Capítulo 18

Las bien establecidas leyes de la naturaleza pocas veces son contradichas por los nuevos descubrimientos científicos. Normalmente, resultan ser aproximaciones, o casos especiales, o sólo necesitan expresarse de otra forma. Así, por ejemplo, aunque un conocimiento más amplio de la física nos permite hacer cosas que han sido consideradas imposibles, como atravesar un año luz en menos de dos horas, las restricciones de Einstein en el concepto de la simultaneidad continúa siendo válido en sus puntos esenciales. Por muy alta que sea la pseudovelocidad que alcancemos, continúa siendo finita.

Esto era lo que Adzel argumentaba.

—No es correcto que pregunte lo que estarán haciendo «ahora» nuestros amigos, separados como estamos de ellos por distancias interestelares. Es cierto que cuando nos hayamos reunido con ellos podremos comparar sus relojes con los nuestros y ver que ha transcurrido el mismo lapso de tiempo. Pero identificar cualquier momento de nuestro intervalo con alguno del suyo es ir más allá de la evidencia, e incluso perpetrar una afirmación sin sentido.

—¡Okey! —tronó Nicholas Van Rijn, agitando sus trazos como aspas de molino en la silla—. ¡Okey! ¡Entonces dame una respuesta sin sentido! Ya hace casi cuatro malditas semanas que se marcharon. Para llegar a Beta Crucis no pudieron necesitar mucho más de dos, ¿no es así? Quizá hayan encontrado glaciares derretidos de cerveza y akva-vit y por eso no hemos sabido nada de ellos.

—Comprendo su preocupación —dijo Adzel tranquilamente—. Es posible que yo lo sienta un poco más que usted todavía. Pero el hecho es que una cápsula mensajera es más lenta que una nave como Muddlin Through. Si hubieran enviado una inmediatamente después de llegar, apenas habría tenido tiempo de alcanzar el Sistema Solar hoy. Y no sería lógico que hicieran una cosa así. Seguramente, David, después de recobrarse, supuso que tendría usted la habilidad suficiente para sacarle al computador de SI lo mismo que él. ¿Por qué entonces iba a malgastar una cápsula simplemente para confirmar la existencia del planeta errante? No, él y Chee Lan hubieran reunido antes bastantes datos. Con un poco de suerte, no tienen por qué haberse tomado las molestias y el riesgo de interceptación que entraña enviar un informe escrito. Deberían volver a casa… bastante pronto…, espero.

Su gigantesca forma escamosa se levantó de la cubierta donde reposaba. Su cuello debía encorvarse bajo la cabeza; su cola se enroscaba al otro lado de una esquina. Los cascos repiqueteaban sobre el acero. Dio varias vueltas por el puente de mando antes de detenerse y contemplar el simulacro de cielo que formaba alrededor de aquel compartimento, un cinturón negro y cubierto de piedras brillantes.

La nave, conducida gravitatoriamente, aceleraba hacia fuera. La Tierra y la Luna se habían encogido hasta convertirse en una doble estrella, azul y otro, y el sol se había empequeñecido visiblemente. Hacia delante resplandecían las estrellas meridionales. Una X se bosquejaba hacia la sección de proa de la pantalla continua centrada sobre una región cerca de la constelación de Circinus. Pero la mirada de Adzel iba continuamente hacia otro punto brillante, el segundo más brillante de la Cruz.

—Podemos volver y esperar —sugirió—. Quizá, y a pesar de todo, la señora Beldaniel pueda ser inducida a retirar su amenaza de cancelar la reunión; o quizá la amenaza fueran sólo palabras.

—No —dijo Van Rijn desde la silla en la que reposaba—, creo que no. Es dura. Lo averigüé mientras regateábamos. Ja, apuesto a que pone salsa de espagueti sobre alambres espinosos. Y será mejor que la creamos cuando dice que sus jefes no están terriblemente ansiosos por hablar con nosotros, y que no puede garantizar que acudan a la cita, y que si hacemos algo que a ellos no les guste… o que no le guste a ella, y por tanto no se mostrará muy entusiasta al decirles que deben negociar…; bueno, entonces se irán a casa en un abrir y cerrar de ojos.

Dio una chupada a su larga pipa de barro, añadiendo más humo azul a la humareda que ya llenaba el aire.

—Nosotros no sabemos prácticamente nada sobre ellos —continuó—, y ellos saben un montón de cosas sobre nosotros. Lo que quise decir, cuando se trata de reuniones y de intercambiar ideas, que nosotros somos los compradores en el mercado de un vendedor y no podemos hacer mucho más que preguntar muy cortésmente si no les importaría utilizar una lanceta menos grande. Q. E. D. —terminó lúgubremente.

