Séptima escena

Media hora después. En el comedor están a punto de terminar la cena. Laura sigue acurrucada en el sofá, con las piernas encogidas y la cabeza apoyada en un cojín azul pálido. Tiene los ojos muy abiertos y misteriosamente vigilantes. La nueva lámpara de pie con su pantalla de seda rosada emite una luz suave y acogedora, dejando ver una belleza frágil y sobrenatural que normalmente nadie capta. Desde el exterior llega el rumor constante de la lluvia, pero disminuye y pronto se detiene. Fuera, el aire es pálido y luminoso y la luna rompe a través de las nubes. Un momento después de que se alce el telón, las luces de ambas estancias se apagan.

JIM: Eh, ¿qué le pasa a usted, señora Bombilla?

(Amanda profiere una risa nerviosa.)

(En la pantalla puede leerse: «Suspensión de un servicio público».)

AMANDA: ¿Cómo se quedó Moisés cuando se fue la luz? ¿Conoce usted la respuesta, señor O’Connor?

JIM: No, señora, ¿cuál es?

AMANDA: ¡A oscuras!

(Jim se echa a reír sinceramente.)

Que nadie se levante, voy a encender las velas. ¿No es una suerte que estén ya en la mesa? ¿Dónde están las cerillas? ¿Alguno de ustedes, caballeros, puede darme una cerilla?

JIM: Tome.

AMANDA: Gracias, señor.

JIM: ¡De nada, señora!

AMANDA (encendiendo las velas): Habrán saltado los fusibles. Señor O’Connor, ¿podría usted revisar los fusibles? Yo no entiendo de esas cosas y Tom es un desastre en cuestiones de mecánica.

(Se levantan de la mesa y van a la cocina, desde donde llegan sus voces.)

Oh, cuidado, no vaya a tropezarse con algo. No queremos que nuestro caballero se parta el cuello. ¡Menuda bienvenida sería ésa!

JIM: ¡Ajá! ¿Dónde está la caja de los fusibles?

AMANDA: Aquí, al lado de la cocina. ¿Ve algo?

JIM: Un minuto.

AMANDA: ¿No le parece un misterio la electricidad? ¿No fue Benjamin Franklin quien ató un interruptor a una cometa? El universo está lleno de misterios, ¿verdad? Algunos dicen que la ciencia va a aclarar todos los misterios. En mi opinión, sólo sirve para crear más. ¿Ve algo?

JIM: No, señora. Yo creo que todos estos fusibles están bien.

AMANDA: ¡Tom!

TOM: Sí, madre.

AMANDA: La factura de la luz que te di hace unos días. Esa que te dije que nos habían mandado unos avisos.

(En la pantalla puede leerse: «¡Ajá!».)

TOM: Ah, sí.

AMANDA: No te habrás olvidado de pagarla…

TOM: Pues…

AMANDA: ¿No la has pagado? ¡Cómo no me lo había imaginado!

JIM: Seguro que Shakespeare aprovechó la factura para escribir un poema, señora Wingfield.

AMANDA: ¡No sé por qué he tenido que fiarme de él! ¡En este mundo, las negligencias se pagan muy caro!

JIM: Puede que con ese poema gane un premio de diez dólares.

AMANDA: Tendremos que pasar el resto de la noche en el siglo XIX, ¡antes de que el señor Edison inventara la bombilla de Mazda!

JIM: Ninguna luz me gusta más que la luz de las velas.

AMANDA: ¡Eso demuestra que es usted un romántico! Lo cual no es disculpa para Tom. En fin, el caso es que hemos podido cenar. Qué considerados, nos han dejado terminar antes de sumirnos en la oscuridad eterna, ¿no es verdad, señor O’Connor?

JIM: ¡Ajá!

AMANDA: Tom, en pago por tu descuido tendrás que ayudarme a lavar los platos.

JIM: Permita que les ayude.

AMANDA: ¡Ni mucho menos!

JIM: Pero quisiera serles útil en algo.

AMANDA: ¿Sernos útil? (Con lirismo.) ¿Usted? Escuche, señor O’Connor, nadie, nadie me había divertido tanto desde hacía años.

JIM: ¡Oh, vamos, señora Wingfield!

