FULL
Me di la vuelta y escruté mi reflejo con escepticismo. El vestido era blanco, con la espalda al aire y peligrosamente corto; la parte superior se sujetaba con un tirante corto de piedras de bisutería alrededor del cuello.
—¡Vaya! Travis se va a mear encima cuando te vea así —dijo America.
Puse los ojos en blanco.
—¡Qué romántico!
—Ya está, te quedas con ese. No te pruebes ninguno más, ese es el mejor —dijo ella, aplaudiendo emocionada.
—¿No te parece demasiado corto? Mariah Carey enseña menos carne.
America sacudió la cabeza.
—Insisto.
Di otra vuelta, mientras America se probaba un modelo tras otro; le costaba más decidirse cuando el vestido era para ella. Acabó eligiendo uno extremadamente corto, ajustado y color maquillaje que dejaba un hombro al aire.
Fuimos en su Honda hasta el apartamento, donde descubrimos que se habían llevado el Charger y que Toto estaba solo. America sacó su teléfono y marcó. Cuando Shepley descolgó, sonrió.
—¿Dónde estáis, cariño? —Asintió con la cabeza y entonces me miró—. ¿Por qué iba a enfadarme? ¿Qué tipo de sorpresa? —dijo con cautela.
Volvió a mirarme, se metió en el dormitorio de Shepley y cerró la puerta.
Rasqué las pequeñas orejas puntiagudas de Toto, mientras America murmuraba en el dormitorio. Cuando volvió a salir, intentó reprimir una sonrisa.
—¿Qué están tramando? —pregunté.
—Vienen de camino. Dejaré que sea Travis quien te lo cuente —dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja.
—Oh, Dios mío…, ¿qué? —pregunté.
—Acabo de decir que no puedo decírtelo. Es una sorpresa.
Me puse a juguetear con el pelo y a morderme las uñas, incapaz de quedarme quieta mientras esperaba a que Travis me desvelara su última sorpresa. Una fiesta de cumpleaños, un cachorro… No conseguía imaginarme qué podía venir después.
El poderoso motor del Charger de Shepley anunció su llegada. Los chicos se reían mientras subían las escaleras.
—Están de buen humor —dije—. Es buena señal.
Shepley entró el primero.
—Es que quería que pensaras que había una razón para que él se hiciera uno, y yo no.
America se levantó para recibir a su novio y lo rodeó con sus brazos.
—Qué tonto eres, Shep. Si quisiera un novio loco, saldría con Travis.
—No tiene nada que ver con lo que siento por ti —añadió Shepley.
Travis entró por la puerta con una gasa cuadrada en la muñeca. Me sonrió y después se dejó caer en el sofá, apoyando la cabeza en mi regazo.
No podía apartar la mirada del vendaje.
—A ver…, ¿qué has hecho?
Travis sonrió y me hizo agacharme para besarlo. Notaba su nerviosismo. En apariencia sonreía, pero tenía el claro convencimiento de que no estaba seguro de cómo iba a reaccionar yo a lo que había hecho.
—He hecho unas cuantas cosas hoy.
—¿Como qué? —pregunté suspicaz.
Travis se rio.
—Tranquila, Paloma. Nada malo.
—¿Qué te ha pasado en la muñeca? —dije, mientras le levantaba la mano por los dedos. Un estruendoso motor diésel se detuvo fuera y Travis se levantó de un salto del sofá para abrir la puerta.
—¡Ya iba siendo hora! ¡Llevo en casa al menos cinco minutos! —dijo con una sonrisa.
Un hombre entró de espaldas y cargando un sofá fris cubierto de plástico, seguido por otro hombre que sujetaba la parte trasera. Shepley y Travis movieron el antiguo sofá (conmigo y Toto todavía encima) hacia delante y los hombres dejaron el nuevo en su lugar. Travis quitó el plástico y después me levantó en brazos, dejándome después sobre los blandos cojines.
—¿Has comprado uno nuevo? —pregunté con una sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, y he hecho un par de cosas más. Gracias, chicos —dijo, mientras los transportistas levantaban el viejo sofá y se iban por donde habían venido.
—Ahí se van un montón de recuerdos —ironicé.
