Otra vez, Chee Lan trabajaba sola. Muddlin Through había descendido por detrás del horizonte. Había otras naves a la vista: un par de destructores, un transbordador, la nave inutilizada donde estaban encerrados los prisioneros. Sus cascos relucían en la moribunda noche. A sus espaldas, se elevaba como una montaña la fortaleza de Moath. Todo estaba ahora muy tranquilo.
Chee se aproximó saltando como un espíritu de una roca a un arbusto y después a una protuberancia del terreno. Le habían dicho que había una pareja de guardianes. Podía distinguir a uno, una sombra de melena desgreñada, paseando inquieto cerca del emplazamiento del cañón móvil. Su aliento humeaba y el metal que llevaba encima tintineaba. Ella esforzó los ojos, paladeó el viento del amanecer, escuchó, sintió con todos sus cabellos y bigotes. No le llegó nada. O bien Van Rijn y Adzel se habían equivocado en lo que le dijeron, o el compañero del guardián había terminado su guardia sin que llegara su sustituto…, o, en un ambiente para el que ella no estaba evolucionada, perdía las pistas sensoriales importantes.
—¡No hay más tiempo! En el castillo se levantarán dentro de poco. Ahí voy.
Se lanzó por encima de la faja arenosa del final. Hubiese sido mejor atacar desde arriba. Pero su propulsor, al igual que cualquier conversación a corta distancia con los que estaban en la nave, podría alarmar a algún maldito detector. No importaba. El centinela no era consciente de la forma blanca que flotaba hacia él. En el momento en que estuvo a su alcance se pegó a tierra, sacó su pistola y disparó. Ella hubiese preferido matarlo, pero aquello podría causar ruidos. La descarga supersónica hizo que el shenna cayese después de girar un momento. Se derrumbó con el estrépito del día del Juicio. ¿O no? Por lo menos a ella así le pareció. Chee envió tres cortas señales luminosas a la nave con su lámpara. ¡Aquellos dos harían bien en estar vigilando sus pantallas!
Y así era. Se abrió una compuerta, salió una escalerilla. Adzel apareció enorme y gris por el acero que llevaba encima. Sobre su espalda había sido retirada una de las placas y cabalgaba Nicholas Van Rijn. Chee dio un salto y salió a su encuentro. La esperanza revoloteó en su interior. Si pudiesen realmente escapar sin ser vistos…
Un rugido salió de la oscuridad cerca de las naves. Un instante después se oyó el chisporroteo de un rayo energético.
—¡Salid… por ahí! —gritó Chee.
Señaló con la lámpara hacia el invisible Falkayn. Saltando hacia arriba con el propulsor, activó su comunicador:
—Nos han visto, Dave. Ese maldito guardián debía haberse marchado a hacer pis.
Describió una curva, descendiendo otra vez para hacer frente al que disparaba.
—¿Quieres que vaya a recogerte? —sonó la voz de Falkayn.
—Espera un minuto. Quizá…
Un disparo pasó cerca de ella. También había sido vista. Lo esquivó, sintiendo el calor, oliendo el ozono y los iones, medio cegada por su brillantez. El shenna podía haberse escondido e intentar acertarle, pero ésa no era su forma de actuar. Se lanzó hacia delante. Chee condujo a toda velocidad, y a unos cuantos centímetros por encima de su cabeza le soltó una descarga. Él se derrumbó. Ella apenas tuvo tiempo para evitar aplastarse contra la nave ante ella.
Las alarmas resonaban en el castillo y su negra masa se despertó con un centenar de luces. Los shenna salían en torrente por la puerta. La mayoría iban armados; debían dormir junto con aquellas malditas armas. Cuatro de ellos se estaban poniendo trajes de vuelo. Chee se lanzó detrás de la galopante forma de Adzel. Él no podía correr más que aquellos perseguidores. Ella le protegía desde el aire…
—¿Qué pasa? —ladró Falkayn—. ¿Tengo que ir?
