Capítulo 21

—Simplezas ideológicas las que hacen la verdadera y sucia guerra —dijo Van Rijn—, pero ahora dejo de un lado la ideología y podemos de una manera sensible y amistosa plantear algunos de los problemas de cada uno de nosotros, ¿no es así?

No había explicado naturalmente algunas de sus hipótesis con todo detalle. Los filósofos lannascha tenían una idea vaga de la evolución, pero eran débiles en astronomía; la ciencia draco estaba casi en la reserva. Van Rijn se había contentado a sí mismo con las simples y repetidas palabras, sorteando lo que debía ser la real y verdadera explicación de las diferencias reproductivas conocidas.

Se frotaba las manos y se mantuvo durante un momento en silencio.

—¡Así es! Yo no he manifestado todo esto con toda dulzura. Pero no puedo explicar el por qué necesitaría mucho tiempo. Durante los tiempos venideros, pensad en los otros y en sus defectos. Os reís de una manera sucia los unos de los otros. Contáis historias desagradables. (Conozco algunas que pueden ser adaptables a vosotros), pero sabéis cuando menos que sois de la misma raza. Cualquiera de vosotros ha podido ser un miembro sólido de la otra nación, ¿no es así? Tal vez vengan otros tiempos, y empecéis a tener que intercambiar algunos de vuestros aspectos de vida. ¿Por qué no lo experimentáis un poco eh? No, no veo que no podéis asimilar aún esta idea, ya no diré más.

Cruzó sus brazos y esperó, lleno de rabia, de cansancio y mostrando la fatiga de las semanas. Durante un momento y bajo un sol rojo y el viento del mar, la gran cantidad de soldados alados y de capitanes mostraron en sus rostros el eco que había producido en ellos estas palabras.

Delp al final dijo, tan bajo que apenas se podía oír y que no rompió realmente el imperturbable silencio:

—Sí. Esto tiene sentido. Lo creo.

Tras otro minuto inclinando su cabeza hacia la rígida piedra que en aquellos momentos era el rostro de T’heonax dijo:

—Mi señor, esto cambia la situación. Creo. No es tanto como esperábamos, pero es mejor que lo que teníamos. Creo que podemos parlamentar: Ellos tendrán toda la Tierra y nosotros tendremos el mar de Achan. Ahora que yo sé que ellos no son… demonios… animales, bueno, las normales garantías, juramentos y cambio de rehenes, y otras cosas por el estilo, creo que deberíamos cerrar el tratado firmemente de una vez.

Tolk había estado susurrando en el oído de Trolwen. El comandante lannach asintió.

—Esto es también lo que yo pienso —dijo.

—Podemos persuadir al Consejo y a los Clanes, jefe de los flock —susurró Tolk.

—Heraldo, si nosotros llegamos a una paz honorable, el Consejo votará a nuestros fantasmas después de que muramos.

La mirada de Tolk se volvió hacia T’heonax, que permanecía inmóvil entre sus cortesanos.

T’heonax se levantó. Sus alas batieron el aire, levantando ruidos como el de un hacha atravesando un hueso. De pronto exclamó:

—¡No! Ya he oído bastante. Esta farsa tiene que acabar.

Trolwen y la escolta lannascha no necesitaron intérprete. Asieron con fuerza las armas y se pusieron en un círculo defensivo. Sus mejillas se apretaron con fuerza automáticamente.

—Mi señor —se erigió Delp.

—¡Detente! —gritó T’heonax— ya has hablado demasiado. —Su cabeza se movió de un lado a otro—. Capitanes de los Fleet, ya habéis oído cómo Delp hyr Orikan aboga por la paz con las criaturas más bajas de las bestias. Recordadlo.

—Pero mi señor —un viejo oficial se levantó, con las manos en señal de protesta— mi señor almirante, ya nos lo han mostrado, ellos no son bestias… no es más que son diferentes…

—Teniendo en cuenta que el terrestre no dice la verdad, lo que es seguro a ciencia cierta, ¿qué hay pues de todo ello? —T’heonax miró a Van Rijn— sólo hace empeorar las cosas. Las bestias no pueden ayudarse entre ellas. Estos lannascha son sucios. ¿Y queréis dejarles vivir? Podríais… podríais comerciar con ellos… entrar en las ciudades… dejad que vuestros jóvenes sean seducidos por ellos… no.