—Ninguno que quiera recordar. —Se sentó a mi lado y suspiró, observándome durante un momento antes de quitarse el esparadrapo que sujetaba la gasa de su brazo—. Por favor, te pido que no alucines.
En mi mente se agolparon la conjeturas sobre lo que podía ocultar ese vendaje. Me imaginé una quemadura, o puntos, o alguna otra cosa igual de truculenta.
Apartó el vendaje y yo ahogué un grito al ver el simple tatuaje negro sobre la parte interior de su muñeca; la piel de alrededor todavía estaba roja y brillante por el antibiótico que se había untado. Sacudí la cabeza sin poder creer la palabra que estaba leyendo.
Paloma
—¿Te gusta? —me preguntó.
—¿Te has tatuado mi nombre en la muñeca? —dije esas palabras, pero no reconocía mi propia voz. Mi mente se dispersó en múltiples ideas, y aun así conseguí hablar con un tono de voz tranquilo y homogéneo.
—Sí.
Me besó en la muñeca mientras yo no dejaba de mirar la tinta permanente en su piel, sin creer lo que veían mis ojos.
—Intenté disuadirlo, Abby. Lleva bastante tiempo sin cometer ninguna locura. Creo que tenía mono —dijo Shepley, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué te parece? —me apremió Travis.
—No sé qué pensar —dije.
—Deberías habérselo preguntado primero, Trav —dijo America, meneando la cabeza y tapándose la boca con los dedos.
—¿Preguntarle qué? ¿Si podía hacerme un tatuaje? —Se volvió hacia mí con el ceño fruncido—. Te amo y quiero que todo el mundo sepa que soy tuyo.
Me moví inquieta.
—Eso es permanente, Travis.
—Y también lo nuestro —dijo él, acariciándome la mejilla.
—Enséñale el resto —dijo Shepley.
—¿El resto? —dije, mirándole la otra muñeca.
Travis se levantó y se subió la camiseta, dejando al descubierto sus impresionantes abdominales, que se estiraban y tensaban con el movimiento. Travis se dio la vuelta y en el costado tenía otro tatuaje reciente que se extendía por las costillas.
—¿Qué es eso? —pregunté, entrecerrando los ojos para mirar los símbolos verticales.
—Es hebreo —dijo Travis con una sonrisa nerviosa.
—¿Qué significa?
—Pone: «Pertenezco a mi amada, y mi amada a mí».
Mis ojos se clavaron en los suyos.
—¿No te bastaba con un tatuaje, sino que has tenido que hacerte dos?
—Es algo que siempre dije que haría cuando conociera a la Chica adecuada. Te he conocido…, así que fui a hacerme los tatuajes.
Su sonrisa desapareció cuando vio la expresión de mi cara.
—Estás cabreada, ¿no? —dijo él, mientras se bajaba la camiseta.
—No estoy enfadada. Es que… es un poco abrumador.
Shepley acercó a America y la estrechó con un brazo.
—Será mejor que te acostumbres ya, Abby. Travis es impulsivo y va hasta el final con todo. Esto le ayudará a sobrevivir hasta que pueda ponerte un anillo en el dedo.
America enarcó las cejas, me miró a mí y luego a Shepley.
—Pero ¿qué dices? ¡Si acaban de empezar a salir!
—Me…, me parece que necesito una copa —dije, de camino a la cocina.
Travis se rio, mientras me observaba rebuscar en los armarios.
—Está de broma, Paloma.
—¿Ah, sí? —preguntó Shepley.
—No hablaba de ningún momento próximo —dijo Travis, intentando quitar hierro a la situación. Se volvió hacia Shepley y farfulló—: Muchas gracias, capullo.
—Quizá ahora dejes de hablar de eso —dijo burlón Shepley.
Me serví un chupito de whisky en un vaso, eché la cabeza hacia atrás y me lo bebí de un solo trago. Torcí el gesto cuando el líquido me quemó al bajar por la garganta.
Travis me envolvió dulcemente con sus brazos por la cintura desde atrás.
—No te estoy pidiendo que nos casemos, Paloma. Solo son tatuajes.
—Lo sé —dije, asintiendo mientras me servía otra copa.
Travis me quitó la botella de la mano y enroscó el tapón antes de volver a guardarla en el armarito. Cuando no me volví, me movió por las caderas para que lo mirara de frente.