AMANDA: ¡No exagero ni un poquito! Pero Laura está sola. ¡Vaya al salón y hágale compañía! Coja este candelabro. Adornaba el altar de la iglesia del Reposo Celestial. Está un poco derretido porque la iglesia se incendió; una primavera le cayó un rayo. Gipsy Jones, que estaba preparando una resurrección, insinuó que la iglesia fue destruida porque los episcopalianos organizaban partidas de cartas.

JIM: Ajá.

AMANDA: ¿Y si convence a Laura para que se tome un vaso de vino? Creo que le sentaría bien. ¿Puede llevar las dos cosas?

JIM: Pues, claro, soy Superman.

AMANDA: ¡Ten, Thomas, ponte este delantal!

(Jim entra en el comedor con el candelabro, con las velas encendidas, en una mano y con un vaso de vino en la otra. La puerta de la cocina se cierra sobre la alegre risa de Amanda. La luz parpadeante del candelabro se acerca a las cortinas. Laura se incorpora nerviosamente al ver entrar a Jim. La intolerable tensión de estar sola con un extraño casi le impide hablar.)

(En la pantalla puede leerse: «Supongo que no se acuerda de mí».)

(Al principio, antes de que la amabilidad y la calidez de Jim logren vencer su paralizante timidez, Laura habla con un hilo de voz y de forma entrecortada, como si acabase de subir corriendo un tramo largo de escaleras. En general, Jim adopta una actitud divertida. Aunque en apariencia la conversación carezca de importancia, para Laura constituye el punto culminante de su vida secreta.)

JIM: Hola, Laura.

LAURA (con un hilo de voz): Hola.

(Se aclara la garganta.)

JIM: ¿Qué tal estás? ¿Te encuentras mejor?

LAURA: Sí, sí, gracias.

JIM: Esto es para ti. Un poco de aguardiente de hierbas. (Le ofrece el vaso con exagerada galantería.)

LAURA: Gracias.

JIM: Bebe, pero no te emborraches.

(Se ríe sinceramente. Laura coge el vaso con vacilación y se ríe con timidez.)

¿Dónde pongo las velas?

LAURA: Oh, en cualquier sitio…

JIM: ¿Qué tal aquí, en el suelo? ¿Alguna objeción?

LAURA: No.

JIM: Voy a poner un periódico debajo para que no caigan las gotas. Me gusta sentarme en el suelo. ¿Te importa?

LAURA: No, no.

JIM: ¿Me prestas un cojín?

LAURA: ¿Qué?

JIM: ¡Un cojín!

LAURA: Oh… (Le da uno rápidamente.)

JIM: ¿Y a ti? ¿No te gusta sentarte en el suelo?

LAURA: Oh, sí.

JIM: ¿Y por qué no lo haces?

LAURA: Vale.

JIM: ¡No te olvides del cojín!

(Laura coge uno y se sienta en el suelo, al otro lado del candelabro. Jim cruza las piernas y sonríe con coquetería mirando a Laura.)

Si te sientas ahí, casi no puedo verte.

LAURA: Yo sí te veo.

JIM: Lo sé, pero no es justo. A mí me da la luz.

(Laura se acerca.)

¡Mejor! ¡Ahora sí te veo! ¿Estás cómoda?

LAURA: Sí.

JIM: Yo también. ¡Como una vaca! ¿Quieres un chicle?

LAURA: No, gracias.

JIM: Pues yo, con tu permiso, me voy a servir. (Desenvuelve un chicle y lo sostiene en la mano.) Piensa en la fortuna que ha hecho el tío que inventó el chicle. Increíble, ¿no? El Edificio Wrigley[7] es uno de los lugares más visitados de Chicago. Lo vi cuando estuve en la gran exposición Siglo del Progreso. ¿Estuviste en El Siglo del Progreso?

LAURA: No.

JIM: Pues fue fantástica. Lo que más me impresionó fue el Salón de la Ciencia. Te daba idea de cómo será el futuro en Estados Unidos, ¡todavía más maravilloso que el presente! (Pausa. Jim sonríe a Laura.) Tu hermano me ha dicho que eres tímida. ¿Es eso verdad, Laura?

LAURA: Pues… no sé.

JIM: A mí me pareces una chica muy tradicional, lo cual es estupendo. Y perdona que sea tan personal.

