16

CASA

Travis finalmente se abrió paso entre la multitud junto a Benny, que lo cogía por el hombro y le susurraba algo al oído. Travis asintió y le respondió. Se me heló la sangre al verlo tratar tan amigablemente al hombre que nos había amenazado hacía menos de veinticuatro horas. Travis se deleitaba con los aplausos y las felicitaciones por su triunfo, mientras la multitud rugía. Caminaba muy recto, su sonrisa era más amplia, y, cuando llegó hasta mí, me dio un fugaz beso en la boca.

Noté el sabor salado del sudor mezclado con el metálico de la sangre en los labios. Había ganado la pelea, pero no sin recibir unas cuantas heridas de batalla.

—¿De qué iba eso? —pregunté, mientras observaba a Benny reírse con su séquito.

—Te lo contaré más tarde. Tenemos mucho de que hablar —dijo con una gran sonrisa.

Un hombre dio unas palmaditas a Travis en la espalda.

—Gracias —dijo Travis, volviéndose hacia él y estrechándole la mano que le alargaba.

—Espero impaciente volver a verte pelear, hijo —dijo el hombre, mientras le entregaba una botella de cerveza—. Eso ha sido increíble.

—Vamos, Paloma.

Dio un trago a su cerveza, hizo unas gárgaras y entonces la escupió: el líquido ámbar del suelo estaba mezclado con sangre. Se abrió paso zigzagueando entre la muchedumbre y respiró hondo cuando conseguimos llegar al exterior. Me dio un beso y me llevó por el Strip con paso rápido y decidido.

En el ascensor de nuestro hotel, me empujó contra la pared de espejo, me cogió la pierna y me la levantó en un movimiento rápido contra su cadera. Aplastó la boca contra la mía, y sentí que la mano que tenía debajo de mi rodilla se deslizaba por el muslo y me subía la falda.

—Travis, allí hay una cámara —dije contra sus labios.

—Me importa una mierda. —Se rio—. Estoy de celebración.

Lo aparté de un empujón.

—Podemos celebrarlo en la habitación —dije, mientras me secaba la boca y me miraba la mano, donde descubrí vetas de color carmesí.

—¿Qué problema tienes, Paloma? Tú has ganado, yo he ganado, hemos pagado la deuda de Mick y acaban de hacerme la oferta de mi vida.

El ascensor se abrió y yo me quedé en el sitio mientras Travis salía al pasillo.

—¿Qué tipo de oferta? —pregunté.

Travis me tendió la mano, pero yo la ignoré. Fruncí los ojos, sabiendo de antemano lo que me iba a decir.

Suspiró.

—Ya te lo he dicho, lo discutiremos después.

—Hablémoslo ahora.

Se inclinó hacia delante, me cogió por la muñeca para sacarme al pasillo y me levantó del suelo en sus brazos.

—Voy a conseguir dinero suficiente para devolverte lo que Mick te quitó, para pagar el resto de tu educación, mi moto y para comprarte un coche nuevo —dijo él, metiendo y sacando la tarjeta en la ranura de la puerta.

Abrió la puerta y me dejó en el suelo.

—¡Y eso es solo el principio!

—¿Y cómo piensas hacerlo exactamente?

Sentía una opresión en el pecho y empezaron a temblarme las manos.

Me cogió la cara entre las manos, fuera de sí.

—Benny va a dejar que pelee aquí, en Las Vegas. Un millón por cada pelea, Paloma. ¡Un millón por cada pelea!

Cerré los ojos y sacudí la cabeza, tratando de abstraerme de la emoción de su mirada.

—¿Qué le has dicho a Benny? —Travis me levantó la barbilla y abrí los ojos, temiendo que ya hubiera firmado un contrato.

Se rio.

—Le he dicho que me lo pensaría.

Pude volver a respirar.

—Oh, gracias a Dios. No vuelvas a darme un susto así, Trav. Pensaba que lo decías en serio.