Los capitanes se miraron los unos a los otros. Fue como un murmullo audible. Sólo Delp parecía tener el coraje de hablar de nuevo.

—Yo pido humildemente al almirante que piense que no tenemos una verdadera elección. Si luchamos con ellos hasta el final puede ser nuestro verdadero final también.

—Ridículo, eso es ridículo —gritó T’heonax— o bien ellos te han asustado o bien te han sobornado.

Tolk había estado traduciendo sotto voce. Ahora cansado ya, Wace oyó la respuesta del comandante a su heraldo.

—Si él torna esta actitud, un tratado no se podría llevar a cabo. Si lo hiciera, él sacrificaría sus rehenes para nosotros, no hay que hablar de los nuestros para con él; sólo para vernos envueltos otra, vez en una guerra. Volvamos antes de que yo mismo viole la tregua.

«Y allí —pensó Wace—, es el final del mundo. Yo moriré bajo una lluvia de piedras, y Sandra morirá en la tierra glaciar. Bueno… nosotros lo quisimos».

El almirante no podía dejar marchar esta embajada.

Delp estaba mirando alrededor uno a uno, todos los rostros.

—Capitanes de los Fleet —gritó—, yo pido vuestra opinión. Yo os imploro que persuadáis a mi señor almirante… para que…

—La próxima palabra traicionera que sea dicha por cualquiera le costará las alas —gritó T’heonax— ¿o es que ponéis en entredicho mi autoridad?

«Naturalmente —pensó Wace—, T’heonax iba a salirse con la suya; ninguno en esta sociedad os haría negar su absoluto poder, ni siquiera Delp. Podrían no estar de acuerdo con él, pero los capitanes obedecerían».

El silencio se hizo mayor.

Nicholas Van Rijn lo rompió de pronto con un gran grito. El total de las gentes que había allí, miraron. T’heonax saltó hacia atrás. Durante un momento fue como el batido de un ala.

—¿Qué fue eso? —gritó.

—¿Estás sordo? —respondió Van Rijn— yo dije… —repitió con un trémolo.

—¿Qué quiere decir?

—Es un término terrestre —dijo Van Rijn— déjeme ver… bueno, quiere decir que eres un… —el resto fue la obscenidad más grande que se pueda imaginar y que Wace hubiese oído en su vida.

Los capitanes miraron, algunos cogieron sus armas. Los guardias draco sobre la cubierta superior cogieron los arcos y las flechas.

—¡Matadle! —gritó T’heonax.

—No —la voz de Van Rijn estalló en sus oídos. El estridente volumen de la misma les paralizó—. Yo soy un embajador, ¡por todos los demonios! Herid a un embajador y el Lodestar os hundirá a todos en los mares hirvientes.

Esto les detuvo. T’heonax no repitió su orden; los guardias se retiraron hacia atrás; los oficiales permanecieron quietos, sustraídos por estas palabras.

—Tengo algo que deciros —continuó Van Rijn duplicando el volumen de su voz— hablo para todos los Fleet, y pido que os preguntéis a vosotros mismos, por qué este ser es tan estúpido. Él hace que os mantengáis en una guerra donde ambos bandos perdéis; hace que arriesguéis vuestras vidas, vuestras esposas y vuestros hijos, y tal vez la sobrevivencia de vuestro propio Fleet. ¿Por qué? Porque él tiene miedo. Sabe que dentro de unos pocos años con mi llegada aquí junto a los draconnay y comerciando conmigo en mi compañía a precios verdaderamente fantásticos por lo bajo, las cosas comenzarán a cambiar. Haréis mejor en pensar por vosotros mismos. Probad la libertad. Poco a poco su poder se desprende de él. Y él es demasiado, cobarde para vivir por sí mismo. Y si no, mirad. Tiene que tener guardias y esclavos y a todos vosotros para mandaros, para probarse a si mismo que él no es simplemente un pequeño y estúpido y sucio, un verdadero Líder. Antes arruinará a todos los Fleet incluso morirá a sí mismo que perderá el rango que se ha forjado.

