverme hacia Travis. Cuando se dio cuenta de la expresión de mi cara, Travis retiró la mano de la pierna y cruzó las manos sobre el regazo.
—Vaya, vaya, ¿problemas en el paraíso? —preguntó Thomas.
—Cállate, Tommy —gruñó Travis.
El humor de la habitación cambió y sentí que todas las miradas recaían sobre mí, a la espera de una explicación. Sonreí nerviosa y cogí la mano de Travis entre las mías.
—Solo estamos cansados. Llevamos toda la tarde trabajando en la comida —dije, mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Travis.
Bajó la mirada a nuestras manos y me las estrechó mientras levantaba un poco las cejas. Solté un suspiro.
—Me voy directa a la cama, cariño. —Miré a los demás—. Buenas noches, chicos.
—Buenas noches, tesoro —dijo Jim.
Los hermanos de Travis me dieron las buenas noches y subí las escaleras.
—Yo también me voy a acostar —oí decir a Travis.
—Claro, cómo no —espetó burlón Trenton.
—Cabrón con suerte —masculló Tyler.
—Oye, no voy a permitir que nadie hable así de tu hermana —les avisó Jim.
Se me cayó el alma a los pies. La única familia real que había tenido en años eran los padres de America, y, aunque Mark y Pam siempre habían velado por mí con auténtica bondad, en cierto modo eran prestados. Los seis hombres rebeldes, malhablados y adorables de la planta baja me habían recibido con los brazos abiertos y, al día siguiente, tendría que despedirme de ellos definitivamente.
Travis sujetó la puerta del dormitorio antes de que se cerrara y después se quedó petrificado.
—¿Quieres que espere en el pasillo mientras te vistes para dormir?
—Me voy a dar una ducha. Así que me vestiré en el baño.
Se rascó la nuca.
—Vale, pues aprovecharé para prepararme la cama.
Asentí de camino al baño. Me froté con fuerza en la ducha destartalada, centrándome en las manchas de agua y jabón para luchar contra el miedo abrumador que me inspiraba tanto esa noche como la mañana siguiente. Cuando regresé al dormitorio, Travis tiró una almohada al suelo sobre su cama improvisada. Me dedicó una tenue sonrisa antes de dejarme para meterse en la ducha.
Me acomodé en la cama y me tapé con las sábanas hasta el pecho, mientras intentaba ignorar las mantas del suelo. Cuando Travis regresó, se quedó mirando su cama en el suelo con la misma tristeza que yo; después, apagó la luz y se acomodó sobre su almohada.
Nos quedamos en silencio durante unos pocos minutos hasta que oí a Travis soltar un suspiro de pena.
—Esta es nuestra última noche juntos, ¿no?
No respondí de inmediato; intenté pensar cuál sería la respuesta más adecuada.
—No quiero pelear, Trav. Intenta dormirte.
Cuando le oí moverse, me puse de lado para mirarlo y apreté la mejilla sobre la almohada. Él apoyó la cabeza en la mano y me miró fijamente a los ojos.
—Te amo.
Lo observé un momento antes de decir:
—Me lo prometiste.
—Te dije que esto no era ninguna artimaña para volver juntos. Y no lo era. —Alargó el brazo para cogerme de la mano—. Pero no te puedo prometer que no aproveche todas mis opciones de volver contigo.
—Me importas. No quiero que sufras, pero debería haber seguido mi primer instinto. Lo nuestro nunca podría haber funcionado.
—Pero me querías, ¿verdad?
Apreté los labios.
—Todavía te quiero.
Le brillaron los ojos y me apretó la mano.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Todavía estoy con el último que me pediste —dije con una sonrisita burlona.
Sus rasgos no se alteraron, se mostró imperturbable ante mis palabras.
—Si aquí se acaba todo…, si realmente has terminado conmigo…, ¿me dejarías pasar esta noche abrazándote?
—No creo que sea una buena idea, Trav.
Me agarró con fuerza la mano.