Travis torció el gesto y se puso firme antes de hablar.

—Y lo digo en serio, Paloma. Le he dicho que tenía que hablarlo contigo primero, pero pensaba que te alegrarías. Está planeando organizar una pelea al mes. ¿Tienes idea de cuánto dinero es eso? ¡Dinero contante y sonante!

—Sé sumar, Travis. También sé mantener la mente fría cuando estoy en Las Vegas, cosa que, obviamente, tú no sabes hacer. Tengo que sacarte de aquí antes de que hagas algo estúpido.

Me dirigí al armario y arranqué nuestra ropa de las perchas para meterlas furiosa en las maletas.

Travis me cogió los brazos suavemente y me hizo dar media vuelta.

—Puedo hacerlo. Puedo pelear para Benny durante un año y, entonces, tendremos dinero para mucho, mucho tiempo.

—¿Qué vas a hacer? ¿Dejar la universidad y mudarte aquí?

—Benny se encargará de los vuelos y se adaptará a mi horario.

Solté una carcajada, incrédula.

—¡Cómo puedes ser tan crédulo, Travis! Cuando Benny te tiene en nómina, no te limitas a pelear una vez al mes. ¿Te has olvidado de Dane? ¡Acabarás siendo uno de sus matones!

Negó con la cabeza.

—Ya hemos discutido eso, Paloma. Solo quiere que pelee.

—¿Y tú te lo crees? ¿Sabes que por aquí lo llaman Benny Lengualarga?

—Quería comprarte un coche, Paloma. Uno bonito. Y pagaremos nuestras carreras por completo.

—¿Ah sí? ¿Ahora la mafia da becas de estudios?

Travis apretó las mandíbulas. Le irritaba tener que convencerme.

—Esto es bueno para nosotros. Puedo guardarlo hasta que tengamos que comprarnos una casa. No puedo conseguir tanto dinero en ninguna otra parte.

—¿Y qué hay de tu licenciatura en Derecho Penal? Te aseguro que verás bastante a tus antiguos compañeros de clase si trabajas para Benny.

—Nena, comprendo tus reservas, de verdad que sí. Pero voy a ser listo. Lo haré durante un año y después lo dejaré y haremos lo que demonios queramos.

—No puedes dejar a Benny sin más, Trav. Él es el único que te dice cuándo se ha acabado. No tienes ni idea de cómo es tratar con él. ¡No puedo creerme que tan siquiera lo estés considerando! ¿De verdad que vas a sopesar trabajar para un hombre que nos habría pegado una tremenda paliza a los dos ayer por la noche si no se lo hubieras impedido?

—Exactamente, se lo impedí.

—Trataste con dos de sus pesos ligeros, Travis. ¿Qué vas a hacer si aparece con una docena? ¿Qué harás si viene a por mí, después de alguna de tus peleas?

—No tendría ningún sentido que hiciera eso. Le haré ganar montones de dinero.

—En el momento en que decidas que no vas a hacerlo nunca más, serás prescindible. Así trabaja esta gente.

Travis se alejó de mí para mirar por la ventana; las luces que parpadeaban daban color a sus rasgos en conflicto. Había tomado su decisión incluso antes de ir a contármela.

—Todo irá bien, Paloma. Me aseguraré de que así sea. Y, entonces, podremos asentarnos.

Sacudí la cabeza y me di la vuelta para seguir metiendo nuestra ropa en las maletas. Cuando aterrizáramos en la pista, en casa, volvería a ser él mismo de nuevo. Las Vegas hacía que la gente se comportara de forma extraña, y no podía razonar con él mientras estuviera embriagado por el flujo de dinero y whisky.

Me negué a seguir discutiéndolo hasta que llegamos al avión, temerosa de que Travis me dejara irme sin él. Me abroché el cinturón del asiento y apreté los dientes al ver cómo miraba melancólico por la ventana mientras ascendíamos por el cielo nocturno. Ya añoraba la perversión y las tentaciones sin límites que una ciudad como Las Vegas ofrecía.

