Capítulo 20

Abdallah Enterprises, una de las compañías que formaban los Siete del Espacio, guardaba su centro en el planeta Hopewell contra posibles asaltos desde el exterior y sabotajes desde el interior. Pero lo primero parecía tan poco probable que sólo había una corbeta en órbita alrededor del planeta y sus sucesivas tripulaciones nunca se habían enfrentado a un problema mayor que el de llevar el tiempo hasta ser relevadas.

El destructor North Atlantis aceleró para entrar en combate. A pesar del riesgo que ello significaba, Eric pensó que debía mandar un mensaje de aviso. «Apartaos antes de que ataquemos». Fue replicado por un juramento asombrado, seguido de un puñado de misiles y un rayo energético.

La nave de Hermes se echó a un lado siguiendo su propio empuje. Los torpedos que la seguían maniobraron incluso con más agilidad, pero ahora disfrutaban de una buena posición sobre ellos. La nave lanzó una cegadora tormenta de rayos que desintegraron los misiles formando fuentes de fuego, oscureciendo momentáneamente las estrellas y el sereno disco del mundo. Eric quería reservar las municiones que no serían fáciles de reemplazar y no replicó con el mismo tipo de ataque, sino que ordenó que se acercasen al enemigo hasta que estuviese al alcance de las armas energéticas. ¡Atacad!, dijo, y una llamarada de energía nuclear saltó al exterior. La corbeta aceleró para escapar, pues al ser su masa más pequeña podía cambiar de velocidad con más rapidez. La North Atlantis la siguió concienzudamente, destruyendo o rechazando los misiles, absorbiendo los disparos de los cañones explosivos con las placas de su armadura, disparando sus propias armas siempre que las variables configuraciones de la batalla la llevaban lo suficientemente cerca de su presa. Después de horas de combate, los supervivientes a bordo de una ruina sabían que no podrían escapar nunca e hicieron señales que significaban rendición.

—Os felicito por vuestro coraje —contestó Eric—, aunque podríais haberos preguntado si valía la pena todo ese esfuerzo. Podéis descender en Hopewell con los botes salvavidas. Os aconsejo que no lo hagáis cerca de Ciudad Abdallah.

Los sistemas de comunicación le habían informado ya de lo sucedido allí. Muddlin Through, que la acompañaba en su viaje, la dejó combatiendo y había penetrado en la atmósfera.

Falkayn emitió las palabras que sabía pondrían en peligro su vida.

—Atención…, atención… Vuestros dueños han conspirado con Babur para provocar la guerra… El ejército de Hermes va a demoler las instalaciones de la compañía… Evacuadlas inmediatamente.

Un enjambre de vehículos espaciales salió al encuentro, pero Muddlin Through no era nave especializada en alcanzar grandes velocidades en el vacío, totalmente inútil sobre un planeta que había sido Streak. Unos pioneros comerciales deben estar preparados para encontrar problemas en cualquier tipo de ambiente. La nave descendió describiendo grandes espirales, de las que se apartaba de cuando en cuando para esquivar un misil o destruir un oponente.

Desde el asiento del piloto, Falkayn veía la tierra y el mar ante sus ojos en locos remolinos, las nubes enmarcando el azul brillante del día, las máquinas bélicas que relampagueaban ante su vista como gotas de lluvia llevadas por el viento. Aquél no era el tipo de combate espacial que sólo podía ser dirigido por computadora. Los movimientos eran demasiado rápidos, las acciones demasiado impredecibles. Fundió su intuición con la lógica de Atontado, su personalidad y la de la nave se hicieron una sola y cogió el timón. Los motores rugieron, en el exterior el aire aulló y hasta su olfato llegó el fuerte picor del ozono.

—¡Hoo y ja! —llegaba la voz de Van Rijn desde la torreta del control de armamento, desde donde perseguía, divisaba, disparaba, controlando él mismo todo el sistema, enviando una nave tras otra a su tumba meteórica—. ¡Bien, bien, bien! ¿Así que mirándome con malos ojos, eh? ¡Te lo devolveré ahora mismo! ¡Vaya, ése fue un buen tiro en contra nuestra, casi nos alcanza; pero no tan bueno como este otro! ¿Qué me dices? ¡Ahí va otra fuera de combate!

Al final, Muddlin Through fue la única nave suspendida en el espacio y el silencio reinó durante una media hora.

