Capítulo 12

Francamente —dijo Chee Lan—, hablando entre amigos y sin querer ofender a nadie, estáis completamente locos. ¿Cómo puede un trozo de infierno derretido inhabitable tener tanta importancia para alguien?

—Seguramente ya te lo expliqué, aunque estuviera medio drogado —dijo Falkayn—: Una base industrial para la transmutación de los elementos.

—Pero eso lo pueden hacer vuestros planetas.

—Es una escala frustrantemente pequeña, comparada con el mercado en potencia que existe.

Falkayn se sirvió un vaso de whisky y se echó hacia atrás para disfrutar con la digestión de la cena. Le parecía que se había ganado unas cuantas horas de tranquilidad en el salón. Habiendo terminado su investigación desde la órbita, «mañana» iban a tomar contacto con la superficie y las cosas podrían andar movidas.

—¿Te apetece una partida de póquer? La cynthiana, colgada sobre la mesa, negó con la cabeza.

—¡No, gracias! Acabo escasamente de recobrar el gusto por los juegos de cuatro manos, después de que Atontado se hizo lo suficientemente rico para apostar por todo lo alto. Sin Adzel el ambiente aquí puede volverse demasiado extraño. Esa maldita máquina nos sacará hasta el pellejo.

Comenzó a cepillar su sedosa piel.

—Vayamos a los negocios. Yo soy xenóloga. Nunca presté más atención que la estrictamente necesaria a vuestras feas fábricas. Me gustaría una explicación completa del motivo por el cual se supone que voy a arriesgar mis huesos allá abajo.

Falkayn suspiró y sorbió un traguito. Él había dado por supuesto que ella hubiese visto lo obvio tan claramente como él. Pero para ella, con su herencia biológica, su fondo cultural y sus intereses especiales, no era obvio. Me pregunto qué es lo que ella ve que yo no veo. ¿Cómo podría averiguarlo?

—No tengo las estadísticas en mi cabeza —admitió—. Pero sólo necesitas un conocimiento general de la situación. Mira, no hay ningún elemento en la tabla periódica, ni siquiera un solo isótopo que no tenga alguna aplicación en la tecnología moderna. Y cuando esa tecnología opera en centenares de planetas; bueno, no importa que el consumo de un material Q sea un porcentaje muy bajo en total. La cantidad total de Q que se necesite anualmente será toneladas como mínimo…, seguramente megatoneladas.

—Ahora bien, algunos elementos no se encuentran en grandes cantidades en la naturaleza. Incluso en las estrellas peculiares, los procesos de transmutación proporcionan una baja cantidad de núcleos como rhenium y escandium; de esos dos metales yo casualmente sé que existe gran demanda para ciertas aleaciones y semiconductores. ¿No has oído hablar nunca de la huelga de las minas de rhenium, en Maui, hace unos veinte años? El hallazgo más fabuloso de la historia, un tremendo boom, y en tres años los filones quedaron exprimidos, las ciudades desiertas y el precio volvió a dispararse a los espacios galácticos. Después están los elementos pesados inestables, o los isótopos de corta vida de algunos de los elementos ligeros. Todos ellos son escasos, por mucho que se explore la galaxia. Cuando se encuentra alguno, hay que extraerlo bajo condiciones difíciles, llevarlo hasta el lugar de venta…, y todo eso también encarece el precio.

Falkayn bebió otro trago. Últimamente había sido muy sobrio, así que aquel whisky encima de unos cócteles antes de cenar y del vino de la cena le volvía locuaz.

—No se trata únicamente de que la escasez haga que algunas cosas sean caras —añadió—. Hay varios proyectos que nos es imposible acometer porque no tenemos la cantidad necesaria de materiales. Por ejemplo, podíamos progresar mucho más rápidamente en la exploración interestelar —con todo lo que eso significa— si dispusiésemos del suficiente hafnium para fabricar las unidades poliérgicas necesarias para hacer computadores suficientes para pilotar muchísimas más naves espaciales grandes de las que podemos construir en el momento actual. ¿Quieres más ejemplos?

—No… Yo sola puedo pensar en varios más —dijo Chee—. Pero actualmente cualquier clase de núcleo puede ser fabricado ya. Y se fabrican. Yo misma he visto las plantas de transmutación con mis enrojecidos ojos.