—Está bien. Debería habértelo dicho antes, pero decidí comprar el sofá, y una cosa me llevó a la otra. Me pudo la emoción.
—Esto va muy rápido para mí, Travis. Has hablado de que vivamos juntos, acabas de tatuarte mi nombre, me estás diciendo que me amas…, todo esto va muy… rápido.
Travis torció el gesto.
—Estás alucinando. Te he pedido que no lo hicieras.
—Es complicado no hacerlo. ¡Has descubierto lo de mi padre, y todo lo que sentías antes se ha magnificado de golpe!
—¿Quién es tu padre? —preguntó Shepley, claramente disgustado por no seguir la conversación. Cuando ignoré su pregunta, suspiró—. ¿Quién es su padre? —preguntó a America, que dijo que no con la cabeza, displicente.
La expresión de la cara de Travis se retorció con disgusto.
—Lo que siento por ti no tiene nada que ver con tu padre.
—Mañana vamos a ir a esa superfiesta de citas. Se supone que será el gran momento en el que anunciaremos nuestra relación, o algo así, y ahora vas y te tatúas mi nombre en el brazo y ese proverbio sobre cómo nos pertenecemos el uno al otro. Es para alucinar, ¿vale? ¡Así que estoy alucinando!
Travis me cogió la cara y me besó en la boca; después me levantó del suelo y me dejó sobre la encimera. Su lengua pidió entrar en mi boca y, cuando la dejé entrar, gimió.
Clavó los dedos en mis caderas y me acercó más a él.
—Estás tan increíblemente sexi cuando te enfadas —susurró contra mis labios.
—Vale —dije suspirando—, ya me he calmado.
Sonrió complacido porque su plan de distracción había funcionado.
—Todo sigue igual, Paloma. Solo tú y yo.
—Estáis como cabras —dijo Shepley, sacudiendo la cabeza.
America le dio una palmadita juguetona a Shepley en el hombro.
—Abby también ha comprado algo para Travis hoy.
—¡America! —la regañé.
—¿Has encontrado un vestido? —preguntó él sonriendo.
—Sí —lo rodeé con las piernas y los brazos—. Mañana será tu turno de alucinar.
—Lo espero con impaciencia —dijo él, mientras me bajaba de la encimera.
Me despedí de America con la mano mientras Travis me llevaba por el pasillo.
El viernes después de clase, America y yo pasamos la tarde en el centro, arreglándonos y mimándonos. Nos hicieron la manicura y la pedicura, nos depilaron con cera el vello que sobraba, nos bronceamos y nos hicimos mechas. Cuando volvimos al apartamento, todas las superficies estaban cubiertas de ramos de rosas. Rojas, rosas, amarillas y blancas: parecía una floristería.
—¡Oh, Dios mío! —gritó America cuando entró por la puerta.
Shepley miró a su alrededor, orgulloso.
—Fuimos a compraros flores, pero los dos pensamos que un solo ramo no era suficiente.
Abracé a Travis.
—Chicos sois…, sois increíbles. Gracias.
Me dio una palmadita en la trasero.
—Treinta minutos para irnos a la fiesta, Paloma.
Los chicos se vistieron en la habitación de Travis, mientras nosotras nos metíamos en nuestros vestidos en la de Shepley. Justo cuando me ponía mis zapatos de tacón plateados, llamaron a la puerta.
—Hora de irse, señoritas —dijo Shepley.
America salió, y Shepley silbó.
—¿Dónde está? —preguntó Travis.
—Abby está teniendo algunos problemillas con su zapato. Saldrá en un segundo —explicó America.
—¡El suspense me está matando, Paloma! —gritó Travis.
Salí de la habitación, colocándome bien el vestido, mientras Travis estaba de pie delante de mí, con la cara pálida.
America le dio un codazo y él parpadeó.
—¡Joder!
—¿Estás listo para alucinar? —preguntó America.
—No estoy alucinando. Está genial —dijo Travis.
Sonreí y lentamente me di media vuelta para enseñarle el pronunciado escote de la espalda del vestido.
—Vale, ahora sí estoy alucinando —dijo acercándome y haciéndome girar.
—¿No te gusta? —pregunté.
—Necesitas una chaqueta.
Corrió al perchero y a toda prisa me echó el abrigo por encima de los hombros.
