CIUDAD DEL PECADO
Travis dejó en el suelo nuestras maletas y miró a su alrededor.
—Está bien, ¿no? —Lo fulminé con la mirada y enarcó una ceja—. ¿Qué?
La cremallera de mi maleta chirrió mientras tiraba de ella y sacudía la cabeza. Las diferentes estrategias y la falta de tiempo ocupaban mi mente por completo.
—Esto no son unas vacaciones. No deberías estar aquí, Travis.
Al momento siguiente, estaba detrás de mí, abrazándome por la cintura.
—Yo voy a donde tú vayas.
Apoyé la cabeza contra su pecho y suspiré.
—Tengo que bajar al casino. Puedes quedarte aquí o ir a dar una vuelta por el Strip. Nos vemos después, ¿vale?
—Voy contigo.
—No quiero que vengas, Trav. —En su cara vi que había herido sus sentimientos y le toqué el brazo—. Para ganar catorce mil dólares en un fin de semana, tengo que concentrarme; además, no me gusta quién soy en esas mesas, y no quiero que lo veas, ¿lo entiendes?
Me apartó el pelo de los ojos y me besó en la mejilla.
—Está bien, Paloma.
Travis se despidió de America al salir de la habitación, y ella se acercó a mí con el mismo vestido que llevaba en la fiesta de citas. Yo me cambié y me puse un modelito corto dorado y unos zapatos de tacón. Cuando me miré en el espejo no pude evitar torcer el gesto. America me recogió el pelo y después me entregó un tubo negro.
—Necesitas unas cinco capas más de máscara, y te tirarán el carné a la cara si no te pones colorete en abundancia. ¿Te has olvidado de cómo se juega a esto?
Le quité la máscara de pestañas de la mano y dediqué otros diez minutos más a mi maquillaje. Cuando acabé, mis ojos empezaron a desteñirse.
—Maldita sea, Abby, no llores —dije, levantando la mirada y secándome la parte inferior de los ojos con un papel.
—No tienes que hacer esto. No le debes nada.
America me puso las manos sobre los hombros mientras me miraba en el espejo una última vez.
—Debe dinero a Benny, Mare. Si no lo hago, lo matarán.
Su expresión era de piedad. La había visto mirándome así muchas veces antes, pero en esa ocasión estaba desesperada. Le había visto arruinarme la vida más veces de las que ninguna de las dos podíamos contar.
—¿Y qué pasará la próxima vez? ¿Y la vez siguiente a esa? No puedes seguir haciendo esto.
—Aceptó mantenerse lejos de mí. Mick Abernathy puede ser muchas cosas, pero no falta a su palabra.
Salimos al pasillo y entramos en el ascensor vacío.
—¿Tienes todo lo que necesitas? —pregunté, sin olvidarme de las cámaras.
America golpeó su carné de conducir falso con las uñas y sonrió.
—Me llamo Candy. Candy Crawford —dijo ella en su impecable acento sureño.
Le tendí la mano.
—Jessica James. Encantada de conocerte, Candy.
Después de ponernos las gafas de sol, adoptamos una actitud fría cuando el ascensor se abrió, revelando las luces de neón y el bullicio del casino. Había gente por todas partes, moviéndose en todas las direcciones. Las Vegas era un infierno celestial, el único sitio en el que se pueden encontrar bailarinas con llamativas plumas y elaborado maquillaje, prostitutas con insuficiente aunque aceptable atractivo, hombres de negocios con trajes lujosos y familias enteras en el mismo edificio.
Recorrimos pavoneándonos un pasillo delimitado por cuerdas rojas y le entregamos nuestras identificaciones a un hombre con una chaqueta roja. Se quedó mirándome un momento y me bajé las gafas.
—Sería genial poder entrar en algún momento a lo largo de hoy —dije, hastiada.
Nos devolvió nuestras identificaciones y se apartó a un lado para dejarnos entrar. Pasamos junto a varias filas de tragaperras, las mesas de black jack, y entonces nos detuvimos junto a la ruleta. Escruté el local examinando las diferentes mesas de póquer, hasta que me fijé en la que jugaban los hombres de más edad.
—Esa —dije, señalándola con la cabeza.
