Los reflejos le hicieron lanzarse al suelo y rodar como una pelota un instante antes de que llegase la riada. Después se encontró rodeado por la oscuridad y un ruido sordo, lanzado de un lado para otro, un objeto más entre las rocas y los fragmentos de hielo que chocaban contra su armadura.
Los golpes le alcanzaban a través del metal y la protección acolchada. La cabeza le giraba dentro del casco. Un golpe tras otro le hicieron perder el conocimiento.
La catarata se detuvo. Falkayn comprendió vagamente que estaba enterrado en ella. Tenía sus rodillas cerca del vientre y sus brazos cruzados sobre su placa facial. Murmuró por el dolor que vibraba en todo su cuerpo e intentó estirarse. Era imposible. El terror se apoderó de él. Gritó y se esforzó, pero no sirvió de nada. El puro peso de lo que le rodeaba le encerraba en aquella postura embriónica.
La congelación comenzaba. La radiación no es un proceso eficiente; la conducción sí, especialmente cuando la materia que está en contacto con uno se bebe todas las calorías que una temperatura mucho más alta le proporcione. No podía moverse para mantenerse caliente por el esfuerzo. Intentó llamar por la radio, pero parecía estar estropeada; el silencio llenó su cráneo, su visión; el frío, su cuerpo.
Se le infiltró un pensamiento: «Estoy indefenso. No hay nada que pueda hacer para salvarme. Es un sentimiento horroroso».
Desafió: «Por lo menos mi mente es mía. Puedo morir pensando, reviviendo los recuerdos, como un hombre libre». Pero nada vino a su mente, excepto negrura, silencio y frío.
Apretó las mandíbulas para que los dientes no le castañeteasen y se aferró como un «bulldog» a la resolución de que no volvería a ser presa del pánico.
Estaba yaciendo así, con sólo un destello de vida en su cerebro, cuando la masa glaciar hirvió y le dejó en libertad. Quedó tendido entre la niebla y el líquido que se evaporaba. Beta Crucis disipó las nieblas y mordía su armadura. Por todas partes, la avalancha hervía y desaparecía más gradualmente del suelo del valle. Pero Muddlin Through navegaba por encima de su cabeza, lentamente, lanzando un rayo de energía en abanico a corta distancia de las nieves. Cuando sus detectores localizaron a Falkayn, extendió un rayo tractor. El hombre fue levantado, lanzado por una compuerta y depositado sobre una mesa, listo para los profanos cuidados de Chee Lan.
***
Un par de horas más tarde estaba sentado sobre su catre, acariciando un cuenco con sopa, que miraba con ojos límpidos.
—Claro, estoy estupendamente ahora —dijo—. Dame el sueño de una noche y volveré a ser el de siempre.
—¿Es eso deseable? —reprendió la cynthiana—. Si yo fuera tan cabeza-de-tubo para salir a un terreno peligroso sin un cinturón gravitatorio que me levantara en caso de peligro, me cambiaría a mí misma por un modelo nuevo.
Falkayn se echó a reír.
—Tú tampoco lo sugeriste —dijo—. Hubiese significado que yo llevase menos aparatos. ¿Qué pasó?
—Ying-ng-ng… según la reconstrucción que hicimos Atontado y yo, ese glaciar no era agua. En su mayor parte era hielo sólido —dióxido de carbono sólido—, con algunos otros gases mezclados. La temperatura local ha alcanzado finalmente el punto de sublimación, o un poco más. Pero el calor de vaporización debe ser suministrado. Este área se enfría rápidamente después del atardecer y el día sólo dura unas cuantas horas. Sospecho también que los componentes más volátiles estaban absorbiendo más calor que la masa principal congelada. El resultado fue un equilibrio inestable. Se desmoronó precisamente cuando tú estabas ahí fuera por casualidad. ¡Qué propio del destino! Una parte importante del casquete de hielo se sublimó explosivamente y desalojó al resto de lo alto del acantilado. Si nos hubiéramos molestado en tomar espectros de los reflejos y lecturas termoacopladas…
—Pero no lo hicimos —dijo Falkayn—, y yo por lo menos no me siento demasiado culpable. No podemos pensar en todo. Nadie puede hacerlo. Estamos condenados a adquirir la mayor parte de nuestro conocimiento por medio de la dificultad y el error.