—No puede llevar eso toda la noche, Trav —dijo America riéndose.
—Estás preciosa, Abby —dijo Shepley como disculpa por el comportamiento de Travis. La expresión de Travis al hablar era de aflicción.
—Desde luego. Estás increíble…, pero no puedes ir así vestida. La falda es… guau… y tus piernas… La falda es demasiado corta y falta la mitad del vestido. ¡Ni siquiera tiene espalda!
No pude contener una sonrisa.
—Está hecho así, Travis.
—Vosotros dos vivís para torturaros el uno al otro, ¿no? —dijo Shepley con el ceño fruncido.
—¿No tienes otro vestido? —preguntó Travis.
Bajé la mirada.
—Lo cierto es que es bastante normal por delante. Solo por detrás deja más piel a la vista.
—Paloma —pronunció las siguientes palabras con un gesto de dolor—, no quiero que te enfades, pero no puedo llevarte a la casa de mi hermandad vestida así. Me meteré en una pelea a los cinco minutos.
Me puse de puntillas y lo besé en los labios.
—Tengo fe en ti.
—Esta noche va a ser un desastre —gruñó él.
—No, va a ser genial —dijo America, ofendida.
—Piensa en lo fácil que será quitarlo después —dije, besándolo en el cuello.
—Ese es el problema. Eso mismo pensarán todos los demás chicos.
—Pero tú eres el único que conseguirá comprobarlo. —No respondió y me eché hacia atrás para evaluar la expresión de su cara—. ¿De verdad quieres que me cambie?
Travis escudriñó mi cara, mi vestido, mis piernas y después soltó una exhalación.
—Da igual lo que te pongas. Estás preciosa. Creo que debería empezar a acostumbrarme ya, ¿no? —Me encogí de hombros y él sacudió la cabeza—. Vale, ya se nos ha hecho tarde. Vámonos.
Me acurruqué junto a Travis para entrar en calor mientras íbamos del coche a la casa de Sigma Tau. El ambiente estaba cargado de humo, y hacía calor. La música atronaba en el sótano, y Travis movió la cabeza siguiendo el ritmo. Todo el mundo pareció darse la vuelta a la vez. No estaba segura de si nos miraban porque Travis estaba en una fiesta de citas, porque llevaba pantalones de vestir o por mi vestido, pero todos nos miraban.
America se acercó y me susurró al oído:
—Estoy tan contenta de que estés aquí, Abby… Me siento como si acabara de entrar en una película de Molly Ringwald.
—Me alegra ser de ayuda —mascullé.
Travis y Shepley se llevaron nuestros abrigos y después nos condujeron hasta la cocina. Shepley cogió cuatro cervezas del frigorífico, le dio una a America y otra a mí. Nos quedamos en la cocina, escuchando a los compañeros de hermandad de Travis discutir sobre su última pelea. Las chicas que los acompañaban resultaron ser las mismas rubias tetonas que siguieron a Travis a la cafetería la primera vez que hablamos.
Lexie era fácil de reconocer. No podía olvidar la mirada que puso cuando Travis la echó de su regazo por insultar a America. Me observaba con curiosidad y parecía estudiar cada palabra que decía. Sé que estaba intrigada por saber qué me hacía aparentemente irresistible para Travis, y me descubrí a mí misma esforzándome por demostrárselo. No solté a Travis ni un momento, añadía ocurrencias inteligentes en los momentos precisos de la conversación y bromeaba con él sobre sus nuevos tatuajes.
—Tío, ¿llevas el nombre de tu chica en la muñeca? ¿Qué demonios se te pasó por la cabeza para hacer eso? —dijo Brad.
Travis giró la mano con orgullo para enseñarle mi nombre.
—Estoy loco por ella —dijo él, mirándome con ternura.
—Pero si apenas la conoces —soltó Lexie.
No apartó sus ojos de los míos.
—La conozco. —Frunció el entrecejo—. Pensaba que el tatuaje te había asustado. ¿Ahora fardas de él?
Me acerqué para besarle en la mejilla y me encogí de hombros.
—Conforme pasa el tiempo, me gusta más.
Shepley y America se abrieron paso hacia las escaleras que llevaban al sótano y los seguimos, cogidos de la mano. Habían pegado los muebles a las paredes para hacer sitio a una improvisada pista de baile. Justo cuando bajábamos las escaleras, empezó a sonar una canción lenta.
