Sentado solo —aunque no completamente solo, porque el enorme pseudo cerebro estaba allí y ya le había hablado—, Falkayn se tomó un instante para considerar lo que le rodeaba. Aunque había pasado toda su vida en compañía de robots, incluyendo su bienamado Atontado, se sentía incómodo ante aquél. Trató de comprender el motivo.
Estaba sentado en una vulgar silla autoajustante, delante de un escritorio normal con los aparatos secretariales normales. A su alrededor unas grises paredes desnudas, una blanca luz fluorescente, el aire inodoro y reciclado, un vago zumbido que atravesaba el silencio. Frente a él, un panel de control básico y una enorme pantalla tridimensional, en blanco en aquel momento. ¿Qué es lo que era extraño?
Decidió que su propia reacción ante el misterio que envolvía aquella organización debía ser subjetiva. Los detectives de una cautelosa Liga habían comprobado que los fundadores y propietarios de Serendipity, Inc, no tenían ningún tipo de lazo con ningún grupo en especial…, o, si vamos a eso, con nada ni con nadie, humanos o no, a todo lo largo y ancho del espacio conocido. Pero su origen seguía siendo oscuro. Sus glaciales y torpes personalidades (y en esto Thea Beldaniel era evidentemente una muestra típica de la otra media docena) y su alejamiento de la sociedad de sus semejantes reforzaban aquel aislamiento básico.
Su secreto no había podido ser descubierto. Dejando aparte el valor inherente en el individualismo de los tiempos, que atribuían a la salvaguardia de su intimidad, no era posible. El universo es demasiado grande. Este diminuto segmento del límite de uno de los brazos espirales de una única galaxia que hemos en cierta forma explorado y explotado… es ya demasiado grande. Cuando viajamos hacia los miles de soles que nos intrigaban, hemos pasado de largo literalmente ante millones de otros. Necesitaremos siglos para visitarlos, sin hablar de comenzar a comprenderlos un poquito. Y mientras tanto, y para siempre, la inmensa mayoría de los soles que existen quedan fuera del radio en el cual nos es posible viajar. Los asociados habían llegado al Sistema Solar en una nave de carga abarrotada de metales pesados. Vendiéndolos por un buen precio consiguieron establecer su empresa de información. Aunque habían pedido muchas de las partes a la Tierra, las principales unidades de memoria y lógicas las habían traído de Algún Otro Lugar. Una vez, por pura curiosidad, Nicholas Van Rijn había sobornado a un inspector de aduanas de la Comunidad, pero aquel hombre había dicho sencillamente: «Mire, señor, yo compruebo que las importaciones no sean peligrosas. Me aseguro de que no porten enfermedades y de que no vayan a explotar; ese tipo de cosas. ¿Qué otra cosa podemos detener, bajo una ley de libre comercio? Lo que Serendipity trajo fue un cargamento de piezas de computadores. Estoy seguro de que no habían sido fabricadas por humanos. Después de unos cuantos años en mi trabajo, uno desarrolla intuición para, hum, llamémosle estilo. Y, si como usted me dice, nadie puede igualar exactamente el tipo de trabajo que están haciendo desde que fueron instalados… Bien, señor, aleluya, ¿no está la respuesta muy clara? Esta gente encontró un planeta que puede hacer trucos que todavía nosotros no conocemos, nadie que nosotros conozcamos tampoco. Hicieron un trato. Lo mantienen en secreto. ¿No lo haría usted? ¿No lo hace usted, señor?».
Falkayn se despertó de su sueño. La máquina había vuelto a hablar.
—¿Perdón? —dijo.
Instantáneamente: «¿Qué demonios estoy haciendo, disculpándome ante un aparato?». Recogió su cigarrillo de la barrita sobre el cenicero y le dio una nerviosa bocanada.
—David Falkayn de Hermes y de la Compañía Solar de Especias y Licores, su identidad ha sido verificada.
La voz no tenía el bajo barítono de la mayoría de los robots construidos por el hombre; era alta, con una curiosa calidad sibilante, y tanto el tono como la velocidad variaban en una forma difícil de describir.
—Su nombre está asociado con un cierto número de relatos en los datos de este banco, muy notablemente los episodios relativos a Beta Centauro, Ikrananka y Merseia.
«¡Por Judas! —pensó Falkayn—, ¿cómo se habrá enterado de lo de Ikrananka?».