—Preferiblemente, con alguien al lado para rescatarnos cuando las cosas se ponen realmente feas.
—Sss… sí. Deberíamos formar parte de una flota regular de exploración. Pero, bajo las circunstancias actuales, no lo somos, eso es todo. —Falkayn dejó escapar una risita—. Por lo menos ya tengo una opinión más clara sobre el nombre que debemos darle a este planeta: «Satán».
—¿Qué quieres decir?
—El enemigo de lo divino, la fuente de todo mal, en una de las religiones de la Tierra.
—Pero cualquier ser razonable puede comprender que lo divino en sí mismo es… Oh, bueno, no tiene importancia. Pensaba que vosotros los humanos habíais agotado los nombres mitológicos para los planetas. Seguramente ya hay alguno al que le hayáis puesto de nombre Satán.
—Hummmm. No recuerdo. Por supuesto, está Lucifer, y Ahrimán, y Loki, y, en cualquier caso, el Satán tradicional opera en un mundo subterráneo de fuego, excepto en las partes en donde es de hielo y se divierte pensando en castigos para las almas malvadas. Es apropiado, ¿no?
—Si es como otros «antidioses» que yo he conocido —dijo Chee—, puede volverte rico, pero, al final, descubres que no fue una buena idea hacer tratos con él.
Falkayn se encogió de hombros.
—Veremos. ¿Dónde estamos ahora?
—Navegando sobre el lado nocturno, tomando medidas e imágenes. No veo ningún motivo para quedarnos. Todas las indicaciones que tenemos, todas las extrapolaciones que podamos hacer nos indican que el rumbo de los acontecimientos encantarán a Van Rijn hasta las arrugas de ladrillo de su avaricioso corazón. Es decir, toda la criosfera se volverá fluida, y dentro de una década o dos las condiciones serán apropiadas para la industria. Sin embargo, mientras tanto las cosas se ponen más peligrosas a cada hora.
Como subrayando las palabras de Chee, la nave se inclinó a un lado, y las placas de su casco, mordidas por el viento, rechinaron. En un minuto o dos habían atravesado la tormenta. Pero Falkayn reflexionó sobre cómo debía ser aquella tormenta para afectar así a una nave movida por energía termonuclear, controladora de la gravedad, con pantallas antirradiación, guiada por sensores y pilotada por computador, capaz de atravesar el espacio interestelar y de librar combate con otras naves.
—De acuerdo —dijo—. Recojamos tantos datos como podamos con seguridad en… las próximas veinticuatro horas y regresemos después a casa. Que alguien haga más tarde los estudios detallados. Necesitaremos un grupo de combate aquí de todas formas para hacer frente a cualquier posible aspirante.
—Cuanto antes se entere el viejo Nick de que vale la pena enviar ese grupo, mejor. —Chee movió su cola—. Si hay piquetes enemigos apostados cuando llegue, todos tendremos problemas.
—No te preocupes —dijo Falkayn—. Nuestros distinguidos oponentes deben vivir bastante lejos, puesto que ni siquiera han enviado a un explorador aquí.
—¿Estás seguro de que una expedición anterior no vino y se marchó mientras estábamos en camino? —preguntó Chee, muy despacio.
—Aún estaría por aquí. Hemos tardado un par de semanas en el viaje y un poco más trabajando. Nos marchamos tan pronto únicamente porque dos seres en una nave sólo pueden hacer determinadas cosas —no porque nos hayamos enterado de todo lo que nos gustaría conocer— y porque tenemos prisa. Los otros, no teniendo ninguna razón para sospechar que conocemos su juego, deberían haber planeado, lógicamente, una investigación más concienzuda y relajada.
Falkayn se rascó el mentón. La picazón le recordó que se había olvidado de tomar una dosis de enzima anti barba.
—Por supuesto —dijo—, sus investigadores pueden haber estado por aquí, detectarnos cuando nos acercábamos y correr a buscar a papá, quien podría estar en camino ahora, trayendo un bastón más bien grande —levantó la voz jovialmente—. No detectas ninguna nave, ¿no es cierto, Atontado?
—No —contestó el computador.