—¿Qué habías estado haciendo la noche anterior para que tus ojos se hubiesen enrojecido? —replicó Falkayn—. Claro, tienes razón en lo que has dicho. Pero las instalaciones que viste eran pequeñas. No pueden siquiera satisfacer la demanda actual. Si se construyesen lo bastante grandes, sólo sus residuos radiactivos esterilizarían cualquier planeta donde se asentasen…; por no mencionar los residuos caloríferos. Una reacción exotérmica desprende calor directamente; pero también lo hacen las reacciones endotérmicas… indirectamente, por medio de la fuente de energía que proporciona la energía necesaria para que la reacción se produzca. Recuerda que estamos hablando de procesos nucleares. Un gramo de diferencia entre la materia prima y el producto final significa nueve por diez a la treceava potencia en joules. Una planta que produjese unas cuantas toneladas de elementos por día cogería probablemente el río Amazonas en un extremo de su sistema de refrigeración y expediría un chorro de vapor por el otro extremo. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que la Tierra se calentase lo suficiente para que la vida sobre ella fuese imposible? ¿Diez años quizá? ¿O en cualquier mundo dotado de vida? Por tanto, no podemos utilizar uno, tenga o no tenga seres vivos nativos sobre él. Un planeta es demasiado valioso por otros conceptos…, por no hablar de las leyes interplanetarias, la opinión pública y una mínima decencia.

—Todo eso lo comprendo —dijo Chee—. Por supuesto, ésta es la razón por la que la mayor parte de las plantas de transmutación existentes se encuentran sobre cuerpos menores, esencialmente sin aire. Por supuesto.

—Lo que quiere decir que se tienen que instalar conductores de calor, alimentándose de la masa fría del planetoide —asintió Falkayn—, lo cual es muy caro. Y lo que es peor, impone limitaciones por causas técnicas relacionadas con la ingeniería sobre el tamaño de una planta y prohíbe algunas operaciones que los productores darían cualquier cosa por poder hacer.

—No había pensado nunca antes en este tema —dijo Chee—. Pero ¿por qué no usar mundos estériles —mundos nuevos, por ejemplo, donde la vida no ha empezado a evolucionar—, que posean atmósferas e hidrosferas razonables capaces de absorber el calor?

—Porque planetas de ese tipo están en el sistema de algún sol y en una órbita bastante cercana a ellos —contestó Falkayn—. De otra forma, su aire estaría congelado, ¿no es cierto? Si sus órbitas son alejadas, podrían retener hidrógeno o helio en estado gaseoso. Pero el hidrógeno es peligroso, ya que se filtra entre las moléculas de cualquier estructura material que se edifique e impide las reacciones nucleares. Por tanto, necesitas un mundo como la Tierra o como Cynthia, con un aire razonablemente denso que no incluya hidrógeno en libertad y con un montón de agua líquida. Bien, como dije, cuando existe un sol cerca penetrando la atmósfera con su propia energía, una industria de transmutación de cualquier tamaño abrasaría el planeta. ¿Cómo puedes usar un río si el río se ha convertido en vapor? Oh, ha habido planes para poner una nube de polvo en órbita alrededor de un mundo semejante, elevando así el albedo a cerca de cien. Pero eso tendería a atrapar el calor generado en el planeta. Los estudios comparando el coste y la efectividad mostraron que aquello nunca amortizaría los gastos. Y aún más, los sistemas formados recientemente tienen un montón de basura flotando a su alrededor. Había bastantes probabilidades de que un asteroide grande cayese sobre el planeta escogido y arruinase todo.

Falkayn refrescó su garganta.

—Naturalmente —continuó—, una vez descubiertos unos cuantos planetas vagabundos, la gente pensó en usarlos. ¡Pero estaban demasiado fríos! Las temperaturas cerca del cero absoluto hacen cosas extrañas con las propiedades de la materia. Sería necesario desarrollar una tecnología completamente nueva antes de que una fábrica pudiese ser instalada sobre el planeta errante típico. Y después, no se conseguiría nada. Recuerda que necesitas agua líquida y una atmósfera gaseosa para los refrigerantes. Y que no se puede fluidificar toda una criosfera. No dentro del tiempo histórico.

No importa lo grande que sea la operación que se monte. La energía que se necesitaría es sencillamente demasiada. Alguna vez, figúratelo por ti mismo. Resulta ser tanta como toda la Tierra recibe del Sol en unos cuantos siglos.

Falkayn apoyó sus pies sobre la mesa y levantó el vaso.

—Que casualmente será aproximadamente lo que este planeta de aquí habrá recibido al acercarse a Beta Crucis desde el espacio profundo y retroceder otra vez.

Terminó su vaso y se sirvió otro.

—No suenes tan presuntuoso —gruñó Chee—. No fuiste tú la causa de esto. No eres el Todopoderoso; un hecho que a menudo me reconcilia con el Universo.

