CARA DE PÓQUER
Me situé dos mesas más allá y una mesa más atrás. Apenas veía a America y a Shepley desde mi asiento, y me agaché sobre la mesa, mientras observaba a Travis mirar fijamente la silla vacía que solía ocupar yo antes de sentarme al final del comedor. Me sentía ridícula por esconderme así, pero no estaba preparada para sentarme delante de él durante una hora entera. Cuando acabé de comer, respiré hondo y salí fuera, donde Travis estaba acabando de fumar un cigarrillo.
Me había pasado la mayor parte de la noche intentando trazar un plan que nos devolviera a donde estábamos antes. Si trataba nuestro encuentro tal y como él solía considerar el sexo en general, mis posibilidades mejoraban. El plan conllevaba el riesgo de perderlo definitivamente, pero esperaba que su enorme ego masculino lo obligara a comportarse del mismo modo que yo.
—Hola —dije.
Él puso cara de contrariedad.
—Hola. Pensaba que estarías comiendo.
—Tuve que entrar y salir a toda prisa, tengo que estudiar —le respondí, encogiéndome de hombros y fingiendo despreocupación lo mejor que pude.
—¿Necesitas algo de ayuda?
—Es Cálculo. Creo que lo tengo controlado.
—Puedo pasarme para darte apoyo moral.
Sonrió y se metió la mano en el bolsillo. Los sólidos músculos del brazo se le tensaron con el movimiento, y el recuerdo de sus brazos flexionándose mientras me penetraba volvió con vívido detalle a mi cabeza.
—Eh… ¿Cómo? —pregunté, desorientada por el repentino pensamiento erótico que había cruzado mi mente.
—¿Se supone que tenemos que fingir que lo de la otra noche nunca pasó?
—No, ¿por qué? —dije fingiendo confusión, a lo que él respondió con un suspiro, frustrado por mi comportamiento.
—No sé…, ¿porque te quité la virginidad quizás? —Se inclinó hacia mí y pronunció esas últimas palabras en voz baja.
—Estoy segura de que no es la primera vez que desfloras a una virgen, Trav.
Justo como me temía, mi intento de quitarle hierro al asunto lo enfadó.
—Pues, de hecho, sí lo fue.
—Vamos… Te dije que no quería que esto volviera las cosas raras entre nosotros.
Travis dio una última calada a su cigarrillo y lo tiró al suelo.
—Bueno, si algo he aprendido en los últimos días es que no siempre consigues lo que quieres.
—Hola, Abs —dijo Parker, besándome en la mejilla.
Travis fulminó a Parker con una mirada asesina.
—¿Te recojo sobre las seis? —dijo Parker.
Asentí.
—A las seis.
—Nos vemos dentro de un rato —dijo, siguiendo su camino a clase.
Observé cómo se alejaba, asustada de las consecuencias de esos últimos diez segundos.
—¿Vas a salir con él esta noche? —preguntó furioso Travis.
Tenía las mandíbulas apretadas y podía verlas moverse bajo la piel.
—Ya te había dicho que me pediría una cita cuando volviera a Morgan. Me llamó ayer.
—Las cosas han cambiado un poco desde esa conversación, ¿no crees?
—¿Por qué?
Se alejó de mí y yo tragué saliva, intentando no romper a llorar. Travis se detuvo y volvió, hasta que se paró muy cerca de mi cara.
—¡Por eso dijiste que no te echaría de menos después de hoy! Sabías que me enteraría de lo tuyo con Parker y pensaste… ¿qué? ¿Que pasaría de ti? ¿No confías en mí o es que, simplemente, no soy lo suficientemente bueno? Responde, maldita sea. Dime qué cojones te he hecho como para que me trates así.
Permanecí impasible y, mirándolo directamente a los ojos, le dije:
—No me has hecho nada. ¿Desde cuándo el sexo es cuestión de vida o muerte para ti?
—¡Desde que lo hice contigo!
Miré a mi alrededor, consciente de que estábamos montando una escena. La gente pasaba a nuestro lado lentamente, mirándonos y hablándose entre susurros. Sentí que me ardían las orejas y esa sensación se extendió por toda mi cara, hasta que se me humedecieron los ojos.
Cerró los ojos para intentar recuperar la compostura antes de hablar de nuevo.
—¿Es eso? ¿Crees que no significó nada para mí?
—Eres Travis Maddox.
Sacudió la cabeza, asqueado.
—Si no te conociera mejor, pensaría que me estás echando en cara mi pasado.
