Al sur estaba Lannach, una isla del tamaño de Bretaña. Cerca de allí estaba Holmonach, un archipiélago, que describía una curva de cientos de kilómetros hacia el Norte, hacia las regiones más heladas. Así, pues, las islas actuaban como un límite y refugio, que estaba definido por el mar de Achan, protegiéndole de las grandes corrientes frías del océano.
Aquí estaban los drak’honai.
Nicolás Van Rijn, se hallaba sobre el puente principal de cubierta del Gerunis, sin separar su mirada del grueso principal de la Armada de los Fleet hacia el Este. Sus atuendos de ruda tela, mal confeccionados, y sus pantalones que uno de los astros de aquellos seres le había hecho sin muchos esmeros, le irritaban su piel acostumbrada a los más costosos tejidos. Ya estaba cansado del jamón en dulce y los melocotones en conserva, aunque cuando tales reservas se agotasen, empezaría a morir de hambre. Solo el hecho de pensar que le habían capturado, hecho prisionero, y que sus deseos no eran tenidos en cuenta por nadie, significaba una angustia enorme para él. Y no era motivo de menos angustia, el pensar en el dinero que estaba perdiendo la Compañía por la falta de vigilancia personal.
—¡Bah! —exclamó—. ¡Si ellos pusieran todo su empeño en llevarnos de nuevo a nuestro mundo, lo podrían hacer!
Sandra lo miró extrañada.
—¿Y qué harían entretanto los lannach, mientras los drak’honai ponían todo su empeño en devolvernos a nuestro mundo? —respondió—. Es algo muy importante para ellos esta guerra y los drak’honai todavía podrían perderla.
—¡Por la asquerosa boca de Satán! —dijo, extendiendo su peludo puño al aire—. Mientras ellos disienten por sus pequeños e insignificantes territorios, la Compañía Solar de Especies y Licores, está perdiendo un millón de acciones diarias.
—Pero da la casualidad de que la guerra es un asunto de vida o muerte para ambos bandos —dijo ella.
—También para nosotros —dijo él malhumorado, sacando la pipa y recordando al mismo tiempo que el tabaco lo había perdido en la inundación de agua—. ¡Cuando encuentre quién puso la bomba en mi crucero…! —No pasó por su imaginación el ofrecer excusas a Sandra por haberla metido en este asunto. Además, quizá, fue ella quien indirectamente había causado la situación en que se hallaban—. ¡Bueno! —terminó en un tono más tranquilo—, es verdad que debemos arreglar los asuntos aquí, creo yo. Hacer que ellos terminen la guerra, de modo que puedan hacer importantes cosas, como la de llevarnos a casa.
Sandra frunció el ceño a causa del brillo de las aguas, diciendo al mismo tiempo:
—¿Quieres decir que debemos ayudar a los drak’honai…? No es algo que me importe mucho. Además ellos son los agresores. Por otra parte vieron a sus esposas y sus hijitos muriendo de hambre. —Suspiró y terminó diciendo—: Es algo muy difícil de arreglar. Pero, puesto que tenemos que hacerlo, hagámoslo.
—¡Oh, no! —dijo Van Rijn inclinando su barbilla—. Ayudaremos al otro bando. A los Lannachska.
—¡Qué! —exclamó ella separándose de la barandilla y mostrando ante él su mejilla como si hubiese mal oído—. Pero… pero…
—Mira —explicó Van Rijn—. Entiendo un poco algunas de las cosas de la política. La política aquí no es muy diferente de la de nuestra galaxia. Es una cultura de aristócratas poderosos, estos flock, pero toda la fuerza del poder está en el trono, el Almirantazgo. Ahora el almirante es viejo, y su hijo, el príncipe heredero, tiene muchas cosas que callar. Tengo unos oídos muy finos, y además ellos olvidan que nosotros oímos mucho mejor que ellos en esta atmósfera que parece sapa de guisantes. Sí, ya lo sé. Es un tipo muy duro ese T’heonax.
—Así, pues —continuó Van Rijn— ayudaremos a los flock contra los drak’honai. ¿Qué hay de malo en ello? Los drak’honai ya están ganando. Los flock no hacen sino tenerse en una guerra de guerrillas en las partes más agrestes de Lannach. Ellos son todavía muy numerosos, pero los flock tienen toda la fuerza y los sitios más estratégicos en sus manos, y no necesitan más que mantener un status quo para ganar. De cualquier modo, ¿qué podemos hacer nosotros, y quienes Dios no nos concedió alas, en una guerrilla?
—Bueno… sí —accedió ella—. Lo que quieres decir es que nosotros no podemos ofrecer nada a los drak’honai si no es comerciar y tratar en ellos más tarde, en el caso de que nos llevaran a nuestro mundo.