Travis no dudó en llevarme hasta el centro; se pegó a mí y me llevó la mano a su pecho.
—Estoy contento de no haber venido a una de estas cosas antes. Es genial haberte traído solo a ti.
Sonreí y apreté la mejilla contra su pecho. Puso la mano sobre la parte inferior de mi espalda, cálida y suave contra mi piel desnuda.
—Este vestido hace que todo el mundo te mire —dijo él. Levanté la mirada, esperando ver una expresión tensa, pero estaba sonriendo—. Supongo que es bastante guay… estar con la chica a la que todo el mundo desea.
Puse los ojos en blanco.
—No me desean. Sienten curiosidad por saber por qué me deseas tú. Y, en cualquier caso, me da pena quien piense que tiene una oportunidad. Estoy irremediable y completamente enamorada de ti.
Una mirada de angustia oscureció su rostro.
—¿Sabes por qué te quiero? No sabía que estaba perdido hasta que me encontraste. No sabía lo solo que me encontraba hasta la primera noche que pasé sin ti en mi casa. Eres lo único que he hecho bien. Eres todo lo que he estado esperando, Paloma.
Alargué los brazos para tomar su cara entre mis manos y él me rodeó con sus brazos, levantándome del suelo. Apreté los labios contra los suyos, y él me besó con la emoción de todo lo que acababa de decir. En ese preciso momento me di cuenta de por qué se había hecho ese tatuaje, por qué me había elegido y por qué yo era diferente. No era solo yo, no era solo él: la excepción era lo que formábamos juntos.
Un ritmo más rápido hizo vibrar los altavoces, y Travis me dejó en el suelo.
—¿Todavía quieres bailar?
America y Shepley aparecieron a nuestro lado y enarqué una ceja.
—Si crees que puedes seguirme el ritmo.
Travis sonrió burlón.
—Ponme a prueba.
Moví mis caderas contra las suyas y subí la mano por su camisa, hasta desabrocharle dos botones, Travis se rio y sacudió la cabeza, y yo me di media vuelta, moviéndome contra él siguiendo el ritmo. Me cogió por las caderas, mientras yo echaba la mano hacia atrás y lo agarraba por el trasero. Me incliné hacia delante y él me clavó los dedos en la piel. Cuando me enderecé, me tocó la oreja con los labios.
—Sigue así y nos iremos pronto.
Me di media vuelta y sonreí, echándole los brazos alrededor del cuello. Se apretó contra mí y yo le saqué la camisa y deslicé mis manos por su espalda, apretando los dedos contra sus músculos sin grasa, y después sonreí ante el ruido que hizo cuando probé su cuello.
—Cielo santo, Paloma, me estás matando —dijo él, agarrándome el dobladillo de la falda, subiéndola lo justo para rozarme los muslos con las yemas de los dedos.
—Me parece que ya sabemos en qué consiste su atractivo —dijo Lexie en tono despectivo desde detrás de nosotros.
America se giró y se abalanzó furiosa hacia Lexie con ganas de pelea. Shepley la cogió justo a tiempo.
—¡Repite eso! —dijo America—. ¡Atrévete a decírmelo a la cara, zorra!
Lexie se protegió detrás de su novio, conmocionada por la amenaza de America.
—¡Será mejor que le pongas un bozal a tu cita, Brad —le avisó Travis.
Dos canciones después, noté el pelo en la nuca pesado y húmedo. Travis me besó justo debajo de la oreja.
—Vamos, Paloma. Necesito un cigarrillo.
Me condujo escaleras arriba y cogió mi abrigo antes de guiarme hasta el segundo piso. Salió a la terraza y nos encontramos con Parker y su cita. Era más alta que yo, y tenía el pelo corto y oscuro, recogido con una sola horquilla. Me fijé inmediatamente en sus tacones de aguja, porque rodeaba la cadera de Parker con la pierna. Ella estaba de pie con la espalda pegada contra la pared de ladrillos; cuando Parker se dio cuenta de que nos íbamos, sacó la mano de debajo de la falda de su acompañante.
—Abby —dijo él, sorprendido y sin aliento.
—¿Qué hay, Parker? —dije, ahogando la risa.