—No me parece que lo ocurrido hace cuatro semanas sea el pasado. —Su gesto se torció y yo me reí—. ¡Solo bromeo! Travis, no pasa nada. Yo estoy bien, tú estás bien. No hay por qué hacer una montaña de un grano de arena.
Desapareció toda emoción de su cara y exhaló profundamente por la nariz.
—Sé lo que intentas hacer. —Apartó la mirada un momento, perdido en sus pensamientos—. No me queda más remedio que demostrártelo, entonces. —Frunció los ojos y me miró con la misma resolución que exhibía en sus peleas—. Si crees que simplemente voy a volver a follarme a cualquiera, te equivocas. No quiero a nadie más. ¿Quieres que seamos amigos? Bien, somos amigos. Pero los dos sabemos que lo que ocurrió no fue solo sexo.
Pasó furioso junto a mí y cerré los ojos, soltando la respiración que había estado aguantando sin darme cuenta. Travis se volvió para mirarme y continuó el camino hacia su siguiente clase. Una lágrima huidiza me cayó por la mejilla, y me la sequé de inmediato. Las miradas curiosas de mis compañeros de clase se clavaron en mi espalda cuando me fui caminando apesadumbrada a clase.
Parker estaba en segunda fila, y me senté en la mesa que había junto a la suya.
Una sonrisa se extendió en su cara.
—Tengo muchas ganas de que llegue esta noche.
Respiré hondo y sonreí, intentando dejar atrás mi conversación con Travis.
—¿Cuál es el plan?
—Bueno, ya estoy instalado del todo en mi apartamento. He pensado que podríamos cenar allí.
—Yo también tengo muchas ganas de que llegue esta noche —dije, intentando convencerme.
Dado que America se negó a colaborar, Kara se convirtió en la única persona disponible, aunque reticente, para ayudarme a elegir un vestido para mi cita con Parker. En cuanto me lo puse, volví a quitármelo a toda prisa y me deslicé dentro de un par de tejanos. Después de pasarme toda la tarde reflexionando melancólica sobre mi fallido plan, no tenía ánimos para arreglarme mucho. Pensando en el frío que haría, me puse un jersey de cachemira color marfil, sobre un top marrón, y esperé junto a la puerta. Cuando el reluciente Porsche de Parker se detuvo delante de Morgan, me apresuré a salir por la puerta antes de que él pudiera subir.
—Pensaba pasar a recogerte —dijo decepcionado mientras sujetaba la puerta.
—Pues te he ahorrado el viaje —dije, mientras me abrochaba el cinturón.
Se sentó a mi lado y, tocándome ambos lados de la cara, me besó con sus suaves labios de peluche.
—Vaya —dijo con un suspiro—, he añorado tu boca.
Su aliento era mentolado, su colonia olía increíblemente bien, sus manos eran cálidas y suaves, y tenía un aspecto fantástico con unos tejanos y una camisa verde de vestir, pero no pude obviar la sensación de que faltaba algo. Era obvio que la emoción del principio había desaparecido, y en silencio maldije a Travis por quitarme eso.
Me obligué a sonreír.
—Me tomaré eso como un cumplido.
Su apartamento era exactamente como había imaginado: inmaculado, con caros aparatos electrónicos en cada rincón, y con toda probabilidad decorado por su madre.
—¿Y bien? ¿Qué te parece? —dijo él, sonriendo como un niño que enseña su juguete nuevo.
—Es genial.
Su expresión cambió de juguetona a íntima; me atrajo hacia sus brazos y me besó en el cuello. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Habría preferido estar en cualquier parte menos en ese apartamento.
Mi móvil sonó y, antes de responder, le ofrecí una sonrisa de disculpa.
—¿Cómo va la cita, Paloma?
Me volví de espaldas a Parker y susurré al teléfono.
—¿Qué necesitas, Travis?
Intenté que mi voz sonara dura, pero se ablandó por mi alivio de oír su voz.
—Quiero ir a jugar a los bolos mañana. Necesito a mi compañera.
—¿Bolos? ¿No podrías haberme llamado después?
Me sentí una hipócrita al decirle aquello puesto que había esperado una excusa para alejar los labios de Parker de mí.
—¿Cómo iba a saber cuándo habrías acabado? Oh, eso no ha sonado bien… —dijo las últimas palabras en voz más baja, parecía que le habían hecho gracia.
—Te llamo mañana y lo hablamos, ¿vale?