—Por favor. No puedo dormir sabiendo que estás a escasos centímetros; nunca volveré a tener esta oportunidad.
Me quedé mirando fijamente su mirada de desesperación y, entonces, fruncí el ceño.
—No voy a hacer el amor contigo.
Sacudió la cabeza.
—No es eso lo que te pido.
Escruté la tenuemente iluminada habitación, mientras sopesaba las posibles consecuencias, preguntándome si tendría voluntad para detener a Travis en el caso de que cambiara de idea e intentara algo. Cerré los ojos con fuerza, me aparté del borde de la cama y eché a un lado la manta. Se metió a mi lado en la cama y me estrechó fuertemente entre sus brazos. Su pecho desnudo subía y bajaba con respiraciones irregulares, y me maldije por sentir tanta paz contra su piel.
—Voy a echar esto de menos —dije.
Me besó en el pelo y me acercó hacia él. Parecía que no me tenía nunca lo suficientemente cerca. Enterró la cara en mi cuello y apoyé la mano en su espalda para consolarlo, aunque yo tenía el corazón tan roto como él. Contuvo un suspiro y apretó su frente contra mi cuello, mientras me clavaba los dedos en la piel de la espalda. Por muy tristes que estuviéramos la última noche de la apuesta, aquello era mucho, mucho peor.
—No…, no creo que pueda con esto, Travis.
Me abrazó más fuerte y noté cómo la primera lágrima se me derramaba desde el ojo por la sien.
—No puedo hacerlo —dije, cerrando con fuerza los ojos.
—Pues no lo hagas —respondió contra mi piel—. Dame otra oportunidad.
Intenté salir de debajo de él, pero me agarraba con demasiada fuerza como para poder escapar. Me cubrí la cara con las dos manos y ambos nos movimos al ritmo de mis sollozos silenciosos. Travis me miró con los ojos entrecerrados y húmedos. Me apartó la mano de los ojos con sus dedos largos y delicados, y me besó en la palma. Se me entrecortó la respiración cuando me miró primero a los labios y luego a los ojos.
—Nunca amaré a nadie como te amo a ti, Paloma.
Me sorbí las lágrimas y le toqué la cara.
—No puedo.
—Lo sé —dijo él, con voz rota—. Jamás conseguí convencerme de ser lo bastante bueno para ti.
Arrugué la cara y sacudí la cabeza.
—No eres solo tú, Trav. No somos buenos el uno para el otro.
Sacudió la cabeza, como si quisiera decir algo, pero se lo hubiera pensado mejor. Después de una respiración larga y profunda, apoyó la cabeza sobre mi pecho. Cuando los números verdes del reloj, que estaba al otro lado de la habitación, marcaron las once en punto, la respiración de Travis finalmente se ralentizó y se volvió regular. Antes de sumirme en un sueño profundo, parpadeé unas cuantas veces.
—¡Ay! —grité, justo antes de apartar la mano del fogón y chuparme la parte quemada automáticamente.
—¿Estás bien, Paloma? —preguntó Travis, mientras apoyaba los pies en el suelo y se ponía una camiseta.
—¡Mierda! ¡El suelo está jodidamente congelado!
Ahogué una risita mientras observaba cómo saltaba sobre un pie y el otro hasta que las plantas se le aclimataron al frío de las baldosas.
Cuando el sol apenas había asomado por el horizonte, todos los Maddox menos uno seguían durmiendo sonoramente en sus camas. Empujé la antigua fuente metálica más adentro en el horno y cerré la puerta, justo antes de volverme para enfriarme los dedos debajo del grifo.
—Puedes volver a la cama. Acabo de meter el pavo.
—¿Vienes conmigo? —me preguntó él, mientras se rodeaba con los brazos para resguardarse del aire frío.
—Sí.
—Tú primero —dijo él, moviendo la mano hacia las escaleras.
Travis se quitó la camiseta mientras ambos metíamos las piernas bajo las sábanas y nos cubríamos con la manta hasta el cuello. Me estrechó fuertemente entre sus brazos mientras temblábamos, a la espera de que el calor de nuestros cuerpos calentara el pequeño espacio que quedaba entre nuestra piel y las sábanas.