—Hay muchas materias conectadas lógicamente con cada uno de estos datos y a su vez relacionadas con otros hechos. Usted debe comprender que las ramificaciones totales son virtual-mente infinitas. Por tanto, es necesario seleccionar un asunto e investigar las cadenas asociativas que irradian de él en un número limitado de direcciones. Si ninguna de ellas resultase productiva, se intentan otras líneas y después otro punto de partida, hasta que se obtenga un resultado satisfactorio. O hasta que se me acabe el dinero. ¿Qué tipo de investigación desea usted emprender?
—Bien…, yo… —Falkayn llamó en su ayuda a todas sus conmocionadas facultades—. ¿Algo sobre nuevos mercados o planetas extrasolares?
—Puesto que información confidencial no es entregada aquí, no está usted solicitando ningún servicio que no le puedan ofrecer los centros de datos normales.
—Ahora bien, espera. Quiero que hagas aquello para lo que fuiste construida. Toma los puntos Yo y Dinero y mira qué cadenas asociativas existen entre ellos.
—Comenzado.
¿El silencio se hizo más alto o el silencio más profundo? Falkayn se echó hacia atrás y luchó para relajarse. Detrás de aquel panel, de aquellas murallas, los electrones y los quantum danzaban en el vacío: las cargas y la ausencia de cargas se desplazaban a través de celosías cristalinas; moléculas distorsionadas reaccionaban internamente con campos nucleares, gravitacionales, eléctricos, magnéticos; la máquina pensaba, la máquina soñaba.
Se preguntó si estaría en continuo funcionamiento, construyendo inmensas redes de correlaciones e inferencias, hubiese o no un cliente sentado allí ante ella. Era bastante probable que así fuera, y, de esta forma, se acercaba más que ninguna otra entidad a la comprensión de nuestra esquina del universo. Y sin embargo, debe haber demasiados hechos, las interconexiones posibles entre ellos deben ser incontables. Los pocos datos productivos estaban enterrados en aquella majestuosa masa. Todos los descubrimientos importantes habían supuesto el reconocimiento de aquellas raras asociaciones que tenían un sentido. (Entre el nivel del agua en un baño y el peso del oro, entre el pesimismo de un pequeño párroco de provincias y el mecanismo de una evolución orgánica, entre el Gusano Ouroboros que se mordía su propia cola y la molécula de benceno…). Las criaturas vivientes como Falkayn, que venían desde el cosmos vivo a la caverna donde habitaba aquel ingenio, debían ser lo que motivaba su verdadero funcionamiento, lo que le hacía percibir el significado de lo que hasta entonces había parecido otro hecho aislado.
—¿David Falkayn de Hermes?
—¿Sí? —se sentó rígido y tenso.
—Hay una posibilidad. Recordarás que hace unos años demostraste que la estrella Beta Centauro tiene planetas a su alrededor.
Falkayn no pudo evitar vanagloriarse de ello, aunque no tenía ningún sentido hacerlo, excepto reafirmar su importancia en contraste con el gigantesco cerebro ciego.
—¿Cómo iba a olvidarlo? Eso fue lo que realmente atrajo la atención de los peces gordos y me llevó en mi carrera al puesto que ahora ocupo. Los soles azules gigantes no tienen planetas, o eso se supone generalmente; pero éste sí los tiene.
—Eso es lo archivado, como la mayoría de las novedades —dijo la máquina muy poco impresionada—. Más tarde fue verificado tu intento de explicación del fenómeno. Mientras la estrella estaba condensándose, todavía era un núcleo rodeado por una extensa cubierta nebular, un grupo de planetas erráticos pasó cerca por casualidad. Al perder energía por fricción con la nebulosa fueron capturados.
—Los planetas sin sol son corrientes. Se calcula que hay miles de veces más que estrellas; es decir, se cree que cuerpos no luminosos, que varían en tamaño desde las más grandes que Júpiter a los asteroides, ocupan una cantidad de espacio interestelar mayor en tres órdenes de magnitud que el ocupado por los cuerpos con luminosidad propia y reacciones nucleares que llamamos estrellas. No obstante, las distancias astronómicas son tales que la probabilidad de que un objeto de ese tipo pase cerca de una estrella es casi inexistente. De hecho, ni siquiera los exploradores han encontrado muchos planetas erráticos aun en el espacio medio. En la realidad, una captura deber ser tan rara que el caso que encontraste puede ser el único de toda la galaxia.
Sin embargo, tu descubrimiento excitó el suficiente interés para que, no mucho después, fuese enviada una expedición al planeta por la Colectividad de la Sabiduría del país de Kothgar, sobre el planeta Lemminkainen. Ésos, por supuesto, son los nombres transcritos al ánglico. Aquí está una transcripción del informe completo.