—Empieza agresiva, Abby. Ni se darán cuenta de qué ha pasado.
—No. Son perros viejos de Las Vegas. Tengo que jugar con cautela esta vez.
Caminé hasta la mesa, con mi sonrisa más encantadora.
Los locales podían oler a un estafador a kilómetros, pero tenía dos cosas a favor que tapaban el aroma a cualquier engaño: juventud… y un par de tetas.
—Buenas tardes, caballeros. ¿Les importa si me uno a ustedes?
No levantaron la mirada.
—Claro, muñequita. Coge un asiento y ponte guapa. Pero no hables.
—Quiero jugar —dije, dándole a America mis gafas de sol—. No hay suficiente acción en las mesas de black jack.
Uno de los hombres con un puro en la boca dijo:
—Esta es una mesa de póquer, princesa. Tradicional. Prueba suerte en las tragaperras.
Me senté en el único sitio vacío y crucé las piernas con gran ostentación.
—Siempre he querido jugar al póquer en Las Vegas. Y tengo todas estas fichas… —dije, al tiempo que dejaba mi pila de fichas en la mesa—, y soy muy buena por Internet.
Los cinco hombres miraron mis fichas y luego a mí.
—Hay una apuesta mínima, encanto —dijo el crupier.
—¿De cuánto?
—Quinientos, tesoro. Mira…, no quiero hacerte llorar. Hazte un favor y elige una reluciente tragaperras.
Empujé mis fichas hacia delante, encogiéndome de hombros tal y como haría una chica inocente y confiada antes de darse cuenta de que acaba de perder todo su dinero para la universidad. Los hombres se miraron entre sí. El crupier se encogió de hombros y barajó.
—Soy Jimmy —dijo uno de los hombres, tendiéndome la mano. Cuando se la estreché, señaló a los demás—. Mel, Pauli, Joe y ese es Winks.
Levanté la mirada hacia el hombre enjuto que mascaba un palillo y, como me imaginaba, me guiñó un ojo.
Asentí y esperé con fingida excitación a que repartieran la primera mano. Perdí las dos primeras a propósito, pero en la cuarta, ya iba ganando. Aquellos veteranos de Las Vegas no tardaron mucho en sospechar de mí, tal y como había hecho Thomas.
—¿Has dicho que jugabas por Internet? —preguntó Pauli.
—Y con mi padre.
—¿Eres de aquí? —preguntó Jimmy.
—De Wichita —dije.
—Esta no es ninguna jugadora online. Eso os lo aseguro —masculló Mel.
Una hora después me había quedado con doscientos setenta dólares de mis oponentes, y empezaban a sudar.
—No voy —dijo Jimmy, tirando sus cartas con el ceño fruncido.
—Si no lo veo, no lo creo —oí detrás de mí.
America y yo nos volvimos a la vez y mis labios se extendieron en una amplia sonrisa.
—Jesse. —Sacudí la cabeza—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Estás esquilmando mi local, Cookie. ¿Qué haces tú aquí?
Puse los ojos en blanco y me volví hacia mis suspicaces nuevos amigos.
—Sabes que odio ese apodo, Jess.
—Discúlpennos —dijo Jesse, tirándome del brazo para ponerme en pie.
America me miró con recelo mientras me alejaba unos metros.
El padre de Jesse dirigía el casino, y era más que sorprendente que hubiera decidido unirse al negocio familiar. Solíamos perseguirnos por los pasillos del hotel escaleras arriba, y siempre le ganaba cuando hacíamos carreras de ascensores. Había crecido desde la última vez que lo había visto. Lo recordaba como un adolescente desgarbado; el hombre que tenía delante de mí era un supervisor de mesas de casino impecablemente vestido, en absoluto desgarbado y ciertamente hecho todo un hombre. Seguía teniendo la piel sedosa y morena y los ojos verdes que recordaba, pero el resto era una agradable sorpresa.
Los iris esmeralda de sus ojos relucían con las luces brillantes.
—Esto es surrealista. Me pareció que eras tú cuando pasé por aquí, aunque no podía convencerme de que hubieras vuelto, pero, cuando vi a una preciosa jovencita limpiando una mesa de veteranos, supe que eras tú.
—Sí, soy yo —dije—. Estás diferente.