Sentí sus labios contra mi pelo, y su garganta se movió al hablar.
—Mira, Paloma, está nevando.
Me volví hacia la ventana. Los copos blancos solo se veían a la luz de la farola.
—Parece Navidad —dije, cuando por fin notaba que mi piel se calentaba junto a la suya. Suspiró y me volví para mirarlo a la cara—. ¿Qué pasa?
—No estarás aquí en Navidad.
—Estoy aquí ahora.
Abrió la boca por un lado y se agachó para besarme los labios. Me aparté y sacudí la cabeza.
—Trav…
Me abrazó con más fuerza y bajó la barbilla, con una mirada de determinación en sus ojos avellana.
—Me quedan menos de veinticuatro horas contigo, Paloma. Te voy a besar, de hecho, hoy te voy a besar mucho. Durante todo el día y cada vez que tenga la oportunidad. Si quieres que pare, dímelo, pero, mientras no lo hagas, voy a aprovechar cada segundo de mi último día contigo.
—Travis…
Lo pensé durante un momento y llegué a la conclusión de que no se engañaba sobre lo que pasaría cuando me llevara de vuelta a casa. Había ido allí para fingir, pero, por muy duro que fuera para ambos después, no quería decirle que parase.
Cuando se dio cuenta de que estaba mirándole fijamente a los labios, volvió a levantar una de las esquinas de la boca, y se inclinó para apretar su suave boca contra la mía. Empezó de forma dulce e inocente, pero, en cuanto separó los labios, acaricié su lengua con la mía. De inmediato, su cuerpo se tensó y empezó a respirar hondo por la nariz, apretando su cuerpo contra mí. Dejé caer la rodilla a un lado y él se puso encima de mí, sin apartar en ningún momento su boca de la mía.
No tardó nada en desvestirme y, cuando ya no había tejido alguno entre nosotros, se agarró a las barras de hierro del cabecero con ambas manos y con un movimiento rápido me penetró. Me mordí fuertemente el labio para ahogar el grito que intentaba escapar de mi garganta. Travis gimió contra mi boca, y yo apreté los pies contra el colchón para apoyarme y levantar las caderas junto con las suyas.
Con una mano en la barra de metal y la otra en mi nuca, me penetró una y otra vez; sentí que me temblaban las piernas con sus movimientos firmes y decididos. Su lengua buscó mi boca y sentí la vibración de sus profundos gemidos contra mi pecho, mientras mantenía su promesa de hacer que nuestro último día fuera memorable. Podría invertir mil años en intentar eliminar ese momento de mi memoria y seguiría grabado a fuego en mi cabeza.
Había pasado una hora cuando abrí los ojos de par en par. Todos mis nervios estaban centrados en las sacudidas de mis entrañas. Travis aguantaba la respiración mientras entraba en mí una última vez. Me derrumbé sobre el colchón, completamente exhausta. Travis respiraba agitadamente, sin poder hablar y empapado en sudor.
Oí voces escaleras abajo y me tapé la boca, riéndome de nuestro mal comportamiento. Travis se puso de lado para escrutar mi cara con sus tiernos ojos castaños.
—Has dicho que solo ibas a besarme —dije riéndome.
Mientras yacía junto a su piel desnuda, al ver el amor incondicional que se desprendía de sus ojos, me olvidé de mi decepción, de mi rabia y de mi terca decisión. Lo amaba y, por muchas razones que pudiera esgrimir para vivir sin él, sabía que eso no era lo que quería. Aunque mis ideas no habían cambiado, nos resultaba imposible estar alejados el uno del otro.
—¿Por qué no nos quedamos en la cama todo el día? —dijo con una sonrisa.
—He venido para cocinar, ¿te acuerdas?
—No, has venido aquí para ayudarme a cocinar, y no pienso cumplir con mi obligación durante las próximas ocho horas.
