Capítulo 4

La embarcación llevaba sobre ella un centenar de nativos todos armados, algunos vistiendo cascos y corazas construidas de cuero laminado, una catapulta que apenas se veía a través de la oscuridad, estaba montada en la cubierta; además tenía una cabina hecha de troncos y recubierta de algas marinas que terminaba por la parte final en una especie de carabela de estilo medieval. En el techo dos hombres dirigían un largo timón.

—Está bien claro, hemos encontrado un barco de navegación —gritó Van Rijn—, no es tan bueno pero en fin. Con un comerciante puedo hablar; con un oficial pestilente y con bridas de plata en su cerebro sólo puedo gritar. —Entrecerró los ojos dirigiéndolos hacia la noche donde el restallido de la tormenta se hacía sensible.

—Soy un pobre pecador —gritó— pero esto no lo he merecido. ¿Me oyes?

Después de un poco se ató a los humanos y se les dirigió hacia una cabina. La embarcación había comenzado a correr ante el tifón. El balanceo, el murmullo de las olas y el viento y los truenos, habían hecho eco en la conciencia de Wace. Él quería solamente encontrar un lugar donde estuviese seco, quitarse sus vestiduras empapadas en agua y dejarse caer en una cama y dormir durante cien años.

La cabina era pequeña. Tres humanos y dos diomedanos dejaban apenas sitio para sentarse. Pero era tibia y una lámpara de piedra colgaba del techo y arrojaba una tenue luz llena de sombras grotescas con el movimiento. El nativo que habíase encontrado primero con ellos estaba presente. Su daga de cristal la llevaba en una mano y la sostenía como un león al acecho; pero la mitad de su atención parecía estar concentrada en el otro que estaba apoyado y era más viejo, con mechones grises en su pelo, y que estaba atado en uno de los rincones con un trozo de cuerda.

Los ojos de Sandra se estrecharon. El diomedano con el cuchillo miraba a través de la habitación y Van Rijn juró:

—Tú, especie de idiota, ¿quieres dejarnos ver cómo es un arma?

El primer autóctono dijo algo al que estaba atado. Este último hizo una especie de contestación con un gruñido y luego se volvió hacia los humanos. Cuando habló no sonaba lo que decía como si fuese el mismo lenguaje que el de los otros.

—¡Así, pues! ¡Un intérprete! —dijo Van Rijn—. ¿Tú, hablar inglés? ¡Hw, hw, hw! —Él se dio un golpe en su muslo.

—No, espere, más vale probar —dijo, y entonces Wace se expresó en tyrlaniano.

—¿Me comprende usted? Es posiblemente la única conversación que podamos tener juntos en común.

El cautivo levantó su cabeza encrestada y asentó sobre sus manos y sus talones.

Lo que respondió era «casi familiar».

—Hable muy despacio, por favor —dijo Wace, y entonces sintió cómo todo el sueño que antes la acechaba salía de él.

Algo que él pudo comprender le llegó.

—Usted no usa una versión del Carnoy que yo haya oído antes.

—¿Carnoy? Espere, si, uno de los tyrlanianos ha mencionado una confederación de tribus lejos del Sur y que tienen tal nombre. Estoy usando la lengua de un tipo de Tyrlania.

—No conozco esta raza, ellos no invernan en nuestros campos. Ni tampoco los carnoy como cosa regular, pero de vez en cuando lo hacen cuando todos ellos están en los trópicos alguno llega a pasar por aquí, así pues —y entonces él dijo algo ininteligible.

El diomedano con el cuchillo dijo algo, impaciente y dio una contestación cortante. El intérprete dijo a Wace:

—Yo soy Tolk, un moohera del Lannachska.

—¿Un qué de qué? —dijo Wace.

No es fácil incluso para seres humanos conversar cuando tienen que emplear un argot diferente de una lengua extraña. El denso acento impuesto por las cuerdas bucales humanas y las orejas del diomedano —que les oían en una especie de subsonido, pero no llegaban a alcanzar la completa conversación; la declinación de las máximas respuestas era diferente—, al fin Wace necesitó unas cuantas horas para poder hacerse entender en una información de unas cuantas frases.

