Capítulo 10

Al llegar a Lunogrado, Edward Garver se dirigió directamente al complejo de la policía.

—Lleven ese prisionero wodenita a una sala de interrogatorios —ordenó. Después, y señalando con la cabeza a los tres hombres de duro aspecto que le acompañaban, añadió—: Mis ayudantes y yo queremos interrogarle. Hagan que su ambiente esté lo más incómodo que permita la ley…, y si por casualidad la ley fuera ligeramente transgredida, este caso es demasiado importante para registrar detalles sin importancia.

La perspectiva no le gustaba demasiado. No era un hombre cruel, y, desde un punto de vista intelectual, despreciaba su plan de ataque. La culpabilidad debiera determinarse mediante un razonamiento lógico, a partir de pruebas reunidas de forma científica. Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacerse, cuando la Liga pagaba salarios más altos de los que podía pagar él, y conseguía por tanto los mejores técnicos y los razonadores más elocuentes?

Había estudiado las apologéticas de los filósofos modernos: «Un gobierno es aquella organización que reclama el derecho de ordenar a todos los individuos hacer sus deseos y de castigar la desobediencia con la pérdida de la propiedad, de la libertad y, en último caso, de la vida. No es nada más que eso. El hecho no es cambiado por su beneficencia ocasional. Poseyendo poderes iguales o mayores, pero sin pretender un derecho semejante para obligar a todos, la Liga Polesotécnica funciona como el más efectivo dique al poder del gobierno que ha aparecido hasta el momento en la historia moderna». Él no se creía ni una sola palabra de aquello.

En consecuencia, Adzel se encontró rodeado por una atmósfera tan fina y húmeda, que se ahogaba; era lo bastante fría como para que sus escamas se congelasen y bajo una gravedad doble que la de su planeta nativo. Bajo la simulada luz de un distante y rojo sol enano, estaba casi ciego; no era capaz de ver al otro lado del panel de vitrilo, donde al otro lado se encontraba el equipo de Garver, bajo condiciones terrestres. El tiempo pasaba y nadie le ofrecía alimento ni bebida. Las incesantes preguntas eran proyectadas estridentemente en una banda de frecuencia penosas para unos oídos adaptados a los tonos bajos.

Las ignoró.

Pasada media hora, Garver comprendió que esto podía seguir indefinidamente. Se preparó mentalmente para la siguiente fase. No sería agradable para nadie, pero toda la culpa era de aquel monstruo.

Inflando sus pulmones, rugió:

—¡Contéstanos, maldito! ¿O quieres que te acusemos de obstrucción a la justicia, además de todo el resto?

Adzel replicó por primera vez:

—De hecho —dijo—, sí. Como estoy sencillamente manteniendo mi derecho a guardar silencio, una acusación semejante coronaria el ridículo de todos estos procedimientos.

Garver apretó un botón. Adzel hizo una mueca.

—¿Ocurre algo? —preguntó el miembro del equipo que había sido destinado al papel de hombre amable.

—He sufrido una descarga eléctrica bastante fuerte a través del suelo.

—Dios mío. Quizá un defecto en algún cable; salvo que fuese su imaginación. Comprendo que esté cansado. ¿Por qué no terminamos con esta entrevista y nos vamos a descansar?

—Están ustedes cometiendo un terrible error, ¿saben? —dijo amablemente Adzel—. Admito que estuve algo irritado con mi patrón. Ahora me encuentro mucho más irritado con ustedes. No cooperaré bajo ninguna circunstancia. Afortunadamente, mis viajes por el espacio me han acostumbrado a vivir en ambientes exóticos, y considero esto como una oportunidad para adquirir méritos trascendiendo la incomodidad física.

Dicho esto, asumió la posición equivalente en un cuadrúpedo a la postura del loto, lo cual es toda una visión.

—Excúsenme mientras rezo mis oraciones.

—¿Dónde estuvo usted la tarde del…?

Om manipadmehum.

Uno de los interrogadores cerró el equipo de altavoces.

—No sé si vale la pena todo este trabajo, jefe —dijo.