—Es mucho dinero, Paloma.

—No.

Sacudió la cabeza hacia mí.

—Es mi decisión. Me parece que no estás considerando todos los aspectos.

—Pues a mí me parece que tú has perdido la cabeza.

—¿Ni siquiera piensas considerarlo?

—No, y tampoco tú. No vas a trabajar para un criminal asesino en Las Vegas, Travis. Es completamente ridículo que pensaras que podría considerarlo.

Travis suspiró y miró por la ventana.

—Mi primera pelea es dentro de tres semanas.

Me quedé boquiabierta.

—¿Ya has aceptado?

Parpadeó.

—Todavía no.

—¿Pero piensas hacerlo?

Sonrió.

—Se te pasará el enfado cuando te compre un Lexus.

—No quiero un Lexus —dije entre dientes.

—Podrás elegir el que quieras, nena. Imagínate cómo será entrar en el concesionario que decidas y, simplemente, escoger tu color favorito.

—No haces esto por mí. Deja de fingir que sí.

Se inclinó hacia mí y me besó el pelo.

—No, lo hago por nosotros. Pero ahora no ves lo genial que va a ser.

Sentí un escalofrío en el pecho que me recorrió la columna vertebral hasta llegar a las piernas. No entraría en razón hasta que llegáramos al apartamento, y me aterraba que Benny le hubiera hecho una oferta que no pudiera rechazar. Procuré librarme de mis miedos; tenía que creer que Travis me amaba lo suficiente para olvidarse del dinero y de las falsas promesas de Benny.

—¿Paloma? ¿Sabes cocinar un pavo?

—¿Un pavo?

El repentino cambio de conversación me había pillado desprevenida. Él me estrechó la mano.

—Bueno, se acerca Acción de Gracias, y ya sabes que mi padre te adora. Quiere que vengas a casa ese día, pero siempre acabamos pidiendo pizza y viendo el partido. Así que había pensado que tú y yo podríamos intentar cocinar un pavo juntos. Ya sabes, para disfrutar del menú típico por una vez en casa de los Maddox.

Apreté los labios para intentar no reírme.

—Solo tienes que descongelar el pavo, ponerlo en una fuente y asarlo en el horno durante todo un día. No tiene mucha ciencia.

—¿Entonces vendrás? ¿Me ayudarás?

Me encogí de hombros.

—Claro.

Travis había dejado de pensar en las embriagadoras luces que sobrevolábamos, así que me permití albergar la esperanza de que llegara a ver lo mucho que se equivocaba con Benny después de todo.

Travis soltó nuestras maletas sobre la cama y yo me dejé caer junto a ellas. No había sacado el tema de Benny, y esperaba que su sangre empezara a limpiarse de Las Vegas. Tuve que bañar a Toto, porque apestaba a humo y calcetines sucios después de pasarse todo el fin de semana en el apartamento de Brazil, y lo sequé con la toalla en el dormitorio.

—¡Vaya! ¡Ahora hueles mucho mejor! —dije entre risas mientras él se sacudía, rociándome con gotitas de agua.

Se levantó sobre las patas traseras y me cubrió la cara de besitos de cachorro.

—Yo también te he echado de menos, pequeñín.

—¿Paloma? —preguntó Travis, entrelazando los dedos nervioso.

—¿Sí? —dije, mientras seguía frotando a Toto con la suave toalla amarilla.

—Quiero hacerlo. Quiero pelear en Las Vegas.

—No —dije, sonriendo ante la cara feliz de Toto.

Él suspiró.

—No me estás escuchando. Voy a hacerlo. Dentro de unos meses verás que era la decisión correcta.

Levanté la mirada hacia él.

—Vas a trabajar para Benny.

Asintió nervioso y, entonces, sonrió.

—Solo quiero cuidarte, Paloma.