—Tú también. ¿Cómo está tu padre?
—Retirado.
Sonrió.
—¿Hasta cuándo te quedas?
—Solo hasta el domingo. Tengo que volver a la universidad.
—Hola, Jess —dijo America, cogiéndome del brazo.
—America —respondió riéndose—. Debería habérmelo imaginado. Sois inseparables. —Si sus padres se hubieran enterado alguna vez de que la traía aquí, habríamos dejado de serlo hace mucho.
—Me alegro de verte, Abby. ¿Por qué no me dejas invitarte a cenar? —dijo él, dando un repaso a mi vestido.
—Me encantaría ponerme al día, pero no estoy aquí por diversión, Jess.
Me tendió la mano y sonrió.
—Tampoco yo. Dame tu identificación.
Me puse seria al darme cuenta de que tendría que pelear. Jesse no cedería a mis zalamerías tan fácilmente. Supe que tenía que decirle la verdad.
—Estoy aquí por Mick. Se ha metido en problemas.
Jesse se movió nervioso.
—¿Qué tipo de problemas?
—Los de siempre.
—Me gustaría poder ayudar. Nos conocemos desde hace mucho, y sabes que respeto a tu padre, pero también sabes que no puedo dejar que te quedes.
Lo cogí por el brazo y se lo apreté.
—Debe dinero a Benny.
Jesse cerró los ojos y meneó la cabeza.
—Cielo santo.
—Tengo hasta mañana. Te estoy pidiendo un favor enorme, Jesse. Dame tiempo hasta entonces.
Me tocó la mejilla con la palma de su mano.
—Podemos hacer una cosa…, si cenas conmigo mañana, te daré hasta medianoche.
Miré a America y después a Jesse.
—He venido con alguien.
Él se encogió de hombros.
—Lo tomas o lo dejas, Abby. Sabes cómo funcionan las cosas aquí. Nadie da nada por nada.
Suspiré, derrotada.
—Está bien. Nos vemos mañana por la noche en Ferraro’s si me dejas quedarme hasta medianoche.
Se agachó y me besó en la mejilla.
—Me alegro de volver a verte. Hasta mañana… a las cinco en punto, ¿vale? Entro en el casino a las ocho.
Sonreí mientras se alejaba, pero rápidamente mi gesto cambió cuando vi a Travis mirándome desde la mesa de la ruleta.
—Mierda —dijo America, cogiéndome del brazo.
Travis fulminó a Jesse con la mirada mientras pasaba a su lado, y entonces vino hacia mí. Con las manos en los bolsillo, echó una ojeada a Jesse, que nos miraba de soslayo.
—¿Quién era ese?
Asentí hacia donde estaba Jesse.
—Es Jesse Viveros. Lo conozco desde hace mucho.
—¿Cuánto?
Me volví para mirar hacia la mesa de veteranos.
—Travis, no tengo tiempo para esto.
—Supongo que descartó la idea de ser joven ministro —dijo America, mirando con una sonrisa coqueta a Jesse.
—¿Ese es tu exnovio? —preguntó Travis, inmediatamente enfadado—. ¿No me habías dicho que era de Kansas?
Lancé a America una mirada de impaciencia y, luego, cogí a Travis por el mentón, insistiendo en que me dedicara toda su atención.
—Sabe que no tengo la edad suficiente para estar aquí, Trav. Me ha dado hasta medianoche. Te lo explicaré todo después, pero ahora mismo tengo que volver a jugar, ¿vale?
A Travis se le movieron las mandíbulas bajo la piel, pero cerró los ojos y respiró hondo.
—Está bien, nos vemos a medianoche. —Se inclinó para besarme, pero sus labios estaban fríos y distantes—. Buena suerte.
Sonreí mientras se mezclaba entre la multitud y, entonces, dirigí toda mi atención a los jugadores.
—¿Caballeros?
—Siéntate, Shirley Temple —dijo Jimmy—. Vamos a recuperar nuestro dinero. No nos gusta que nos estafen.
—Les deseo lo peor —sonreí.
—Tienes diez minutos —susurró America.
—Lo sé —dije.