Debajo se extendía una tierra que había sido rica. Los mineros, los constructores y los industriales la habían desgarrado y emponzoñado hasta el punto de que ahora el río discurría envenenado entre montones de basuras, aceras y almacenes de desechos, llevando la muerte al mar. Pero en Hopewell había habido pocas protestas por parte de los colonos humanos. Aquello no era la Tierra, aún había espacio en abundancia, nadie tenía que vivir en el lugar donde se engendraba tanta prosperidad. Además, el gobierno local pertenecía a Abdallah Enterprises. En el centro del desierto que había creado, la ciudad alzaba torres espléndidas sobre pavimentos de muchos colores. Contemplándola, Falkayn pensó: «A su manera, ésta era fue grande; yo también la echaré de menos».

Los coches huían en manadas, y vistos desde aquella altura parecían piojos. Tuvo que hacer un esfuerzo para recordar que cada uno llevaba su carga de terror, confusión, esperanzas destruidas, recuerdos de seres queridos que estaban en otro lugar o temores por otros. La guerra borraba de la conciencia todas aquellas peculiaridades. No tuvo ánimos para hablar más con aquel mundo y dejó que una grabación se repitiera sucesivamente: «Hermes Libre ataca a los Siete porque son los aliados de Babur. Nuestra campaña terminará cuando termine la guerra contra el Mercado Común y las ocupaciones de Hermes y Mirkheim. Llevad nuestro mensaje». Mientras, quizá algún día, su mujer y sus hijos huyesen de la misma forma, porque, ¿cuándo iba a conocer la seguridad la civilización en el futuro?

El tiempo que les dio para escapar fue generoso. Durante quince minutos nada se movió, y después lanzó el primer torpedo.

Con cincuenta kilotones fue suficiente. Estalló una pelota de fuego, el humo y el polvo se elevaron formando un pilar monstruoso que se extendió como un hongo bordeado de hielo, las reverberaciones hicieron resonar el casco de la nave, y cuando todo se disipó y de nuevo pudo verse algo, en la tierra había un cráter del que salían unas cuantas vigas retorcidas como los dedos de un hombre muerto.

—Ponte en órbita a diez radios y esperaremos a que North Atlantis termine su trabajo —dirigió Falkayn.

Se reunió con sus compañeros de viaje, Van Rijn y el ingeniero Tetsuo Yoshida, cuando Hopewell había vuelto a convertirse en un precioso globo blanco y azul entre las estrellas. El mercader seguía estando muy contento.

—¡Hurra, hurra! —gritó—. ¡Me siento rejuvenecido! Tuvimos lo que Aristóteles llamaría una catarsis, y eso me ha dado un apetito abismal. ¿Qué os gustaría comer? Supongamos que ase rápidamente un poco de jamón de Virginia con patatas dulces y ensalada César…

—Después —respondió Falkayn—. No tengo hambre. Van Rijn le miró con atención.

—Tu conciencia te está molestando, ¿verdad? Pero es una tontería, muchacho. Hemos ahuyentado a mucho de lo animal que hay en nosotros, destruyendo algo que bien merecía ser destruido. ¿Es quizá un pecado que disfrutemos con ello? A mí me encantaría llevar a cabo más ataques como éste.

Yoshida enarcó las cejas, y dijo:

—Yo no objetaría personalmente, pero o mucho me equivoco, señor Van Rijn, o prometió a sus compañeros de conspiración limitarse a esta única acción si le daban permiso para tomar parte personalmente en ella.

«Es demasiado valioso para arriesgarle —recordó Falkayn—, primero como el líder de toda nuestra estrategia y después como nuestro principal negociador. Mi trabajo de ahora en adelante consistirá en llevarle a salvo hasta la base que escoja y después actuar como su consejero y representante especial».

»Aunque maldita sea, tiene razón. Tomar parte personalmente en la batalla era algo que necesitábamos con urgencia. Hasta yo mismo, yo también.

—Cierto —musitó Van Rijn—. Así que tenemos semanas por delante, quizá meses en los que no podremos hacer otra cosa que sentarnos sobre nuestra propia grasa. ¿Se os ocurre cómo podríamos utilizar nuestras mentes para algo constructivo mientras esperamos el curso de los acontecimientos?

—El póquer —dijo Atontado.