LAURA (atropelladamente, por tapar la vergüenza que siente): Creo que ahora sí voy a aceptar un chicle, si no… si no te importa. (Aclarándose la garganta.) ¿Sigues cantando?

JIM: ¿Cantando? ¿Yo?

LAURA: Sí, recuerdo que tenías una voz muy bonita.

JIM: ¿Cuándo me has oído cantar?

(Laura no responde y en la larga pausa que sigue se oye una voz masculina que canta entre bastidores.)

VOZ: Soplad vientos, soplad,

¡remando iré!

En busca de mi amor

con un guante de boxeo…

¡A diez mil millas está!

JIM: ¿Has dicho que me has oído cantar?

LAURA: Sí. Sí, muchas veces… Pero no te acuerdas de mí.

JIM (con una sonrisa vacilante): ¿Sabes una cosa? Tengo la impresión de que te conozco. La tengo desde que has abierto la puerta. Y he estado a punto de recordar tu nombre. Pero te iba a llamar por un nombre… que no es un nombre. Así que, cuando lo iba a decir, no he dicho nada…

LAURA: ¿Era… Blue Roses?

JIM (levantándose, sonriendo): ¡Blue Roses! Dios mío, sí… ¡Blue Roses! ¡Es lo que me ha venido a la cabeza en cuanto has abierto la puerta! ¿No son curiosas las trampas que nos juega el recuerdo? No te relacionaba con el instituto, pero ahí estaba, fue en el instituto. ¡Ni siquiera sabía que eras la hermana de Shakespeare! Dios, lo siento.

LAURA: No esperaba que te acordases de mí. ¡Casi no me conocías!

JIM: Pero ¿llegamos a hablar?

LAURA: Sí, sí hablamos.

JIM: ¿Cuándo me has reconocido?

LAURA: ¡En seguida!

JIM: ¿En cuanto entré por la puerta?

LAURA: Cuando oí tu nombre pensé que seguramente eras tú. Yo sabía que Tom te conocía del instituto, así que en cuanto entraste por la puerta, pues… estaba segura de que eras tú.

JIM: ¿Y por qué no has dicho nada?

LAURA (casi sin aliento): No sabía qué decir. Estaba… demasiado sorprendida.

JIM: ¡Por Dios Santo! Esto sí que es curioso, ¿no?

LAURA: ¡Sí! Sí, verdad, aunque…

JIM: ¿Íbamos juntos a alguna clase o algo?

LAURA: Sí.

JIM: ¿A qué clase?

LAURA: Estábamos juntos… en el coro.

JIM: ¡Ah!

LAURA: Yo me sentaba al otro lado del pasillo en el auditorio.

JIM: Ah.

LAURA: Los lunes, los miércoles y los viernes.

JIM: Ya me acuerdo… siempre llegabas tarde.

LAURA: Sí, me costaba tanto subir la escalera. Con el aparato… ¡hacía tanto ruido…!

JIM: Yo jamás oí nada.

LAURA (el recuerdo induce en ella una mueca): A mí me sonaba como si fuera un trueno.

JIM: Bueno, bueno, bueno, pues yo ni siquiera me di cuenta.

LAURA: Y cuando entraba, todo el mundo estaba ya sentado y yo tenía que pasar por delante. Me sentaba en la última fila, por lo que tenía que recorrer el pasillo y todos me miraban.

JIM: No tenías por qué sentirte acomplejada.

LAURA: Lo sé, pero lo estaba. Cuando empezaban a cantar sentía un gran alivio.

JIM: ¡Ah, sí, ahora me acuerdo! Yo te llamaba Blue Roses. Pero ¿por qué te llamaba así?

LAURA: Falté a clase unos días porque tuve pleurosis. Cuando volví me preguntaste qué me había pasado, yo dije que había tenido pleurosis y tú entendiste Blue Roses. ¡Y a partir de entonces me llamaste así!

JIM: Espero que no te importara.

LAURA: Oh, no… me gustaba. Es que no tenía muchos amigos…

JIM: Sí, recuerdo que casi siempre estabas solas.

LAURA: Nunca he tenido mucha suerte… a la hora de hacer amigos.

JIM: Pues no sé por qué.

LAURA: Bueno, partía con desventaja…

JIM: Lo dices por…

LAURA: Sí, es como si… se interpusiera entre mí y…

JIM: ¡Pues no tendrías que haberlo permitido!