—Si te preocupan David y Chee —dijo Adzel—, podría conectar la radio antes de que pasemos a hipervelocidad y enviar una nave o dos más para que les refuercen.

—No tiene ningún sentido, a menos que recibamos un mensaje suyo pidiendo ayuda o pase mucho tiempo sin tener noticias de ellos. Ambos son pioneros buenos y experimentados que deben poder arreglárselas solos en cualquier planeta. Y si algo les ha pasado, me temo que sería ya demasiado tarde.

—Estaba pensando en ayudarles contra una acción hostil. Quizá se encuentren con fuerzas armadas, alertadas por los dos socios de Serendipity que se marcharon antes, hace varias semanas.

—¿Cuántas fuerzas tendríamos que enviar para pelear?; ni se sabe. Sólo es seguro que tendrían que ser muchas. —Van Rijn negó con la cabeza—. En los combates no hay segundo premio, dragoncito. Si enviamos menos fuerzas que el enemigo, lo más probable es que no regresasen. Y no podemos malgastar ninguna nave de guerra para estar seguros de la victoria sobre esos desconocidos villanos que están intentando desplazarnos de nuestros duramente conseguidos beneficios.

—¡Beneficios! —la punta de la cola de Adzel golpeó la cubierta con estruendo y un seco tamborileo, al tiempo que una involuntaria indignación enronquecía su voz de bajo—. Si lo hubiera usted notificado a la Comunidad tendríamos una buena fuerza disponible, pues las fuerzas armadas regulares podrían ser movilizadas. Cuanto más pienso en su silencio, más comprendo con horror que está usted deliberadamente dejando a planetas enteros, civilizaciones completas, billones y billones de seres sensibles permanecer desprevenidos sin sospechar nada… ¡Todo para no perder la oportunidad de un monopolio!

—Vamos, vamos, caballito —Van Rijn levantó la palma de una mano—; no soy tan malo. Verás, yo no ganaré ningún dinero si toda mi sociedad se va derechita hasta el fondo, ¿verdad? Y, además, tengo una conciencia. Torcida y manchada de tabaco, quizá, pero una conciencia. Algún día tendré que responder ante Dios.

Señaló la pequeña estatuilla de arenisca marciana de San Dimas que siempre viajaba con él. Se erguía sobre una balda, las velas habían sido olvidadas con las prisas de la partida, pero numerosos vales en promesa de futuras ofrendas estaban metidos bajo el pedestal. Se santiguó.

—No —dijo—. Tengo que decidir aquello que logre que todos tengamos la mejor oportunidad posible. No con seguridad —no hay tal cosa—, pero sí su mejor oportunidad. Tengo que decidir nuestra acción con este cansado y viejo cerebro, que está empapado y es difícil de iluminar. Hasta si decido que tú seas quien decida, eso es una decisión mía y yo tendré la responsabilidad por ello. Además no creo que quisieras esa responsabilidad.

—Bueno, no —admitió Adzel—; es aterradora. Pero muestra usted un orgullo peligroso asumiéndola unilateralmente.

—¿Quién sería mejor? Tú eres demasiado ingenuo, demasiado confiado…, por poner un ejemplo. La mayoría de los demás son estúpidos, o histéricos, o acarician alguna teoría política que les haría cortar el universo en pedazos para acomodarlo a ella, o son avariciosos, o crueles, o… Bueno, yo, yo puedo pedir a mi amigo de ahí que interceda ante el cielo por mí. Y también tengo contactos en esta vida, como comprenderás. No estoy jugando todas las cartas solo, no, no. Tengo un montón de buena gente guardada en la manga, a quienes se está informando de todo cuanto necesitan saber. —Van Rijn se recostó hacia atrás—. Adzel —dijo—, bajando por el pasillo encontrarás un refrigerador con cerveza. Tráeme una como un buen chico y revisaré contigo todo este asunto. Durante todas las charlas que he mantenido has esperado pacientemente y no has estado presente. Así entenderás qué cubos de gusanos debo mantener en equilibrio…

***

Los que no temen a la muerte, ni siquiera por su propia mano, pueden obtener más poder que el que les daría solamente su fuerza. Porque en ese caso su cooperación tiene que ser obtenida mediante un acuerdo.

Los socios de Serendipity no habían sufrido una derrota total. Conservaban varios triunfos. En primer lugar estaba el aparato que habían montado, la organización, los computadores y los bancos de memoria. Sería difícil, quizá imposible, impedirles que destruyeran esto antes de consumar la venta, si así lo querían. Y había algo más aquí que el dinero de alguien. Demasiadas empresas importantes dependían abundantemente del servicio, muchas otras lo harían con el tiempo; aunque la pérdida sería principalmente económica, sacudiría severamente a la Liga, la Comunidad y a los pueblos aliados. En efecto, aunque incontables años humanos no serían perdidos como vidas, su productividad sí.