Mis ojos se inundaron de lágrimas al saber que estaba decidido.

—No quiero nada que hayas comprado con ese dinero, Travis. Ni quiero tener nada que ver ni con Benny ni con Las Vegas, ni con ninguna otra cosa relacionada con ellos.

—Pues la idea de comprar un coche con el dinero ganado con mis peleas aquí no te planteaba ningún problema.

—Eso es diferente y lo sabes.

Frunció el ceño.

—Todo irá bien, Paloma. Ya lo verás.

Por un momento, me quedé esperando reconocer algún destello de burla en sus ojos, esperando que me dijera que bromeaba. Sin embargo, lo único que veía era inseguridad y codicia.

—¿Por qué te has molestado en preguntármelo, Travis? Ibas a trabajar para Benny dijera yo lo que dijera.

—Quiero tu apoyo en esto, pero es demasiado dinero para rechazarlo. Sería una locura decir que no.

Tuve que sentarme un momento, estupefacta. Cuando conseguí asimilarlo, asentí.

—Está bien. Has tomado tu decisión.

La cara de Travis se iluminó.

—Ya verás, Paloma. Será genial. —Saltó de la cama, vino hasta mí y me besó en los dedos—. Me muero de hambre, ¿y tú?

Dije que no con la cabeza y me besó en la frente antes de dirigirse a la cocina. Una vez que sus pasos se alejaron del pasillo, cogí mi ropa de las perchas, dando gracias por tener sitio en mi maleta para la mayoría de mis pertenencias. Lágrimas de rabia me resbalaban por las mejillas. Nunca debería haber llevado a Travis a ese lugar. Había luchado con uñas y dientes por mantenerlo alejado de los aspectos oscuros de mi vida y, en cuanto la oportunidad se había presentado, lo había arrastrado hasta el centro mismo de todo lo que odiaba sin pensármelo dos veces.

Travis iba a ser parte de aquello y, si no me dejaba salvarlo, tendría que salvarme a mí misma.

Llené la maleta hasta el límite y cerré la cremallera metiendo las cosas que sobresalían. La bajé de la cama y la arrastré por el pasillo, sin mirarlo cuando pasé por la cocina. Me apresuré a bajar las escaleras, aliviada al comprobar que America y Shepley seguían besándose y riéndose en el aparcamiento, mientras pasaban el equipaje de ella del Charger al Honda.

—¿Paloma? —me llamó Travis desde el umbral del apartamento.

Toqué a America en la muñeca.

—Necesito que me lleves a Morgan, Mare.

—¿Qué ocurre? —dijo ella, al darse cuenta de la gravedad de la situación por mi expresión.

Miré detrás de mí y vi a Travis bajando corriendo las escaleras y cruzando el césped hasta donde estábamos nosotras.

—¿Qué estás haciendo? —dijo él, señalando mi maleta.

Si se lo hubiera dicho en ese momento, habría perdido toda mi esperanza de separarme de Mick, de Las Vegas, de Benny y de todo lo que no quería en mi vida. Travis no me dejaría ir y por la mañana me habría convencido de aceptar su decisión.

Me rasqué la cabeza y sonreí, intentando conseguir algo de tiempo para pensar en una excusa.

—¿Paloma?

—Me llevo mis cosas a Morgan. Allí hay muchas lavadoras y secadoras, y tengo una cantidad escandalosa de ropa para lavar.

Frunció el ceño.

—¿Te ibas sin decírmelo?

Miré a America y después a Travis, mientras buscaba la mentira más creíble.

—Iba a volver, Trav. Estás hecho un puñetero paranoico —dijo America con la sonrisa desdeñosa que había usado para engañar a sus padres muchas veces.

—Oh —dijo él, todavía inseguro—. ¿Te quedas aquí esta noche? —me preguntó, pellizcándome la tela del abrigo.

—No lo sé. Supongo que depende de cuándo acabe de hacer la colada.