—No, no vale. Me has dicho que querías que fuéramos amigos, ¿y no podemos salir? —Puse los ojos en blanco y Travis resopló—. No me pongas los ojos en blanco. ¿Vienes o no?
—¿Cómo has sabido que he puesto los ojos en blanco? ¿Me estás acosando? —pregunté, dándome cuenta de que las cortinas estaban corridas.
—Siempre estás poniendo los ojos en blanco. ¿Sí? ¿No? Estás malgastando un tiempo precioso de tu cita.
Qué bien me conocía. Luché contra mis deseos de pedirle que pasara a recogerme inmediatamente. No pude evitar sonreír al pensarlo.
—¡Sí! —dije en voz baja, intentando no sonreír—. Iré.
—Te recogeré a las siete.
Me volví a Parker, sonriendo como el gato de Cheshire.
—¿Travis? —me preguntó con un gesto de complicidad.
—Sí —fruncí el ceño al ver que me había pillado.
—¿Seguís siendo solo amigos?
—Solo amigos —apostillé de inmediato.
Estábamos sentados a la mesa, compartiendo comida china para llevar. Fui sintiéndome más cómoda con él después de un rato, y me recordó lo encantador que era. Me sentía más ligera, casi presa de la risa tonta, lo que suponía un marcado cambio respecto a unas horas antes. Por mucho que intentara apartar la idea de mi mente, no podía negarme que la mejoría en mi humor se debía a mis planes con Travis.
Después de cenar, nos sentamos en el sofá para ver una película, pero, antes de que los créditos iniciales hubieran acabado, Parker ya me había tumbado. Me alegré de haber elegido llevar tejanos; No habría sido capaz de esquivarlo tan fácilmente si me hubiera puesto un vestido. Sus labios bajaron por mi clavícula y su mano se detuvo en mi cinturón. Se esforzó torpemente por abrirlo y, una vez que lo consiguió, me escabullí de debajo de él y me levanté.
—¡Muy bien! Me parece que eso es todo lo lejos que tu lanzamiento va a llegar está noche —dije, abrochándome el cinturón.
—¿Qué?
—¿Primera base…, segunda base? No importa. Es tarde, será mejor que me vaya.
Se enderezó y me agarró por las piernas.
—No te vayas, Abs. No quiero que pienses que esa es la razón por la que te he traído aquí.
—Ah, ¿no lo es?
—Por supuesto que no —dijo él, sentándome en su regazo—. Me he pasado las últimas dos semanas pensando en ti. Discúlpame por la impaciencia.
Me besó en la mejilla y me incliné hacia él, sonriendo cuando su aliento me hizo cosquillas en el cuello. Me volví hacia él y apreté mis labios contra los suyos, intentando con todas mis fuerzas sentir algo, pero no fue así. Me aparté de él y suspiré.
Parker frunció el entrecejo.
—Ya te he dicho que me disculparas.
—Y yo te he dicho que era tarde.
Volvimos a Morgan, y Parker me estrechó la mano después de darme un beso de buenas noches.
—Intentémoslo de nuevo. ¿Vamos mañana a Biasetti?
Apreté los labios.
—Mañana voy con Travis a jugar a los bolos.
—¿El miércoles entonces?
—Sí, el miércoles, genial —dije, con una sonrisa forzada.
Parker se agitó en su asiento. Algo lo inquietaba.
—Abby, hay una fiesta dentro de un par de fines de semana en la Fraternidad…
Me encogí incómoda, temiendo la discusión que tendríamos inevitablemente.
—¿Qué pasa? —preguntó él, riendo nervioso.
—No puedo ir contigo —dije, mientras salía del coche.
Él me siguió y se reunió conmigo en la entrada de Morgan.
—¿Tienes planes?
Hice un mohín.
—He quedado… Travis ya me ha pedido que vaya con él.
—¿Que Travis te ha pedido qué?
—Que vaya con él a la fiesta de citas —le expliqué, un poco frustrada.
La cara de Parker se puso colorada y pasaba el peso del cuerpo de un pie a otro.
—¿Vas a la fiesta de citas con Travis? Él nunca asiste a esas cosas. Y solo sois amigos, así que no tiene sentido que vayas con él.
—America no quería ir con Shep si yo no iba.
Se relajó.
—Entonces puedes ir conmigo —dijo, sonriendo y entrelazando sus dedos con los míos.
Respondí a su solución con una mueca.
—No puedo cancelar los planes con Travis y después ir contigo.