—Exactamente. ¿Y qué prisa tienen ellos en ponerse en contacto con la Liga? A ellos les importa un comino de desconocidos como nosotros procedentes de la Tierra. Les es más importante consolidarse a sí mismos en sus conquistas, que entenderse con poderosos extranjeros. Además, yo sé lo que harán con nosotros; conozco sus intenciones. Tal vez T’heonax nos deje morir de hambre, o quizás nos corte el cuello. Tal vez arroje nuestros restos por la borda y diga más tarde que nunca oyó de nosotros. O quizás, cuando una de las embarcaciones de la Liga le encuentre, él diga, ya sacamos a algunos humanos del mar, les tratamos tan bien como pudimos pero no pudimos restituirles a la Tierra en el momento que era necesario.
—¿Pero es que podrían, realmente? Quiero decir, Freeman Van Rijn, ¿cómo nos llevaría usted a la Tierra, con cualquier clase de ayuda diomedana?
—¡Bah, detalles! No soy ingeniero. Los ingenieros los alquilé. Mi trabajo no consiste en hacer lo imposible, sino en que otros no le hagan. Sólo hay una cosa, y es que ¿cómo voy a organizar algo, si no soy más que un prisionero de un rey que no tiene ningún interés en ponerse en contacto con mis conciudadanos? ¿Eh?
—No obstante la tribu lannach se halla muy subyugada, y le permitirán, como usted dice, escribir su propia tarjeta, en otras palabras hacer su voluntad. Sí. —Sandra rio con una pizca de genuino humor—. ¡Muy bien, amigo! Ahora sólo me queda una pregunta que hacer, ¿cómo podremos llegar a los lannach?
Ella extendió una mano como si mostrase los alrededores. No era un panorama muy prometedor.
El Gerunis era una embarcación típica: una gran estructura, un grupo de troncos unidos los unos a los otros con bastante espacio abierto entre ellos para permitir la flexibilidad del barco, y éstos atados a otros. Un muro de troncos puestos de pie, atados a los transversales, definía una vasta superficie y soportaban la cubierta principal. La proa y la popa se elevaban por cada una de sus partes, mostrando sobre sus planas superficies la artillería y en último extremo el desmedido timón.
Entre éstas, proa y popa, se extendían un grupo de camarotes construidos también con troncos, y atados antes entre sí con cuerdas que confeccionaban ellos mismos con las algas y plantas marinas que los pescadores recogían en el mar. Estos camarotes los utilizaban para almacenar comida, herramientas y para cobijar tanto a los guerreros como a las esposas y pequeñuelos que iban con ellos.
Las dimensiones de la parte superior eran aproximadamente de sesenta metros por quince y que terminaban en una parte inclinada que tenía la forma de una plataforma y con un gran perfil en la parte frontal del barco. Si tenían un viento favorable —recordando la fuerza de los vientos en la mayor parte de los planetas— la embarcación que aquí podríamos llamar parecida a un verdadero barco podría hacer varios nudos a la hora y con un viento suave podría remarse. Llevaba consigo el barco un centenar de diomedanos, más sus esposas y sus hijos. De éstos, diez parejas eran aristócratas con departamentos privados en la parte de popa; otros veinte eran marineros con una cierta especialidad en las cuestiones de navegación, y que estaban separados en una habitación para cada familia en la cubierta principal. El resto eran marineros comunes, que tenían una barraca en la parte superior para todos ellos.
No lejos de allí flotaba el resto de la escuadra. Eran navíos de varios tipos, algunos de ellos construidos de una forma muy rudimentaria y que estaban unidos al Gerunis, y otros eran cargos, algunos llevaban grandes concavidades en las cuales almacenaban el pescado y las algas marinas. A menudo estaban varios juntos formando una isla temporal.
Rodeándoles o patrullando entre ellos estaban las canoas más pequeñas. Por otra parte las alas se batían en el cielo, donde un destacamento aéreo vigilaba las operaciones de observación, formaban el corazón militar de la fuerza del draco.
Más allá de este escuadrón que estaba a su alrededor, las otras divisiones de la flota ensombrecían el agua tan lejos como pudieran alcanzar los ojos del hombre. La mayoría de ellos estaban pescando. Era un trabajo brutal donde las largas redes se sacaban a fuerza de músculo. Casi toda la vida del draco era un trabajo lleno de fuerza muscular y en el cual había que doblar la espalda.
—Me gustaría verlos trabajar como esclavos —observó Van Rijn, de pronto dio un golpe al timón que estaba hecho a conciencia—. Aunque esto es de buena madera y aún está verde, ellos la trabajan con mucha calma, con útiles de piedra y de vidrio. Me gustaría alquilar a algunos de estos individuos, si la Unión de trabajadores pudiera permitirme el llevarlos allí.
