Hanny Ennart parecía incómoda y Eric sospechaba que esto era debido no tanto al hecho de que tenía que reñirle sino al lugar donde hacerlo. Puesto que era el jefe de un ejército de un mundo con el que el Mercado Común aún sostenía relaciones normales, no era fácil una reprimenda normal. Ella le pidió que almorzaran juntos, y él había escogido Tjina House, de una lista que Van Rijn le proporcionara anteriormente.
El camarero que hacía el número veintiuno depositó su plato de condimento, se inclinó con las manos juntas y se retiró de la sala privada. Cuando lo deseasen, los comensales podían solicitar cualquier otra cosa. El día en el Estrecho de Sunda era encantador y una de las paredes había sido retirada para permitir que el aire tropical, refrescado por el mar, fluyese en el interior. El jardín descendía en terrazas de mil tonos hacia el agua, las palmeras se agitaban y el bambú se balanceaba suavemente. Sobre el azul cobalto se deslizaban la majestuosa forma de un barco mercante y las aladas velas de embarcaciones deportivas. Un músico invisible extraía dulzura de una flauta de madera.
Eric dio un buen trago a su cerveza y comenzó a preparar su curry. Lennart le dirigió una mirada de desaprobación desde el otro lado de la mesa.
—Tanto lujo parece indecente en tiempo de guerra —dijo.
—¿Tiempo de guerra? —replicó él—. Estaría de acuerdo si nos estuviésemos preparando.
—Paciencia, por favor, almirante Tamarin-Asmundsen, aunque me temo que sea una cualidad que os falta. De eso es de lo que quiero hablaros.
—Adelante, señora —el recuerdo de Lorna, de su madre, de su planeta, hizo que la comida le pareciera repentinamente insípida, pero continuó—: Me gustaría que me explicasen la estrategia de los Solares, si es que tienen alguna. No tendría por qué estar aquí inflándome de comida. Preferiría estar combatiendo.
—Este gobierno no puede aprobar la independencia de sus actos.
—¡Entonces déjenos integrarnos con sus fuerzas y denos algo que hacer!
Lennart frunció los labios y contestó:
—Con toda franqueza, Almirante, el único responsable de tanto retraso sois vos. Después de vuestra complicidad en la fuga de David Falkayn…
—¿Qué fuga? Estoy harto de repetir que él y sus compañeros fueron como oficiales de Hermes en misión de servicio para reunir información siguiendo órdenes mías…, porque el Mercado Común ha descuidado persistentemente algo tan elemental como eso.
Lennart cedió un poco y semejó una especie de sonrisa.
—No riñamos. Yo he discutido por defenderos, he dicho que en realidad no podéis ser culpado por desear tener noticias sobre vuestra patria ni por vuestra ahora obvia relación con vuestro padre. Sí, no quería que formaseis parte del mando unificado lo antes posible.
Eric sabía que esto era para poder ser sometido a un tribunal marcial si volvía a actuar por su cuenta.
—Bien, Almirante —continuó Lennart—, lo que yo deseo discutir ahora son las dificultades adicionales que me habéis creado, que habéis creado a todos vuestros amigos. Vuestras apariciones en mítines, vuestro discurso en el programa aquél, han molestado a los altos cargos. Da la impresión de que sois un enredador crónico, si excusáis mi lenguaje.
—Pues claro, señora, soy un enredador y pretendo serlo —respondió él—, pero para los baburitas. Tengo prisa en moverme. Si se trata de que aún no estamos preparados para una batalla definitiva, podemos amargarle bastante la vida al enemigo: estorbar su comercio, soltar megatones sobre sus bases, hasta que comprenda que le compensará liberar a Hermes y negociar un acuerdo sobre Mirkheim.
La expresión de Lennart se hizo lúgubre.
—No puede haber compromiso; si lo hubiera, Babur habrá salido ganando con su agresión. Tiene que ceder en todos los puntos…, y especialmente en el de Mirkheim, que fue el que precipitó toda la guerra. Con ese fin tenemos que reunir más fuerza que la que poseemos en este momento. Esto no puede hacerse de la noche a la mañana, y mientras tanto nuestras fuerzas deben proteger al Mercado Común precisamente de esas mismas tácticas que señalabais.