T’heonax dijo conmovido:

—Salid de mi embarcación antes de que olvide que esto es un armisticio.

—Oh, ya me voy, ya me voy —dijo Van Rijn. Avanzó hacia el almirante. Su amenaza reverberó en toda la embarcación— vuelvo y haré la guerra de nuevo si insistes. Pero sólo tengo una pequeña pregunta que hacer antes. —Se detuvo ante la presencia real y señaló hacía la nariz del príncipe con su peludo dedo índice. ¿Por qué tienes tanto odio a la vida de los lannascha? Si tanto odio les tienes, ¿por qué no pruebas a quitársela tú mismo?

Volvió su espalda y se inclinó.

Wace no vio lo que ocurrió. Había guardias y capitanes entre ellos, oyó un ruido, un ruido que procedía de Van Rijn y entonces hubo un murmullo de alas ante él.

Entonces él se entremezcló entre los cuerpos, una cola le golpeó. Apenas lo sintió, su puño saltó, solamente para golpear a uno de les guerreros y para que le dejase el camino expedito y poder ver.

Nicholas Van Rijn estaba con ambas manos en el aire mientras un grupo de guerreros le amenazaba.

—El almirante me ha apresado —gritaba— estoy aquí como embajador, y estos cerdos me han apresado. ¿Qué clase de relaciones son éstas entre varias naciones, cuando las cabezas de estado apresan a los embajadores extranjeros? ¿Es que acaso un presidente terrestre apresa a los diplomáticos? Esto es incivilización.

T’heonax se tiró hacia atrás, escupiendo y limpiándose la sangre que corría por sus mejillas.

—Sal —chillaba con voz estrangulada— vete de aquí inmediatamente.

Van Rijn asintió:

—Vamos amigos —dijo— encontraremos otros lugares donde tengan mejores modales.

—Freeman… Freeman, dónde le… —se acercaba diciendo Wace.

—No importa dónde —dijo Van Rijn de malhumor. Trolwen y Tolk se unieron a ellos. La escolta lannascha caminaba a un paso detrás. Llevaban un paso apresurado a través de la cubierta, separándose de la confusión de los draconnay bajo el muro del castillete.

—Podías haberlo supuesto —decía Wace. Se sentía fatigado, agotado por todas las cosas excepto por la debilidad y la rabia de la locura increíble de su jefe— esta raza es carnívora. ¿Es que acaso no les ha visto cómo se atropellan los unos a los otros cuando se encolerizan? ¡Es… un reflejo… tenía que haberlo sabido!

—Bueno —dijo Van Rijn con tono más virtuoso, cogiéndose sus manos para calmar su injuria— no tenían por qué haberme apresado. Yo no soy responsable por su falta de control o las consecuencias que se derivan de ello.

—Pero nos podían haber matado a todos.

Van Rijn no se preocupó en discutir esta situación.

Delp se unió a ellos en la barandilla de la cubierta.

—Siento mucho que esto tenga que terminar así —dijo— podíamos haber sido amigos.

—Tal vez no termine tan pronto como parece —dijo Van Rijn.

—¿Qué quiere decir?

Ojos cansados le miraron sin esperanza.

—Tal vez usted vea las cosas más rápidamente, Delp…

Van Rijn tendió una mano paternal sobre la espalda del draco.

—Usted es un buen elemento. Yo podría servirme de uno como usted, como un agente para algunos asuntos en estos territorios, en asuntos de comisiones, naturalmente. Pero por ahora, recuerde que usted es uno que todos ellos respetan y quieren. Si algo le ocurriera al almirante, habría pánico e incertidumbre, pero ellos se volverías hacia usted, para pedirle consejo. Si entonces obraran rápidamente, usted mismo podría ser el almirante. Entonces tal vez hiciésemos negocios, ¿no le parece?

Dejó a Delp mirándole ensimismado y se volvió rápidamente hacia la canoa.

—Ahora muchachos —dijo— remad con todas vuestras fuerzas.

Estaban casi ya en su embarcación cuando Wace vio alas que cubrían la embarcación real, entonces exclamó: —¿Acaso el ataque… acaso ha comenzado ya?