LAURA: Lo sé, pero así fue, y…

JIM: ¡Eras tímida con la gente!

LAURA: Yo trataba de no serlo, pero no podía…

JIM: ¿Superarlo?

LAURA: No, nunca pude.

JIM: Supongo que para superar la timidez hay que ir poco a poco.

LAURA (con tristeza): Sí… supongo…

JIM: Lleva un tiempo.

LAURA: Sí…

JIM: La gente no es tan mala cuando la conoces. ¡Es lo que tienes que recordar! Y todo el mundo tiene problemas, no sólo tú. Prácticamente todo el mundo tiene algún problema. Tú crees que eres la única que tiene problemas, que eres la única que está desilusionada, pero mira a tu alrededor y verás a muchas personas tan desilusionadas como tú. Por ejemplo, yo cuando iba al instituto pensaba que ahora, seis años después, habría llegado mucho más lejos. ¿Te acuerdas del artículo tan maravilloso que me dedicaron en La antorcha?

LAURA: ¡Sí! (Se levanta y se acerca a la mesa.)

JIM: ¡Decía que yo estaba destinado a triunfar en cualquier cosa a la que me enfrentase!

(Laura vuelve con el anuario del instituto.)

¡Dios Santo! ¡La antorcha!

(Jim lo coge con adoración. Los dos sonríen con gozo recíproco. Laura se sienta al lado de Jim y ambos empiezan a pasar las páginas. La timidez de Laura comienza a disolverse en la calidez de Jim.)

LAURA: ¡Éste eres tú en Los piratas de Penzance!

JIM (con nostalgia): Yo era el primer barítono.

LAURA (embelesada): ¡Cantabas tan bien!

JIM (protestando): No…

LAURA: ¡Sí, sí, muy, muy bien…!

JIM: ¿Me viste?

LAURA: ¡Las tres veces!

JIM: ¡No!

LAURA: ¡Sí!

JIM: ¿Las tres funciones?

LAURA (agachando los ojos): Sí.

JIM: ¿Por qué?

LAURA: Quería… pedirte… que me firmaras un autógrafo.

(Coge un programa de entre las últimas páginas del anuario y se lo enseña.)

JIM: ¿Y por qué no me lo pediste?

LAURA: Ibas siempre rodeado de tus amigos y no pude.

JIM: Habrías podido…

LAURA: Es que yo creía que ibas a pensar que estaba…

JIM: Que iba a pensar que estabas ¿qué?

LAURA: Ay.

JIM (reflexivo, con satisfacción): En aquellos tiempos las chicas me perseguían.

LAURA: ¡Eras muy, muy popular!

JIM: Sí…

LAURA: Eras tan… simpático…

JIM: En el instituto me mimaban.

LAURA: ¡Le gustabas a todo el mundo!

JIM: ¿También a ti?

LAURA: Yo… sí, a mí también. (Cierra el anuario suavemente sobre su regazo.)

JIM: ¡Bueno, bueno, bueno! Dame ese programa, Laura.

(Laura le entrega el programa y él lo rubrica con una firma exagerada.)

Toma… ¡mejor tarde que nunca!

LAURA: ¡Vaya, qué sorpresa!

JIM: De momento, mi firma no tiene mucho valor, pero es posible que algún día suba de precio. Estar desilusionada es una cosa y estar desanimada otra muy distinta. Yo estoy desilusionado, pero no desanimado. Tengo veintitrés años. ¿Cuántos tienes tú?

LAURA: En junio cumplo veinticuatro.

JIM: ¡No eres muy mayor!

LAURA: No, pero…

JIM: ¿Terminaste el instituto?

LAURA (con dificultad): No volví.

JIM: ¿Quieres decir que lo dejaste?

LAURA: Saqué malas notas en los exámenes finales. (Se levanta y vuelve a poner el anuario y el programa en la mesa. Tiene la voz tensa.) ¿Qué tal le va a… Emily Meisenbach?

JIM: ¡Menuda cabeza hueca!

LAURA: ¿Por qué dices eso?

JIM: Porque es la verdad.

LAURA: ¿Ya no… sales con ella?

JIM: Ni siquiera la veo.

LAURA: En la sección de «Datos personales» dice que estabais… prometidos.

JIM: Lo sé, pero a mí nunca me afectó esa… propaganda.