Eric pensó en muchedumbres ciegas de temor, manifestándose en favor de una política semejante, además de comentaristas influyentes, hombres de negocios, políticos… Sí, había presión sobre el gobierno. Pero ¿no estaba siendo en gran parte manipulada? Las Compañías tenían un interés primordial en proteger a sus propiedades de un ataque, en fabricar alimentos ilimitadamente consiguiendo grandes beneficios, en que los ciudadanos adquiriesen el hábito de ser controlados de cerca por un estado en el que ellas detentaban una buena porción del poder, y por lo que a ellas se refería, Hermes podía irse al infierno.
«Pero ¿por qué mi padre me impulsó a que hiciera aquellas declaraciones, enemistándome con las autoridades? Tiene sus propios propósitos. En aquel tiempo yo estaba demasiado impaciente para sospecharlo y protestar me salía de una manera natural. Pero empiezo a ver que tendremos que hablar más él y yo». —No se sintió capaz de continuar aquel minueto.
—Señora —gruñó—, estos argumentos han sido lanzados de un lado a otro hasta que han perdido todo significado, convirtiéndose en «eslóganes». Vamos a dejarlo. ¿Podemos llegar a algún acuerdo o estamos inevitablemente enfrentados?
—No sois muy diplomático.
—Mi comida se está enfriando —dijo Eric empezando a comer.
—Bien… Si insistís en portaros con rudeza…
—¿Para qué estamos aquí? Adelante.
—Bien. Entonces con franqueza —habló Lennart—, si os comportáis con discreción, os abstenéis de hacer más declaraciones públicas, os preparáis vos y vuestra gente para nuestro gran propósito común…; si demostráis que podéis hacer eso, entonces yo creo, no lo prometo, pero lo creo, que a su debido tiempo podré persuadir al alto mando para que os aliste bajo los términos originales.
«O sea, más retraso, y mi padre ha sido el causante indirecto. ¿Por qué?».
—¿Cuál es la alternativa? —preguntó.
El rubor cubrió la cara de Lennart, que contestó:
—No es posible esperar que el Mercado Común garantice refugio y ayuda por tiempo indefinido a un violador de su hospitalidad.
Eric se encrespó.
—No perderé el tiempo en analizar esa frase, señora —replicó—. Pero sí me preguntaré en alta voz qué es exactamente «el Mercado Común». ¿Un individuo recibiendo a otro individuo como huésped? ¿O un gobierno? En ese caso, ¿quién forma el gobierno, quién tiene realmente el poder? ¿Por qué nos han recibido y por qué no les gusta que yo presente a la opinión pública un punto de vista distinto al suyo? Creía que esto era una democracia —levantó la mano y prosiguió—: Suficiente; no quiero irritar a nadie, y estoy dispuesto a ser realista. Admitirá usted que mi primer deber es para con Hermes, y que si la liberación de Hermes no va a ser uno de sus objetivos, mis compañeros y yo no tenemos nada que ver con esta guerra. Pero estoy dispuesto a trabajar en favor de mi punto de vista tranquilamente, exponiéndolo ante los ministros del gabinete, los presidentes de las corporaciones, y los líderes de los sindicatos, y no ante la opinión pública en general.
—Eso seguramente sería aceptable —dijo Lennart, relajándose un poquito.
—Una pequeñez más —continuó Eric—. Vuestro ejército ha secuestrado una nave espacial perteneciente a la compañía de mi padre. Quiero que la suelten y que la destinen a mis fuerzas.
—¿Por qué? —dijo ella sorprendida.
—No es que sea muy importante, pero es de mi padre y siento que le debo algo.
«En realidad fue Coya quien me suplicó que insistiese sobre esto. Muddlin Through no es realmente de Van Rijn, es de David».
»Aunque, ¿no habrá sido el viejo Nick el que haya montado ese ataque de sentimentalismo? Muddlin Through tiene una capacidad mayor que la mayoría de las naves corrientes.
Lennart apretó con fuerza su tenedor antes de lanzarse:
—Ése es otro asunto que tenemos que discutir hoy. Aquí en la Tierra vuestro parentesco era conocido, pero esperábamos que el señor Van Rijn no representase algo para vos. Nunca le habíais visto. Al principio nuestras esperanzas parecieron cumplirse, pero de repente empezasteis a colaborar con él, sin duda después de poneros en contacto clandestinamente. Nos sentimos muy desilusionados.