—No veo dónde está el problema —dijo encogiéndose de hombros—. Podrás estar allí para contentar a America y Travis se librará de tener que ir. Siempre está defendiendo que dejen de celebrarse esas fiestas. Cree que son una plataforma para que nuestras novias nos obliguen a hacer pública una relación.
—Era yo la que no quería ir. Él tuvo que convencerme.
—Bueno, pues ahora tienes una excusa —argumentó él.
Su confianza en que iba a cambiar de opinión resultaba exasperante.
—Lo cierto es que no quiero ir con nadie.
A Parker se le había agotado la paciencia.
—Solo para dejar las cosas claras. Tú no quieres ir a la fiesta de citas. Travis quiere ir, te invita… ¿y no quieres cancelar los planes con él para ser mi acompañante, aunque al principio ni siquiera querías ir?
Me costó mucho mirarle o los ojos.
—No puedo hacerle eso, Parker, lo siento.
—¿Entiendes qué es una fiesta de citas? Es algo a lo que vas con tu novio.
Su tono condescendiente hizo que desapareciera cualquier empatía que pudiera sentir hacia él.
—Bueno, como yo no tengo novio, no debería ir en absoluto.
—Pensaba que íbamos a intentarlo otra vez. Pensaba que teníamos algo.
—Y lo intento.
—¿Qué esperas que haga? ¿Que me quede en casa solo mientras tú estás en la fiesta de citas de mi fraternidad con otro? ¿Debería invitar a otra chica?
—Puedes hacer lo que quieras —dije, irritada por su amenaza.
Alzó la mirada y negó con la cabeza.
—No quiero pedírselo a otra chica.
—No espero que no vayas a tu propia fiesta. Nos veremos allí.
—¿Quieres que se lo pida a otra persona? Y tú vas con Travis. ¿Acaso no ves lo absurda que resulta esta situación?
Me crucé de brazos, preparándome para una pelea.
—Le dije que iría antes de empezar a salir contigo. No puedo cancelar mi compromiso con él.
—¿No puedes o no quieres?
—No hay diferencia. Siento que no lo comprendas. —Abrí la puerta de Morgan, y Parker apoyó su mano sobre la mía.
—De acuerdo —dijo con un suspiro de resignación—. Obviamente, esta es una cuestión en la que tendré que trabajar. Travis es uno de tus mejores amigos, eso lo entiendo. No quiero que afecte a nuestra relación. ¿Vale?
—Vale —dije, asintiendo.
Abrió la puerta y me hizo un gesto para que pasara; justo antes de entrar, me dio un beso en la mejilla.
—¿Miércoles a las seis?
—A la seis —dije, despidiéndolo con la mano mientras subía las escaleras.
America salía del cuarto de duchas cuando doblé la esquina, y sus ojos brillaron al reconocerme.
—¡Hola, guapa! ¿Qué tal ha ido?
—Ha ido —dije, desalentada.
—Oh, oh.
—No se lo digas a Travis, ¿vale?
Ella resopló.
—No lo haré. ¿Qué ha pasado?
—Parker me ha pedido que vaya con él a la fiesta de citas.
America apretó su toalla.
—No pensarás dejar tirado a Trav, ¿no?
—No, y a Parker no le entusiasma la idea.
—Comprensible —dijo ella, asintiendo—. Es una situación condenadamente difícil.
America se echó los mechones de su larga y húmeda cabellera sobre un hombro, y unas gotas de agua le cayeron sobre la piel desnuda. Era una contradicción andante. Había pedido plaza en Eastern para que pudiéramos mudarnos juntas. Se autoproclamaba mi conciencia, dispuesta a intervenir si yo daba rienda suelta a alguna de mis tendencias intrínsecas que conllevaran perder el control. Iniciar una relación con Travis iba en contra de todo lo que habíamos hablado, y mi amiga se había convertido en su sobreexcitada animadora.
Me apoyé contra la pared.
—¿Te enfadarías mucho si me limitara a no ir?
—No, me cabrearía increíble e irrevocablemente. Iniciarías una pelea de gatas en toda regla, Abby.
—Entonces supongo que tendré que ir —dije, metiendo la llave en la cerradura.
Mi móvil sonó y apareció en la pantalla una foto de Travis poniendo una cara graciosa.
—¿Diga?
—¿Ya estás en casa?
—Sí, me ha dejado hace unos cinco minutos.
—Bien, estaré allí dentro de otros cinco.
—¡Espera! ¿Travis? —dije después de que colgara.
America se rio.