Intenté olvidarme del tiempo y de los golpecitos nerviosos que daba America con la rodillas por debajo de la mesa. El bote estaba en dieciséis mil dólares, el más alto de la noche, y me lo jugaba a todo o nada.
—Nunca he visto a nadie como tú, chica. Has hecho prácticamente una partida perfecta. Y no tiene ningún tic, Winks. ¿Te has dado cuenta? —dijo Pauli.
Winks asintió, su alegre despreocupación se había evaporado poco a poco con cada mano.
—Me he fijado. Ni se rasca, ni sonríe, ni siquiera hay cambio alguno en su mirada. No es natural. Todo el mundo tiene algo que lo delata.
—No, todo el mundo no —dijo America, petulante.
Sentí unas manos familiares sobre los hombros. Sabía que era Travis, pero no me atreví a volverme, no con tres mil dólares sobre la mesa.
—Voy —dijo Jimmy.
La muchedumbre que se había reunido a nuestro alrededor aplaudió cuando enseñé mis cartas. Jimmy era el único que podía acercarse a mí con un trío. Nada que mi escalera de color no pudiera batir.
—¡Increíble! —dijo Pauli, lanzando sus dobles parejas sobre la mesa.
—Me retiro —gruñó Joe, antes de levantarse y largarse furioso de la mesa.
Jimmy estaba un poco más alegre.
—Después de esta noche, me puedo morir tranquilo. Me he enfrentado a un contrincante de verdadera altura. Ha sido un placer, Abby.
Me quedé helada.
—¿Lo sabía?
Jimmy sonrió. Los años de fumar puros y beber café habían manchado sus enormes dientes.
—Ya había jugado contigo antes. Hace seis años. He deseado la revancha durante mucho tiempo.
Jimmy me tendió la mano.
—Cuídate, niña. Dile a tu padre que Jimmy Pescelli le envía saludos.
America me ayudó a recoger mis ganancias, y me volví hacia Travis, mientras miraba mi reloj.
—Necesito más tiempo.
—¿Quieres probar en las mesas de black jack?
—No puedo perder dinero, Trav.
Sonrió.
—No puedes perder, Paloma.
America negó con la cabeza.
—El black jack no es su juego.
Travis asintió.
—He ganado un poco de dinero. Seiscientos. Puedes quedártelos.
Shepley me entregó sus fichas.
—Yo solo he conseguido trescientos.
Suspiré.
—Gracias chicos, pero todavía me faltan cinco de los grandes.
Miré de nuevo mi reloj y, cuando levanté la mirada, vi que Jesse se acercaba.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó con una sonrisa.
—Me faltan cinco mil, Jess. Necesito más tiempo.
—He hecho todo lo que he podido, Abby.
Asentí. Sabía que ya le había pedido demasiado.
—Gracias por dejar que me quedara.
—Quizá podría conseguir que mi padre hablara con Benny en tu nombre.
—Es el lío de Mick. Le voy a pedir una prórroga.
Jesse negó con la cabeza.
—Sabes que eso no va a pasar, Cookie, da igual cuánto le lleves. Si no cubre la deuda, Benny enviará a alguien. Quédate tan lejos de él como puedas.
Sentí que me ardían los ojos.
—Tengo que intentarlo.
Jesse dio un paso hacia delante y se agachó para hablar en voz baja.
—Súbete a un avión, Abby. ¿Me oyes?
—Sí, te oigo. —Le solté.
Jesse suspiró, y sus ojos se llenaron de compasión. Me rodeó con los brazos y me besó en el pelo.
—Lo siento. Si no me jugara el trabajo, sabes que intentaría pensar en algo.
Asentí, al tiempo que me apartaba de él.
—Lo sé. Has hecho lo que has podido.
Me levantó la barbilla con el dedo.
—Nos vemos mañana a las cinco.
Se agachó para besarme en la comisura del labio y se alejó sin decir otra palabra. Miré a America, que observaba a Travis. No me atreví a mirarlo a los ojos; no podía ni imaginarme la expresión de enfado de su rostro.
—¿Qué pasa a las cinco? —dijo Travis, con la voz quebrada por la ira contenida.
—Ha aceptado cenar con Jesse si él la dejaba quedarse. No tenía más opción, Trav —dijo America.