—¿Por qué? ¿Debería haberle despreciado? ¿Se me pidió alguna vez que hiciese algún informe sobre mis idas, venidas y reuniones? ¿No se trata de un ciudadano de alta posición en el Mercado Común?
—Sólo técnicamente, almirante Tamarin-Asmundsen, sólo técnicamente. Su influencia ha sido muy perniciosa.
«Eso quiere decir que se ha puesto en la vanguardia del combate contra el creciente control del estado y que, de vez en cuando, ha privado a las Compañías de algunos jugosos beneficios».
—Puedo explicar eso a su placer, señora —dijo Eric con resignación—. Pero antes, ¿qué pasa con esa nave? Puede achacar mi insistencia a mi primitivo y colonial gusto por las cosas tangibles.
Lennart permaneció pensativa, y luego preguntó:
—¿Estaría bajo vuestra custodia o bajo la de vuestro padre?
—Bajo la mía. Será integrada en el ejército de Hermes, y eso la llevará bajo las órdenes del Mercado Común cuando nuestras fuerzas se integren.
—Hum… No veo objeciones importantes. No es mi departamento, pero haré una recomendación en ese sentido. A cambio…
—De acuerdo, yo dejaré de molestar —dijo Eric con la boca llena.
Ahora sí que la comida sabía bien. Lennart seguiría regañándole durante todo el tiempo que estuviesen juntos, pero no tenía que escucharla con demasiada atención. Podía dedicarse a soñar en la forma de llevar allí a Loma… alguna vez.
Nicholas Falkayn nació en la mansión de su bisabuelo, en Delfinburg; que en aquel momento navegaba por el mar del Coral, sobre los restos de una antigua batalla. El trabajo fue largo, porque era un niño grande y su madre era muy delgada. Ella no permitió la entrada a nadie, excepto los médicos, ya que su hombre estaba lejos, y, de vez en cuando, en su rostro pudo advertirse una especie de sonrisa, como si estuviera diciendo al universo que depusiera su orgullo.
Después recibió encantada a su nuevo hijo, y cuando Van Rijn entró en su cuarto semejante a un huracán, le estaba cuidando.
—¡Hurra, hurra, hurra! —tronó el anciano—. ¡Maldita sea, enhorabuena! ¿Ése es el renacuajo? ¡Ah!, un llorón. Se parece a la familia; ya veo…, no sé a cuál, seguramente a la de Adán; a esta edad todos parecen gusanillos rojos y arrugados. ¿Cómo estás tú?
—Inquieta —se quejó Coya—. No me dejan levantarme hasta mañana.
—Traigo un poco de consuelo —le dijo Van Rijn con un teatral susurro deslizando una botella de brandy que traía oculta bajo la chaqueta.
—Bueno, no sé si… Mejor que empiece a acostumbrarse pronto. Gracias, Gunung Tuan —contestó Coya dando un buen trago.
Él estudió sus pálidos rasgos: sus ojos parecían demasiado grandes y el cabello negro que estaba esparcido sobre las almohadas.
—Siento no haber podido venir antes. No pude dejar los asuntos que tenía entre manos.
—Deben haber sido importantes.
—Se trataba de un pequeño comerciante, que es el que me suministra una determinada especie que no se encuentra en este planeta. La jula, ¿la conoces? A mí me sabe a jabón de chocolate, pero a los de Cynthia les encanta. Debido a la guerra y a la prohibición del comercio, estaba amenazado por la bancarrota y yo no podía hacerle un préstamo por teléfono debido a esas idiotas leyes antitrust. ¿Acaso es mejor que se arrastre de rodillas ante el gobierno y suplique una migaja? Así pues, nos reunimos y hablamos personalmente, y ahora todo marcha bien otra vez.
—Eres muy bueno.
—No, no, bah, los tiempos son malos, y peores van a venir todavía. Si no nos unimos tendremos que dejarnos aplastar. Pero son cosas que no te importan. ¿Cómo estás tú, pajarillo?
Ella ya había aceptado hacía mucho tiempo el hecho de que él nunca dejaría de llamarla con el apodo que le había adjudicado cuando era pequeña, y contestó:
—Estupendamente. Mis padres llamaron hace una hora y me dijeron que te diese recuerdos.
—Mándales mis besos cuando vuelvas a hablar con ellos.
