Capítulo 19

La nave cruzaba la noche a hipervelocidad. Le llevaría casi tres semanas llegar a su destino.

Al principio Thea se mantuvo distante, permanecía casi todo el tiempo en su camarote y decía pocas cosas, aparte de las fórmulas de cortesía comunes a la hora de las comidas y en los encuentros casuales. Van Rijn no la presionó. Pero charlaba en la mesa, primero mientras comían, después acompañado de enormes botellas de vino y brandy. Aparentaba ser una charla ociosa, recuerdos, asociaciones libres, en su mayor parte humorísticas, aunque de cuando en cuando serias. A menudo aquellos monólogos eran provocados por observaciones de Adzel; sin embargo, Van Rijn parecía dar por supuesto que se estaba dirigiendo a la esbelta y nerviosa mujer que nunca sonreía, además de al dragón centauroide de suaves modales.

Después de las primeras comidas, ella inmediatamente se excusaba y desaparecía. Pero pronto se quedó, escuchando durante horas. En realidad, no había mucho más que hacer, y muchos billones de años luz de soledad rodeaban aquella concha de vibrante metal, y la lengua de Van Rijn dejaba escapar muchas cosas que nunca habían sido de dominio público, tanto en el campo de la ciencia como en el de la saga.

—… no pudimos acercarnos a aquella blanca estrella enana, de tal forma era mala su radiación…; fuertes quanta de rayos equis saltando de ella, como las pulgas de un perro que se ahoga…; pero teníamos que recobrar de alguna forma la nave abandonada o nuestra pobre y pequeña nueva compañía caería en la bancarrota. Bueno, pensé yo, el destino me ha clavado un arpón al final. Pero, maldita sea, el pensar sobre un arpón me hizo pensar que quizá…

Lo que no sabía es que, antes de cada ocasión, Adzel había recibido sus instrucciones. Lo que tenía que preguntar, decir, oponerse a, y confirmar estaba en una lista. Así, Van Rijn llevó a cabo una serie de conversaciones cuidadosamente programadas para probar a Thea Beldaniel.

Pronto desarrolló una idea general bastante buena de los temas que le interesaban y complacían y de los que la aburrían o disgustaban. Sin duda, ella estaba almacenando en su memoria todo lo que pudiera concebiblemente ser de utilidad para los shenna. Pero tenía que reconocer que la utilidad era marginal, especialmente cuando no tenía forma de decir cuánto había de cierto en cada anécdota. De ahí se seguía que su reacción ante cualquier cosa que él dijese provenía principalmente de su propia personalidad, de sus propias emociones. Más claras aún eran sus reacciones ante los diversos estilos que él empleaba. Una historia podía ser relatada de una manera calculadora, fría e impersonal, o con una fruición bárbara, o humorísticamente, o filosóficamente, o tiernamente, o poéticamente, cuando ponía palabras en boca de otras personas, o de muchas formas más. Por supuesto, no pasaba directamente de un método a otro. Probó diferentes proporciones.

Cuando él se percató del rostro que debía adoptar ante ella, el viaje no había llegado aún a la mitad; por tanto, se concentró en él. Ya no necesitaba más a Adzel, pues ella le respondía directamente y con ansiedad.

Continuaban siendo enemigos; pero se había convertido en un oponente respetado —o más que respetado—, y era patético ver cómo crecía en ella la esperanza de que pudiese hacerse la paz entre él y sus señores.

—Naturalmente, yo también quiero la paz —aclaraba él benevolentemente—. ¿Para qué tenemos que pelear? Dos o trescientos billones de estrellas en nuestra galaxia. Es mucho sitio, ¿no?

Hizo un gesto a Adzel, que, bien entrenado, se dirigió al trote a buscar más brandy. Cuando llegó, el hombre montó un espectáculo:

—¡Puaaaaff! Esto no vale ni para echarlo en sensores químicos viejos, y menos para nuestra amiga, que no bebe demasiado y tiene un fino paladar. ¡Llévatelo y tráeme otra que sea decente! ¡No, tampoco lo tires! ¿Es que tienes escamas en tu cerebro, además de las de tu mole? ¡Lo llevaremos a casa, se lo enseñaremos al comerciante y se lo haremos tragar de la forma más inverosímil!

Todo esto cuando era una botella perfectamente buena que él y Adzel consumirían más tarde en privado. La escena era parte de la atmósfera que estaba creando. Jove debía soltar de cuando en cuando algunos truenos y relámpagos.