Travis sonrió y me acercó a él.

—Dentro de tres semanas, pagaré a alguien para que te haga la colada. O puedes tirar la ropa sucia y comprarte nueva.

—¿Vas a volver a luchar para Benny otra vez? —preguntó America, sin salir de su asombro.

—Me ha hecho una oferta que no podía rechazar.

—Travis —empezó a decir Shepley.

—Chicos, no me deis el coñazo. Si Paloma no me ha hecho cambiar de opinión, vosotros no lo conseguiréis.

America me miró a los ojos y comprendió lo que pasaba.

—Bueno, será mejor que te llevemos, Abby. Vas a tardar un montón en lavar esa pila de ropa.

Asentí y Travis se inclinó para besarme. Lo acerqué más, sabiendo que esa sería la última vez que sintiera sus labios contra los míos.

—Nos vemos después —dijo él—. Te quiero.

Shepley metió mi maleta en el Honda, y America se sentó al volante, a mi lado. Travis cruzó los brazos sobre el pecho, charlando con Shepley mientras America encendía el motor.

—No puedes quedarte en tu habitación esta noche, Abby. Irá a buscarte allí directamente en cuanto averigüe lo que ocurre —dijo America mientras salía marcha atrás lentamente del aparcamiento.

Los ojos se me llenaron de lágrimas que rodaron por mis mejillas.

—Lo sé.

La expresión alegre de Travis cambió al ver la mirada de mi cara. No tardó un momento en correr hacia mi ventanilla.

—¿Qué te pasa, Paloma? —dijo él, golpeando el cristal.

—Vamos, Mare —dije, secándome los ojos.

Centré la vista en la carretera que teníamos delante, mientras Travis corría junto al coche.

—¿Paloma? ¡America! ¡Para el jodido coche! —gritó, golpeando el cristal una y otra vez con la palma de la mano—. ¡Abby, no lo hagas! —dijo, con la expresión de su cara deformada por la conciencia de los hechos y el miedo.

America cogió la carretera principal y pisó fuerte el acelerador.

—Este asunto no me va a dejar tranquila, solo para que lo sepas.

Echó un vistazo por el espejo retrovisor y pateó el suelo del coche.

—Cielos, es Travis —murmuró sin aliento.

Me volví y lo vi correr a toda velocidad detrás de nosotras, desapareciendo y reapareciendo entre las luces y las sombras de las farolas de la calle. Cuando llegó al final del bloque, se dio media vuelta y corrió hacia el apartamento.

—Va a por su moto. Nos seguirá a Morgan y montará una escena.

Cerré los ojos.

—Tú solo… corre. Dormiré en tu habitación esta noche. ¿Crees que a Vanessa le importará?

—Nunca está. ¿De verdad piensa trabajar para Benny?

Se me había atragantado la respuesta en la garganta, así que simplemente asentí. America me cogió la mano y me la apretó.

—Has tomado la decisión correcta, Abby. No puedes pasar por todo eso otra vez. Si no te escucha a ti, no escuchará a nadie.

Mi móvil sonó. Lo miré y vi a Travis haciendo una mueca. Le di a ignorar. Menos de cinco segundos después, volvió a sonar. Lo apagué y me lo guardé en el bolso.

—Se va a montar un follón horrible —dije, mientras sacudía la cabeza y me secaba los ojos.

—No envidio los próximos días que te esperan. No me puedo imaginar romper con alguien que se niegue a mantenerse a distancia. Porque sabes que será así, ¿no?

Nos detuvimos en el aparcamiento de Morgan. America sujetó la puerta mientras yo metía mi maleta, corrimos a su habitación y resoplé, esperando a que abriera la puerta. La mantuvo abierta y me lanzó la llave.

—Acabará haciendo que lo arresten o algo así —dijo ella.