Por el tono cauto de la voz de America, sabía que el enfado de Travis era monumental.
Alcé los ojos hacia él, y me fulminó con la misma mirada de quien se siente traicionado que Mick tenía la noche en que se dio cuenta de que yo le había robado su suerte.
—Sí, la tenías.
—¿Alguna vez has tratado con la mafia, Travis? Lo siento si he herido tus sentimientos, pero una comida gratis con un viejo amigo no es un precio alto por salvar la vida de Mick.
Veía que Travis quería contraatacar, pero no había nada que pudiera decir.
—Vamos, chicos, tenemos que encontrar a Benny —dijo America, tirándome del brazo.
Travis y Shepley nos siguieron en silencio mientras bajábamos por el Strip hasta el edificio de Benny. El tráfico en la calle (tanto de coches como de personas) solo empezaba a concentrarse. A cada paso que daba, me embargaba una sensación de angustia y vacío en el estómago, mientras mi mente se apresuraba para encontrar un argumento convincente que hiciera que Benny entrara en razón. Para cuando llegamos ante la gran puerta verde que tantas veces había visto y llamamos, no se me había ocurrido nada que pudiera utilizar.
No fue ninguna sorpresa ver al enorme portero (negro, de aspecto temible y tan ancho como alto), pero me sorprendió encontrar a Benny de pie a su lado.
—Benny —dije con un suspiro.
—Vaya, vaya…, veo que has dejado de ser el Trece de la Suerte, ¿verdad? Mick no me ha dicho que te habías convertido en una chica tan guapa. Te esperaba, Cookie. Creo que tienes un dinero que me pertenece.
Asentí y Benny señaló a mis amigos.
Levanté el mentón para fingir confianza.
—Vienen conmigo.
—Me temo que tus acompañantes tendrán que esperar fuera —dijo el portero en un tono anormalmente profundo y bajo.
Travis inmediatamente me cogió por el brazo.
—No va a ninguna parte sola. Voy con ella.
Benny miró a Travis y tragué saliva. Cuando Benny levantó la mirada hacia su portero y sonrió, me relajé un poco.
—Me parece bien —dijo Benny—. Mick estará encantado de saber que traes a un amigo tan leal contigo.
Antes de seguirlo dentro, me volví y vi la mirada de preocupación en la cara de America. Travis me sujetaba con fuerza por el brazo y se puso, a propósito, entre el portero y yo. Seguimos a Benny hasta el interior de un ascensor, subimos cuatro pisos en silencio y, entonces, las puertas se abrieron.
Había un gran escritorio de caoba en el centro de una amplia habitación. Benny fue cojeando hasta su lujoso sillón y se sentó, mientras nos hacía un gesto para que ocupáramos los dos asientos vacíos que había delante de su mesa. Cuando me acomodé, sentí el frío cuero debajo de mí y me pregunté cuántas personas se habrían sentado en esa misma silla momentos antes de su muerte. Alargué el brazo para coger a Travis de la mano y él me la estrechó para tranquilizarme.
—Mick me debe veinticinco mil. Confío en que tengas todo el dinero —dijo Benny, garabateando algo en un bloc.
—De hecho… —Hice una pausa para aclararme la garganta—. Me faltan cinco mil, Benny. Pero tengo todo el día de mañana para conseguirlos. Y cinco mil no son un problema, ¿verdad? Sabes que soy lo bastante buena para conseguirlos.
—Abigail —dijo Benny frunciendo el ceño—, me decepcionas. Sabes muy bien cuáles son mis reglas.
—Por… por favor, Benny. Te pido que aceptes los diecinueve mil. Tendré el resto mañana.
Los ojos redondos y brillantes de Benny se clavaron primero en mí y luego en Travis, antes de volver de nuevo a mí. Entonces me di cuenta de que dos hombres habían aparecido desde las oscuras esquinas de la habitación. Travis me cogió con más fuerza la mano y yo aguanté la respiración.
—Sabes que solo acepto la cantidad completa. ¿Sabes qué me dice el hecho de que intentes darme algo menos del total? Que no estás segura de poder conseguir toda la cantidad.
Los hombres de las esquinas dieron un paso hacia delante.