LAURA: ¿No era verdad?

JIM: ¡Sólo según la optimista opinión de Emily!

LAURA: Oh…

(En la pantalla puede leerse: «¿Qué has hecho desde que dejaste el instituto?».)

(Jim enciende un cigarrillo y se apoya con indolencia en ambos codos. Sonríe a Laura con tanta calidez y encanto que ella se ilumina por dentro con velas de altar. Laura sigue cerca de la mesa, coge una figurilla de su colección y le da vueltas en las manos para ocultar su turbación.)

JIM (después de dar varias caladas al cigarrillo con gesto reflexivo): ¿Qué has hecho desde que dejaste el instituto?

(Laura parece no haber oído la pregunta.)

¿Eh?

(Laura levanta la vista.)

Te preguntaba qué habías hecho desde el instituto.

LAURA: Poca cosa.

JIM: Algo habrás hecho en estos seis largos años.

LAURA: Sí.

JIM: Bueno, ¿y qué has hecho?

LAURA: Me matriculé en un curso de administración en la Escuela de Comercio…

JIM: ¿Y qué tal te fue?

LAURA: Pues, no muy bien… Tuve que dejarlo, me daba… indigestión.

(Jim se ríe suavemente.)

JIM: ¿Y ahora qué haces?

LAURA: No hago nada… casi. ¡Oh, por favor, no creas que me quedo aquí sentada sin hacer nada! Mi colección de figurillas de cristal requiere mucho tiempo. El cristal es algo que hay que cuidar mucho.

JIM: ¿Qué decías del cristal?

LAURA: Que tengo una colección… (Se aclara la garganta otra vez y gira el cuerpo con enorme timidez.)

JIM (con brusquedad): ¿Sabes qué te pasa a ti en mi opinión? ¡Un complejo de inferioridad! ¿Sabes lo que es? Es lo que dicen que se tiene cuando te subestimas. Yo lo entiendo bien porque también lo tenía. Aunque mi caso no estaba tan agravado como parece que está el tuyo. Yo lo tuve hasta que me matriculé en oratoria, desarrollé mi voz y me di cuenta de que tenía aptitudes para la ciencia. ¡Antes de eso nunca pensé que pudiera sobresalir en nada, en nada! No me he puesto a estudiarlo en serio, pero un amigo mío dice que puedo analizar a las personas mejor que los médicos que se dedican a eso profesionalmente. No digo que eso sea verdad del todo, pero de lo que sí estoy seguro, Laura, es de que puedo adivinar la psicología de una persona. (Se saca el chicle de la boca.) Perdona, Laura, pero siempre tiro el chicle cuando pierde el sabor. Voy a ponerlo en este trozo de papel. Cuando se queda pegado al zapato es muy molesto, lo sé. (Envuelve el chicle en un trocito de papel y se lo guarda en el bolsillo.) Sí, en mi opinión, ése es tu mayor problema: falta de confianza en ti como persona. No tienes suficiente fe en ti misma. Me baso en ciertos comentarios tuyos y también en algunas observaciones. Por ejemplo, el ruido de tu aparato, que tú creías que era tan horrible. Me has dicho que hasta te daba miedo entrar en clase. ¿Te das cuenta de lo que hiciste? Dejaste el instituto, abandonaste tu educación por un ruido que por lo que a mí respecta era prácticamente inexistente. Un pequeño defecto físico es lo que tienes, pero ¡apenas se nota! ¡Y tú lo magnificas miles de veces en tu imaginación! ¿Sabes cuál es mi consejo? ¡Piensa en ti misma y trata de verte como alguien superior en algún aspecto!

LAURA: ¿Y en qué aspecto tengo que pensar?

JIM: Pero ¡demonios, Laura! Mira un poco a tu alrededor. ¿Qué ves? ¡Un mundo lleno de personas comunes y corrientes! Todas han nacido y todas van a morir. ¿Cuál de ellas tiene una décima parte de tus puntos fuertes? ¿O de los míos? ¿O de cualquiera, si vamos a eso? Todo el mundo destaca en algo. ¡Algunos destacan en muchas cosas! (Se mira inconscientemente en el espejo.) ¡Lo único que tienes que hacer es descubrir en qué! Fíjate en mí, por ejemplo. (Se ajusta la corbata mirándose al espejo.) Da la casualidad de que me interesa la electrodinámica. Estoy matriculado en un curso de técnico de radio en la escuela nocturna, Laura, y tengo un empleo de bastante responsabilidad en el almacén. Estoy matriculado en ese curso y en otro de oratoria.