Los expertos se habían puesto de acuerdo en que para que Mirkheim se pusiese de nuevo a producir se necesitaría tiempo, dinero y bastantes vidas. Sin embargo, reservas de metales y supermetales fundidos ya en lingotes yacían esperando el embarque y su valor era incalculable. Las fuerzas de ocupación baburitas recibieron instrucciones para permitir que los hombres de la Compañía Estelar de Metales los embarcasen sobre la base de un reparto de beneficios. A su vez, la Estelar contrató a la Transportes Interestelares para que los transportase a sus numerosos mercados.

En las profundidades del espacio, unas naves que habían estado esperando vigilantes, se pusieron al lado de los cargueros, igualaron la fase de hipervelocidad y mandaron una señal de que deseaban enviar gente a bordo. Los capitanes no sospecharon nada malo y accedieron. Pero los que entraron, sonrientes, iban armados y bien protegidos. Tomaron rápida posesión de las naves en todos los casos.

Las tripulaciones de los cargueros fueron enviadas a diversos planetas en sus botes salvavidas, con la noticia de que Hermes Libre confiscaba la nave y la mercancía. Las pérdidas de la compañía de seguros Timebinders, una de las de los Siete, fueron abrumadoras, y las de Estelar e Interestelar también, porque el seguro sólo cubría menos de la mitad del valor de aquellas mercancías.

Unos hombres aterrizaron en zonas desoladas del planeta Ramanujan y volaron con propulsores y sin ser vistos hasta las cercanías de la ciudad de Maharajah. A una hora señalada se reunieron junto a un grupo de torres que constituían los carteles generales de la compañía Sistemas XT. Después de reducir a los guardias, volaron un equipo que llevaría años reemplazar y destruyeron bancos de datos que nunca podrían ser reemplazados. Los prisioneros, a quienes después liberaron, dijeron que se habían identificado a sí mismos como un comando de Hermes Libre.

XT había controlado la economía de aquel planeta, y por tanto el gobierno era su servidor. Al haber un desempleo masivo, fue sucedido por bancarrotas, motines, malestar social. El pueblo pidió unos legisladores que fueran leales al planeta Ramanujan y el parlamento se disolvió con un voto de no confianza.

Sánchez Ingenieros estaba embarcada en un ambicioso proyecto en el estéril planeta llamado St. Jacques, muy rico en minerales, proyecto que haría que sus recursos fuesen fácilmente accesibles a los humanos que habitaban en su mundo gemelo, Esperanza. Los líderes de la colonia, que no se dejaban comprar por nadie, habían firmado una rígida cláusula de penalización por incumplimiento del contrato.

De repente, los técnicos se declararon en huelga, alegando que la guerra aumentaba considerablemente los riesgos. Los detectives se enteraron, y los directivos de la empresa revelaron que los jefes del sindicato de técnicos se habían dejado sobornar. No había pruebas legales disponibles, por lo menos no se obtendrían sin un proceso legal desastrosamente largo, y además, si éste se resolvía en su contra, las personas implicadas no tendrían más remedio que marcharse de la jurisdicción esperanciana.

—La respuesta es sencilla —dijo su portavoz por encima de su puro al director general de Sánchez—. Utilice su influencia para detener la guerra.

Mas, en el mejor de los casos, la compañía quedaría gravemente dañada.

Desarrollo Galáctico poseía una de las lunas de Germania, que había convertido en una especie de grandes almacenes para toda aquella vecindad estelar. Allí aterrizaron unas naves, y después de una batalla corta, pero violenta, sus tripulaciones se apoderaron de todos los tesoros con gran eficiencia, y después de regresar al espacio bombardearon las instalaciones.

Estos ni siquiera pretendieron ser de Hermes. Eran de la Sociedad para el Castigo del Pecado y de la Sociedad de Aventureros que querían castigar a los Siete por su nefanda alianza con los baburitas.

La policía espacial de Germania no movió ni un solo dedo mientras duró el ataque. Después el gobierno rechazaría las acusaciones de complicidad, declararía haber sido tomado por sorpresa y se haría cargo de las restantes instalaciones que Desarrollo Galáctico tenía en el sistema «mientras tanto no se llegue a un acuerdo que, en vista de la actual emergencia, sea más en interés general…».

Los Siete devolvieron los golpes. Sus naves fueron acompañadas por naves de guerra baburitas. Anunciaron que Babur ejercía así su deber y su derecho a suprimir la piratería. Muy pocos seres se lo creyeron.