—¿Qué tal te van las cosas?
Sonreí educadamente.
—Muy bien, ¿y a ti?
—Eh… —Miró a su cita—. Abby, esta es Amber. Amber…, Abby.
—¿Abby, Abby? —preguntó ella.
Parker asintió rápidamente y algo incómodo.
Amber me estrechó la mano con cara de asco, y entonces miró a Travis como si acabara de toparse con su enemigo.
—Encantada de conocerte…, supongo.
—Amber —la avisó Parker.
Travis soltó una carcajada y entonces les sujetó las puertas para que pasaran. Parker cogió a Amber de la mano y se retiró al interior de la casa.
—Ha sido… raro —dije, sacudiendo la cabeza mientras doblaba los brazos y me apoyaba contra la verja.
Hacía frío, y solo había un par de parejas fuera. Travis era todo sonrisas. Ni siquiera Parker podía arruinarle su buen humor.
—Al menos ha seguido adelante y ha dejado de hacer todo lo posible por recuperarte.
—No creo que intentara tanto recuperarme como alejarme de ti.
Travis arrugó la nariz.
—Llevó a una chica a su casa por mí una vez. Ahora actúa como si siempre tuviera que entrar en escena para salvar a todas las estudiantes novatas que me he ligado.
Le lancé una mirada irónica por el rabillo del ojo.
—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que odio esa palabra?
—Lo siento —dijo, acercándome a él.
Se encendió un cigarrillo y dio una profunda calada. El humo que soltó era más espeso de lo habitual al mezclarse con el aire del invierno. Volvió la mano y observó durante un buen rato su muñeca.
—¿Te parece muy raro que este tatuaje no solo se haya convertido en mi favorito, sino que además me haga sentir cómodo saber que está ahí?
—Pues sí, es bastante raro.
Travis enarcó una ceja y me reí.
—Solo bromeo. No acabo de entenderlo, pero es dulce…, muy al estilo Travis Maddox.
—Si es tan genial llevar esto en el brazo, ni me imagino cómo será ponerte un anillo en el dedo.
—Travis…
—Dentro de cuatro o cinco años —continuó.
—Uf… Tenemos que ir más despacio.
—No empieces con eso, Paloma.
—Si seguimos a este ritmo, acabaré de ama de casa y embarazada antes de graduarme. No estoy lista para mudarme contigo, no estoy lista para un anillo y, desde luego, no estoy lista para formar una familia.
Travis me agarró por los hombros y me dio la vuelta para que lo mirara de frente.
—Este no será el discursito de «quiero que veamos a otra gente», ¿no? Porque no estoy dispuesto a compartirte. ¡Joder! De ninguna manera.
—No quiero a nadie más —dije, exasperada.
Se relajó y me soltó los hombros, apoyándose en la verja.
—Entonces, ¿qué quieres decir? —me preguntó él, mirando al horizonte.
—Solo digo que necesito ir más despacio. Nada más.
Él asintió, claramente disgustado. Le toqué el brazo.
—No te enfades.
—Parece que damos un paso hacia delante y dos hacia atrás, Paloma. Cada vez que creo que estamos en la misma sintonía, levantas un muro entre nosotros. No lo pillo…, la mayoría de las chicas acosan a sus novios para que vayan en serio, para que hablen de sus sentimientos, para que den el siguiente paso…
—Pensaba que ya habíamos dejado claro que no soy como la mayoría de las chicas.
Dejó caer la cabeza, frustrado.
—Estoy cansado de conjeturas. ¿Adónde crees que va esto, Abby?
Apreté los labios contra su camisa.
—Cuando pienso en mi futuro, te veo a ti en él.
Travis se relajó y me acercó a él. Nos quedamos observando las nubes nocturnas moverse por el cielo. Las luces de la universidad salpicaban el bloque oscuro, y los asistentes a la fiesta se sujetaban los gruesos abrigos y se apresuraban a refugiarse en la calidez del edificio de la hermandad.
En los ojos de Travis descubrí la misma paz que solo había visto un puñado de veces, y me impresionó pensar que, igual que las otras noches, su expresión de satisfacción era resultado directo de mi consuelo.