—Puedo conseguirte el dinero, Benny —dije, sonriendo nerviosa—. He ganado ochocientos noventa dólares en seis horas.
—Así que me estás diciendo que me entregarás otros ochocientos noventa dentro de seis horas. —Benny sonrió malévolo.
—La fecha límite es mañana a medianoche —dijo Travis, mirando detrás de nosotros y después observando cómo se acercaban los hombres que habían salido de entre las sombras.
—¿Qué…, qué haces, Benny? —pregunté, poniéndome rígida.
—Mick me ha llamado esta noche. Me ha dicho que tú te haces cargo de su deuda.
—Estoy haciéndole un favor. No te debo ningún dinero —dije duramente, movida por mi instinto de supervivencia.
Benny apoyó sus dos gruesos codos en el escritorio.
—Estoy considerando darle una lección a Mick, y tengo curiosidad por averiguar si de verdad tienes tanta suerte, chica.
Travis se levantó de la silla de un bote y me arrastró con él. Se puso delante de mí mientras retrocedía hacia la puerta.
—Josiah está fuera, joven. ¿Cómo crees exactamente que puedes escapar?
Me había equivocado. Cuando pensaba en intentar hacer entrar en razón a Benny, debería haber anticipado la voluntad de Mick de sobrevivir y la decisión de Benny de darle un escarmiento.
—Travis —le avisé, al ver que los matones de Benny se acercaban a nosotros.
Travis me empujó un poco detrás de él y se puso derecho.
—Espero que entiendas, Benny, que no pretendo faltarte al respeto cuando deje inconscientes a tus hombres, pero estoy enamorado de esta chica y no puedo permitirte que le hagas daño.
Benny estalló en una sonora carcajada.
—Chico, tengo que concederte que tienes más cojones que nadie que haya cruzado esas puertas. Voy a prepararte para lo que te espera. El tipo bastante grande que tienes a tu derecha es David y, si no puede acabar contigo con los puños, lo hará con la navaja que guarda en su funda. El hombre de tu izquierda es Dane, y es mi mejor luchador. De hecho, mañana tiene una pelea y nunca ha perdido. Espero que no te hagas daño en las manos, Dane. Hay mucho dinero que depende de ti.
Dane sonrió a Travis con una mirada salvaje y divertida.
—Sí, señor.
—¡Benny, no! ¡Puedo conseguirte tu dinero! —grité.
—Oh, no… Esto se pone interesante por momentos —dijo Benny riéndose, mientras se acomodaba en su sillón.
David se abalanzó sobre Travis y me llevé las manos a la boca. Era un hombre fuerte, pero también torpe y lento. Antes de que David pudiera apartarse o coger su navaja, Travis lo dejó fuera de combate de un rodillazo en la cara. Cuando Travis le lanzó un puñetazo, no malgastó el tiempo y le pegó con todas sus fuerzas. Dos puñetazos y un codazo después, David yacía sangrando en el suelo.
Benny echó la cabeza hacia atrás, riéndose histéricamente y golpeando su escritorio como un niño que se deleita viendo los dibujos un sábado por la mañana.
—Bueno, adelante, Dane. No te habrá asustado, ¿no?
Dane se acercó a Travis con más cuidado, con la atención y la precisión de un luchador profesional. Su puño voló hacia la cara de Travis a una velocidad increíble, pero Travis lo esquivó, al tiempo que embestía con el hombro a Dane con todas sus fuerzas. Se cayeron sobre el escritorio de Benny, y entonces Dane cogió a Travis con ambos brazos y lo lanzó al suelo. Se debatieron en el suelo durante un momento; Dane ganó ventaja y consiguió asestar unos cuantos puñetazos a Travis mientras lo tenía atrapado en el suelo. Me tapé la cara, incapaz de mirar.
Oí un grito de dolor y, cuando volví a mirar, vi a Travis a horcajadas encima de Dane, agarrándolo por el pelo desgreñado, asestándole puñetazo tras puñetazo en un lado de la cabeza. La cara de Dane golpeaba la parte delantera del escritorio de Benny cada vez, hasta que cayó al suelo, desorientado y sangrando.
Travis lo observó durante un momento y volvió al ataque, gruñendo con cada embestida y usando toda su fuerza. Dane lo esquivó una vez y estrelló los nudillos en la mandíbula de Travis.