Falkayn sonrió.

—¿Preferirías quizá a Adzel? ¿O al Atontado? ¿O al viejo Nick? ¡Qué idea, una creación para sacar beneficio!… Pero, en cualquier caso, puedes ver ahora la oportunidad que tenemos, si los diferentes factores se resuelven en la forma que esperamos y cada vez parece más y más que así lo harán. Dentro de unos diez años, o algo así, este planeta se habrá calmado un poco; no recibirá más iluminación que tu planeta nativo o el mío; las frías rocas de la superficie habrán desprendido el exceso de calor que no haya sido radiado; la temperatura será razonable, descendiendo constantemente pero no con demasiada rapidez. La industria de transmutación puede comenzar a ser construida, según investigaciones y planos que ya están hechos. El calor desprendido puede ser compensado con el calor perdido; cuanto más avance en el espacio el planeta, más facilidades habrá para trabajar sobre él. Puesto que el aire de todas formas será venenoso y casi todo el trabajo será automatizado, los residuos radiactivos tampoco presentarán problemas.

—Al cabo se llegará a algún tipo de equilibrio. Tendremos una superficie caliente, iluminada por estrellas, lámparas de cuando en cuando, rayos guiando hacia abajo las transportadoras, unidades de conversión nuclear en todos los lugares apropiados, toneladas de materias primas entrando cada día y saliendo cada día también transformadas para dar un poco de fuerza a nuestra industria… —la excitación se apoderó de él. Seguía siendo un muchacho. Se golpeó la palma con el otro puño—: ¡Y nosotros lo hicimos posible!

—Por una buena recompensa —dijo Chee—. Será mejor que sea buena.

—Oh, lo será, lo será —barbotó Falkayn—. Dinero en grandes, hermosos, y goteantes chorros. Piensa solamente en lo que valdrá una licencia para construir aquí. Especialmente si Solar de Especias y Licores puede mantener sus derechos de primer reconocimiento y ocupante efectivo.

—¿Contra los competidores comerciales? —preguntó Chee—. ¿O contra los desconocidos rivales de nuestra civilización? Creo que ellos nos darán más problemas. ¿Sabes? El tipo de industria del que hablas tiene aplicaciones bélicas.

***

El planeta completaba su rotación en algo más de trece horas. Su eje estaba once grados separado de lo normal al plano de su órbita hiperbólica. La Muddlin Through se dirigió hacia la zona general del círculo ártico, donde el mortífero día sería corto, aunque proporcionando iluminación periódica, y las condiciones eran, aparentemente, menos extremas que en otras partes.

Cuando la nave estuvo a la altitud de un satélite sobre el globo y se lanzó oblicuamente hacia abajo, Falkayn contuvo el aliento. Había visto anteriormente el lado iluminado, pero unas breves imágenes, cuando estaba preocupado con tomar medidas exactas. Y Beta Crucis no había estado tan cerca. A una velocidad salvaje y cada vez más rápida, el planeta errante pronto daría la vuelta al gigante azul. Ahora no se encontraban a mucho más distancia que el Sol y la Tierra.

Con cuatro veces el diámetro angular, aquel sol ardía en ira sobre el horizonte, en un cielo que se había vuelto incandescente. Bajo él rodaban las nubes, bien blancas como el vapor, grises y cruzadas de relámpagos, bien negras, permitiendo ver entre sus vedijas el humo de los volcanes. Por otras partes podían verse llanuras pedregosas, azotadas por terribles vientos, lluvias, terremotos y riadas, bajo cadenas montañosas por cuyos flancos descendían en cascadas los glaciares derretidos. Los vapores ocultaban la mitad de un continente, formando una niebla a causa de lo frío del aire, hasta que un tornado los dividió en dos y varios temporales se llevaron los fragmentos que quedaban. Sobre un océano que parecía de metal, se estrellaban unos con otros glaciares del tamaño de islas, pero la espuma y la bruma provocada por olas monstruosas ocultaba la mayor parte de aquella destrucción. Cuando la nave espacial atravesó la atmósfera superior se balanceó con su turbulencia, a pesar de lo fina que era, y el primer clamor resonó a través de las placas de su casco. Delante se acumulaban tormentas repletas de truenos.

—Me he preguntado cómo podríamos llamar a este planeta; ahora lo sé —dijo Falkayn entre dientes.

Pero estaban ya a ciegas y moviéndose de un lado a otro. No tuvo oportunidad de decir más.