Van Rijn dio una vuelta examinando la cámara. La luz solar, penetrando oblicuamente en el interior, arrojaba reflexiones onduladas sobre la pared.
—Son buena gente —dijo—; pero, como toda su generación, no comprenden que una imagen no es suficiente. En la Tierra hemos sido demasiado intelectuales durante demasiado tiempo.
Coya permaneció en silencio y Van Rijn le oprimió cariñosamente el pecho.
—Discúlpame —dijo Van Rijn—. No debiera haberlos criticado. Todo el mundo hace lo que considera mejor. Pero el contacto de una mano…, especialmente estando Davy lejos de ti…
Señaló con un dedo al bebé que, saciado de momento, giró la cabeza en su dirección y dejó escapar unas cuantas burbujas lechosas.
—¡Ja, ja, ya domina el arte de hacer discursos políticos!
—Davy —susurró Coya, que añadió en voz alta—. No, no gritaré, no importa cómo le hayan engañado.
Pero Gunung Tuan, ¿qué crees que puede estar sucediéndole?
Van Rijn se retorció uno de sus tirabuzones sin piedad, y contestó:
—¿Cómo puedo saberlo yo? Hay demasiadas incógnitas, querida, demasiadas incógnitas.
Ella levantó el brazo que no estaba ocupado con el niño.
—¿No tienes ninguna hipótesis? Aunque sea provisional, pero una respuesta.
Van Rijn hizo una mueca, dejó caer su gran peso sobre una silla de golpe y dio un largo trago a la botella que, después, ofreció a Coya. Ella hizo una señal negativa, mientras le miraba con gran atención.
—Es un misterio —dijo él—. Algunas partes son claras, y feas… Otras… —se encogió de hombros, como una montaña desprendiéndose de una capa de nieve—. Otras cosas no tienen ningún sentido. Tenemos muchas paradojas, ya me has oído hablar de esto otras veces.
—Sí, pero he estado tan preocupada por David, y después con el crío… Habla, por favor. No importa que te repitas. Necesito ser capaz de imaginar que de alguna forma estoy trabajando en beneficio de Davy.
—Okey —suspiró Van Rijn—. Repasemos la lista. Empezó a contar los puntos con sus peludos dedos.
—Primero. ¿Cómo consiguió Babur las armas para la guerra? ¿Y por qué? Nadie podía haber adivinado la existencia de Mirkheim, que fue sólo la chispa que hizo estallar la catástrofe y que también cogió a Babur desprevenido y seguramente hizo que actuase antes de lo que tenía pensado.
—Segundo. Un par de compañías de los Siete han estado teniendo tratos con Babur durante muchos años. ¿Cómo es que no tuvieron noticias de que se estaban armando? Sí, ya sé, los contactos fueron pocos y poco frecuentes, y ese planeta es enorme y extraño. Pero de todas formas…
—Tercero. ¿Por qué está Babur tan seguro de que puede ganar? ¿Y por qué es tan despreciativo de la Liga como para arrestar a tu esposo cuando fue allí en son de paz? Babur no es en realidad un poderoso. La mayor parte del planeta es un desierto.
—Cuarto. Parece que Babur está empleando un buen número de mercenarios que respiran oxígeno. Dime tú cómo esos respiradores de hidrógeno los han reclutado en secreto durante años y en diferentes planetas. No, alguien ha estado ayudándoles…, también con la investigación, el desarrollo y la producción de toda su maquinaria bélica. Pero ¿quién y por qué?
—Quinto. ¿Qué es lo que les hace creer que sabe lo bastante sobre nosotros, unos totales alienígenas para ellos, como para declararnos la guerra y, después, negociar algún tipo de paz? ¿Quién ha estado contándoles historias sobre nosotros?
—Sexto. ¿Por qué tienen que invadir un planeta pequeño, terrestroide y neutral…?
El teléfono de la cabecera de la cama gimió. Coya reprimió un juramento y aceptó la llamada. La imagen del secretario ejecutivo de Van Rijn apareció en pantalla.
—Señor —dijo entre tartamudeos—, señor, hay noticias… u-u-una nave de Hermes, con la Gran Duquesa a bordo que ha emitido un comunicado de que su gobierno se ha exiliado… y… ¡y David Falkayn está con ella!
La gloria explotó en la habitación.
Cuando comenzaron a hacerse preguntas a sí mismos, la tristeza les invadió de nuevo.