LAURA: Oh.

JIM: ¡Porque creo en el futuro de la televisión! (Dándole la espalda a Laura.) Y espero estar preparado para ascender con ella. Así que tengo planes de meterme en ese negocio ahora que está empezando. En realidad ya tengo los contactos necesarios y lo único que hace falta es que el negocio se ponga en marcha. A toda marcha. (Con un brillo en los ojos.) ¡Conocimientos, biiip!… ¡Dinero, biiip!… ¡Poder! ¡Es el ciclo en que se basa la democracia!

(Tiene una actitud dinámica y convincente. Laura lo mira atentamente. Incluso su timidez queda eclipsada por su completo embeleso. De repente, Jim sonríe.)

Supongo que crees que pienso mucho en mí mismo.

LAURA: No… Yo…

JIM: Pero ¿y tú? ¿No hay algo que te interese más que ninguna otra cosa?

LAURA: Bueno, como ya te he dicho, tengo mi colección de figuras de cristal…

(En la cocina resuena una risa juvenil.)

JIM: No estoy seguro de entenderte. ¿En qué consiste esa colección?

LAURA: Es una colección de figurillas de cristal… más que nada de adorno. La mayoría son animales, los animales más pequeños del mundo. ¡Madre dice que es un zoo de cristal! Mira, toma una, si quieres verla. Es una de las más antiguas, tiene casi trece años.

(Música: «El zoo de cristal».)

(Jim abre la mano para coger la figurilla.)

¡Oh, ten cuidado! ¡Se rompe sólo con mirarla!

JIM: Será mejor que no la coja. Soy bastante torpe.

LAURA: ¡No te preocupes, confío en ti! (Coloca la figurilla en la palma de la mano de Jim.) ¡Así, hay que cogerlo con mucha suavidad, como estás haciendo! Míralo al trasluz, le encanta la luz. ¿Ves cómo brilla cuando lo pones al trasluz?

JIM: ¡Sí que brilla!

LAURA: Debería ser imparcial, pero es mi favorito.

JIM: ¿Y qué clase de cosa se supone que es esto?

LAURA: ¿No te has dado cuenta de que tiene un cuerno en la frente?

JIM: Un unicornio, ¿eh?

LAURA: ¡Eso es!

JIM: ¿No se han extinguido ya los unicornios en el mundo moderno?

LAURA: ¡Ya lo sé!

JIM: Pobrecito, debe de sentirse muy solo.

LAURA (sonriendo): Bueno, si es así, no se queja. Vive en un estante con algunos caballos que no tienen cuerno y parece que se llevan bastante bien.

JIM: ¿Cómo lo sabes?

LAURA (con alegría): ¡Que yo sepa no han discutido nunca!

JIM (sonriendo): Conque no han discutido. Pues es muy buena señal. ¿Dónde lo pongo?

LAURA: Ponlo en la mesa. ¡Les gusta cambiar de paisaje de vez en cuando!

JIM: Bueno, bueno, bueno. (Deja la figurilla de cristal en la mesa. A continuación levanta los brazos y se estira.) ¡Mira qué grande es mi sombra cuando me estiro!

LAURA: ¡Oh, sí, sí, se extiende por todo el techo!

JIM (acercándose a la puerta): Me parece que ha dejado de llover. (Abre la puerta de la escalera de incendios y la música de fondo cambia y pasa a ser una melodía de baile.) ¿De dónde viene esa música?

LAURA: Del Salón de Baile Paraíso, al otro lado del callejón.

JIM: ¿Me concede usted el próximo baile, señorita Wingfield?

LAURA: Bueno, yo…

JIM: ¿Tiene comprometida toda la noche? A ver, déjeme ver su carné de baile. (Coge un carné imaginario.) ¡Vaya, sí, completo! En fin, tendré que tachar a alguien de su lista.

(Música de vals: «La golondrina».)

¡Ah, un vals! (Ejecuta algunos giros solo, a continuación tiende los brazos a Laura.)

LAURA (con la respiración entrecortada): No puedo… bailar.