—Acabas de tener una cita decepcionante con Parker, y has sonreído al ver la llamada de Travis. ¿De verdad eres tan dura de mollera?
—No he sonreído —protesté—. Viene de camino. ¿Puedes reunirte con él fuera y decirle que ya estoy en la cama?
—Sí, sí que has sonreído, y no, sal y díselo tú misma.
—Sí, claro, Mare, salir ahí y decirle que ya estoy en la cama es un plan perfecto.
Se dio media vuelta y se dirigió a su habitación. Levanté las manos y volví a dejarlas caer sobre los muslos.
—¡Mare! Por favor.
—Que te diviertas, Abby.
Sonrió y desapareció en su habitación.
Bajé las escaleras y me encontré a Travis sobre su moto, que estaba aparcada delante de los escalones delanteros. Llevaba una camiseta blanca con dibujos negros, que destacaba los tatuajes de sus brazos.
—¿No tienes frío? —pregunté, apretándome más la chaqueta.
—Estás guapa. ¿Te lo has pasado bien?
—Eh…, sí, gracias —dije, distraída—. ¿Qué haces aquí?
Pisó el acelerador y el motor rugió.
—Iba a dar un paseo para aclararme las ideas. Quiero que me acompañes.
—Hace frío, Trav.
—¿Quieres que vaya a coger el coche de Shep?
—Mañana vamos a jugar a los bolos. ¿No puedes esperar hasta entonces?
—He pasado de estar contigo cada segundo del día a verte diez minutos si tengo suerte.
Sonreí y sacudí la cabeza.
—Solo han pasado dos días, Trav.
—Te echo de menos. Sube el culo al asiento y vámonos.
No pude discutir. Yo también lo echaba de menos. Más de lo que podría admitir jamás. Me subí la cremallera de la chaqueta, me senté detrás de él y deslicé los dedos en las presillas de sus tejanos. Me acercó las muñecas a su pecho y después las puso una encima de otra. Cuando creyó que lo abrazaba lo suficientemente fuerte, arrancó y salió despedido a toda velocidad calle abajo.
Apoyé la mejilla en su espalda y cerré los ojos, mientras respiraba su olor. Me recordó a su apartamento, a sus sábanas y a cómo olía cuando iba por su casa con una toalla anudada en la cintura. La ciudad se volvía borrosa a nuestro paso, y no me importaba lo rápido que conducía o el frío que me azotaba la piel; ni siquiera me fijaba en dónde estábamos. Solo podía pensar en su cuerpo contra el mío. No teníamos destino ni horario, y cruzábamos las calles mucho después de que todo el mundo, excepto nosotros, las hubiera abandonado.
Travis se detuvo en una gasolinera y aparcó.
—¿Quieres algo? —me preguntó.
Dije que no con la cabeza, mientras me bajaba de la moto para estirar las piernas. Me vio desenredarme el pelo con los dedos y sonrió.
—Déjalo. Estás acojonantemente guapa.
—Sí, parezco sacada de un vídeo de rock de los ochenta —respondí.
Él se rio y después bostezó, mientras espantaba las polillas que zumbaban a su alrededor. La boquilla de la manguera tintineó y resonó con más fuerza de lo que debería en la calma de la noche. Parecía que éramos las únicas dos personas sobre la faz de la Tierra.
Saqué el móvil y comprobé la hora.
—Oh, Dios mío, Trav. Son las tres de la mañana.
—¿Quieres volver? —preguntó con gesto de decepción.
Apreté los labios.
—Sería mejor que sí.
—¿Sigue en pie lo de los bolos de esta noche?
—Ya te he dicho que sí.
—Y vendrás conmigo a la fiesta de Sig Tau dentro de un par de semanas, ¿verdad?
—¿Insinúas que no cumplo mi palabra? Me parece un poco insultante.
Sacó la manguera del depósito y la colgó en su base.
—Es que ya no sabría predecir qué vas a hacer.
Se sentó en la moto y me ayudó a subirme detrás de él. Pasé los dedos por las presillas de su cinturón, pero después lo pensé mejor y lo rodeé con mis brazos.
Suspiró y enderezó la moto; parecía resistirse a encender el motor. Se le pusieron los nudillos blancos de la fuerza con la que agarraba el manillar. Cogió aliento, como si fuera a empezar a hablar y después sacudió la cabeza.
—Me importas mucho, ya lo sabes —dije, mientras lo abrazaba con fuerza.