Sandra dio un golpe en el suelo con el pie. Ella no se había quejado del peligro de muerte. Del frío, del malestar y de la dificultad del lenguaje de Tolk, que se hacía entender a través de Wace. Pero había unos límites.
—¡Si no reflexionas en lo que dices, o haces que tengan tus palabras sentido, Freeman me iré a otra parte! Te pregunté cómo podríamos salir de aquí.
—Nos rescatarán los lannascha —dijo Van Rijn—, o más bien, ellos vendrán a robarnos. Así de este modo será mejor. Luego si fracasan, nuestro amigo Delp no podrá, decir que fue nuestra la culpa, y que nosotros no tenemos nada que ver en ser deseados por todas las partes.
Ella se irguió.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo van a saber ellos que nosotros estamos aquí?
—Tal vez se lo dirá Tolk.
—Pero Tolk es más prisionero que nosotros, ¿no es así?
—Así es. Sin embargo… —Van Rijn se frotó las manos— hemos hecho un pequeño plan. Tiene una buena cabeza ese Tolk. Casi tan buena como la mía.
Sandra le miró.
—¿Y querrás dignarte el decirme cómo te las has arreglado para hablar con Tolk, bajo la vigilancia del enemigo y además no sabiendo hablar draco?
—Oh, hablo draco muy bien —dijo Van Rijn con cierto humor— ¿no me oíste decir y admitir las conversaciones que se hicieron a bordo? Piensas así porque armé mucho lío, pero me pasé muchas horas tomando lecciones de Tolk. ¿Te crees que soy tan sordo y tan tonto como para no aprender fácilmente? La mitad del tiempo estamos hablando y me está enseñando su lenguaje de Lannach. Nadie en la embarcación lo conoce, así que cuando ellos nos oyen hablar y pronunciamos extraños ruidos, piensan que tal vez Tolk intenta hablar palabras de nuestro mundo, ¿no es eso? Ellos piensan que él desespera de poder enseñarme, aún a través de Wace, y poder meterme en la cabeza su lenguaje de Draco. ¡Ja, ja! Son idiotas los condenador. Ayer le expliqué a Tolk un chiste sucio en lannachamay. Se puso muy serio y se disgustó. Eso prueba de que este pobre viejo Van Rijn, aún tiene sentido, y que está bien aún. Y no digamos nada del resto de su anatomía.
Sandra permaneció rígida durante un momento, intentando comprender lo que quería decir, al querer aprender simultáneamente dos lenguas no humanas, una de ellas prohibida.
—No veo por qué Tolk parecía disgustado —murmuró Van Rijn—, era un buen chiste. Escucha: «Había un marinero que viajaba en uno de los planetas coloniales y…»
—Ya puedo adivinar por qué —interrumpió Sandra con rapidez—, quiero decir… por qué Tolk no pensó que era un cuento gracioso. ¡En…! Freeman Wace estuvo explicándomelo el otro día. Aquí en Diomedes, no tienen la preocupación de la sensualidad constante. Ellos se reproducen una vez cada año solamente en los trópicos. No tienen familias en el sentido en que nosotros los tenemos. No piensan del mismo modo que nosotros —ella se sonrojó— y no tienen ese interés que dura en nosotros todo el año, en las cuestiones de que antes hablábamos y que para nosotros parecen muy normales.
Van Rijn asintió.
—Todo esto lo sé, pero Tolk ha visto algo en lo de la flota y dentro de ésta, se casan y nacen en cualquier momento del año, como los humanos…
—Esa impresión me causó —dijo ella, despacio— y me preocupa. Freeman Wace dice que el ciclo de reproducción es en ellos hereditario. Por instinto, por glándulas, o como se le quiera llamar. «¿Cómo podrían los de la flota vivir diferente a como les dictan sus glándulas?».
—Bueno, no lo sé, pero lo hacen. —Van Rijn encogió sus anchos hombros.
—Tal vez logremos que algún científico se preocupe de estos asuntos más tarde, y forme una tesis acerca de ello.
De pronto, ella, se cruzó de brazos y miró a lo lejos. Sus ojos adquirieron un tono gris.
—Pero no has dicho… ¿qué va a pasar? ¿Cómo va a hablar Tolk de nosotros al lannach? ¿Qué haremos?
—No tengo la menor idea —le dijo a ella con cierta despreocupación—, yo ya me las arreglaré.
Él miró también a lo lejos, hacia el horizonte rojo del cielo. Varios kilómetros más lejos oyeron un enorme zumbido, al mismo tiempo algo que se transportaba como si fuese un enorme castillo de madera, y que flotaba en el aire sobre toda la extensión de los barcos de Draco. Un batir de alas se levanta desde allí y llegaba hasta el Gerunis.
—Pero creo que podremos encontrar rápidamente alguna solución —dijo Van Rijn— porque su reumática majestad llega aquí para decidir lo que tendremos que hacer.