JIM: ¡El complejo de inferioridad otra vez!

LAURA: ¡No he bailado nunca!

JIM: ¡Venga, inténtalo!

LAURA: ¡Te voy a pisar!

JIM: No soy de cristal.

LAURA: ¿Cómo… cómo…? ¿Por dónde hay que empezar?

JIM: Tú déjame a mí. Extiende un poco los brazos.

LAURA: ¿Así?

JIM (cogiéndola por la cintura): Un poco más arriba. Exacto. Y ahora no te pongas tensa, es lo más importante… Relájate.

LAURA (riéndose de forma entrecortada): Es difícil.

JIM: Así.

LAURA: Tengo miedo de que no puedas llevarme.

JIM: ¿Qué te apuestas a que sí? (Hace que Laura empiece a desplazarse.)

LAURA: ¡Dios mío, sí que puedes!

JIM: Déjate llevar, Laura, déjate llevar.

LAURA: Lo estoy…

JIM: ¡Vamos!

LAURA: … intentando.

JIM: ¡No tan rígida, más relajada!

LAURA: Ya, ya, pero…

JIM: ¡Relaja la columna! Así, eso está mejor.

LAURA: ¿Qué tal?

JIM: Mucho, mucho mejor. (La lleva por la habitación en un torpe vals.)

LAURA: ¡Oh, Dios mío!

JIM: ¡Ajá!

LAURA: ¡Oh, Dios mío!

JIM: Ja, ja, ja.

(De repente, tropiezan con la mesa y la figurilla de cristal cae al suelo. Jim pone fin al baile.)

¿Con qué nos hemos tropezado?

LAURA: Con la mesa.

JIM: ¿Se ha caído algo? Me parece…

LAURA: Sí.

JIM: ¡Espero que no haya sido el caballito del cuerno!

LAURA: Sí. (Se detiene para recogerlo.)

JIM: Ay, ay, ay. ¿Se ha roto?

LAURA: No, ahora es como los demás caballos.

JIM: Ha perdido el…

LAURA: ¡Ha perdido el cuerno! No te preocupes. Tal vez sea una buena señal.

JIM: Nunca me perdonarás. Apuesto a que era tu figurilla favorita.

LAURA: No tengo favoritos. No es ninguna tragedia, Pecas. El cristal se rompe con enorme facilidad, por mucho cuidado que se ponga. Las estanterías vibran por el tráfico y las cosas se caen.

JIM: Da igual, siento muchísimo haber tenido la culpa.

LAURA (sonriendo): Imaginaré que le han operado, que le han quitado el cuerno para que no se sienta tan… ¡raro!

(Los dos se echan a reír.)

Ahora cuando esté con los demás caballos, los que no tienen cuerno…

JIM: ¡Ja, ja, eso tiene gracia! (De pronto de pone serio.) Me alegra ver que tienes sentido del humor. ¿Sabes? Eres… eres… muy distinta. ¡Sorprendentemente distinta a todas las personas que conozco! (Su voz se vuelve suave y vacilante a causa de un sentimiento sincero.) ¿Te molesta que te lo diga?

(Laura siente una gran vergüenza y no puede hablar.)

Lo digo en el buen sentido…

(Laura asiente, desviando la mirada.)

Me haces sentir como… ¡No sé cómo decirlo! Normalmente se me da bien expresar las cosas, pero esto es algo que no sé cómo decir.

(Laura se toca el cuello y se aclara la garganta; juega con el unicornio roto entre las manos. La voz de Jim es cada vez más profunda.)

¿Te han dicho alguna vez que eres muy bonita?

(Pausa. La música sube ligeramente. Laura levanta la vista poco a poco, con arrobo, y niega con la cabeza.)

Pues lo eres. De una forma distinta a las demás. Pero esa diferencia sólo hace que seas más bonita todavía.

(La voz se hace más profunda. Laura se aparta y está a punto de desmayarse con la novedad de sus emociones.)

Ojalá fueras mi hermana. Te enseñaría a confiar en ti misma. Las personas que son diferentes no son como los demás, pero no hay que avergonzarse por ser distinto. Porque los demás no son tan maravillosos. Los demás son cien mil y tú eres una. Ellos andan por toda la tierra y tú estás aquí. Ellos son comunes y corrientes como… la hierba, como la maleza, pero tú… tú eres ¡Blue Roses!