Tolk era un especialista lingüista de la gran tribu de Lannach, era una de sus funciones aprender cada una de las lenguas que llegaban a su tribu y que eran muchas. Su título podría ser tal vez denominado heraldo, pues sus deberes incluían una gran cantidad de asuntos ceremoniales y presidía todos los mensajeros del cuerpo. Los flock estaban en guerra con los drak’honai, y Tolk había sido capturado en una escaramuza reciente. El otro diomedano presente se llamaba Delp y era un alto oficial de mucho rango de los drak’honai.

Wace posponía el hablar mucho acerca de sí mismo, no sólo por el deseo de mostrarse un tanto reservado en cuanto a él, más que porque se daba cuenta de la tarea tan difícil que sería hacerse comprender. Pidió a Tolk que le advirtiera a Delp de que la comida que habían sacado del crucero, así como era esencial para los hombres de tierra, podría matar a los diomedanos.

—¿Y por qué tendría que decirle yo esto? —preguntó Tolk con un gesto de desprecio desde el punto de vista humano, era muy desagradable.

—Si no lo haces —dijo Wace, puede repercutir sobre ti cuando él sepa que no lo hiciste.

—Es verdad.

Tolk habló a Delp. El oficial dio una respuesta rápida.

—Dice que no se os hará ningún daño a menos que vosotros lo queráis así —explicó Tolk—, dice que tú tienes que aprender su lengua de forma que puedas hablar con él.

—¿Qué es lo que está diciendo? —interrumpió Van Rijn.

Wace se lo explicó. Van Rijn explotó.

—¿Qué? ¿Qué dice? ¿Quedarnos aquí hasta que la muerte y todos los demonios del mundo? ¡Pero maldito sea, ya le explicaría yo!

Wace se levantó sobre sus pies. Las alas de Delp, aletearon hasta volverse a poner en su sitio. Mostró sus dientes. La puerta se abrió y un par de guardias miraron al interior. Uno de ellos llevaba un tomahawk y otro llevaba una especie de sable de madera que destellaba.

Van Rijn se llevó la mano hacia su revólver. La voz de Delp cundió en la habitación. Tolk tradujo:

—Dice que tengamos calma. —Tras haber hablado un poco más y con unos considerables, esfuerzos para poder adivinar en algunos momentos la parte entre Wace y Tolk, se explicaron:

—Él no desea ningún mal, pero él también tiene que pensar en su pueblo. Sois algo nuevo. Tal vez le podáis ayudar o tal vez vosotros seáis tan malos para él que no os permita marcharos. He de tener tiempo para descubrirlo. Os tenéis que despojar de todo lo que lleváis encima y dejarlo a su cargo. El por su parte os proveerá de otros vestidos puesto que se da cuenta de que no tenéis pieles que os cubran.

Cuando Wace hubo interpretado todo esto para Van Rijn el mercader dijo con sorpresa:

—Creo que no tenemos elección en este momento. Podríamos desembarazarnos de muchos de ellos. Tal vez podríamos apoderarnos del barco por completo. Pero no podemos navegar todo el camino hasta nuestras tierras por nosotros mismos. Sin nada más que lo que tenemos nos moriríamos de hambre por el camino. Si yo fuese más joven… por el buen San Jorge, lucharía sobre los principios generales. Mano a mano le llevaría aparte y tocaría el xilofón sobre sus costillas y haría que la nación por completo me ayudase. Pero ahora soy demasiado viejo y gordo y estoy cansado y es muy duro ser viejo, muchacho.

Frunció el entrecejo sobre su inclinada frente y asintió de una forma llena de experiencia:

—¡Pero, condenación! ¿Dónde están los enemigos que se pagan los unos a los otros y dónde están los honestos comerciantes que tienen una oportunidad para sacar unos pequeños provechos aunque sea en estas ocasiones?