Por su parte se temió que su voz hubiese reflejado un aspecto algo estúpido.

—Bueno me alegro de no estar tan cerca de ellos como hace unos minutos —Van Rijn permaneció de pie tal como había hecho durante todo el viaje, asintió complaciente— pero pienso que esto no es la guerra. Sólo creo que ellos están revolucionados. Pronto Delp conseguirá hacerse con ellos y calmarles.

—¿Pero… Delp?

Van Rijn hizo una mueca.

—Si las proteínas diomedanas son mortíferas para nosotros —dijo— las nuestras no serán muy buenas para ellos, ¿no es así?, y nuestro antiguo amigo T’heonax tomó una buena bocanada de la mía. Todo esto les mostrará que los temperamentos alocados no conducen a nada concreto. Mejor será que sigas mi ejemplo. Cuando se me ataca, vuelvo la otra mejilla. Es un buen chiste, ¿no?

Thursday Landing tenía pocas facilidades en lo que a hospital se refiere: Un autodiagnostificador, unos cuantos robots quirúrgicos y terapéuticos, unos cuantos medicamentos Standard, y un puesto xenovionologístico que hacía las veces de dispensario médico. Pero un ayuno de seis semanas no tuvo consecuencias muy serias, si se era fuerte, y aunque se hubiese estado en contacto entre manos, pies, alas y colas, entre dos naciones muy nerviosas sobre un planeta, ninguna de las dos podía infectar enfermedades. El tratamiento progresa rápidamente con la ayuda de la dioceledina, de la glucosa intravenosa y otros medicamentos. Al sexto día diomedano, Wace había obtenido una gran cantidad de grasa y ahora estaba en un período muy débil, pero que experimentaba cierta ligera mejoría en su habitación.

—¿Fuma, señor? —preguntó el joven Benegal. Él había tomado parte en la exploración de rescate en el momento de la llegada; pero no tenía noticias de cómo se habían desarrollado los acontecimientos; en estos momentos estaba literalmente enterándose de todo. Ofreció los cigarrillos con un aire muy respetuoso.

Wace se detuvo, su albornoz colgando sobre las rodillas. Se acercó. Extendió su mano hacia el dudo y al fin dijo:

—En todo este tiempo sin haber tenido tabaco, creo que he perdido la costumbre. Pero la cosa es que no me costaría mucho volverme a meter en ello. ¿Acaso sería mejor que lo hiciera?

—Bueno, yo creo que no, señor…

—¡Demonios!, dámelo.

Wace se sentó en la cama y absorbió el humo con cierta cautela.

—Creo que verdaderamente voy a volver a adquirir todos mis antiguos vicios que dejé sobre la tierra, y sin duda alguna adquirir otros.

—Bueno, en… usted me iba a decir señor… como llegó a informarse esta estación de lo que les ocurría.

—Ah, sí. Así fue. Fue una cosa muy simple. Una cosa de niños. Me di cuenta en diez minutos, en cuanto tuvimos un momento de descanso. Enviar una buena dotación de diomedanos con un mensaje escrito más, naturalmente, uno de los intérpretes profesionales de los Tolk, para ayudarles a preguntar el camino que debían seguir hacia el Océano. Se construyó una gran balsa salvavidas, simplemente una balsa rudimentaria que podía llevarse fácilmente. Cada uno de ellos llevaba una de las piezas; entonces las reunían en el aire y descansaban en ella cuando lo creían necesario; y también pescaban desde allí. También llovía bastante para que ellos pudiesen beber a pequeños sorbos en el aire. Sabía que allí llovía, puesto que los draconnay se quedaban en el mar durante períodos indefinidos, y al fin y al cabo, también es un planeta donde llueve.

—De todos modos, por razones que ahora no vienen al caso, esta expedición había incluido algunas hembras lannascha. Lo que quiere decir que los mensajeros de ambas nacionalidades tuvieron que abandonar algunos prejuicios. A partir de ahora, esto va a cambiar su historia más que cualquiera de las impresiones que nosotros, los terrestres, hayamos hecho por el simple hecho de que ellos hayan volado a través del océano en un solo día. Así, pues, es una cosa segura que los seres que hayan efectuado este viaje formarán una parte integrante y da gran importancia en los elementos de ambas culturas; pero, no obstante, esto es una cosa que corresponde a la Liga el decidirlo, y no a mí.