—Es un organismo vivo —dijo Garver—. Resistente, sí, pero tiene sus límites. Por Dios que le tendremos aquí hasta que cante.

No mucho después, el teléfono zumbaba en la cámara y la imagen de Méndez decía respetuosamente:

—Señor, lamento la interrupción, pero hemos recibido una llamada de la gente de Serendipity —tragó saliva—. Van a… van a retirar su denuncia.

—¿Qué? —Garver se levantó de un salto—. ¡No! ¡No pueden hacer eso! ¡Yo mismo haré la denuncia!

Se detuvo. El color rojo desapareció de sus mejillas.

—Póngame con ellos —dijo fríamente.

En la pantalla apareció Kim Yoon-Kun. ¿Estaba acaso un poco menos seguro de sí mismo que antes? Detrás de él se erguía Van Rijn. Al ver a aquel hombre, Garver suprimió la mayor parte de su automática rabia.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué es toda esa tontería?

—Mis socios y yo hemos conferenciado con el caballero aquí presente —dijo Kim—, cuyas palabras parecían saberle mal una a una; las escupía rápidamente. —Nos hemos dado cuenta de que ha habido un deplorable error. Debe ser corregido inmediatamente.

—¿Eso incluye el devolver la vida a los muertos? —rezongó Garver—. No me importa cuáles sean los sobornos ofrecidos. Tengo pruebas de que se cometió un crimen federal. Y, se lo advierto, señor, intentar ocultar cualquier hecho relacionado con eso le convertirá en un cómplice.

—Pero no fue un crimen —dijo Kim—. Fue un accidente.

Garver se le quedó mirando, y detrás de él a Van Rijn. ¡Si aquel viejo bastardo intentaba burlarse de él!… Pero Van Rijn se limitó a sonreír y a chupar un enorme puro.

—Permítame empezar desde el principio —dijo Kim—. A mis socios y a mí nos gustaría retirarnos. Puesto que Serendipity, Inc, satisface una necesidad genuina, su venta moverá sumas considerables y muy diferentes intereses. Por tanto, las negociaciones son muy delicadas. Esto es especialmente cierto si se tiene en cuenta que todo el valor de nuestra compañía reside en el hecho de que presta sus servicios sin miedos ni favores. Si su nombre se tiñese con la más ligera sospecha de que existe alguna influencia del exterior, se arruinará. Ahora bien, como todo el mundo sabe, nosotros somos extranjeros, estamos alejados de la sociedad. Generosamente, el señor Van Rijn —Kim tuvo que hacer esfuerzos para logar decir el adverbio— nos ofreció sus consejos. Pero estos consejos deben llevarse a cabo con total discreción para que sus rivales no piensen que quiere convertir a Serendipity en una criatura propia.

—Usted… ustedes… —Garver se oyó a sí mismo chillar como si todavía estuviera intentando hacer confesar a Adzel—, ¿van a vender? ¿A quién?

—Ése es el problema, director —dijo Kim—. Tiene que ser alguien no solamente capaz de pagarlo, sino también capaz de manejarlo, y por encima de toda sospecha. ¿Un consorcio de no-humanos, quizá? En cualquier caso, y en secreto, el señor Van Rijn será nuestro representante.

—Por una gruesa comisión —gimió Garver. Kim no pudo evitar el devolver el gemido.

—Muy gruesa —se serenó y prosiguió.

—El capitán Falkayn fue como representante suyo a discutir el negocio con nosotros. Para preservar un secreto tan esencial por fuerza tuvo que engañar a todo el mundo, incluidos sus camaradas de hace tanto tiempo; de ahí esa historia sobre su matrimonio con la señora Beldaniel. Ahora veo que era una estratagema muy pobre. Excitó sus sospechas hasta el punto de que recurrieron a medidas desesperadas. Como sabe, Adzel entró violentamente, pero no causó daños de importancia, y cuando el capitán Falkayn le explicó la situación, nos alegró recibir sus disculpas. Las reclamaciones y compensaciones serán arregladas en privado. Puesto que el capitán Falkayn de todas formas ya había terminado el trabajo con nosotros, partió con Chee Lan con la misión de encontrarnos un comprador. No hubo nada ilegal en esta partida, puesto que ninguna ley había sido vulnerada. Mientras tanto, el señor Van Rijn fue tan amable como para recoger a Adzel en su embarcación personal.