Los campos de gravedad internos mantuvieron el peso constante, pero no impedían ni las repetidas sacudidas ni el ruido creciente y enloquecedor. Atontado hizo lo más esencial en el pilotaje —la integración de todo aquel intrincado sistema que era la nave— mientras el equipo esperaba para tomar las decisiones importantes. Forzando la vista en las pantallas y los medidores, intentando sacar algo en limpio del caos que rugía a su alrededor, Falkayn oyó al computador entre alaridos, rugidos, silbidos y chasquidos.

—Los cielos claros sobre el punto sub estelar y en los mediodías tropicales prevalecen, como de costumbre. Pero esto aún es seguido por un tiempo violento, con la velocidad del viento por encima de los quinientos kilómetros por hora y en ascensión diaria. Entre paréntesis, advierto que resultaría peligroso penetrar ya en un territorio meteorológico semejante y que, en cualquier momento, podría hacerse imposible incluso para la nave mejor equipada. Las condiciones en las regiones polares son más o menos las observadas previamente. El antártico está cubierto por fuertes lluvias, con frecuentes super borrascas. El continente polar norte continúa comparativamente frío; por tanto, un frente frío que se mueve hacia el sur preserva un grado de tranquilidad atmosférica a sus espaldas. Sugiero que hagamos contacto con la superficie ligeramente por debajo del círculo ártico, unos cuantos minutos antes de la línea de la aurora, sobre una zona del mayor de los continentes del norte que parece libre de inundaciones y, a juzgar por los datos tectónicos, es probable que permanezca estable.

—De acuerdo —dijo Chee Lan—. Escógelo tú. Sólo que no dejes que los instrumentos sobrecarguen tus circuitos lógicos. Supongo que te están pasando información a una velocidad fantástica. No te molestes en procesarla y evaluarla ahora mismo. ¡Archívala en tu memoria y concéntrate en descendernos en forma segura!

—Una interpretación continuada es necesaria, sí tengo que descender a un ambiente desconocido como éste y conducirnos a través de él —contestó Atontado—. No obstante, ya estoy retrasando la consideración de hechos que no parecen tener un significado inmediato, tales como los espectros reflejados por diversos tipos de campos de hielo. Es digno de tener en cuenta que…

Falkayn no oyó el resto. Un bombardeo de truenos le dejó medio sordo durante unos minutos.

Y atravesaron una salvaje blancura, nieve de algún tipo empujada por un viento que hacía balancearse a la nave. Después se encontraron en algo que por contraste parecía ser una completa paz. Era de noche y estaba muy oscuro. Unos rayos rastreadores permitieron ver la imagen de una tierra abrupta mientras la nave volaba con sus propios e inorgánicos sentidos. Y aterrizaron.

Falkayn se balanceó un momento en su asiento, simplemente respirando.

—Corta los campos —dijo, y se desabrochó. El cambio al peso planetario no fue brusco, pues estaba dentro del cinco por ciento del de la Tierra y se hallaba acostumbrado a diferencias mayores. Pero el silencio le vibraba en los oídos. Se puso en pie, relajando la tensión de sus músculos antes de mirar de nuevo las pantallas.

Alrededor de la nave se extendía un terreno rudo y cubierto de cráteres, de roca oscura. Al norte y al este se alzaban enhiestas unas montañas. Las primeras comenzaban a no más de cuatro kilómetros de distancia, como una altura coronada de riscos y veteada con el blanco de los glaciares. El paisaje era iluminado por las estrellas, puesto que los viajeros habían pasado bajo las nubes que se veían, negras, hacia el sur. Unas constelaciones extrañas brillaban claramente, sin moverse a través del aire invernal. A menudo los meteoros marcaban su paso entre ellas; como otros soles gigantes y estériles, Beta Crucis estaba rodeada por desechos cósmicos. La aurora bailaba gloriosamente sobre los acantilados, y el primer resplandor de la mañana subía hacia los cielos por el sur. Falkayn examinó los medidores exteriores. La atmósfera no era respirable: CO, CO2, CH4, NH4, H2S, y cosas así. Había un poco de oxígeno, desprendido de las moléculas de agua debido a la irradiación solar, retenido y sin haberse vuelto a combinar todavía con los otros elementos, mientras que el hidrógeno más ligero había escapado hacia el espacio. Pero era demasiado poco para él y extremadamente frío para respirar, ni siquiera a menos setenta y cinco grados Celsius. El suelo era todavía peor, estaba a menos doscientos. Los trópicos se habían calentado un poco más. Pero todo un mundo no podía pasar de la temperatura de la muerte a una temperatura cómoda en pocos años —ni siquiera gracias a un gigante azul— y las condiciones sobre él siempre variarían de sitio en sitio. No era extraño que su clima se hubiese vuelto loco.