Golpes brutales cayeron sobre las bases de las compañías hostiles, pero en su mayoría habían sido previstos, por lo que fueron abandonadas. El daño fue por tanto comparativamente pequeño. El carácter del típico operador independiente era tal que consideró aquello como una inversión…, si fuera de otra forma se habría unido hacía tiempo a alguno de los grandes. Podría arruinarse con aquello, pero si no, sería muy rico. Una participación en Mirkheim, la competencia por parte de los Siete muy reducida; mientras tanto, reparto del botín… Veía la oportunidad ante él y corría hacia ella.

Tanto los independientes como los de Hermes podían repostar en cien mundos distintos, atacar en donde quisieran y volver a desvanecerse en el infinito. Babur no tenía ventaja semejante. Y el Mercado Común, al ver que las fuerzas de la Banda Imperial estaban dispersas y bajo fuego, lanzó naturalmente ataques sonda, que con el tiempo y la falta de una respuesta efectiva, intensificó. En cuanto a los Siete, toda la compleja estructura en la que habían basado su poder estaba crujiendo, y cuando Timebinders Insurance dejó de pagar las pérdidas, supieron que tenían que hacer la paz, al precio que fuese.

La primavera estaba en su apogeo cuando el ejército patriota atacó Starfall. El ataque tuvo dos vertientes: los seguidores de Christa Broderick en la ciudad y en sus alrededores, que durante el invierno se habían limitado al espionaje y al sabotaje mientras cobraban fuerza, aparecieron en las calles. Cayeron sobre los mercenarios que salieron a su paso, rodearon enclaves estratégicos como el hotel Zeus y comenzaron a bombardearlos. Al mismo tiempo, las guerrillas que Adzel y Chee Lan habían conducido en las colinas de Arcadia y las Montañas Cabeza de Trueno entraron por el oeste y se dirigieron hacia la Colina de los Peregrinos, con la intención de tomarla. Habían llegado en una extravagante diversidad de coches, autobuses y camiones, protegidos por vehículos atmosféricos enviados por la armada ducal. Pero ahora aquella armada combatía con las naves del enemigo y la lucha por la ciudad debía dirimirse sobre el terreno.

Mientras las fuerzas del enemigo se negaron a rendirse fue necesario desalojarlos de uno en uno, cuerpo a cuerpo. Si la flota de Hermes Libre alcanzaba la victoria un proyectil de cabeza nuclear les aniquilaría, pero a costa de perder la ciudad. Los hombres de Benoni Strang seguían combatiendo con la esperanza de que los suyos ganasen la victoria espacial y por tanto tuviesen a todo el planeta como rehén…; aquellos nativos que habían servido libremente su régimen revolucionario también combatían por miedo al castigo que por cierto les aguardaba.

Adzel trotó a lo largo de la explanada, que resonó bajo sus cascos. Bajo el brazo llevaba un rifle, y Chee, montada sobre sus hombros, manejaba un arma energética. La mayor parte de los soldados, que les seguían cautelosamente, llevaban antiguallas, las armas de caza que existían en todas las residencias aisladas en el campo y en las montañas. La artillería que arrastraban entre ellos —cañones, morteros, lanzadores de cohetes— utilizaba explosivos químicos y había sido fabricada clandestinamente en cientos de pequeñas fábricas y talleres domésticos, según los planos retirados de los bancos de datos públicos antes de que el primer soldado baburita hubiese aterrizado.

La tarea verdaderamente difícil había sido coordinar todo el esfuerzo a lo largo y ancho del planeta y con el retorno en son de guerra de la Gran Duquesa Sandra. No sólo los Leales y las Familias, también más de un Traver sentían odio contra el poder; cuando la gente está acostumbrada a la libertad, gobernar por medio del terror no da buenos resultados, especialmente cuando hay esperanzas de liberación. Y la rígida censura de Strang no había podido ocultar por completo el hecho de que la causa de Babur estaba perdiendo batallas.

Arriba pasaban las naves, que vistas desde el suelo eran tan irreales como las estrellas; parecían simples motas brillantes. La realidad era la dureza bajo las plantas de los pies, el sudor, el aliento contenido con dificultad, el paladear el hecho de que pronto se podía estar muerto, pero que no había forma de volver atrás. A la derecha fluía el Palomino, pardo y susurrante; la orilla opuesta se alzaba en pendientes cubiertas de verdor salpicadas de villas y de árboles de color dorado. A la izquierda había casas más antiguas, pegadas unas a otras, desiertas y con las ventanas cerradas a cal y canto. Delante se alzaba la colina, paseos y terrazas, jardines y senderos techados por el ramaje que conducían a la masa gris del Registro Antiguo. Detrás se alzaban los encajes de la Estación de Señales y una visión pastel del Nuevo Registro. Por el este llegaban los sonidos de los disparos.