—No te entiendo, Paloma. Pensaba que conocía a las mujeres, pero tú eres tan confusa que no sé a qué atenerme.
—Yo tampoco te entiendo. Se supone que eres el rompecorazones de Eastern. No estoy disfrutando de la experiencia de estudiante de primer año que prometían en el folleto —respondí bromeando.
—Bueno, eso es un hito. Nunca me había acostado con ninguna chica que luego quisiera librarse de mí —dijo él, sin dejar de darme la espalda.
—No se trata de eso, Travis —mentí, avergonzada de que hubiera adivinado mis intenciones sin darse cuenta de la razón que tenía.
Meneó la cabeza y encendió el motor, en dirección a la calle. Conducía con una lentitud extraña para ser él, deteniéndose en todos los semáforos en ámbar y cogiendo el camino largo al campus.
Cuando aparcamos delante de la entrada de Morgan Hall, me invadió la misma tristeza que sentí la noche que me fui del apartamento. Tanta emotividad era ridícula, pero, cada vez que hacía algo para alejarlo, me aterrorizaba que pudiera funcionar.
Me acompañó hasta la puerta y saqué mi llave, evitando sus ojos. Mientras maniobraba torpemente con el metal, noté de repente su mano en la barbilla y su pulgar acariciándome suavemente los labios.
—¿Te ha besado? —me preguntó.
Me aparté, sorprendida al ver que sus dedos parecían producirme una sensación abrasadora que me quemaba todos los nervios desde la cabeza a los dedos de los pies.
—Realmente se te da bien fastidiar una noche perfecta, ¿verdad?
—Así que te ha parecido perfecta, ¿eh? ¿Te lo has pasado bien entonces?
—Siempre me lo paso bien cuando estoy contigo.
Bajó la mirada al suelo y arqueó ambas cejas a la vez.
—¿Te ha besado?
—Sí —suspiré, irritada. Cerró los ojos con fuerza.
—¿Eso fue todo?
—Eso no es asunto tuyo —dije, abriendo la puerta de par en par. Travis la cerró y se interpuso en mi camino con una expresión de disculpa.
—Necesito saberlo.
—¡No, en absoluto! ¡Apártate, Travis!
—Paloma…
—¿Crees que, como ya no soy virgen, me voy a tirar a cualquiera? ¡Gracias! —dije, empujándolo.
—No he dicho eso, joder. ¿Es mucho pedir un poco de tranquilidad mental?
—¿Y por qué te dejaría más tranquilo saber si me estoy acostando con Parker?
—¿Cómo puedes no saberlo? ¡Es obvio para cualquiera menos para ti! —dijo, exasperado.
—Supongo que lo que pasa simplemente es que soy idiota. Estás sembrado esta noche, Trav —dije, alargando el brazo para coger el pomo de la puerta.
Me cogió por los hombros.
—Lo que siento por ti… es una locura.
—En lo de la locura no te equivocas —le espeté, apartándome de él.
—He venido todo el camino hasta aquí en la moto practicando mentalmente lo que iba a decirte, así que escúchame —dijo él.
—Travis…
—Sé que lo nuestro está jodido, ¿vale? Yo soy impulsivo, tengo mal carácter y tú me calas más hondo que cualquiera. Actúas como si me odiaras y al minuto siguiente me necesitaras. Nunca hago nada bien, y no te merezco…, pero estoy jodidamente enamorado de ti, Abby. Te quiero más de lo que he querido a nadie o a nada jamás. Cuando estoy contigo no necesito beber, ni dinero, ni pelear, ni los líos de una noche…, solo te necesito a ti. No pienso en nada más. No sueño con nada más. Eres todo lo que quiero.
Mi plan de fingir desinterés era un fracaso épico. No podía seguir aparentando que no me importaba nada después de que pusiera todas sus cartas sobre la mesa. Cuando nos conocimos, algo en el interior de ambos cambió y, fuera lo que fuera, hacía que nos necesitáramos el uno al otro. Por razones que desconocía, yo era su excepción, y, por mucho que hubiera intentado luchar contra mis sentimientos, él era la mía.
Meneó la cabeza, me cogió la cara por ambos lados y me miró a los ojos.
—¿Te has acostado con él?
Se me inundaron los ojos de lágrimas calientes y sacudí la cabeza para decir que no. Pegó sus labios contra los míos y su lengua entró en mi boca sin vacilación. Incapaz de controlarme, lo agarré por la camiseta y lo atraje hacia mí. Hizo un ruido con su voz alucinante y profunda, y me agarró con tanta fuerza que me costaba respirar.