Travis sonrió y levantó un dedo.
—Ese es el último que vas a dar.
No podía creer lo que oía. Travis había dejado que el matón de Benny le diera. Estaba disfrutando. Nunca había visto a Travis luchar sin restricciones; daba un poco de miedo verle dar rienda suelta a toda su capacidad sobre aquellos asesinos entrenados y comprender que llevaba las de ganas. Hasta ese momento, simplemente no me había dado cuenta de qué era capaz de hacer.
Con la perturbadora risa de Benny de fondo, Travis remató la faena clavándole el codo en plena cara y dejándolo inconsciente antes de que cayera al suelo. Observé cómo su cuerpo rebotaba una vez sobre la alfombra de importación de Benny.
—¡Sorprendente, muchacho! ¡Simplemente increíble! —dijo Benny, mientras aplaudía encantado.
Travis me empujó detrás de él, mientras Josiah ocupaba el umbral con su enorme cuerpo.
—¿Quiere que me ocupe de esto, señor?
—¡No! No, no… —dijo Benny, todavía aturdido por la actuación improvisada—. ¿Cómo te llamas?
Travis todavía respiraba agitadamente.
—Travis Maddox —dijo él, limpiándose la sangre de Dane y David en los tejanos.
—Travis Maddox, me parece que puedes ayudar a tu novia a salir de esta.
—¿Cómo? —resopló Travis.
—Se suponía que Dane iba a pelear mañana por la noche. Tenía un montón de dinero que dependía de él, y me parece que Dane no estará en forma para ganar ninguna pelea durante algún tiempo. Te ofrezco la posibilidad de ocupar su lugar, hazme ganar una pasta y perdonaré los cinco mil que faltan de la deuda de Mick.
Travis se volvió hacia mí.
—¿Paloma?
—¿Estás bien? —pregunté, mientras le limpiaba la sangre de la cara.
Me mordí el labio, torciendo el gesto con una mezcla de miedo y alivio.
Travis sonrió.
—No es mi sangre, nena. No llores.
Benny se puso de pie.
—Soy un hombre ocupado. ¿Pasas o juegas?
—Lo haré —dijo Travis—. Dime cuándo y dónde, y allí estaré.
—Tendrás que pelear contra Brock McMann. No es ningún principiante. Lo vetaron en la UFC el año pasado.
Travis no se inmutó.
—Dime solo dónde tengo que estar.
La sonrisa de tiburón propia de Benny se extendió en su cara.
—Me gustas, Travis. Creo que seremos buenos amigos.
—Lo dudo mucho —dijo Travis.
Me abrió la puerta y mantuvo una postura protectora hasta que llegamos a la puerta delantera.
—¡Cielo santo! —gritó America al ver las salpicaduras de sangre que cubrían la ropa de Travis.
—¿Estáis bien, chicos?
Ella me cogió de los hombros y me escrutó la cara.
—Estoy bien. Solo otro día duro en la oficina. Para los dos —dije, secándome los ojos.
Travis me cogió de la mano y corrimos al hotel con Shepley y America siguiéndonos de cerca. No mucha gente se fijó en la apariencia de Travis. Estaba cubierto de sangre, pero solo algunos visitantes parecían darse cuenta.
—¿Qué demonios ha pasado ahí dentro? —preguntó finalmente Shepley.
Travis se quedó en ropa interior y desapareció en el baño. Abrió la ducha y America me llevó una caja de pañuelos.
—Estoy bien, Mare.
Suspiró y volvió a ofrecerme la caja de pañuelos.
—No, no lo estás.
—Este no es mi primer rodeo con Benny —dije.
Notaba los músculos doloridos por veinticuatro horas de tensión inducida por el estrés.
—Es la primera vez que ves a Travis darle una paliza de muerte a alguien —dijo Shepley—. Yo lo vi una vez, y no es agradable.
—¿Qué ha pasado? —insistió America.
—Mick llamó a Benny. Me pasó su deuda a mí.
—¡Voy a matarlo! ¡Voy a matar a ese pedazo de hijo de puta! —gritó America.