Le toqué la cara; el ansia por acabar con nuestro sufrimiento se había vuelto insoportable. Cuando le dijera que había cambiado de opinión y que quería que las cosas volvieran a la normalidad, no tendríamos que pasarnos el día fingiendo. En lugar de eso, podríamos pasarlo celebrándolo.
—Travis, creo que…
—No lo digas, ¿vale? No quiero pensar en ello hasta que no tenga más remedio.
Se levantó, se puso los calzoncillos y fue hasta donde estaba mi bolsa. Dejó mi ropa sobre la cama y, después, se puso una camisa.
—Quiero que tengas un buen recuerdo de este día.
Preparé huevos para desayunar y sándwiches para almorzar; cuando el partido dio comienzo, empecé a organizar la cena. Travis aparecía detrás de mí siempre que tenía la oportunidad, y me abrazaba por la cintura mientras me besaba en el cuello. Me descubrí mirando el reloj, ansiosa por encontrar un momento a solas con él para explicarle mi decisión. Anhelaba ver su mirada y volver a donde estábamos.
El día estuvo lleno de risas, de conversación y de una retahíla de quejas por parte de Tyler debido a las constantes muestras de afecto de Travis.
—¡Búscate una habitación, Travis! ¡Por Dios! —gruñó Tyler.
—Vaya…, pero si tu cara está adquiriendo un feo tono verde —se burló Thomas.
—Sí, pero porque me dan náuseas, no porque esté celoso, gilipollas —respondió Tyler mordaz.
—Déjalos tranquilos, Ty —le avisó Jim.
Cuando nos sentamos a cenar, Jim insistió en que Travis trinchara el pavo, y yo sonreí cuando él se levantó orgulloso para cumplir con su obligación. Estaba un poco nerviosa hasta que empezaron a llegarme las felicitaciones. Cuando serví el pastel, no quedaba ni un trozo de comida en la mesa.
—¿He hecho suficiente? —dije riéndome.
Jim sonrió, mientras chupaba el tenedor y se preparaba para el postre.
—Has hecho mucha comida, Abby. Pero creo que queríamos ponernos hasta arriba hasta el año que viene…, a menos que quieras repetir esto en Navidad. Ahora eres una Maddox. Te espero en todas las fiestas, y no para cocinar.
Miré de reojo a Travis, a quien se le había borrado la sonrisa, y se me partió el corazón. Tenía que decírselo pronto.
—Gracias, Jim.
—No le digas eso, papá —dijo Trenton—. Tiene que cocinar. ¡No he probado una comida así desde que tenía cinco años! —Se metió media rebanada de pastel de nueces en la boca, con un murmullo de satisfacción.
Me sentía en mi casa, sentada a una mesa llena de hombres que se inclinaban hacia atrás en sus sillas mientras se rascaban las barrigas llenas. Me embargó la emoción cuando fantaseé sobre Navidad, Pascua y todas las demás fiestas que pasaría en esa mesa. Lo único que quería era formar parte de aquella familia rota y ruidosa a la que ya adoraba.
Cuando acabaron con los pasteles, los hermanos de Travis empezaron a recoger la mesa y los gemelos se encargaron de fregar.
—Yo me ocupo de eso —dije, mientras me ponía de pie.
Jim negó con la cabeza.
—De eso nada. Los chicos pueden solos. Tú llévate a Travis al sofá y relájate. Habéis trabajado duro, hermanita.
Los gemelos se salpicaban el uno al otro con el agua de los platos y Trenton soltó un taco cuando se resbaló en un charco y tiró un plato. Thomas regañó a sus hermanos, mientras cogía la escoba y el recogedor para barrer el cristal. Jim dio unas palmaditas a sus hijos en los hombros y se encogió de hombros antes de irse a su habitación a dormir.
Travis me puso las piernas sobre su regazo y me quitó los zapatos, mientras me masajeaba las plantas de los pies con los pulgares. Eché la cabeza hacia atrás y suspiré.
—Este ha sido el mejor día de Acción de Gracias desde que mamá murió.