—¿Ninguna ley rota? ¿Y qué me dice de las leyes contra el asesinato? —aulló Garver. Sus dedos se movían como si se cerrasen sobre una garganta—. ¡Los tengo… a ustedes… por eso!

—Pero no, director —dijo Kim—. Concedo que las circunstancias tenían mal aspecto, y por esa razón nos precipitamos demasiado y pusimos la denuncia. Lo hicimos aquéllos de nosotros que no estábamos presentes en ese momento; pero, ahora, una discusión con la señora Beldaniel y una comprobación en los planos originales del castillo han demostrado lo que realmente sucedió.

—Ya sabe que el lugar tiene defensas automáticas, además de la guarnición. La violenta entrada de Adzel alertó a los robots de una torre que reaccionaron exageradamente disparando contra nuestras propias patrulleras que volvían para ayudarnos. Chee Lan en su nave espacial destruyo la torre en un valiente esfuerzo para salvar a nuestra gente, pero llegó demasiado tarde.

—Un trágico accidente. Si hay que culpar a alguien es al constructor que instaló esas máquinas con unos circuitos discriminantes inadecuados. Desgraciadamente, el constructor no es humano, y vive más allá de los límites de la jurisdicción de la Comunidad. —Garver se sentó.

—Será mejor que libere a Adzel inmediatamente —dijo Kim—. El señor Van Rijn dice que quizá pueda usted inducirle a no armar un gran escándalo sobre un falso arresto, siempre que le presente sus excusas en público y personalmente delante de un reportero.

—Han hecho ustedes un pacto particular… ¿con Van Rijn? —susurró Garver.

—Sí —dijo Kim con el tono de alguien a quien le acaban de clavar una bayoneta.

Garver reunió todos los fragmentos de su hombría.

—De acuerdo —consiguió decir—. Así sea.

Van Rijn se asomó por detrás del hombro de Kim.

—Puede usted estar orgulloso —dijo, y cortó la transmisión.

***

El yate espacial se elevó y se columpió hacia la Tierra. En todos los ventanales brillaban las estrellas. Van Rijn se recostó en su sofá, apuró un jarro lleno de espuma, y dijo:

—Maldita sea, será mejor que lo celebremos rápidamente. En cuanto lleguemos estaremos ocupadísimos tú y yo.

Adzel bebía de un jarro similar, que sin embargo estaba lleno con el mejor whisky. El ser grande tiene sus ventajas. Su felicidad era relativa.

—¿Dejará usted que la gente de Serendipity se vaya libre? —preguntó—. Son malvados.

—Quizá no sean malvados. Quizá sólo sean enemigos, que no es necesariamente lo mismo —dijo Van Rijn—. Lo averiguaremos. Para empezar, no salen sin castigo, tan seguro como que eso que te estás tragando a mi costa no es cerveza, sino whisky escocés gratis. Verás, han perdido su compañía, su centro de espionaje, que era toda su razón de ser. Además de esa pérdida, yo obtengo un beneficio, puesto que yo llevo la venta.

—¡Pero debe usted tener algún otro fin que el dinero! —exclamó Adzel.

—Oh, claro, claro, seguro. Mira, yo no sabía lo que pasaría después de que tú rescataras a Dave. Tenía que jugar a ciegas. Lo que pasó fue que Serendipity intentó devolvernos el golpe a través de la ley. Esto tenía peligros especiales, y también oportunidades especiales. Encontré cuatro cosas en mi cabeza.

Van Rijn fue contando los puntos con los dedos.

—Uno —dijo—. Tenía que sacarte a ti, y a mis otros leales amigos, de los calabozos. Esto en sí mismo era más importante que la venganza. Pero también había otras cosas más importantes.