Wace hizo un gesto inexpresivo.

—Una vez vimos que ellos habían ido —terminó— lo único que pudimos hacer era meternos en la cama y esperar. Después de los primeros días ya no sentimos mucho. El apetito había desaparecido.

Se fumaba el cigarrillo con un aspecto un tanto extraño. Le estaba mareando.

—¿Cuándo podré ver a los otros? —preguntó— ya me encuentro bastante fuerte como para que me molesten. Necesito compañía, ¡condenación!

—Sin que sirva de comentario —dijo Benegal— creo que Freeman van Rijn dijo algo parecido… un estruendoso ¡por todos los demonios del infierno! —y se lanzó hacia el pasillo— y cree que vendrá a visitarle hoy.

—Entonces, vete —dijo Wace con cierto sarcasmo— eres demasiado joven para oír estas cosas. Nos hicimos hermanos de sangre al enfrentarnos juntos con la muerte, blandiendo nuestras armas, y muchas cosas más, así que tendremos que celebrar una reunión ahora.

Se puso de pie al mismo tiempo que el muchacho salía de la habitación. En aquel momento, Van Rijn se presentó en el umbral de la habitación.

Van Rijn tenía un aspecto completamente distinto; no estaba tan grueso; se apoyaba en un bastón con cabeza de plata. Pero su pelo rizado estaba brillante, y sus bigotes y barba demostraban el arreglo a que hablan sido sometidos; su camisa estaba blanca e impecable; sus piernas, no obstante, le mantenían con toda la potencia; llevaba un diamante en cada una de sus manos y una cadena de plata alrededor del cuello, capaz de anclar un barco destructor. Tenía en su boca un cigarro puro y en una mano un gran sándwich.

—Así que ya estás de nuevo en pie. ¡Buen muchacho! El único medio de encontrarse bien es no dejarse apabullar, tal como me ha dicho el doctor de nervios que me ha visitado —extendió su dedo índice con indignación— ¿es que se ha creído ese doctor que yo voy a aguantar aquí con sus sinapismos todo el tiempo que quiera con la cantidad de dinero que me cuesta cada hora que permanezco aquí? ¿Cuántas cosas no podré hacer si llego a la Tierra y a mi compañía antes de que las noticias les lleguen que Nicholas van Rijn permanece todavía vivo? Precisamente he estado discutiendo con el ingeniero de la estación en que nos encontramos diciéndole que lo primero que debe hacer es emplear la cabeza y al mismo tiempo que si mi nave espacial no está presta a abandonar mañana estos parajes al mediodía, se las tendrá que ver conmigo. De modo que volverás a la Tierra con nosotros, ¿no es eso?

Wace no contestó inmediatamente. Sandra había seguido al mercader a la habitación.

Ella conducía una silla de ruedas, y tenía un aspecto tan blanco y débil que el corazón de Wace se alteró. Su cabello era una nube pálida sobre el almohadón que tenía apoyada su cabeza. Daba el aspecto de que sería frío el tacto. Pero sus ojos tenían mucha vivacidad, inmensos, el infinito resplandor de los mares tibios de la Tierra; y ella le, sonrió.

—Mi señora —susurró él.

—Oh, aquí viene ella también —dijo Van Rijn escogiendo una manzana del frutero que estaba al lado de Wace— vamos a continuar nuestro viaje interrumpido, tal vez, sin tantas emociones en nuestro viaje. —Puso una mirada lasciva sobre ella— estas emociones las reservaremos para más tarde sobre la Tierra, cuando hayamos vuelto a la normalidad, ¿no es eso?

—Si mi señora tiene la fuerza suficiente como para viajar —exclamó Wace. Él se sentó, sus rodillas no le podían tener de pie durante mucho tiempo.

—Oh, si —murmuró ella— nada más se trata de seguir la dieta que se me ha prescrito, descansar mucho.