Se apartó, sin aliento.
—Llama a Parker. Dile que no quieres verlo más. Dile que estás conmigo.
Cerré los ojos.
—No puedo estar contigo, Travis.
—¿Por qué demonios no? —dijo, soltándome.
Sacudí la cabeza, temerosa de su reacción a la verdad.
Soltó una carcajada.
—Increíble. La única chica de la que me enamoro no quiere estar conmigo.
Tragué saliva, consciente de que tendría que acercarme a la verdad más de lo que lo había hecho en meses.
—Cuando America y yo nos mudamos aquí, teníamos el propósito de hacer ciertos cambios en mi vida. O más bien de no seguir con ciertos hábitos. Las peleas, las apuestas, la bebida son las cosas que dejé atrás. Cuando estoy contigo, todo se me viene encima en un irresistible conjunto cubierto de tatuajes. No me mudé a cientos de kilómetros para volver a caer en lo mismo.
Me levantó la barbilla para que lo mirara.
—Sé que mereces a alguien mejor que yo. ¿Te crees que no lo sé? Pero si hay una mujer hecha para mí, eres tú… Haré lo que sea necesario, Paloma. ¿Me oyes? Estoy dispuesto a todo.
Me solté, avergonzada por no poder decirle la verdad. Era yo la que no estaba a la altura. Sería yo la que acabaría arruinándolo todo; incluido a él. Acabaría odiándome algún día y no podría soportar ver su mirada cuando llegara ese momento.
Con la mano, mantenía la puerta cerrada.
—Dejaré de pelear en cuanto me gradúe. No volveré a beber ni una sola gota. Te daré el final feliz, Paloma. Solo necesito que creas en mí. Puedo hacerlo.
—No quiero que cambies.
—Entonces dime qué tengo que hacer. Dímelo y lo haré —me rogó.
Cualquier idea de estar con Parker se había esfumado hacía tiempo, y sabía que se debía a mis sentimientos hacia Travis. Pensé en los diferentes giros que mi vida podía dar a partir de ese momento: confiar en Travis dando un salto de fe y arriesgarme a caminar por arenas movedizas, o apartarlo de mi vida y saber exactamente dónde acabaría, lo que incluía una vida sin él. Ambas decisiones me aterraban.
—¿Me dejas tu móvil? —le pregunté.
Travis frunció el entrecejo, confuso.
—Claro —dijo, antes de sacárselo del bolsillo y dármelo.
Marqué y cerré los ojos mientras oía los tonos de llamada.
—¿Travis? ¿Qué demonios haces? ¿Tienes idea de qué hora es? —respondió Parker. Su voz sonaba profunda y áspera, e inmediatamente sentí el corazón desbocado en mi pecho. No se me había ocurrido que supiera que le había llamado desde el móvil de Travis.
No sé cómo conseguí que mis palabras salieran de entre mis labios temblorosos.
—Siento llamarte tan tarde, pero esto no podía esperar… No puedo cenar contigo el miércoles.
—Son casi las cuatro de la mañana, Abby. ¿Qué pasa?
—En realidad, no puedo salir más contigo.
—Abs…
—Estoy… bastante segura de estar enamorada de Travis —dije, preparándome para su reacción.
Después de un momento de silencio, me colgó.
Seguía con la mirada clavada en el suelo, le pasé el teléfono a Travis y, entonces, con dificultad levanté la mirada para comprobar la expresión de su cara: era una combinación de confusión, sorpresa y adoración.
—Me ha colgado —dije torciendo el gesto.
Escrutó mi cara con una mirada de esperanza y cautela.
—¿Estás enamorada de mí?
—Son los tatuajes —dije encogiéndome de hombros.
Sonrió de oreja a oreja y se le marcaron los hoyuelos de las mejillas.
—Ven a casa conmigo —dijo él, envolviéndome en sus brazos.
Enarqué las cejas.
—¿Has dicho todo eso para llevarme a la cama? Debí de dejarte muy impresionado.
—Ahora solo puedo pensar en estrecharte entre mis brazos durante toda la noche.
—Vámonos —dije.
A pesar de la velocidad excesiva y los atajos, el camino hasta el apartamento parecía no acabarse nunca. Cuando por fin llegamos, Travis me subió en brazos por las escaleras. Mientras él luchaba por abrir la puerta, me reí contra sus labios. Cuando me dejó en el suelo y cerró la puerta detrás de nosotros, soltó un largo suspiro de alivio.