—¿Por Qué están tus shenna asustados de nosotros? —preguntó en una ocasión. Thea se erizó.

—¡No lo están! ¡No hay nada que los asuste!

(Sí, ellos debían ser Jove y ella su adoradora. Por lo menos como una primera aproximación. Había señales de que la relación era en realidad más sutil, y existía una figura del amo que era aún más primitiva).

Ellos estaban siendo cuidadosos…, discretos…, sabios…, estudiándoos de antemano.

—Vamos, vamos, vamos. No se enfade, por favor. ¿Cómo puedo decir cosas correctas sobre ellos cuando no me cuenta usted nada?

—No puedo —ella tragó saliva y se retorció las manos—. No debo.

Huyó a su camarote.

Al poco rato, Van Rijn la siguió. Podía deslizarse como el humo cuando quería. Su puerta era impresionante y estaba cerrada, pero, cuando embarcaron, él había conservado un botón en su oreja, oculto por los rizos. Era un amplificador de sonido transistorizado, construido a la manera de los sonotones del período anterior al del desarrollo de las técnicas regenerativas del oído. Durante un rato escuchó sus sollozos, ni conmiserativo ni cínico. Aquello confirmaba que ella se estaba rindiendo psicológicamente. No se rendiría, no en los pocos días de viaje que quedaban. Pero cedería terreno, si él avanzaba con cuidado.

Al día siguiente se dedicó a ponerla alegre, y en la siguiente cena consiguió emborracharla ligeramente a los postres. Adzel se marchó tranquilamente y se pasó media hora en el panel central de control, ajustando el color y la intensidad de las luces del salón. Éstas se fueron convirtiendo en una romántica penumbra muy lentamente, de forma que Thea no lo advirtiese. Van Rijn había traído un tocadiscos, para que pudiera disfrutar con la música mientras cenaban. El programa de esta noche recorría un calculado conjunto de piezas como La última Primavera, La Ci Darem La Mano, Saldes Liebestod, Londonderry Air, Evenstar Blues. No le dijo a ella los nombres. La pobre criatura estaba tan alejada de su propia especie que no significarían nada para ella. Pero debieron tener su influencia.

No tenía intenciones físicas con respecto a la mujer. (No es que le hubiera importado. Era, aunque no bella, aunque no tan rellenita como a él le gustaban, bastante atractiva —a pesar de su severo traje blanco— ahora que se había relajado. El interés resaltaba sus rasgos de finos huesos y encendía aquellos ojos verdes, realmente hermosos. Cuando hablaba sin otro propósito que el simple placer de hablar con un humano, su voz se enronquecía). Cualquier intento de aquel tipo hubiera despertado sus defensas. Estaba intentando una clase de seducción más sofisticada y vital.

—… ellos nos criaron —decía ella ensoñadoramente—. Oh, ya sé el argot terrestre. Sé que nos dieron personalidades anormales. Pero, Nicholas, honradamente, ¿cuál es la norma? Es cierto que somos distintos de los demás humanos. Pero la naturaleza humana es plástica. No creo que puedas llamarnos a nosotros más condicionados que tú lo estás por haber sido educado en una determinada tradición. Estamos sanos y somos felices. Van Rijn elevó una ceja.

—¡Lo somos! —dijo ella con más fuerza, enderezándose en el asiento de nuevo—. Estamos felices y orgullosos de servir a nuestros…, nuestros salvadores.

—La dama protesta demasiado, pienso yo —murmuró él.

—¿Qué?

—Un verso en antiguo ánglico. No lo reconocerías. La pronunciación ha cambiado. Quiero decir que me siento muy interesado. Nunca habías hablado con nadie anteriormente de tu historia, la avería de la nave y todo eso.

—Bueno, se lo dije a Dave Falkayn cuando…, cuando estuvo con nosotros.

Las lágrimas brillaron repentinamente sobre sus pestañas. Se frotó los párpados, sacudió la cabeza y vació otra vez el vaso. Van Rijn lo volvió a llenar.

—Es un muchacho muy agradable —dijo ella con rapidez—. Nunca quise hacerle daño. Ninguno de nosotros quería. No fue culpa nuestra que fuese, fuese, fuese enviado al peligro. ¡Usted lo envió! Espero que tenga suerte.

Van Rijn no siguió en la dirección que ella, inadvertidamente, había confirmado: que Latimer y su hermana habían llevado las noticias a los shenna, que rápidamente habrían organizado su propia expedición a Beta Crucis. Era un punto bastante evidente. En vez de eso, el comerciante dijo lentamente:

—Si era un amigo, como dices, debes haberle herido cuando le mentiste.