—Cosas peores puede hacer usted exclamó Van Rijn, terminando la manzana y cogiendo una naranja.

—No es una cosa muy conveniente —protestó Wace— perdimos muchos sirvientes cuando el crucero del aire cayó sobre las aguas de los océanos. Ella no tendría…

—¿Ni una simple sirvienta para atenderme? —Sandra se irguió nerviosa, pero mantenía su genuina amabilidad— después de todas las experiencias que hemos pasado tengo que olvidar lo que hicimos y lo que llevamos a cabo, y ser tan correcta ¿y ser tan formal con usted Eric? Esto sería la cosa más tonta del mundo, cuando hemos escalado juntos las colinas del Salmenbrok, ¿no es así?, y cuando hemos pasado tantas fatigas el uno junto al otro.

El pulso de Wace se aceleró. Van Rijn, tirando al suelo la piel de la naranja, dijo:

—Con un poco de suerte, el buen Señor, nos puede enviar mucho dinero, si es Su voluntad. Yo no puedo conocer a cada uno de los hombres de la Compañía, jóvenes tan prometedores como usted y que se entretengan en pequeños viajes del espacio como éste. Ahora quiero llevarle a la Tierra y buscar para usted un salario y un trabajo como el que le conviene.

«Si ella quería recordar aquella mañana encima del monte Oborch —pensó Wace—, por su propia hombría, podría recordar también cosas menos agradables y citarlas en palabras llanas». Era el momento. Estaba todavía muy débil para levantarse. Se sacudió un poco, pero llegó a encontrar la mirada de Van Rijn y dijo con voz dura y llena de rabia:

—Efectivamente, ése es el camino más fácil para alcanzar la salvación de su propia responsabilidad. ¡Cómprela! Sobórneme con cualquier cosa para olvidar como Sandra se sentó sin ninguna clase de abrigo en una habitación fría, hasta que se desmayó exhausta y como ella últimamente nos dio los restos de comida que le quedaban… como yo mismo trabajé y forjé en mi cerebro y de pleno corazón, para poder salir de aquel lugar en que nos enfrentábamos a ganar una batalla. No, no me interrumpa. Ya sé que usted también ha tomado parte en ello. Usted luchó durante la contienda naval porque no tenía otra elección, no tenía ningún lugar donde esconderse. Usted encontró un sucio y desagradable modo de disponer de los obstáculos e inconvenientes que se nos presentaron en las negó relaciones de paz. Usted tiene talento para esta clase de cosas. Y usted también dio algunas sugerencias. Lo admito todo.

—Pero ¿para qué sirvió? Todo aquello servía para decirme: «¡Haz esto!». Ahora hay que construir esto. Yo tenía que hacerlo sin ninguna clase de ayuda humana, y con útiles de piedra, de otra edad. Yo tenía que diseñarlos, incluso. En aquel momento cualquier imbécil me podía haber dicho: «Llévame a la Luna» ¡sólo hacía falta cerebro para poderlo realizar!

—Su liderato se resumía simplemente a pasearse de una parte a otra, charlando y discutiendo, politiqueando, comiendo como un hipopótamo, mientras Sandra moría de hambre en Dawrnach, sin embargo, usted era quien se llevaba todo el crédito del asunto y ahora usted se cree que yo voy a volver a la Tierra, sentarme detrás de un buen sillón y pasarme el resto de mi vida cruzándome de brazos y quedando tranquilo mientras usted charla con los demás. ¿No es así?

—¡Ya vale! No puedo impedir que usted odie la sociedad, pero puedo echarle de mi lado. Usted puede tomar la parte que le convenga y entonces…

Wace vio cómo Sandra le miraba, grave, y que con los ojos le pedía se detuviese.

—Me voy —terminó.

Van Rijn se había tragado la naranja y volvió a su sándwich durante la charla de Wace. Ahora se relamía los dedos, aspiró con fuerza su cigarro, y dijo con cierto aire bonachón:

—Si cree que yo he tomado el modo más fácil de trabajar, es que usted es muy optimista. Le estoy ofreciendo un trabajo de importancia, no por ninguna razón sino porque creo que usted puede hacerlo mejor que cualquiera sobre la Tierra. Le pagaré lo que el trabajo vale en sí. Y le aseguro que usted trabajará para lo que yo le pague.