Por supuesto, el sistema no contenía información sobre sus verdaderos dueños. Quizá podrían deducirse algunas cosas; por ejemplo, estudiando los circuitos, pero serían aproximadas y poco importantes, caso de ser correctas. Sin embargo, una apreciación de los datos acumulados tendría algún valor como un indicativo de la cantidad mínima de conocimiento que poseían aquellos dueños sobre la civilización técnica.

Debido a esto, los socios pudieron exigir un precio por el perdón de sus máquinas. El precio incluía su marcha en libertad, nadie les seguiría, lo que podían verificar por sí mismos.

Van Rijn, a su vez, había podido exigir algunas compensaciones por ayudarles a arreglar esta marcha. Estaba naturalmente ansioso por enterarse de algo, cualquier cosa con relación a los shenna (pronto consiguió sonsacarles que se llamaban así, por lo menos en uno de sus lenguajes). Quería un encuentro entre su raza y aquélla. Antes de que Kim Yoon-Kun, Anastasia Herrera y Eve Latimer abandonasen el Sistema Solar, obtuvo su promesa de que apremiarían a sus señores para que enviaran una delegación. No especificaron dónde sería enviada. Thea Beldaniel, que se quedaba, revelaría este secreto en el momento adecuado, si lo creía conveniente.

Otro interés mutuo era conservar la discreción. Ni Serendipity ni Van Rijn querían que los gobiernos de la técnica se mezclasen directamente en el asunto…, al menos de momento. Pero si alguna de las partes se cansaba de aquellos escarceos privados, podía detenerlos haciendo una declaración pública de lo que estaba pasando. Puesto que Van Rijn, probablemente, tenía menos que perder en dicha eventualidad, esto era una pieza de ajedrez más poderosa en su mano que en la de Thea; o, aparentemente, de eso la había convencido. Al principio ella compró su silencio ayudándole a conseguir de los computadores la información sobre Beta Crucis y el planeta errante que Falkayn había conseguido anteriormente.

Sin embargo, las negociaciones entre él y ella se alargaron. Esto era en parte debido a las formalidades legales relacionadas con la venta de la compañía y de los roces con las agencias de noticias que querían saber más. Se debía también en parte a su propio interés. Necesitaba tiempo; tiempo para que Muddlin Through informase; tiempo para decidir qué debería decírsele sigilosamente a quién y qué debería hacerse entonces como preparación contra un peligro tan indefinido; tiempo para comenzar esos preparativos, pero manteniéndolos en secreto, aunque no muy escondidos…

En contraste, la ventaja de Thea —o la de sus amos— consistía en proponer una fecha temprana para un encuentro. No debería ser demasiado pronto para que los shenna pudiesen ser avisados ampliamente por el grupo de Kim; pero tampoco debería concedérsele a Van Rijn más tiempo para organizar sus fuerzas de lo que fuese inevitable.

Le dijo que los shenna no tenían ningún motivo importante para regatear con nadie. Habiendo sido destruido su sistema de espionaje, podrían desear reunirse con alguien bien informado, como Van Rijn, comprender los cambios de la situación, incluso negociar para llegar a un acuerdo sobre las esferas de influencia. Pero también podrían no hacerlo. Siendo tan poderosos como eran, ¿por qué iban a hacer concesiones a una raza inferior como la humana? Propuso que el mercader fuese solo a una cita, en una nave escogida por ella con las ventanas cerradas. Él se negó.

Ella interrumpió las conversaciones abruptamente e insistió en marcharse en menos de una semana. Van Rijn aulló hasta quedar ronco. Aquél era el límite en que ella y sus socios se habían puesto de acuerdo, cuando decidieron también el lugar donde sugerirían a sus amos que se celebrase el encuentro. Si no aceptaba, no sería conducido allí, sencillamente.

Él amenazó con no aceptar. Dijo que tenía otras maneras de rastrear a los shenna. El forcejeo continuó durante un tiempo. Thea tenía algún motivo para desear que la expedición se llevase a cabo. Creía que serviría los fines de sus amos; como mínimo les ofrecería una opción más. Y también, una consideración menor, pero lo suficientemente real, la devolvería a su patria, cuando de otra forma estaba condenada al suicidio o al exilio de por vida. Cedió en algunos puntos.