—No, todavía no. Te reservaremos para una sorpresa. Chee desenfundó su pistola energética. Ya estaba harta de aquellas estúpidas pistolas alentadoras. Los enemigos iban detrás del wodenita y del humano. No la habían advertido. Ella alcanzó cierta altura sobre ellos, apuntó y disparó dos veces. Uno se estrelló entre una nube de polvo; el otro continuó volando, pero no se volvió a mover, excepto cuando el viento le movía las extremidades.
El tercero se desvió hacia ella. Era un buen luchador. Comenzaron una pelea cuerpo a cuerpo. Ella no pudo hacer nada con relación al cuarto, que se abatió sobre los que huían.
Adzel se detuvo de golpe, con tanta brusquedad que Van Rijn cayó y rodó gritando entre los arbustos espinosos. El wodenita cogió una roca y la tiró. Se oyó un ruido metálico y el shenna revoloteó hasta el suelo, con su propulsor inutilizado.
Sus compañeros, que corrían con una velocidad increíble, no estaban demasiado alejados. Empezaron a disparar. Adzel cargó contra ellos, saltando de un lado a otro, recibiendo una bala o descarga de vez en cuando entre sus escamas, pero sin sufrir ninguna herida seria. Por supuesto, era mortal. Una descarga lo bastante potente, o bien colocada, lo mataría. Pero llegó antes a los shenna. Cascos, manos, colas, uñas entraron en acción.
El shenna derribado tampoco había sufrido heridas graves. Vio su arma donde la había dejado caer y corrió a recuperarla. Van Rijn le salió al paso.
Más alto, más ancho y con músculos como cables, el Minotauro se lanzó contra el gordo anciano. Van Rijn ya no estaba allí. De alguna forma, se había echado a un lado. Le dio una patada de kárate. El shenna aulló.
—¿Así que ése es un punto doloroso para vosotros también?, ¿eh? —dijo Van Rijn.
El dathyno describió un círculo a su alrededor. Se miraban el uno al otro y el arma que brillaba sobre la arena entre los dos. El shenna bajó la cabeza y cargó. Sabiendo que hacía frente a un oponente con cierta habilidad, mantuvo las manos en una posición defensiva. Pero ningún terrestre podría sobrevivir si se dejaba coger. Van Rijn salió a su encuentro a gran velocidad. En el último instante antes del choque, se echó a un lado otra vez, giró y se encontró detrás del gigantesco guerrero que corría hacia delante.
—¡Que Dios me ayude! —gritó Van Rijn. Buscó en su túnica, sacó a San Dimas y golpeó a su enemigo. El shenna se desplomó.
—¡Oooooh! —exclamó Van Rijn, inflando sus mejillas por encima del asombrado coloso—. No soy tan joven como antes.
Devolvió la estatuilla a su lugar de descanso, recogió el arma, la estudió hasta que se hubo figurado cómo se manejaba y miró a su alrededor, en busca de blancos.
No aparecía ninguno inmediatamente a la vista. Chee Lan había vencido a su adversario. Adzel regresaba al trote. En su huida hacia el castillo la multitud de los shenna se había diseminado.
—Esperaba ese resultado —observó el wodenita—. Concuerda con su psicología. El instinto de atacar bruscamente debe ser compensado por igual tendencia a salir de estampida. De otra forma la especie ancestral no hubiera sobrevivido mucho tiempo.
Chee descendió y dijo:
—Vayámonos antes de que se les ocurra alguna idea inteligente.
—Sí, no son del todo estúpidos, me temo —aclaró Van Rijn—. Cuando les digan a sus robots que dejen de hacer el vago…
Un profundo zumbido se oyó en la noche. Uno de los destructores temblaba sobre sus extremidades de aterrizaje.
—Acaban de hacerlo —dijo Chee, y por el comunicador, añadió—: Venid a coméroslos, chicos.
Muddlin Through apareció por encima del horizonte.
—¡Abajo! —gritó Adzel.
Protegió a los otros dos con su cuerpo, que podía soportar mejor el calor y la radiación.