—No sentía que este sitio fuera mi casa desde que te fuiste —dijo, antes de besarme en los labios.
Toto vino corriendo por el pasillo y movió la colita, mientras saltaba sobre mis piernas. Lo acaricié y lo levanté del suelo.
La cama de Shepley crujió, y sus pies retumbaron en el suelo. La puerta se abrió de golpe, y entrecerró los ojos por la luz.
—¡Joder, Travis, no voy a consentirte esta mierda! Estás enamorado de Ab… —Cuando pudo enfocar la mirada, se dio cuenta de su error—… by. Hola, Abby.
—Hola, Shep —dije, mientras dejaba a Toto en el suelo.
Travis tiró de mí, dejando atrás a su primo, que seguía estupefacto, y cerró la puerta detrás de nosotros de una patada, atrayéndome a sus brazos y besándome sin pensárselo dos veces, como si lo hubiéramos hecho un millón de veces antes. Le quité la camiseta por encima de la cabeza, y él me bajó la chaqueta por los hombros. Dejé de besarlo el tiempo suficiente para quitarme el jersey y el top, y después me lancé de nuevo a sus brazos. Nos desvestimos el uno al otro, y a los pocos segundos me tumbó sobre el colchón. Alargué el brazo por encima de la cabeza para abrir el cajón y metí la mano dentro, buscando cualquier cosa que crujiera.
—Mierda —dijo él, jadeando y frustrado—. Me deshice de ellos.
—¿Qué? ¿De todos?
—Pensaba que no ibas a…, si no iba a estar contigo, no los necesitaba.
—¡Estás de broma! —dije, dejando caer la cabeza hacia atrás contra el cabecero.
Apoyó la frente en mi pecho.
—Considérate lo contrario a una conclusión previsible.
Sonreí y lo besé.
—¿Nunca has estado con nadie sin uno?
Negó con la cabeza.
—Nunca.
Miré a mi alrededor un momento, perdida en mis pensamientos. Mi expresión le hizo reír.
—¿Qué haces?
—Sssh, estoy contando.
Travis me miró un momento y entonces se inclinó para besarme el cuello.
—No puedo concentrarme si haces eso… —dije con un suspiro—. Veinticinco y dos días… —concluí respirando.
Travis se rio.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Estamos seguros —dije, deslizándome para estar directamente debajo de él.
Apretó mi pecho contra el suyo y me besó con ternura.
—¿Estás segura?
Deslicé las manos desde sus hombros hasta su culo y lo empujé contra mí. Él cerró los ojos y soltó un largo y profundo gemido.
—Oh, Dios mío, Abby —suspiró él. Volvió a penetrarme y otro jadeo salió de su garganta—. Joder, es una sensación alucinante.
—¿Tan diferente es?
Me miró a los ojos.
—Es diferente contigo en todo caso, pero… —Respiró hondo durante un momento y volvió a tensarse, cerrando los ojos durante un momento—. Nunca volveré a ser el mismo después de esto.
Sus labios buscaron cada centímetro de mi cuello y, cuando encontró su camino a mi boca, hundí las yemas de los dedos en los músculos de sus hombros, perdiéndome en la intensidad del beso.
Travis me llevó las manos sobre la cabeza y entrelazó sus dedos con los míos, apretándome las manos cada vez que empujaba. Sus movimientos se hicieron un poco más bruscos, y clavé las uñas en sus manos cuando mis entrañas se tensaron con una fuerza increíble.
Grité, mordiéndome el labio y cerrando con fuerza los ojos.
—Abby —susurró él. En su voz se notaba el conflicto—. Tengo… Tengo que…
—No pares —supliqué.
Me penetró de nuevo, y gimió tan fuerte que le tapé la boca. Después de unas cuantas respiraciones agitadas, me miró a los ojos y me besó una y otra vez. Me cogió la cara con ambas manos y me besó otra vez, más lentamente, con más ternura. Acarició mis labios con los suyos, y después las mejillas, la frente, la nariz y, entonces, finalmente, volvió a mis labios.
Sonreí y suspiré. El cansancio podía conmigo. Travis me acercó a él y tiró de las sábanas para taparnos. Apoyé la mejilla en su pecho y él me besó en la frente una vez más, entrelazando los dedos detrás de mí.
—No te vayas esta vez, ¿vale? Quiero despertarme exactamente así por la mañana.
Lo besé en el pecho, presa de la culpa porque tuviera que pedírmelo.
—No me iré a ninguna parte.