—No sé qué quieres decir —ella parecía muy asombrada.

—Tú le envolviste en una fina cuerda, tú —el suave tono de Van Rijn quitaba dureza a sus palabras—. Ese accidente radiactivo y el haber sido encontrados después es una coincidencia demasiado grande para que yo me la trague. Además, si los shenna simplemente querían enviaros de vuelta al hogar con un buen regalo, no os hubieran enviado de espías. Además estás demasiado bien entrenada, eres demasiado leal para haber sido criada por unos completos extraños desde la adolescencia. Podríais sentiros agradecidos por su ayuda, pero no seríais sus agentes contra vuestra propia raza, que nunca os hizo ningún mal…, a menos que os criaran desde que erais bebés. No, ellos os cogieron antes de lo que dices, ¿no?

—Bien…

—No te enfades. —Van Rijn levantó su propio vaso y contempló los colores de su interior—. No voy con segundas intenciones, tengo buen corazón y estoy intentando comprender algunas cosas para ver de imaginar cómo podemos arreglar este problema y no tener ninguna pelea. No te pido que me pases ningún verdadero secreto sobre los shenna; pero cosas como, oh, cómo llaman ellos a su planeta…

—Dathyna —susurró ella.

—Ah. ¿Lo ves? Decir eso no te ha hecho ningún daño ni a ti ni a ellos, ¿no? Y hace que podamos hablar con más facilidad, no necesitamos dar rodeos. Okey, fuisteis criados desde pequeños, para un determinado propósito como podría ser el que los shenna necesitasen embajadores especiales. ¿Por qué no admitirlo? Cómo te educaron, cómo era el ambiente que te rodeaba, cualquier pequeño detalle amistoso me ayuda a comprenderos a ti y a tu gente, Thea.

—No puedo decirte nada importante.

—Lo sé. Como el tipo de sol que tiene Dathyna, porque quizá es una pista demasiado valiosa. Pero ¿qué me dices de la forma de vida? ¿Fuiste feliz en la infancia?

—Sí, sí. Mi primer recuerdo es… Isthayan, uno de los hijos de mi amo, me llevó de exploración… Quería alguien para que llevase sus armas; incluso sus niños tienen armas… Salimos de la casa, hacia la parte en ruinas del gigantesco edificio antiguo… encontramos algunas máquinas en la habitación de una alta torre, no se había oxidado demasiado, la luz del sol entraba por un agujero en el techo, parecía encender un fuego blanco sobre el metal y yo me reía al verlo brillar… Podíamos mirar, contemplar el desierto, como siempre… —sus ojos se agrandaron y se llevó una mano a los labios—. No, estoy hablando con demasiada libertad. Será mejor que me despida hasta mañana.

Verweile doch, du bist so schón —dijo Van Rijn—, que es otro viejo proverbio terrestre que quiere decir que te sientes un rato y tomes otro vasito de Madeira, querida. Hablaremos de cosas triviales. Por ejemplo, si vosotros, los bebés, no salisteis de ninguna nave colonizadora, entonces, ¿de dónde?

El color abandonó sus mejillas.

—¡Buenas noches! —dijo con la boca abierta y, una vez más, echó a correr.

A esas alturas, él podría ya haber gritado una orden para que se quedara y ella le hubiese obedecido, porque el reflejo de la obediencia a aquel tipo de estímulo se veía claramente en la mujer.

Pero se refrenó. Un interrogatorio sólo la llevaría a la histeria.

En vez de ello, cuando él y el wodenita se encontraban a solas en la habitación de Adzel —que había sido preparada arrancando la mampara de separación entre dos habitaciones adyacentes—, musitó mientras se tomaba una última copa:

—He obtenido unos fragmentos de información. Pistas sobre qué tipo de mundo y cultura tenemos enfrente. Más hechos psicológicos que exteriores. Pero eso también puede ser útil —sus bigotes se elevaron con la violencia de su mueca—. Porque nos encontramos ante algo no solamente molesto, sino desagradable. Horrible.

—¿De qué se ha enterado, pues? —preguntó el otro calmosamente.

—Obviamente, los shenna convirtieron en esclavos —no, en perros— a humanos que consiguieron cuando eran bebés para este propósito. Quizá también a otros seres, pero de cualquier forma a humanos.

—¿Dónde consiguieron los niños?