Una hendidura expendió un micro carrete en una bobina que Falkayn se guardó automáticamente en un bolsillo.
—He oído hablar de ellos —dijo—. Civilización no humana, pero tienen relaciones con nosotros de cuando en cuando. Y yo seguí el desarrollo de los hechos. Recuerda que tenía cierto interés personal. Examinaron todos los gigantes dentro de un radio de cientos de años luz que no hubiese sido visitado ya. Resultados negativos, como era de esperar…, y ése es el motivo por el que nadie más se molestó en intentarlo.
En aquel tiempo tú estabas en la Tierra para conseguir tu título de doctor —dijo la máquina—. De otro modo, quizá nunca te hubieses enterado. Y aunque el procesamiento de datos en la Tierra y los medios de comunicación no son mejorados por nadie dentro del espacio conocido, están sin embargo tan sobrecargados que los detalles que parecen de escasa importancia no son archivados. Entre estos hechos se encontraba el que estamos considerando en la actualidad.
—Varios años más tarde, Serendipity, Inc, obtuvo por casualidad un informe completo. Un capitán lemminkainenita que había tomado parte en aquel viaje proporcionó los datos a cambio de una reducción del precio de sus propias investigaciones. En realidad, nos trajo información y dossieres sobre numerosas exploraciones en las que él había participado. Ésta era una de ellas. Ninguna importancia le ha sido atribuida hasta el momento presente, en que tu presencia ha estimulado un estudio detallado del hecho en cuestión —el pulso del hombre se aceleró. Sus manos se crisparon sobre los brazos del asiento—. Antes de que leas la transcripción, se ofrece un resumen verbal —silbó el oráculo—. Se descubrió que un planeta errático está aproximándose a Beta Crucis. No será capturado, pero la hipérbole de su órbita es estrecha y llegarán a formar una unidad astronómica.
La pantalla se oscureció. El espacio y las estrellas aparecieron sobre ella. Entre ellas, una brillaba con un constante azul acerado. Se hizo más grande según se acercaba la nave que había tomado las fotografías.
—Beta Crucis se encuentra aproximadamente al sur del Sol, a una distancia más o menos de doscientos cuatro años luz.
La seca letanía, desgranándose como de un carrete, parecía crear frío procedente de la emocionante vista.
—Es del tipo B, con una masa de aproximadamente seis, radio cuatro, y joven, y el total de su tiempo de permanencia en la fase mayor será del orden de los cien millones de años estándar.
La escena cambió. Un chorro de luz cruzó el invernal fondo estelar. Falkayn reconoció la técnica. Si se navega con rapidez a lo largo de dos o tres ejes octogonales, ampliadores fotográficos con grabadores recogerán objetos comparativamente cercanos como planetas por su movimiento aparente y su localización puede ser triangulada.
—A esta distancia sólo fue detectado un objeto, y bastante lejos además —dijo la máquina—. Puesto que representaba el único caso encontrado por la expedición, se realizaron estudios más detenidos.
La imagen cambió a una banda tomada desde órbita. Un globo se hallaba suspendido sobre un fondo de estrellas. Uno de sus lados estaba oscuro, las constelaciones se formaban sobre su horizonte sin aire según la nave avanzaba. La otra cara brillaba con un difuso blanco azulado. Algunas señales irregulares eran visibles allí donde las partes altas más prominentes se alzaban desnudas.
Pero la mayor parte de la superficie no presentaba absolutamente ningún rasgo.
Falkayn se estremeció. «Criosfera» —pensó.
«Este mundo se había condensado, sin sol, a partir de un núcleo menor de una nebulosa primordial. El polvo, la grava, las piedras, los meteoritos habían llovido conjuntamente durante múltiples “mega-años” hasta que, al final, un planeta solitario se desplazaba entre las estrellas. La contracción había liberado energía; ahora era la radiactividad quien lo hacia, y la compresión de la materia en alótropos más densos debido a la gravitación. Los terremotos sacudían la recién nacida esfera; los volcanes escupían gas, vapor de agua, dióxido de carbono, metano, amoniaco, cianuro, sulfato de hidrógeno…».
»Pero aquí no había ningún sol para calentar, irradiar, comenzar la cocina química que podría producir al final la vida. Aquí sólo había oscuridad y abismo y un frío cercano al cero absoluto.