—Será mejor que salga —dijo. Su voz en la helada quietud descendió hasta hacerse un susurro.

—O salgo yo —dijo Chee, igualmente subyugada. Falkayn negó con la cabeza.

—Pensé que ya habíamos dejado eso en claro. Yo puedo llevar más equipamiento, conseguir más cosas en el tiempo disponible. Y alguien tiene que estar aquí por si surgen problemas. Tú saldrás la próxima vez, cuando nos llevemos un deslizador para echar un vistazo más amplio a los alrededores.

—Sólo quería establecer mi pretensión de una misión en el exterior antes de sufrir un ataque de claustrofobia —replicó ella.

Eso se parece más a la forma en que debiéramos estar hablando. Animado, Falkayn se dirigió hacia la ventanilla. Su traje y su equipo estaban listos para él. Chee le ayudó a meterse en la armadura. Pasó por la compuerta y se encontró sobre un mundo nuevo.

Sobre un mundo viejo más bien, pero uno que estaba pasando por un renacimiento tal como no había sido visto nunca antes.

Respiró profundamente el aire reciclado que olía a química y comenzó su avance. Sus movimientos eran un poco pesados, de cuando en cuando tropezaba a causa de las gruesas suelas adheridas a sus botas. Pero, sin ellas, probablemente no hubiera podido hacer nada. Muddlin Through podía bombear calor desde su planeta de energía nuclear a sus extremidades de aterrizaje para mantenerlos a una temperatura que el metal resistiese. Pero el frío de aquellas rocas absorbería directamente el calor a través de cualquier calzado espacial ordinario. Sus pies podrían congelarse incluso antes de que él lo advirtiera. Incluso con un aislamiento extra, su estancia en el exterior estaba fuertemente limitada.

El sol, sin embargo, la limitaría todavía más. El día estaba avanzando visiblemente, fuego y largas sombras sobre aquella desolación. La protección de su armadura le permitiría una media hora expuesto a todo el fulgor de Beta Crucis.

—¿Cómo va todo? —la voz de Chee resonó débil en sus auriculares, a través de un zumbido estático en aumento.

—Normal. —Falkayn descolgó un contador de su mochila y lo pasó sobre el suelo.

La lectura mostró escasa radiactividad. Mucha de la existente había sido probablemente inducida por los vientos solares en la pasada década antes de que la atmósfera se hiciese más espesa. (Aunque su insignificante estrato de ozono no era una gran protección en el momento actual). No importaba, los hombres y sus amigos fabricarían aquí sus propios átomos. Falkayn clavó en el terreno un pico para el análisis de los neutrones y continuó su marcha.

Allí había algo que parecía un afloramiento interesante. Desprendió una muestra.

El sol apareció ante su vista. La placa facial que se oscurecía automáticamente se volvió negra casi por completo. Unas ráfagas gimieron desde las montañas y los vapores comenzaron a arremolinarse sobre las masas glaciares.

Falkayn escogió un lugar para un sondeo sónico y comenzó a montar el necesario trípode.

—Será mejor que te des prisa —dijo el distorsionado tono de Chee—. El fondo radiactivo se está volviendo loco.

—Lo sé, lo sé —dijo el Hermético—. Pero necesitamos alguna idea sobre los estratos inferiores; ¿no es cierto?

La combinación del resplandor y de la protección contra él molestaban sus ojos, haciendo que los delicados ajustes fueran difíciles de realizar. Juró pintorescamente, se pasó la lengua por los labios y continuó con el trabajo. Cuando, por fin, tuvo la sonda en acción, transmitiendo datos a la nave, su margen de seguridad se vería rebajado. Comenzó el retorno. La nave parecía inesperadamente pequeña, allí entre aquellos picos que le rodeaban también por la derecha. Beta Crucis lanzaba sobre su espalda una ola de calor tras otra, maltratándole a pesar de la pintura reflectante y la unidad de refrigeración. El sudor empapó sus prendas interiores y ofendía sus narices. Simultáneamente, el frío subió por sus botas, hasta que los dedos de los pies le dolieron. Se armó de valor bajo el peso de la armadura y del equipo, y emprendió un semitrote.

Un alarido le hizo volverse. Vio una explosión en lo alto del acantilado como una fuente blanca. Un momento después, el estruendo resonaba en su casco y el temblor de la tierra le hizo caer de rodillas. Se puso en pie e intentó correr. El torrente —en parte una riada líquida y en parte una avalancha sólida— rugió y saltó detrás de él. Le cogió a medio camino de la nave.