—Como, dos, que yo tenía que mantener al gobierno fuera de todo este asunto, al menos de momento. Quizá más tarde tengamos que llamarle, pero por ahora hay estas razones para mantenerlo al margen. Alfa, el gobierno es demasiado grande y torpe para manejar un problema con tantos interrogantes como el que nos ocupa. Beta, si la gente de la Comunidad se enterase de que tienen un poderoso enemigo en algún lugar que no conocemos, se volverían histéricos y esto sería malo para una política de tipo razonable, además de los negocios. Gamma, cuanto más tiempo trabajemos en forma privada, más oportunidades tendremos de cortarnos una ración de cualquier pastel que pueda andar flotando por el espacio, en recompensa por nuestras molestias.

Se detuvo para respirar y tragar. Adzel contemplaba las estrellas por los ventanales de aquel cómodo salón, las estrellas, que eran espléndidas, pero no daban más comodidad que la que la vida podía proporcionar, y ninguna vida era larga comparada con el tiempo más pequeño que cualquiera de aquellos soles podía resistir.

—¿Qué otros propósitos tiene usted? —preguntó emocionado.

—Tres —dijo Van Rijn—, ¿no he dejado claro que Serendipity es en sí misma una buena idea, útil para todos? No debería ser destruida, solamente pasar a manos honradas, o a tentáculos, aletas, o cualquier otra cosa. Por tanto, no queremos ningún escándalo en relación con la misma. Por esa razón, tuve que negociar con los socios. No quería que se sintiesen como Sansón, no había ningún motivo para terminar con todo el invento.

—Cuatro —su tono se volvió involuntariamente grave—. ¿Quiénes son esos seres equis? ¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué son tan misteriosos? ¿Podemos quizá llegar a un acuerdo con ellos? Ningún hombre en su sano juicio quiere la guerra. Tenemos que enterarnos de más cosas para saber lo que nos conviene hacer. Y Serendipity es nuestro único y solitario hilo hasta sus dueños.

—Entiendo —asintió Adzel—. ¿Consiguió alguna información?

—No, en realidad no. No pude conseguir nada de ellos. Antes morirían. Les dije que debían regresar e informar a sus jefes, aunque sólo sea para asegurarse de que los socios que ya se han marchado no sean detenidos al volver a la Tierra, y quizá interrogados. Así que, okey, se van. Tengo una nave siguiéndoles, permaneciendo todo el tiempo fuera del radio de detección. Quizá puedan tenderle una trampa, quizá no. No parece que valga la pena, les dije, cuando ninguno de los bandos puede estar seguro de ser más listo que el otro. Los más encarnizados enemigos tienen algunos intereses mutuos. Y aun suponiendo que pienses matar a alguien, ¿por qué no hablar con ellos primero? En el peor de los casos, se malgasta un poco de tiempo; en el mejor, te enteras de que no hay motivo para matarlo. Van Rijn vació su jarro.

—¡Ahhhh! Bien —dijo—, llegamos a un compromiso. Todos menos uno se marchan en una nave que no es seguida. Sus propios detectores pueden decirles que esto es cierto. El que se queda aquí arregla los detalles legales para la venta de la firma. Es Thea Beldaniel. No le molestó demasiado y me figuro que es más humana que sus amigos. Más adelante, ella conduce una nave nuestra a una cita, supongo que en algún punto neutral donde quizá podamos reunimos con sus jefes. Debe valer la pena conocerlos, cuando ellos han ideado un plan tan brillante como Serendipity para enterarse de cosas sobre nosotros, ¿no? Adzel levantó la cabeza de un salto:

—¿Qué ha dicho? —exclamó—. ¿Quiere decir que usted personalmente… y yo…?

—¿Quién si no? —dijo Van Rijn—. Una de las razones por la cual quise que te quedaras es porque quería estar seguro de que se quedaría por aquí alguien en quien pudiera confiar. Ese viaje va a ser frío. Como solían decir en la vieja Noruega y en sitios así: «Desnuda está la espalda que no tiene compañía». —Dio unos golpes sobre la mesa—: ¡Muchacho! —tronó—. ¿Dónde demonios hay más cerveza?