—Estás temblando —le dijo Chee a Adzel.

—Hoy me veré obligado a matar de nuevo —contestó el wodenita.

John Falkayn aceleró el paso y se puso a su lado. Como los otros humanos, estaba desaliñado, serio y sombrío, vestido con los trajes más bastos que tenía y, a manera de uniforme, una banda azul enrollada en el bíceps izquierdo, donde llevaba cosida la insignia de coronel, recortada de una lámina metálica.

—Debemos girar por aquel sendero —dijo señalando en su dirección—. Nos llevará dando un rodeo hasta un bosquecillo de milhojas que nos proporcionarán algún refugio.

—De acuerdo —dijo Adzel, y tomó esa dirección.

Las balas comenzaron a aullar junto a sus oídos seguidas por el chasquido de sus rifles. Un hombre gritó, se llevó las manos al estómago y cayó de rodillas. Sus compañeros se apartaron entre sí aún más y avanzaron agachados en zigzag, como Chee les había enseñado. Varios se tiraron al suelo para responder al fuego, antes de seguir adelante.

Cuando se acercaron al bosquecillo el tiroteo arreció, convirtiéndose en un zumbido que desgarraba el follaje, incrustándose en la madera y a veces en la carne. Rayos de energía iban y volvían al Registro Antiguo dejando un rastro de trueno y olor acre. Adzel iba de un lado a otro calmando a los hombres y disponiéndoles en formación. Un disparo de cuando en cuando rebotaba en sus escamas. Chee se acurrucaba, pues era un blanco diminuto, y debido a la distancia no malgastaba ningún disparo.

—El enemigo está concentrado en ese macizo edificio de piedra —dijo Adzel—. Nuestra primera acción debe ser neutralizarlo.

—¿Destruirlo? ¿Eso es lo que quieres decir? —dijo John Falkayn—. Dios mío, no. Los archivos, las crónicas… Ahí dentro está todo nuestro pasado.

—Todo vuestro incierto futuro está ahí dentro también —replicó cortante Chee.

La artillería fue dispuesta en posición y activada. Las armas rugieron, los cohetes silbaron, los explosivos provocaron nubes de asombro, humo y chispas. El Registro Antiguo se derrumbó lentamente. Por fin, líos enormes brazos, el hombre miró vagamente hacia arriba y jadeó:

—Escucha, díselo a ellos. ¿Por qué no se lo dirías? No eres humano, no te importa todo esto. Yo fui el que planeó esto…, yo, desde el principio, por el bien de Hermes, sólo por el bien de Hermes… Un nuevo día en este mundo que amo… Díselo a ellos. Que no lo olviden. Habrá otros días.

El ejército ducal triunfó en el espacio de su planeta nativo porque, además de contar con considerable ayuda de los mercaderes independientes, Babur había llamado al sol Mogul a gran parte de la fuerza que mantenía en Hermes. Esto había sido debido a que los Siete se habían retirado como aliados desordenadamente, en caos.

A partir de allí, la derrota de Babur dependía únicamente del tiempo y de su voluntad; la falta de piezas de repuesto para partes de las naves que se deterioraban con rapidez hubiese hecho que el tiempo fuese muy corto. No sorprendió, por tanto, a Van Rijn que la Banda Imperial negase una batalla final; treinta años antes habían mostrado la inteligencia suficiente para cortar sus pérdidas en Suleimán. Sin embargo, cuando enviaron sus mensajeros directamente a él, admitió que se habían ganado su asombrado respeto. ¿Todo el tiempo habían sabido tanto sobre la civilización Técnica?

El encuentro tuvo lugar cerca de Mirkheim, entre un par de naves. Chronos se presentó listo para entrar en combate llevándole a él y a Sandra (David Falkayn y Eric Tamarin-Asmundsen estaban detrás al mando de la flota unida y preparados a cobrar venganza si fuese necesario). La nave baburita, humildemente, no llevaba armas. Estaban en órbita entre incontables soles semejantes a diamantes mientras se intercambiaban imágenes.

