VIII

Y SE fue a casa, a Progrody, y se dirigió callada y secretamente a Benjamin Broczyner, que tenía una agencia de viajes y vendía billetes de barco a los emigrantes. Eran sobre todo desertores y judíos muy pobres, que querían emigrar al Canadá o a América y de los que vivía Broczyner. Tenía en Progrody la representación de una compañía naviera de Hamburgo.

—¡Quiero ir al Canadá! —dijo el comerciante de corales Nissen Piczenik—. Y tan pronto como sea posible.

—El próximo barco se llama Fénix y sale de Hamburgo dentro de quince días. Para entonces le arreglaremos los papeles —dijo Broczyner.

—¡Muy bien, muy bien! —respondió Piczenik—. No se lo diga a nadie.

Y se fue a casa y guardó todos sus corales, los auténticos, en su baúl portátil.

Los corales de celuloide, sin embargo, los puso en el soporte de cobre del samovar, los encendió y miró cómo ardían azulados y malolientes. Tardaron mucho, porque eran más de quince pud de corales falsos. Luego quedó un gran montón de ensortijadas cenizas de un gris negruzco. Y, en torno al farol de petróleo del centro del cuarto, serpenteaba y se retorcía el humo gris azulado del celuloide. Ésa fue la despedida de Nissen Piczenik de su país natal. El veintiuno de abril embarcó en Hamburgo en el vapor Fénix como pasajero de entrepuente.

Cuatro días llevaba el barco de viaje, cuando ocurrió la catástrofe: quizá muchos lo recuerden aún.

Más de doscientos pasajeros se hundieron con el Fénix. Y, naturalmente, se ahogaron.

Sin embargo, en lo que a Nissen Piczenik se refiere, que se hundió entonces también, no se puede decir que se ahogara sencillamente como los otros. Más bien —puede decirse con la conciencia tranquila— volvió a casa con sus corales, en el fondo del océano, donde se retuerce el poderoso Leviatán.

Y, si hemos de creer el relato de un hombre que, por un milagro —como suele decirse— escapó a la muerte, tendremos que decir que Nissen Piczenik, mucho antes de que estuvieran llenos los botes salvavidas, se tiró al agua por la borda para reunirse con sus corales, con sus corales auténticos.

Por lo que a mí se refiere, lo creo de buena gana. Porque conocí a Nissen Piczenik y doy fe de que su puesto estaba entre los corales y de que el fondo del océano fue su única patria.

Descanse allí en paz junto al Leviatán hasta la venida del Mesías.