Levanté la cara para ver su expresión. Su sonrisa estaba teñida de tristeza.
—Me alegro de haber estado aquí para verlo.
La cara de Travis cambió y me preparé para lo que estaba a punto de decir. Sentía el corazón latiéndome contra el pecho, esperando que me pidiera que volviéramos para poder decirle que aceptaba.
Allí sentada con mi nueva familia, parecía que había pasado toda una vida desde Las Vegas.
—Soy diferente. No sé qué me pasó en Las Vegas. Aquel no era yo. Pensaba en todo lo que podríamos comprar con ese dinero, y en nada más… No veía el daño que te hacía queriendo llevarte de vuelta allí, aunque creo que, en el fondo, lo sabía. Me merecía que me dejaras. Me merecía todo el sueño que perdí y el dolor que sentí. Tuve que pasar por todo eso para darme cuenta de lo mucho que te necesitaba, y lo que estoy dispuesto a hacer para que sigas en mi vida.
Me mordí el labio, impaciente por llegar a la parte en la que le decía que sí. Quería que me llevara a su apartamento y pasar el resto de la noche celebrándolo. No podía esperar a relajarme en el sofá nuevo con Toto, mientras veíamos una película y nos reíamos como solíamos hacer.
—Has dicho que lo nuestro se ha acabado, y lo acepto. Soy una persona diferente desde que te conocí. He cambiado… para mejor. Sin embargo, por mucho que lo intente, parece que no hago las cosas bien contigo. Primero fuimos amigos, y no puedo perderte, Paloma. Siempre te querré, pero veo que no tiene mucho sentido que intente recuperarte. No puedo imaginarme estar con otra persona, pero seré feliz mientras sigamos siendo amigos.
—¿Quieres que seamos amigos? —pregunté, notando que las palabras me ardían en la boca.
—Quiero que seas feliz. No me importa lo que sea necesario para ello.
Sentí un nudo en las entrañas al oír sus palabras, y me sorprendió el dolor abrumador que me embargó. Me estaba dando una salida, y lo hacía justamente cuando yo no la quería. Podría haberle dicho que había cambiado de opinión y él retiraría todo lo que acababa de decir, pero sabía que no era justo para ninguno de los dos aferrarme a aquella relación cuando él había aceptado su final.
Sonreí para mantener a raya las lágrimas.
—Cincuenta pavos a que me lo agradecerás cuando conozcas a tu futura mujer.
Travis juntó las cejas y puso cara de tristeza.
—Esa apuesta es fácil. La única mujer con la que querría casarme alguna vez acaba de romperme el corazón.
No podía fingir una sonrisa después de eso. Me sequé los ojos y me levanté.
—Creo que es hora de que me lleves a casa.
—Vamos, Paloma, lo siento, no ha tenido gracia.
—No es eso, Trav. Simplemente estoy cansada y lista para irme a casa.
Contuvo un suspiro y asintió mientras se levantaba. Me despedí de sus hermanos con un abrazo y pedí a Trenton que dijera adiós a Jim de mi parte. Travis se quedó en la puerta con nuestras bolsas; mientras todos se ponían de acuerdo en volver a casa para Navidad, conseguí aguantar la sonrisa hasta salir por la puerta.
Cuando Travis me llevó a Morgan, su cara seguía siendo de tristeza, pero la angustia había desaparecido. Después de todo, el fin de semana no era una artimaña para recuperarme. Era una despedida.
Se inclinó para besarme la mejilla y me sujetó la puerta, mientras me observaba entrar.
—Gracias por el día de hoy. No sabes lo feliz que has hecho a mi familia.
Me detuve al principio de las escaleras.
—Mañana se lo contarás, ¿verdad?
Miró hacia el aparcamiento y luego a mí.
—Estoy bastante seguro de que ya lo saben. No eres la única que sabe poner cara de póquer, Paloma.
Me quedé mirándolo perpleja y, por primera vez desde que nos habíamos conocido, se alejó de mí sin volverse a mirar atrás.