Sabía por experiencia propia qué era la inseguridad, la de aquellos que soportaban un golpe de mala suerte tras otro, de hombres que se asustaban de su propia sombra. Era fácil temer el lado oscuro de Las Vegas, el lado que las luces de neón y los brillos no parecían tocar jamás. Sin embargo, a Travis Maddox no le asustaba pelear, defender a alguien que le importara o mirar a los ojos humillados y enfadados de una mujer despechada. Podía entrar en una habitación y sostener la mirada de alguien el doble de grande que él, puesto que creía que nadie lo tocaría, que era capaz de vencer cualquier cosa que intentara hacerlo caer.
No le asustaba nada. Hasta que me conoció a mí.
Yo era la única parte misteriosa de su vida, era su comodín, la variable que no podía controlar. Aparte de los instantes de paz que le había proporcionado, cualquier otro momento de cualquier otro día, la agitación que sentía sin mí era diez veces peor en mi presencia. Cada vez le costaba más controlar la ira que se apoderaba de él. Ser la excepción ya no era algo misterioso o especial. Me había convertido en su debilidad. Igual que había pasado con mi padre.
—¡Abby! ¡Aquí estás! ¡Te he estado buscando por todas partes! —dijo America, cruzando a toda prisa la puerta. Llevaba el móvil en la mano.
—Acabo de hablar por teléfono con mi padre. Mick los llamó ayer por la noche.
—¿Mick? —El gesto de mi cara se torció por el disgusto—. ¿Y por qué narices los ha llamado? —America levantó las cejas como si debiera conocer la respuesta.
—Tu madre no dejaba de colgarle el teléfono.
—¿Qué quería? —dije, sintiéndome mareada.
Apretó los labios.
—Saber dónde estabas.
—No se les habrá ocurrido decírselo, ¿no?
La cara de America fue todo un poema.
—Es tu padre, Abby. Papá pensó que tenía derecho a saberlo.
—Se presentará aquí —dije, sintiendo que me ardían los ojos—. ¡Va a presentarse aquí, Mare!
—¡Lo sé! ¡Lo siento! —dijo ella, intentando abrazarme.
Me aparté de ella y me tapé la cara con las manos.
Un par de familiares manos fuertes y protectoras descansaban sobre mis hombros.
—No te hará daño, Paloma —dijo Travis—. No le dejaré.
—Encontrará una manera de hacerlo —dijo America, mirándome apesadumbrada—. Siempre lo hace.
—Tengo que largarme de aquí.
Me eché el abrigo por encima y tiré de los picaportes de las puertas de la terraza. Estaba demasiado disgustada como para detenerme y bajar los picaportes mientras empujaba las puertas al mismo tiempo. Cuando unas lágrimas de frustración resbalaron por mis mejillas congeladas, la mano de Travis cubrió la mía. Hizo fuerza hacia abajo y me ayudó a empujar los picaportes, y después, con la otra mano, abrió las puertas. Lo miré, consciente de la ridícula escenita que estaba montando, esperando ver una mirada de confusión o desaprobación en su cara, pero solo me miró con comprensión.
Travis me abrazó y juntos atravesamos la casa, bajamos las escaleras y nos abrimos paso entre la multitud hasta la puerta principal. Los tres luchaban por seguirme el paso mientras yo iba directamente hacia el Charger.
America extendió la mano y me agarró del abrigo, forzándome a pararme en seco.
—¡Abby! —susurró, mientras señalaba a un pequeño grupo de personas.
Se arremolinaban alrededor de un hombre mayor y despeinado que señalaba frenéticamente hacia la casa, con una foto en la mano. Las parejas asentían y hablaban sobre la foto entre ellas.
Me precipité furiosa hacia el hombre y le quité la foto de las manos.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
La multitud se dispersó y entró en la casa; Shepley y America me flanqueaban y Travis me agarró por los hombros desde atrás.
Mick dio un repaso a mi vestido y chasqueó la lengua en señal de desaprobación.
—Vaya, vaya, Cookie. Veo que no consigues dejar atrás el espíritu de Las Vegas…
—Cállate, cállate, Mick. Date media vuelta. —Señalé detrás de él—. Y vuelve al agujero del que hayas salido. No te quiero aquí.
—No puedo, Cookie. Necesito tu ayuda.
—Menuda novedad —dijo America, mordaz.
Mick miró mal a America y después se volvió hacia mí.