El pequeño ser se irguió ante el receptor y habló por un vocalizador. A Sandra ya no le parecía feo. ¿Y era sólo su imaginación o sentía pena en las inexpresivas palabras que salían del aparato?

—… Fuimos utilizados. Comprendemos que nosotros mismos estábamos entre aquéllos que nos utilizaban… Hagamos la paz.

—¿Y qué pasa con el Mercado Común? —preguntó ella.

—Prepara su gran batalla. Pero aún no es fuerte.

—Espera un momento —dijo Van Rijn, y cortó la transmisión del sonido. Se volvió hacia la mujer.

—Tiene razón. Las Compañías querrán luchar hasta el fin si es posible, para ganar todo lo que los Siete han perdido. Pero si nosotros, los de Hermes y los independientes, dejamos de luchar, si utilizamos nuestra influencia contra la guerra, si dejamos entrever que nosotros resistiremos con Babur, el deseo de la gente de seguir gastando dinero y vidas se desinflará en la Tierra y en la Luna hasta que ni siquiera el gobierno del Mercado Común pueda continuar.

Perpleja, ella contestó:

—No puedo creer que nosotros vayamos ahora a ponernos de parte de esas… criaturas. Después de lo que han hecho.

Las palabras de él vinieron rotundas.

—¿Pero sí puedes creer en más gente asesinada? No se trata de que nos pongamos codo a codo con los baburitas, el nuestro se congelaría y el suyo se evaporaría. Se trata simplemente de que detengamos rápidamente las hostilidades, con unas condiciones buenas para todo el mundo, y que después presionemos en el Mercado Común para aplastar a esos chalados que exigen una «rendición incondicional».

Sandra recorría el puente a grandes zancadas. Sus músculos anhelaban un caballo, un poco de surfing, un sendero entre glaciares. La pantalla sólo le ofrecía inmensidades. Van Rijn estaba sentado como una araña, chupando una pipa cuyo hedor le hacía picar la nariz. En la pantalla pequeña, la forma del no humano esperaba pacientemente.

—¿Qué crees que debemos proponer? —preguntó ella.

—Ya hemos hablado muchas veces de esto —contestó él—. Ahora que hemos visto lo ansiosos que están los baburitas por firmar la paz, dejemos unas cuantas cosas en claro.

—El gobierno del Mercado Común nunca reconocerá a los independientes como sus agentes, de la misma forma que tampoco podía en realidad reconocer a la Liga. ¿Alguien más con poderes de decisión, además del gobierno? Demasiado peligroso. Podría hacer que la gente comenzase a pensar si realmente necesitan políticos y burócratas por encima de ellos.

—Así pues, tú, que encabezas el gobierno de Hermes, tienes que dar la cara por nosotros. Hermes se apodera de Mirkheim, como habías propuesto originariamente, bajo un tratado en el que se afirme que concederás licencias a compañías de cualquier parte del universo. Un impuesto razonable sobre esas licencias para compensar todo lo que habéis perdido en la guerra, más un pequeño extra para comprar bienes que no tenéis en vuestro planeta, como equipamiento industrial pesado y ginebra. Babur debe ser desarmado. De todas formas, su flota pronto sería inútil, sin piezas de repuesto del exterior; además, el Mercado Común no firmaría la paz si Babur fuese a rearmarse. No obstante, Hermes garantizará su seguridad, además de concederles una parte en la explotación de Mirkheim. —Van Rijn no pudo evitar una risa parecida a un gorgoteo—. ¡Babur se convertirá en vuestro protectorado! ¡Música celestial!

Sandra se detuvo, se cruzó de brazos, le miró a los ojos y preguntó con intención:

—¿Y qué me dices de ti? ¿Tú y tus compañías de piratas? «Pete, si estuvieras conmigo aquí».

Pero él no pidió nada, sólo contempló la Vía Láctea, y dijo ásperamente:

—Ése no es un problema de tu incumbencia. Danos a los que así lo solicitemos una oportunidad en Mirkheim y todo lo demás será un hueso que roeremos entre nosotros. Muchos huesos deberán secarse antes de que lo que ha muerto pueda volver a resurgir.

Él se dio un puñetazo en la rodilla y preguntó:

—¿Estás lista para negociar sobre estas bases? Aturdida, ella asintió. El hombre se volvió hacia el alienígena.