»Cuando el planeta perdió calor, sus océanos se congelaron. Después, uno a uno, los gases del aire se depositaron en estado sólido sobre aquellos inmensos glaciares, un ventisquero fimbul que podía haber durado siglos. Envuelto en un sudario de hielo —hielo quizá más antiguo que la propia Tierra—, el planeta vagaba estéril, vacío, sin nombre, sin sentido, a través del tiempo y sin otro destino que el fin de los tiempos. Hasta que…
—La masa y el diámetro son algo mayores que los terrestres, la densidad algo mayor —dijo el cerebro, que pensaba sin darse cuenta—. Los detalles pueden buscarse en la transcripción, hasta el punto en que pudieron ser comprobados. Indican que el cuerpo es bastante antiguo. No quedaban átomos inestables en cantidades apreciables, excepto por unos pocos de los que tienen una media vida más larga. Un grupo tomó superficie para una breve visita.
La vista volvió a saltar. A través de la escotilla de la cámara de un bote, Falkayn vio cómo la frialdad se acercaba a él a gran velocidad. Beta Crucis se irguió. Aun en la película, brillaba con demasiada fuerza como para poder mirar hacia ella; pero era no obstante un simple punto… lejano, muy lejano; a pesar de todo su sacrílego resplandor daba menos luz que el Sol sobre la Tierra.
Era suficiente, sin embargo, para reflejar un aire solidificado y unos mares rígidos. Falkayn tuvo que guiñar los ojos para estudiar una escena a nivel de superficie.
El suelo era una llanura que se extendía plana hasta el horizonte, excepto en el punto donde la navecilla espacial y su tripulación la interrumpían. Una cadena montañosa surgía sobre el borde de aquel mundo, oscura piedra desnuda veteada de blanco. La pequeña nave proyectaba una sombra azul sobre una nieve destellante como diamantes, bajo un cielo negro lleno de estrellas. Algunos lemminkainenitas se movían por allí, haciendo sondeos y recogiendo muestras. Sus formas de nutria eran menos graciosas que de costumbre, obstaculizados por las gruesas cubiertas aislantes que los protegían a ellos y a los materiales de sus trajes de la cubeta calorífera que forma siempre un ambiente de aquel tipo, Falkayn podía imaginarse el silencio que les rodeaba, apenas penetrado por las voces en las radios o por los silbidos de las interferencias cósmicas.
—No descubrieron nada considerado valioso —dijo el computador—. Aunque el planeta indudablemente contiene riquezas minerales, están demasiado profundos bajo la criosfera para que resulte rentable extraerlos. Al acercarse a Beta Crucis el material solidificado comenzaría a desaparecer, derretirse o vaporizarse. Pero tienen que pasar años hasta que el planeta se acercase lo bastante para que este efecto pudiera advertirse.
Falkayn asintió inconscientemente. Pensad en el aire y los océanos de todo un mundo helados en equilibrio con el espacio interestelar. ¡Se necesitaría que cayese sobre él la energía de un infierno de Dante antes de que pudiese observarse ni siquiera un hilo de vapor desprendiéndose de la corteza! La máquina continuaba:
—Aunque el paso del periastro sería acompañado de transformaciones geológicas importantísimas, no había ningún motivo para suponer que sería revelado algún nuevo tipo de fenómenos naturales. El curso de los sucesos podía predecirse a partir de las propiedades conocidas de la materia. La criosfera se convertiría en atmósfera e hidrosfera. Aunque esto debe causar violentos reajustes, el proceso sería espectacular antes que fundamentalmente interesante… o provechoso, y los miembros de la cultura dominante en Lemminkainen no se divierten observando catástrofes. Después el planeta recedería. La criosfera volvería a formarse con el tiempo. Nada básico habría sucedido.
—Según esto, la expedición informó de lo que había encontrado como un descubrimiento bastante interesante en un viaje por lo demás decepcionante. No se le dio mucha importancia y los datos fueron archivados y olvidados. El informe negativo que llegó hasta la Tierra no incluía lo que parecía ser incidental.
Falkayn golpeó el escritorio. Aquello hacía mucho ruido en su interior. «Dios mío, —pensó—, los lemmikainenitas no nos comprenden a los humanos en absoluto. ¡No dejaremos que el derretimiento de un mundo de hielo pase sin observación!».
La fantasía jugueteó brevemente en su cabeza. Supón que tuvieras una esfera así, que repentinamente adquiriese una temperatura donde fuera posible vivir. El aire sería venenoso, la tierra roca desnuda…; pero eso podía cambiarse. Podrías levantar tu propio reino…
No. Dejando completamente a un lado el aspecto económico de la cuestión (era muchísimo más barato encontrar planetas inhabitados con vida ya sobre ellos), estaban las monótonas verdades de la realidad física. Los hombres tienen capacidad para alterar un mundo o arruinar otro, pero no pueden moverlo un centímetro fuera de su rumbo prefijado, ya que eso requiere energía de una magnitud literalmente cósmica.