Wace hizo una mueca.

—Continúe y si quiere insultarme en público si lo desea —dijo Van Rijn— pero ahora yo voy a ir a la Tierra y encontrarme quién fue el que puso la bomba sobre el crucero y me cuidaré de él. Al mismo tiempo me ocuparé de que mi pequeño italiano me de sándwich como los que yo quiero. Muerte y dinamita, esta gente quiere acabar con mis huesos matándome de hambre. —Hizo una seña y se separó de ellos en tono más amistoso.

Sandra acercó su silla de ruedas y puso su mano sobre la de Wace. Era un tacto tibio, ligero como una hoja en octubre, pero quemaba. Como si la voz viniese de muy lejos, él oyó que le decía:

—Esperaba que llegara esto, Eric. Es mejor que lo comprendas ahora. Yo, que nací para gobernar… mi vida completa ha sido un gobierno, ¿no es así? Sé de lo que estoy hablando. Sé que hay muchos individuos que son jefes de expediciones pero que no tienen talento ni para indicar el camino que deben hacer seguir a sus gentes. Si. Pero éste no es uno de ellos. Sin él, tú y yo dormiríamos en la muerte sobre el mar de Achan.

—Pero…

—Te quejas de que él te hizo hacer las cosas más duras y de que usó tu talento, ¿no es así? Claro que lo hizo. No es el trabajo de los directores el hacer las cosas por sí mismos. Su trabajo consiste en ordenar, en persuadir, en dirigir, en sobornar incluso, incluso eso, hacer que los otros hagan lo que se debe hacer, tanto si ellos piensan que debe o no debe hacerse, si es posible o no, ése es el trabajo de un líder. Dices que él se pasaba todo el tiempo discutiendo, hablando, haciendo bromas, y otras cosas para impresionar a los nativos. ¿No es eso? ¡Naturalmente! Alguien tenía que hacerlo. Nosotros éramos monstruos, extranjeros que íbamos a suplicarles incluso. ¿Acaso tú o yo podíamos comenzar como unos mendicantes deformados y terminar siendo como reyes?

—Dices que él sobornó, que mintió, que politiqueó, que mató a varios para abrirse camino. Sí. No digo que él tuviese razón. Pero tampoco digo que él se recrease en ello. ¿Pero acaso puedes decir que hubo otro camino por el cual poder salvar nuestras vidas y poder volver a la Tierra? ¿O, tal vez, incluso para hacer que esas gentes pudiesen vivir en paz como la que tienen?

—Bueno, bueno… —el hombre miraba a lo lejos a través de la ventana. Pensaba que sería una cosa muy agradable poder vivir en el interior, en el maltrecho horizonte de la Tierra.

—Bueno, tal vez —dijo él al fin silabeando cada palabra— yo… creo que fui demasiado severo. Pero, de todos modos, sabes que nosotros también desempeñamos nuestro papel. Sin nosotros, él…

—Creo, que sin nosotros, él hubiese encontrado algún otro camino para volver a casa —interrumpió ella— pero sin él, no.

Él sacudió la cabeza. Su cara se puso roja de cólera y de tal modo que ni la luz del sol del exterior podía disimularlo. Pensó, en una súbita reflexión:

Después de todo, ella es una mujer, y las mujeres viven más para la generación próxima que lo que podemos vivir los hombres. Además, ella lo hace de una manera más especial, puesto que la vida de un planeta puede ejercer influencia en los hijos que ella tenga, y ella es una aristócrata en lo más puro y significativo de la palabra. El que sea el padre del próximo Duque de Mermes, puede ser anciano, grueso, sin ningún atractivo, e inconsciente, incapaz de verla como cualquier cosa sino como un simple episodio. Nada importa que la mujer le vea como un hombre.

Desde luego, un día tendré mucho que agradecerle a los dos.

—Yo… —Sandra tomó un aire un tanto confuso. Su mirada parecía querer formular un ruego inesperado— creo que será mejor que me vaya y te deje descansar —tras un momento de silencio continuó—: Él no es tan fuerte como dice. Tal vez me necesite.