—Bien. —Falkayn se recostó en su almohada. La nave estaba equipada para detectar el «despertar» casi instantáneo del turbulento espacio que rodea un hipermotor en marcha, hasta el límite teorético de casi un año luz—. La verdad, no lo esperaba…
—Mis detectores están desactivados —explicó Atontado.
Falkayn se puso en pie de un salto. La sopa se derramó del cuenco sobre Chee Lan, que dio un salto en el aire y emitió un chillido.
—¿Qué? —gritó el hombre.
—Inmediatamente antes de nuestra carrera para ponernos en órbita me diste instrucciones para alertar todos los detectores en previsión de posibles peligros locales —le recordó Atontado—. De ahí se sigue que la capacidad del computador no debe ser distraída por los instrumentos detectores dirigidos al espacio interestelar.
—Judas en un reactor —gimió Falkayn—. Pensaba que habías adquirido más iniciativa que todo eso. ¿Qué te enseñaron esos ingenieros de cocina de la Luna cuando te repararon?
Chee se sacudió estilo perro, salpicando la sopa sobre él.
—Ya-t’in-chai-ourh —gritó, lo que es intraducible—. ¡Volando a esos detectores!
Por un momento el silencio zumbó entre los chillidos del exterior. Las posesiones que abarrotaban el camarote de Falkayn —fotos, libros, magnetófono, carretes y visor, un armario medio abierto lleno de elegantes prendas, unos cuantos recuerdos y armas favoritas, un escritorio donde se amontonaban las cartas sin contestar— se volvió pequeño, frágil y limpio. El humano y la cynthiana se acurrucaron juntos, sin advertir que lo hacían, con las uñas de ella reluciendo dentro del círculo del brazo derecho de él.
Las palabras de la máquina cayeron.
—Veintitrés fuentes distintas de pulsaciones son observables en dirección de Circinus.
Falkayn se sentó rígidamente. Inmediatamente, pensó: «Nadie que conozcamos vive por ese lado. Tienen que dirigirse hacia aquí. No estaremos seguros de su rumbo ni de su distancia a menos que formemos una línea de base y la triangulemos, o esperemos y veamos lo que hacen. ¿Pero qué duda cabe de que es el enemigo?».
Oyó a Chee susurrar como por encima de un abismo:
—Veinte… Muerte… Tres de ellas. ¡Eso es una fuerza de combate! A menos… ¿Puedes hacer algunos cálculos aproximados?
—La proporción entre la señal y el ruido sugiere que se encuentran a medio año luz de distancia —dijo el computador, sin ninguna alteración en el tono de voz—. El ritmo del tiempo de cambio indica que avanzan a una velocidad mayor de lo que cualquier piloto técnico consideraría prudente aproximándose a una estrella como Beta Crucis, que se encuentra rodeada por una densidad de gas y materia sólida poco usual. La relación de las amplitudes de las diferentes señales parecería cuadrar con la hipótesis de una flota organizada alrededor de una nave bastante grande, equivalente aproximadamente a una nave de guerra de la Liga, tres cruceros o unidades similares más pequeñas y diecinueve unidades más pequeñas y rápidas. Pero, por supuesto, estas conclusiones son provisionales, partiendo del hecho de que efectivamente sea una fuerza armada y se dirija hacia nosotros. Incluso asumiendo esa hipótesis, el error probable de los datos es demasiado grande en el momento actual para permitir cálculos de confianza.
—Si esperamos a tener eso —gruñó Chee, dentro de su garganta—, estaremos confiadamente muertos. Me creeré que no es una flota de guerra enviada por nuestros espontáneos enemigos con órdenes de aniquilar a todo el que encuentre cuando el comandante nos invite a tomar el té —se separó de Falkayn, se acurrucó delante de él sobre la alfombra, con la cola enroscada y los ojos como lámparas de jade—: ¿Cuál es ahora nuestro próximo movimiento?
El hombre exhaló un suspiro. Sintió que el húmedo frío abandonaba sus palmas, los latidos del corazón en su interior descendían constantemente su velocidad y un oficial militar se adueñó de su alma.