Se marchó por el pasillo y la observé corriendo por el aparcamiento desde la ventana. Se metió en el coche, justo cuando Travis detuvo su moto a su lado. Corrió hasta el asiento del copiloto y abrió la puerta de un tirón. Cuando vio que no estaba en el coche, se volvió a mirar las puertas de Morgan. America dio marcha atrás mientras Travis corría hacia el edificio, y yo me volví a mirar la puerta.

En el pasillo, Travis aporreaba la puerta de mi habitación, llamándome sin parar. No tenía ni idea de si Kara estaba allí, pero me sentí fatal por lo que tendría que soportar durante los siguientes minutos hasta que Travis aceptara que no me encontraba en mi habitación.

—¿Paloma? ¡Abre la jodida puerta, maldita sea! ¡No pienso irme sin hablar contigo! ¡Paloma! —gritó él, golpeando la puerta tan fuerte que todo el edificio podría oírlo.

Me estremecí cuando oí la voz de Kara.

—¿Qué? —gruñó ella.

Pegué la oreja a la puerta y me esforcé por comprender lo que Travis murmuraba en voz baja. No tuve que hacerlo durante mucho tiempo.

—Sé que está aquí —gritó él—. ¿Paloma?

—Te digo que no está… ¡Eh! —gritó Kara.

La puerta crujió contra la pared de cemento de nuestra habitación y supe que Travis había entrado a la fuerza. Después de un minuto de completo silencio, oí a Travis gritar en el pasillo.

—¡Paloma! ¿Dónde está?

—¡No la he visto! —gritó Kara, más enfadada de lo que la había oído nunca. Cerró la puerta de un golpe y unas náuseas repentinas me sobrevinieron mientras esperaba el siguiente movimiento de Travis.

Después de varios minutos de silencio, abrí una rendija de la puerta y eché un vistazo al pasillo. Travis estaba sentado con la espalda contra la pared y tapándose la cara con las manos. Cerré la puerta tan silenciosamente como pude, preocupada por que hubieran llamado a la policía del campus. Después de una hora, volví a echar un vistazo al pasillo. Travis no se había movido.

Lo comprobé dos veces más durante la noche y finalmente me quedé dormida alrededor de las cuatro. Dormí más de la cuenta a propósito, pues había planeado saltarme las clases ese día. Encendí mi teléfono para revisar mis mensajes y vi que Travis me había inundado la bandeja de entrada. Los inacabables mensajes de texto que me había enviado durante la noche variaban desde las disculpas a los ataques de ira.

Llamé a America por la tarde, con la esperanza de que Travis no le hubiera confiscado el móvil. Cuando respondió, suspiré de alivio.

—Hola.

America hablaba en voz baja.

—No le he dicho a Shepley dónde estás. No quiero involucrarlo en todo esto. Ahora mismo, Travis está muy cabreado conmigo. Probablemente me quedaré en Morgan esta noche.

—Si Travis no se ha calmado…, necesitarás mucha suerte para pegar ojo aquí. Ayer por la noche, en el pasillo, montó una escena digna de un Oscar. Me sorprende que no llamara nadie a la policía.

—Hoy lo han echado de clase de Historia. Cuando no apareciste, tiró de una patada vuestras mesas. Shep ha oído que te esperó al final de todas tus clases. Está perdiendo la cabeza, Abby. Le dije que lo vuestro se había acabado en el mismo momento en que tomó la decisión de trabajar para Benny. No entiendo cómo pudo pensar ni por un momento que te parecería bien.

—Supongo que nos veremos cuando llegues aquí. No creo que pueda volver a mi habitación todavía.

America y yo fuimos compañeras de habitación durante toda la semana siguiente, y se aseguró de mantener a Shepley alejado para que no tuviera la tentación de avisar a Travis de mis movimientos. Evitar encontrarme con él era un trabajo a tiempo completo. Evité la cafetería a toda costa, la clase de Historia y tomé la precaución de salir de clase antes. Sabía que tendría que hablar con Travis en algún momento, pero no podía hacerlo hasta que se hubiera calmado lo suficiente para aceptar mi decisión.