Por tanto, no era posible colocar a este planeta en una órbita favorable alrededor de Beta Crucis.
Debía continuar sus vagabundeos sin fin. No volvería a helarse en un momento. El paso cerca de un gigante azul atraería cantidades de calor increíbles que sólo la radiación puede desprender lentamente. Pero la penumbra sobrevendría en unos años, la oscuridad en décadas, el frío y el fin en unos siglos.
La pantalla mostró una última visión de la esfera sin nombre, empequeñeciéndose al alejarse la nave. Se quedó en blanco. Falkayn permaneció agitado por el horror.
Se oyó a sí mismo decir, como si fuese otra persona, con una petulancia autodefensiva:
—¿Me estás proponiendo que organice excursiones para observar cómo este objeto se columpia junto a la estrella? Estoy seguro de que será una vista pirotécnica. Pero ¿cómo consigo yo un permiso en exclusiva?
La máquina dijo:
—Será preciso un estudio más detallado. Por ejemplo, será necesario conocer si toda la criosfera va a convertirse en líquido. Indudablemente, deberá fijarse con más precisión de la que hay ahora la propia órbita que va a seguir el planeta. Sin embargo, parece que este planeta puede proporcionar un emplazamiento industrial de un valor sin precedentes. Eso no se les ocurrió a los lemmikainenitas, cuya altura adolece de falta de expansionismo dinámico. Pero aquí acaba de establecerse una correlación entre el hecho de que, aunque existe una gran demanda de isótopos pesados, su producción ha sido severamente limitada a causa de la energía calorífera y mortíferos desechos que engendra. Seguramente, éste es un buen lugar donde construir tales instalaciones.
La idea golpeó el estómago de Falkayn y después subió hasta su cabeza como si fueran burbujas de champán. No era el dinero que aquello significaba lo que le hizo ponerse en pie, gritando. Siempre resultaba agradable tener dinero, pero él podía conseguir el suficiente para sus necesidades y avaricias con menos esfuerzo. Era puro instinto lo que le excitaba. Repentinamente, volvió a ser un cazador del Pleistoceno sobre el rastro de un mamut.
—¡Judas! —gritó—. ¡Sí!
—A causa de sus posibilidades comerciales, en esta fase del asunto sería muy necesaria la discreción —dijo la voz que no conocía glorias—. Se sugiere que tu patrón pague la suma establecida para colocar este asunto bajo secreto temporal. Cuando te marches ahora puedes discutir eso con la señora Beldaniel, después de lo cual se te urge a que te pongas en contacto con el señor Van Rijn.
Se detuvo durante un billón de nanosegundos; ¿qué nuevos datos, advertidos de repente, estaba considerando?
—Por razones que no pueden ser declaradas, se te recomienda insistentemente que no cuentes esto a nadie en absoluto antes de salir de la Luna. De momento, y puesto que estás aquí, se sugiere que el asunto sea explorado más profundamente de forma verbal, con la esperanza de que se abran líneas de asociación con más datos que puedan resultar importantes.
Al salir de la oficina, dos horas más tarde, Falkayn se detuvo ante el escritorio de la mujer.
—¡Uf! —exclamó con tono triunfal y agotado. Ella le devolvió una sonrisa placentera.
—Confío en que haya tenido éxito en lo que intentaba.
—Sí, un poco. Uf, tengo que hablar con usted de una cosa o dos.
—Siéntese, por favor.
Thea Beldaniel se inclinó hacia delante. Su mirada era muy fija y brillante.
—Mientras se encontraba usted ahí dentro, capitán Falkayn, yo utilicé otro enclave para obtener del banco de datos la información disponible sobre usted. Sólo lo que está en los dossieres hechos públicos, por supuesto, y únicamente con la esperanza de poder servirle mejor. Lo que usted ha conseguido es algo realmente asombroso.
—Claro que lo es, concedió Falkayn.
—Gracias —dijo.
—Los computadores no hacen todo el trabajo de cálculo aquí.
¡Por los cielos, ella tenía un poco de sentido del humor!
—Se me ha ocurrido la idea de que usted y yo podríamos cooperar de algún modo, con gran beneficio mutuo. Me pregunto si también podríamos hablar de eso.