Pero medio año terrestre después…
Chandra Mahasvany, ministro adjunto de Relaciones Exteriores de la Comunidad terrestre, miraba una vez y otra el globo ocre y dorado que la nave espacial estaba rodeando, y decía indignada:
—¡No pueden hacerlo! ¡Vosotros, simplemente una alianza de… de capitalistas buscando el beneficio mutuo… esclavizar a toda una especie, todo un mundo!
Wiaho, el jefe de la Flota de la Liga Polesotécnica, le dedicó una helada mirada.
—¿Qué piensa usted que los shenna estaban planeando hacer con nosotros?
Había nacido en Perra y unos colmillos semejantes a sables le impedían hablar correctamente los lenguajes humanos. Pero era evidente su desprecio.
—Ni siquiera han tenido la decencia de avisarnos. Si las investigaciones del señor Garver no hubiesen puesto al descubierto las pruebas suficientes como para que yo en persona viniera aquí…
—¿Por qué tiene la Liga que consultar a la Comunidad o a sus gobiernos? —Wiaho señaló con una de sus garras el lugar donde Dathyna giraba sobre sí misma en la pantalla—. Estamos completamente fuera de sus jurisdicciones. Deberían estar contentos de que nos las estemos entendiendo con una amenaza y sin cobrarles por el servicio.
—¿Entendiéndose? —protestó Mahasvany—. Traéis aquí una armada impresionante —sin ningún tipo de provocación—, forzando a esos pobres, eh, shenna, a rendir todo lo que han trabajado tan duramente para construir sus flotas espaciales, sus fábricas clave —trampeando con su soberanía… reduciéndolos a la esclavitud económica—. ¿Llamáis a eso entenderse con la situación? Oh no, señor, yo le doy otro nombre: no es nada más que la creación de un odio que pronto estallará en un grave conflicto. El gobierno de la Comunidad debe insistir en una política de reconciliación. No se olvide que cualquier fallo puede implicarnos también a nosotros.
—No habrá fallos —dijo Wiaho—, ni tampoco «esclavitud». Le digo, Zuga-ya, que les hemos arrebatado la posibilidad de hacer la guerra: supervisamos su industria, entrelazamos su economía con la nuestra de forma que no pueda funcionar independientemente. Pero la razón precisamente para hacer esto es impedir que el revanchismo tenga la menor posibilidad de éxito. No es que esperemos que surja. Los shenna no se sienten demasiado molestos de que les mande… alguien que ya ha demostrado ser más fuerte que ellos.
Una hembra humana pasó junto a la puerta, con una memocinta en una mano. Wiaho la saludó.
—¿Por favor, acérquese usted un momento?… La señora Beldaniel, el señor Mahasvany, de la Tierra… La señora Beldaniel es nuestro contacto más valioso con los shenna. ¿Sabía usted que ellos la criaron? ¿No está usted de acuerdo en que la Liga hace lo mejor para la raza?
La delgada mujer, de edad ya madura, frunció el ceño, no con rabia sino por la concentración.
—No sé nada de eso, señor —contestó francamente—; pero tampoco sé qué otra cosa se podría hacer mejor que convertirlos en miembros de la civilización técnica. La alternativa sería destruirlos.
Ella soltó una risita. En conjunto debía estar disfrutando con su trabajo.
—Puesto que el resto de vosotros insiste en sobrevivir también.
—¿Qué hay de la economía? —protestó Mahasvany.
—Bien; naturalmente, no podemos trabajar a cambio de nada —dijo Wiaho—. Pero no somos piratas. Hacemos inversiones y esperamos un beneficio. Recuerde además que los negocios no son una cosa que se pueda resumir en sumas. Mejorando este mundo beneficiamos a sus habitantes.
Mahasvany enrojeció.
—¿Quiere usted decir… que su maldita Liga, señor, tiene la eterna desfachatez de arrogarse la función de un cogobierno?
—No exactamente —dijo suavemente Wiaho—. El gobierno no podría conseguir tanto. Desenroscó su longitud del asiento que ocupaba.
—Ahora, si quiere excusarme, la señora Beldaniel y yo tenemos trabajo que hacer.
***
En la Tierra, en un jardín, con palmeras por encima, y el agua azul y las olas blancas por debajo, con unas muchachas sirviéndole bebidas y tabaco, Nicholas Van Rijn se alejó de la pantalla en la que estaba proyectando una película traída por la última expedición a Satán. La gran estrella se había empequeñecido, las tierras altas comenzaban a permanecer en calma, por encima de las tormentas que todavía azotaban los océanos y llanuras. Sonrió untuosamente a una hilera de pantallas más pequeñas, donde se veían rostros humanos y alienígenas, los industriales más poderosos de la galaxia conocida.
—De acuerdo, amigos —dijo—, habéis visto que tengo una absoluta y exclusiva preferencia. Sin embargo, soy un anciano cansado que simplemente quiere sentarse al sol rascándose los recuerdos y quizá tomando otro combinado más antes de cenar… ¿Quieres darte prisa en traérmelo, querida? Y, de todas formas, soy un tratante en azúcar y especias y todo lo que sea agradable, no en negras fábricas de Satán. No quiero nada para mí en ese espléndido planeta donde a cada segundo se puede hacer dinero a naves llenas. No, me encantará vender licencias, naturalmente; hacemos también un pequeño trato en cuanto a compartir los beneficios, nada extraordinario, un símbolo, como el treinta o cuarenta por ciento netos. Soy muy razonable. ¿Quieren comenzar a pujar?
Más allá de la Luna, el Muddlin Through aceleraba hacia fuera. Falkayn miró largo rato por el ventanal posterior.
—Qué mujer —murmuró.
—¿Quién? ¿Verónica? —preguntó Chee.
—Bueno, sí, entre otras. —Falkayn encendió la pipa—. No sé por qué estamos empezándolo todo de nuevo, cuando somos ya ricos para toda la vida. Honradamente, no lo sé.
—Yo sí sé por qué —dijo Chee—. De continuar un poco más con el tipo de existencia que has estado llevando, explotarías. Su cola se agitó.
—Y yo me aburriría mucho. Estará muy bien verse bajo cielos limpios otra vez.
—Y hallar nuevas aventuras —añadió Adzel.
—Sí, por supuesto —dijo Falkayn—. Estaba bromeando. Pero sonaba demasiado pretencioso declamar que la frontera es nuestro hogar.
Atontado golpeó una baraja y unas fichas de póquer sobre la mesa con los brazos mecánicos que habían sido instalados para tales propósitos.
—En ese caso, capitán —dijo—, y siguiendo el programa que esbozaste para las próximas horas, se sugiere que te calles y juegues.
∞