El viernes por la noche, me quedé a solas, tumbada en la cama y con el teléfono pegado a la oreja. Puse los ojos en blanco cuando me gruñó el estómago.

—Puedo recogerte y llevarte a algún sitio para cenar —dijo America.

Pasé las páginas de mi libro de historia, saltándome aquellas en cuyos márgenes Travis había garabateado notas de amor.

—No, es tu primera noche con Shep en casi una semana, Mare. Simplemente, me pasaré un momento por la cafetería.

—¿Estás segura?

—Sí, saluda a Shep de mi parte.

Caminé lentamente hacia la cafetería, sin prisa por sufrir las miradas de quienes ocupaban las mesas. Todo el campus hervía con la ruptura, y el comportamiento volátil de Travis no ayudaba.

Justo cuando aparecieron ante mí las luces de la cafetería, vi que se acercaba una figura oscura.

—¿Paloma?

Me sobresalté y me detuve en seco. Travis salió a la luz, sin afeitar y pálido.

—¡Cielo santo, Travis! ¡Me has dado un susto de muerte!

—Si contestaras al teléfono cuando te llamo, no tendría que acechar en la oscuridad.

—Tienes un aspecto infernal —dije.

—He bajado por allí una o dos veces esta semana.

Apreté los brazos a mi alrededor.

—Lo cierto es que iba a buscar algo de comer. Te llamo luego, ¿vale?

—No. Tenemos que hablar.

—Trav…

—He rechazado la oferta de Benny. Lo llamé el miércoles y le dije que no.

Había un destello de esperanza en sus ojos, pero desapareció al ver mi expresión.

—No sé qué quieres que diga, Travis.

—Dime que me perdonas. Dime que volverás a salir conmigo.

Apreté los dientes y me prohibí llorar.

—No puedo.

La cara de Travis se arrugó en una mueca. Aproveché la oportunidad para rodearlo, pero él dio un paso a un lado para interponerse en mi camino.

—No he dormido, ni comido…, no puedo concentrarme. Sé que me quieres. Todo será como solía ser…, solo tienes que perdonarme.

Cerré los ojos.

—Somos una pareja disfuncional, Travis. Creo que estás obsesionado con la idea de poseerme más que con cualquier otra cosa.

—Eso no es cierto. Te quiero más que a mi vida, Paloma —dijo él, herido.

—A eso me refiero exactamente. Es una locura.

—No es ninguna locura. Es la pura verdad.

—Bien…, entonces, ¿en qué orden te importan las cosas exactamente? ¿El dinero, yo, tu vida…? ¿O hay algo que te importa más que el dinero?

—Me doy cuenta de lo que he hecho, ¿vale? Entiendo por qué piensas eso, pero, si hubiera sabido que te ibas a marchar, nunca habría… Solo quería cuidar de ti.

—Eso ya lo dijiste.

—Por favor, no hagas esto. No puedo soportar sentirme así… Me…, me está matando —dijo él, exhalando como si lo hubieran obligado a soltar el aire.

—Se acabó, Travis.

Él parpadeó.

—No digas eso.

—Se acabó. Vete a casa.

—Enarcó las cejas.

—Tú eres mi casa.

Sus palabras se clavaron en mí como cuchillos, y noté una opresión tan fuerte en el pecho que me costaba respirar.

—Tú tomaste tu decisión, Trav. Y yo, ahora, he tomado la mía —dije, maldiciendo para mis adentros el temblor de mi voz.

—No me voy a acercar ni a Las Vegas, ni a Benny… Acabaré la universidad. Pero te necesito. Eres mi mejor amiga.

Su voz sonaba desesperada y rota, lo que encajaba con su expresión.

En la penumbra, podía ver que una lágrima le caía del ojo, y al momento siguiente se acercó a mí, y estaba entre sus brazos, con sus labios sobre los míos. Me apretó contra su pecho con fuerza mientras me besaba, y después me cogió la cara entre sus manos, apretando sus labios contra mi boca, desesperado por conseguir una reacción.