—No tengo pruebas, pero aquí va una suposición mejor de la que Beldaniel y sus asociados pensaron que yo podría hacer. Mira, podemos suponer con bastante seguridad que el planeta donde vamos a encontrarnos está bastante próximo a Dathyna, para que ellos tengan la ventaja de una comunicación fácil, mientras que nosotros nos encontraremos lejos de casa y de nuestros amiguitos armados. ¿De acuerdo?

Adzel se frotó la cabeza, lo que produjo un sonido como si los huesos se entrechocaran.

—Cerca es un término relativo. Dentro de una esfera de cincuenta o cien años luz por radio hay tantas estrellas que no tenemos probabilidades razonables de localizar el centro de nuestros oponentes antes de que ellos hayan montado cualquier operación que tengan en la cabeza.

—Ja, ja, ja. Lo que quiero decir es que en algún punto alrededor de nuestro destino se halla el territorio donde los shenna han estado activos durante bastante tiempo. ¿Okey? Bueno, sucede que recuerdo que hace unos cincuenta años hubo un intento de implantar una colonia humana en esta dirección. Por aquellas fechas era corriente un pequeño grupo utópico como ése. Una estrella tardía del tipo G, que tenía un planeta no del todo mal, que ellos llamaron, hum, ja, Leandra. Querían alejarse de cualquiera que se inmiscuyera en su paraíso. Y tuvieron éxito. No había beneficios en viajar tan lejos para comerciar. Tenían una nave que visitaba Ifri o Llynathawr quizá una vez al año para comprar cosas que necesitaban con dinero que tenían. Al fin, pasó un largo tiempo sin que viniera ninguna nave. Alguien se preocupó y fue a ver. Leandra estaba abandonada. El único pueblo se hallaba completamente quemado —había habido un fuego en el bosque en kilómetros alrededor—, pero la nave había desaparecido. Durante un tiempo fue un gran misterio. Me enteré de ello, porque, casualmente, unos años después estuve viajando por Ifri. Por supuesto, no causó ninguna impresión, ni en la Tierra ni en ningún otro planeta importante.

—¿Nadie pensó en piratas? —preguntó Adzel.

—Oh, probablemente. Pero ¿por qué iban a saquear los piratas un lugar tan diminuto como aquél? Además, no hubo ningún ataque más. ¿Quién ha oído hablar de piratas por sólo una vez? La teoría lógica era que el fuego había arrasado las cosechas, los almacenes, todo lo que los leandrios necesitaban para vivir. Se fueron todos en la nave a buscar ayuda, tuvieron problemas en el espacio y nunca llegaron a puerto. El asunto está completamente olvidado ya. No creo que nadie se haya molestado con Leandra desde entonces. Hay demasiados sitios mejores y más cerca de casa. —Van Rijn contempló su vaso como si fuera otro enemigo—. Hoy pienso distinto. Podría haber sido obra de los shenna. Podrían haber aterrizado en un principio, como exploradores amistosos de un mundo que acababa de comenzar sus viajes por el espacio. Podían enterarse de detalles e imaginarse qué hacer. Después pudieron encender el fuego y secuestrar a todo el mundo para no dejar huellas.

—Creo adivinar lo que sigue —dijo suavemente Adzel—. Algún intento, posiblemente, de domesticar a los cautivos humanos adultos. Seguramente un fallo que terminó con su asesinato, porque los más jóvenes no recuerdan a sus padres naturales… Sin duda muchos niños también murieron, o fueron asesinados por ser material poco prometedor. Es bastante probable que la media docena de Serendipity sean los únicos supervivientes. Me hace dudar de que algunos no humanos hayan sido esclavizados de forma parecida. Leandra debe haber sido una oportunidad única.

—Lo que demuestra es bastante malo —dijo Van Rijn—. No le puedo preguntar a Beldaniel sobre sus padres. Por lo menos, debe sentir sospechas, pero no se atreve a pensar en ellos, porque toda su alma se basa en ser una criatura de los shenna. De hecho, tengo la impresión de que es propiedad especial de uno de ellos…, como si fuera un perro —su mano se cerró sobre el vaso con una fuerza que hubiera roto cualquier otra cosa menos fuerte que el vitrilo—. ¿Es que quizá quieren hacer lo mismo con nosotros? —rezongó—. ¡No, por mi eterna condenación! —vació el último whisky—. Eso quiere decir que antes les veré en el infierno… ¡Aunque los tenga que arrastrar tras de mí!

El vaso se estrelló belicosamente contra la cubierta.