Lo que al final acordaron fue que ella viajaría sola y Van Rijn sin otra compañía que Adzel. (Habían conseguido llevar un compañero en compensación por el hecho de que su ausencia, pretendía él, incapacitaba gravemente a la Liga). Iban a marcharse en el momento que ella quisiese; pero no viajarían a ciegas. En cuanto alcanzasen la hipervelocidad, ella daría instrucciones al «piloto-robot» y él podría escuchar cómo especificaba las coordenadas. De todas formas, la meta no iba a ser un planeta shenna.

Pero ella no quería arriesgarse a alguna trampa, ingenio rastreador, mensaje clandestino, o cualquier otra cosa que él pudiese colocar en el interior de una nave preparada de antemano. Ni se atrevía él a correr ese riesgo. Acordaron pedir juntos una nave recién construida en una fábrica no humana con una provisión completa de equipamiento. Casualmente había una que acababa de terminar sus pruebas de navegación y de la que estaban haciendo publicidad. Subieron a bordo inmediatamente después de que fuese entregada en el Sistema Solar, habiéndose inspeccionado mutuamente el equipaje de mano, y partieron en el instante en que se les dio permiso para hacerlo.

Esto era todo lo que Adzel conocía. No había tomado parte en las restantes actividades de Van Rijn. No le sorprendió demasiado enterarse de que correos confidenciales habían sido despachados de un extremo a otro del territorio donde comerciaba Solar de Especias y Licores, con órdenes para sus empleados de más confianza, jefes de distrito, «capitanes policía» y empleados de índole y funciones más oscuras. Pero no comprendió hasta qué grado habían sido alertados otros príncipes de la Liga; en realidad, no se les contó todo. Pero la razón de ello no fue tanto mantener en secreto la existencia del planeta errante como evitar que una avaricia a corto alcance o las buenas intenciones obstaculizaran el esfuerzo para la defensa. Los magnates fueron advertidos de que existía una civilización poderosa, probablemente hostil, detrás de los límites conocidos. A algunos se les confió con más detalle el papel que había jugado en aquello Serendipity. Debían reunir las fuerzas con que contasen.

¡Y esto era suficiente para que los gobiernos se diesen cuenta de que ocurría algo! Un movimiento de las unidades de guerra de la Polesotécnica no podía pasar inadvertido. Las preguntas serían rechazadas, con más o menos cortesía. Pero, con algo claramente flotando en el ambiente, los servicios oficiales militares y navales serian puestos en estado de alerta. El hecho de que las naves de la Liga se concentraran cerca de los planetas importantes haría que los encargados de su defensa reuniesen también sus propias fuerzas.

En una guerra abierta esto no serviría. Los señores del comercio debían trabajar tan conjuntamente como fuese posible con los poderes espirituales y temporales que la teoría legal (que difería a menudo extraordinariamente según las diversas razas y culturas) decía que estaban por encima de ellos en cualquiera de las innumerables jurisdicciones distintas. Pero en un futuro inmediato —cuando ni siquiera estaba probada la verdadera existencia de un enemigo peligroso— una alianza semejante resultaba imposible. Las rivalidades eran demasiado fuertes. Van Rijn podía conseguir una acción más rápida mediante un complicado trapicheo que por medio de una llamada al idealismo o al sentido común.

Aun así, la acción era demasiado lenta. Bajo perfectas condiciones, es decir, con todos los implicados convertidos en unos ángeles militantes, seguiría siendo demasiado lenta. Las distancias eran tan grandes, las líneas de comunicación tan escasas, los planetas tantos y tan separados. Nadie había intentado nunca coligar a todos aquellos mundos. No se trataba sólo de que no pareciera necesario, sino de que no parecía factible hacerlo.

—Hice lo que pude —dijo Van ‘Rijn—, sin siquiera saber qué debiera haber hecho. Quizá dentro de tres o cuatro meses —o tres o cuatro años, no sé— la bola de nieve que he echado a rodar dará frutos. Quizá para entonces todo el mundo esté listo para soportar cualquier golpe que pueda caer sobre ellos; o quizá no, no lo sé.

—He dejado la información que no he comunicado a nadie en lugar seguro. Si no regreso, será publicada dentro de un cierto tiempo. Después de eso, no puedo adivinar qué sucederá. Entonces muchos jugadores entrarán en el juego, ¿comprendes?, mientras que ahora sólo hay unos pocos. Hace muchos siglos que se demostró, en los primeros siglos de teoría, que cuantos más jugadores haya menos estable es un juego.

—Tú y yo saldremos ahora mismo y veremos lo que podemos hacer. Si no hacemos otra cosa que estrellarnos, bueno, creo que hemos puesto tantos huevos como ha sido posible. Quizá sean suficientes; quizá no. Vervloekt, ¡cómo me gustaría que esa bruja, Beldaniel, no nos hubiese hecho marchar tan pronto!