—No pensaba hacerme responsable, pero quería dar una lección a Mick por enviar a su hija a pagar su deuda. Lanzó a dos de sus malditos perros contra nosotros y Travis se deshizo de ellos. De los dos. En menos de cinco minutos.
—¿Y Benny dejó que os fuerais? —preguntó America.
Travis salió del baño con una toalla alrededor de la cintura; la única prueba de su pelea era una pequeña marca roja en la mejilla, debajo del ojo derecho.
—Uno de los tíos a los que dejé inconscientes tenía una pelea mañana por la noche. Lo sustituiré y, a cambio, Benny perdonará a Mick los cinco mil que le debe todavía.
America se puso de pie.
—¡Esto es ridículo! ¿Por qué estamos ayudando a Mick, Abby? Te ha echado a los leones. ¡Voy a matarlo!
—No, si yo lo mato primero —soltó Travis entre dientes.
—Ponte a la cola —dije.
—Entonces, ¿vas a pelear mañana? —preguntó Shepley.
—En un sitio llamado Zero’s. A las seis en punto. Contra Brock McMann, Shep.
Shepley sacudió la cabeza.
—Ni de coña. Joder, ni de coña, Travis. ¡Ese tío está loco!
—Sí —dijo Travis—, pero él no va a pelear por su chica, ¿verdad? —Travis me meció entre sus brazos y me besó en la coronilla—. ¿Estás bien, Paloma?
—Esto está mal. Está mal por muchísimos motivos. No sé por cuál empezar.
—¿No me has visto esta noche? Estaré bien. Ya he visto luchar a Brock antes. Es duro, pero no invencible.
—No quiero que hagas esto, Trav.
—Bueno, yo tampoco quiero que vayas a cenar con tu exnovio mañana por la noche. Supongo que los dos tendremos que pasar por el aro para salvar al inútil de tu padre.
Lo había visto antes. Las Vegas cambiaba a la gente: creaba monstruos y destrozaba a los hombres. Era fácil dejar que las luces y los sueños robados se mezclaran con tu sangre. Había visto la mirada llena de energía e invencible de Travis muchas veces mientras crecía, y la única cura era un avión de vuelta a casa.
Jesse frunció el entrecejo cuando volví a mirar el reloj.
—¿Tienes que estar en algún otro sitio, Cookie? —preguntó Jesse.
—Por favor, deja de llamarme así, Jesse. Lo detesto.
—Yo también detesté que te fueras. Pero eso no te lo impidió.
—Esta conversación está más que agotada. Cenemos y ya está, ¿vale?
—Vale, hablemos de tu nuevo novio. ¿Cómo se llama? ¿Travis? —Asentí—. ¿Qué haces con ese psicópata tatuado? Parece que lo hayan echado de la familia Manson.
—Sé bueno, Jesse, o me largo de aquí.
—No me hago a la idea de lo mucho que has cambiado. No puedo creerme que estés aquí sentada delante de mí.
Puse los ojos en blanco.
—Pues ya va siendo hora.
—Ahí está —dijo Jesse—, la chica que recuerdo.
Consulté la hora en mi reloj.
—La pelea de Travis es dentro de veinticinco minutos. Será mejor que me vaya.
—Todavía tienen que traernos el postre.
—No puedo, Jess. No quiero que se preocupe por si voy a aparecer. Es importante.
Dejó caer los hombros.
—Lo sé. Añoro los días en los que yo era importante.
Apoyé mi mano sobre la suya.
—Éramos solo unos niños. Ha pasado toda una vida.
—¿Cuándo crecimos? Tu presencia aquí es una señal, Abby. Pensaba que no volvería a verte y ahora te tengo sentada aquí delante. Quédate conmigo.
Lentamente, dije que no con la cabeza, vacilante, porque sabía que iba a herir a mi amigo más antiguo.
—Lo amo, Jess.
Su decepción oscureció la ligera sonrisa de su cara.
—Entonces será mejor que te vayas.
Lo besé en la mejilla y salí volando del restaurante a coger un taxi.
—¿Adónde vamos? —preguntó el conductor.
—A Zero’s.
El conductor se volvió para mirarme y me echó un buen vistazo.
—¿Está segura?
—Desde luego. ¡Vamos! —dije, lanzando dinero sobre el asiento.