Los rayos relampaguearon. Si alguna de las naves hubiese despegado, Falkayn y Atontado hubiesen tenido problemas. Su suministro de municiones se encontraba vacío después de la batalla de Satán. Pero estaban sobre aviso, excitados, listos y dispuestos a aprovechar despiadadamente la ventaja de la sorpresa. El primer destructor no soltó más que un único disparo a ciegas antes de ser alcanzado. Al caer chocó contra la nave de al lado y ambas volcaron con un estruendo metálico semejante al de un terremoto. La nave de la Liga inutilizó el transbordador de Moath —se necesitaron tres descargas para que la arena corriese derretida por debajo— y aterrizó.
—¡Donderop! —gritó Van Rijn. Adzel lo cogió por debajo de un brazo.
—¿Wat drommel? —protestó.
El wodenita agarró a Chee por la cola y corrió hacia la compuerta.
Mientras la nave bombardeaba el castillo, tuvo que bizquear en aquella cegadora claridad, tambalearse por las explosiones, respirar el humo y los vapores. En el puente, Falkayn protestaba:
—No queremos herir a los no combatientes.
—En conformidad con tus instrucciones generales —replicó Atontado—, estoy tomando la precaución de demoler las instalaciones cuyas resonancias por radio sugieren que contienen armas pesadas y misiles.
—¿Puedes conectarme con alguien en el interior? —preguntó Falkayn.
—Conectaré lo que hemos considerado la banda de comunicación más frecuente en Dathyna… Sí. Están haciendo intentos para comunicar con nosotros.
La pantalla se iluminó. La imagen de Thea Beldaniel apareció, distorsionada, con rayas, enloquecida por la estática. Su rostro era una máscara de horror. A sus espaldas la habitación en que se encontraba temblaba y se agrietaba bajo los ataques de la nave. Falkayn ya no podía distinguir la fachada del castillo. Sólo se veía polvo, atravesado de vez en cuando por las llamas nucleares y las granadas explosivas. Su cráneo temblaba; él mismo estaba medio sordo a causa de la violencia que había desencadenado. La oyó débilmente:
—Dave, Dave, ¿tú nos estás haciendo esto? Él se agarró a los brazos del asiento y dijo a través de las mandíbulas fuertemente apretadas:
—No quería hacerlo. Vosotros me forzasteis. Pero escucha. Esto es una muestra de la guerra para ti y para los tuyos. La más pequeña, suave y cuidadosamente dirigida dosis del veneno que podemos soltar. Nos marcharemos pronto. Esperaba estar lejos cuando comprendieseis lo sucedido. Pero quizá esto sea mejor. Porque no creo que podáis pedir ayuda a tiempo de alcanzarnos y ahora sabéis lo que podéis esperar.
—Dave…, mi señor Moath… está muerto… Vi cómo le alcanzaba una descarga; se convirtió en una llamarada… —no pudo seguir.
—Estás mucho mejor sin un dueño —dijo Falkayn—. Todos los seres humanos lo estamos. Pero díselo a los otros. Diles que la Liga Polesotécnica no os guarda rencor y no quiere pelear. Pero si tenemos que luchar haremos el trabajo de una vez por todas. Tus shenna no serán exterminados; tendremos más piedad de la que ellos tuvieron con los antiguos dathynos. Pero si intentan resistirse les quitaremos todas las máquinas y los convertiremos en nómadas del desierto. Te sugiero que les metas prisa para que piensen en el tratado que podrían hacer en lugar de eso. ¡Enséñales lo que ha pasado aquí y diles que fueron unos locos al cruzarse en el camino de unos hombres libres!
Ella le dedicó una mirada conmocionada. Él habría dicho algo más, pues sentía piedad por ella.
Pero Adzel, Chee Lan y Nicholas Van Rijn se encontraban a bordo. La fortaleza estaba destruida, esperaba que con pocas pérdidas; pero, no obstante, era una lección terrible. Cortó la transmisión. —Detén el bombardeo —ordenó—. Elévate y dirígete hacia la Tierra.
—Oh no, ni hablar, compañero —jadeó el comerciante—. La llevaré a casa y veré si hay algo nuevo, alguna idea que pueda patentar.