—No podemos quedarnos en Satán o sus alrededores —declaró—. Captarían nuestros motores con detectores de neutrino, aunque no dispongan de otros, y nos destruirían. Podríamos escapar bajo gravedades ordinarias, ponernos en una órbita cercana al Sol y esperar que su emisión nos proteja de ellos hasta que se vayan. Pero tampoco parece una buena solución. Por muy pronto que se marchen, nosotros habríamos adquirido una dosis radiactiva mortal, por acumulación…, si es que se van. Alternativamente, también podríamos colocarnos en una órbita muy grande alrededor de Beta. Nuestra emisión mínima sería detectable contra el bajo fondo, pero podríamos rezar para que nadie apuntase casualmente un instrumento en nuestra dirección. Tampoco me gusta esa idea. Estaríamos atrapados durante un tiempo indefinido, sin forma de enviar un mensaje a casa.
—Enviaríamos un mensaje en una cápsula, ¿no? Tenemos cuatro a bordo —reflexionó Chee—. No, en realidad sólo dos, ya que nos veríamos obligados a las otras dos de sus capacitadores para que las otras dos tengan energía suficiente para llegar al Sol… o a cualquier lugar desde donde el mensaje pudiera llegar al Sol. Pero, aun así, tenemos un par de ellas.
Falkayn negó con la cabeza.
—Demasiado lentas. Serían observadas…
—No emiten demasiado. No es como si tuviesen generadores nucleares.
—Un detector de tipo naval puede sin embargo localizar una cápsula a hipermotor desde un radio más alejado del que disponemos nosotros, Chee. Y la cosa es sólo un tubo, por el amor de Judas, con un motor muy primitivo, un robot-piloto apenas capaz de dirigirse hacia donde está programado y gritar: «Aquí estoy, venid a buscarme» por radio al final del viaje. No, cualquier perseguidor puede igualar su fase y, o bien volar la cápsula, o cogerla a bordo de su nave.
La cynthiana se relajó un poco. Habiendo asimilado ya el hecho de la crisis, se estaba volviendo tan fríamente racional como el Hermético.
—Supongo que piensas que nosotros mismos deberíamos echar a correr hacia el hogar —dijo—. No es mala idea, si ninguna de esas unidades puede alcanzarnos.
—Somos bastante rápidos —dijo él.
—Algunos tipos de naves lo son más. Llenan el espacio que nosotros reservamos para equipamiento con plantas de energía y osciladoras.
—Lo sé. El resultado de una carrera no es seguro. Pero mira; —Falkayn se echó hacia adelante, con los puños cerrados sobre las rodillas— tengamos las piernas más largas que ellos o viceversa, una salida medio año luz por delante no hará ganar mucha diferencia a lo largo de doscientos. No acrecentemos el riesgo demasiado saliendo a su encuentro. Y podríamos enterarnos de algo, o ser capaces de hacer algo, o… no lo sé. Tendremos que jugar esta mano como nos la sirven. Pero sobre todo piensa en esto: si nos ponemos en híper con una poderosa onda de «despertar», cubriremos la salida de una diminuta cápsula mensajera. Estará fuera del radio de detección antes de que alguien pueda separar su emisión de la nuestra…, especialmente si nos dirigimos hacia él. Así, nos pase lo que nos pase, mandaremos la información. ¡Por lo menos le habremos hecho ese daño al enemigo!
Chee le contempló durante un rato, que continuó en silencio, hasta que murmuró:
—Supongo que son tus emociones las que están hablando. Pero hoy tienen sentido.
—Comienza a prepararte para la acción —bramó Falkayn.
Llevó sus pies hasta el suelo y se puso de pie. Una ola de mareo pasó por su cuerpo. Descansó contra la pared hasta que pasó. El cansancio era un lujo que no podía permitirse. Tomaría una pastilla de estimulante y pagaría más adelante el precio metabólico, si es que sobrevivía.
Las palabras de Chee permanecían en el fondo de su mente.
Sin duda ella tiene razón. Estoy siendo espoleado por la rabia ante lo que me hicieron. Quiero vengarme de ellos. Un estremecimiento recorrió sus nervios. ¿O es miedo… de que vuelvan a hacerme lo mismo?
Moriré antes de que eso suceda. Y me llevaré algunos de ellos conmigo… ¡a Satán!