—Bésame —susurró él, con su boca contra la mía.

Mantuve los ojos y la boca cerrados, relajada en sus brazos. Necesité hacer acopio de todas mis fuerzas para no mover la boca con la suya, después de haber anhelado sus labios durante toda la semana.

—¡Bésame! —me suplicó—. ¡Por favor, Paloma! ¡Le dije que no!

Cuando sentí el calor de las lágrimas surcándome la cara fría, lo aparté de un empujón.

—¡Déjame en paz, Travis!

Solo me había alejado unos metros cuando me cogió por la muñeca. Dejé el brazo recto y muy estirado detrás de mí. No me volví.

—Te lo estoy suplicando.

Se puso de rodillas bajándome el brazo y tirando de él.

—Te lo ruego, Abby. No hagas esto.

Me volví y vi su expresión agónica, y después mis ojos bajaron desde mis brazo hasta el suyo, en cuya muñeca doblada estaba escrito mi nombre en gruesas letras negras. Desvié la mirada hacia la cafetería. Me había demostrado lo que había temido desde el principio. Por mucho que me quisiera, cuando hubiera dinero de por medio, siempre sería la segunda. Igual que con Mick.

Si cedía, o bien cambiaría su opinión sobre Benny, o bien alimentaría un rencor hacia mí que crecería cada vez que el dinero pudiera haberle facilitado la vida. Lo imaginé con un trabajo de oficina, volviendo a casa con la misma mirada en sus ojos que tenía Mick cuando regresaba después de una noche de mala suerte. Sería culpa mía que su vida no fuera lo que él deseaba, así que no podía permitir que mi futuro estuviera lleno de la amargura y el rencor que había dejado atrás.

—Suéltame, Travis.

Después de varios momentos, finalmente me soltó el brazo. Corrí a la puerta de cristal y la abrí de un tirón sin volverme a mirar atrás. Todos los que estaban allí dentro se quedaron observándome mientras yo caminaba hacia el bufé, y justo cuando llegué a mi destino la gente inclinó la cabeza para mirar por las ventanas al exterior, donde Travis estaba de rodillas, con las palmas planas sobre el suelo.

Verlo tirado así en el pavimento hizo que las lágrimas que había estado reprimiendo empezaran a brotar y a caerme por la cara. Pasé junto a los montones de platos y bandejas, y corrí por el pasillo hasta llegar a los baños. Ya era suficientemente malo que todo el mundo hubiera visto la escena entre Travis y yo. No podía permitir que me vieran llorar.

Me quedé encogida en uno de los lavabos, sollozando de modo incontrolable hasta que oí unos ligeros golpes en la puerta.

—¿Abby?

Me sorbí las lágrimas.

—¿Qué haces aquí, Finch? Estás en el baño de chicas.

—Kara te vio entrar y vino a buscarme a mi habitación. Déjame entrar —dijo con voz suave.

Sacudí la cabeza. Sabía que no podía verme así, pero no podía decir otra palabra. Le oí suspirar y, después, el golpeteo de sus manos sobre el suelo, mientras se arrastraba por debajo de la puerta.

—No puedo creer que me obligues a hacer esto —dijo él, impulsándose con las manos—. Te arrepentirás de no haber abierto la puerta porque acabo de reptar por un suelo cubierto de pis y te voy a dar un abrazo.

Solté una carcajada y entonces mi cara se comprimió en una sonrisa, mientras Finch me estrechaba entre sus brazos. Saqué las rodillas de debajo de mí. Finch, con cuidado, me bajó al suelo e hizo que me apoyara en su regazo.

—Ssshh —dijo él, meciéndome en sus brazos. Suspiró y sacudió la cabeza—. Maldita sea, chica. ¿Qué vamos a hacer contigo?