—Estás tremendamente guapa. Has crecido mucho. No te habría reconocido por la calle.
Lancé un suspiro, hastiada de la charla trivial.
—¿Qué quieres?
Levantó las manos y se encogió de hombros.
—Me parece que me he metido en un berenjenal, niña. Papi necesita algo de dinero.
Cerré los ojos.
—¿Cuánto?
—De verdad que me iba bien, en serio. Pero tuve que pedir prestado algo para seguir adelante y… ya sabes.
—Sí, ya, ya —le solté—. ¿Cuánto necesitas?
—Veinticinco billetes.
—Joder, Mick. ¿Veinticinco billetes de cien? Si te piras de aquí, te los daré ahora mismo —dijo Travis, mientras sacaba su cartera.
—Habla de billetes de mil —dije fulminando a mi padre con la mirada. Mick escudriñó a Travis.
—¿Quién es este payaso?
Travis levantó la mirada de su cartera y sentí su peso sobre la espalda.
—Ya veo por qué un tipo listo como tú se ha visto reducido a pedir pasta a su hija adolescente.
Antes de que Mick pudiera hablar, saqué mi móvil.
—¿A quién debes dinero esta vez, Mick?
Mick se rascó su pelo grasiento y gris.
—Verás, es una historia graciosa, Cookie…
—¿A quién? —grité.
—A Benny.
Se me desencajó la mandíbula y di un paso atrás, para acercarme a Travis.
—¿A Benny? ¿Le debes dinero a Benny? En qué demonios estabas pensan… —Respiré hondo; aquello no tenía sentido—. No tengo tanto dinero, Mick.
Sonrió.
—Algo me dice que sí.
—¡Que no! ¡Te aseguro que no lo tengo! Esta vez sí que la has cagado, ¿no te das cuenta? ¡Sabía que no pararías hasta que consiguieras que te mataran!
Se movió nervioso; el desdén había desaparecido de su cara.
—¿Cuánto tienes?
Apreté los dientes.
—Once mil. Estaba ahorrando para un coche.
America me lanzó una mirada de sorpresa.
—¿De dónde has sacado once mil dólares, Abby?
—De las peleas de Travis —dije, taladrando a Mick con la mirada.
Travis me hizo dar media vuelta para mirarme a los ojos.
—¿Has ganado once de los grandes con mis peleas? ¿Cuándo apostabas?
—Adam y yo teníamos un acuerdo —dije, ignorando la sorpresa de Travis.
La mirada de Mick se animó de repente.
—Puedes doblar esa cantidad en un fin de semana, Cookie. Podrías conseguirme los veinticinco para el domingo, y así Benny no enviará a sus matones a buscarme.
Sentí que la garganta se me quedaba seca.
—Me dejarás sin un centavo, Mick. Tengo que pagar la universidad.
—Oh, puedes recuperarlo en cualquier momento —dijo él, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—¿Cuándo es la fecha tope? —pregunté.
—El lunes, por la mañana. A medianoche, más bien —dijo, sin remordimiento alguno.
—No tienes por qué darle ni un puñetero centavo, Paloma —dijo Travis, apretándome el brazo.
Mick me cogió de la muñeca.
—¡Es lo menos que puedes hacer! ¡No estaría en este lío si no fuera por tu culpa!
America le apartó la mano y lo empujó.
—¡No te atrevas a empezar con esa mierda otra vez, Mick! ¡Ella no ha sido quien le ha pedido dinero prestado a Benny!
Mick me miró con odio en los ojos.
—Si no fuera por ella, tendría mi propio dinero. Me lo quitaste todo, Abby. ¡Y ahora no tengo nada!
Pensé que pasar tiempo alejada de Mick disminuiría el dolor que conllevaba ser su hija, pero las lágrimas que fluían de mis ojos decían lo contrario.
—Te conseguiré el dinero de Benny para el domingo. Pero, cuando lo haga, quiero que me dejes en paz para siempre. No volveré a hacer esto por ti, Mick. De ahora en adelante, estarás solo, ¿me oyes? Aléjate de mí.
Apretó los labios y asintió.
—Como tú quieras, Cookie.
Me di media vuelta y me dirigí hacia el coche, mientras oía que America decía detrás de mí.
—Haced las maletas, chicos. Nos vamos a Las Vegas.