(En la pantalla aparece la siguiente imagen: Rosas azules.)

(La música cambia.)

LAURA: Pero no existen rosas… azules…

JIM: Pero tú sí existes. ¡Eres… bonita!

LAURA: ¿En qué sentido soy bonita?

JIM: En todos los sentidos, créeme. Tus ojos… tu pelo… eres bonita. ¡Tus manos son bonitas! (Le coge la mano a Laura.) Tú crees que todo esto lo estoy diciendo porque me habéis invitado a cenar y tengo que ser amable. ¡Oh, y podría hacerlo! Podría interpretar un papel, Laura, y decir muchas cosas y no ser sincero. Pero esta vez lo soy. Te soy sincero. Da la casualidad de que me he fijado en ese complejo de inferioridad que te impide estar a gusto con la gente. Alguien tiene que ayudarte a que confíes más en ti misma y a que estés orgullosa y a que no seas tímida y no te des la vuelta y no te pongas colorada. Alguien… debería… besarte, Laura.

(Jim recorre el brazo de Laura hasta el hombro al tiempo que la música se eleva tumultuosamente. De repente, la obliga a volverse y la besa en los labios. Cuando la suelta, Laura se hunde en el sofá con una mirada llena de brillo y asombro. Jim vuelve a su posición anterior y busca un cigarrillo en el bolsillo.)

(En la pantalla puede leerse: «Un recuerdo».)

¡Torpe, torpe!

(Enciende el cigarrillo evitando la mirada de Laura. Desde la cocina repica la risa juvenil de Amanda. Laura se incorpora lentamente y abre la mano, que todavía contiene el pequeño caballo de cristal. Lo mira con ternura y perplejidad.)

¡Qué torpe! No tendría que haberlo hecho. Ha sido un error. No fumas, ¿verdad?

(Laura alza los ojos, está sonriendo, sin oír la pregunta. Jim se sienta a su lado con cautela. Laura lo mira sin decir nada… esperando. Jim tose muy decorosamente y se separa un poco. Está considerando la situación y se da cuenta de cuáles son los sentimientos de Laura con pesar y turbación. Habla con amabilidad.)

¿Quieres un caramelo de menta?

(Laura parece no oírle, pero el brillo de sus ojos se hace todavía más intenso.)

¿Menta? ¿De marca Life Saber? Mis bolsillos parecen una tienda, vaya donde vaya… (Se mete un caramelo de menta en la boca. De pronto se lo traga y decide sincerarse. Habla despacio y con delicadeza:) Laura, ¿sabes? Si yo tuviera una hermana como tú, haría lo mismo que Tom, traería a mis amigos y se los presentaría. Traería sólo a los chicos que fueran capaces de apreciarla. Sólo que… conmigo… ha cometido un error. Puede que no haya motivos para lo que voy a decir, puede que no haya sido ésa la idea al invitarme. Pero ¿y qué si sí lo era? No tiene nada de malo. El único problema es que, en mi caso… no estoy en situación de… de hacer lo que se debe hacer. No puedo pedirte tu número de teléfono y decirte que te llamaré. No puedo llamarte la semana que viene y pedirte… que salgas conmigo. Me ha parecido que es mejor que te explique la situación por si… la interpretas mal y… hiero tus sentimientos…

(Se produce una pausa. Lentamente, muy lentamente, la mirada de Laura va cambiando y de los ojos de Jim pasa poco a poco a la figurilla de cristal que tiene en la mano. Amanda vuelve a proferir otra alegre carcajada desde la cocina.)

LAURA (con un hilo de voz): ¿No… volverás a venir?

JIM: No, Laura, no puedo. (Se levanta del sofá.) Como te estaba explicando, estoy… atado. Laura, tengo una relación estable. Salgo con una chica que se llama Betty. Es una chica muy hogareña, como tú, y es católica, e irlandesa, y en muchos sentidos… nos llevamos bien. La conocí el verano pasado en un viaje nocturno en barco por el río Alton; en el Majestic. En fin, desde el principio fue… ¡amor!

(En la pantalla: «¡Amor!».)

(Laura se balancea levemente hacia delante y se coge al brazo del sofá. Jim no se da cuenta. Está absorto en su propio y cómodo ser.)

¡Estar enamorado me ha convertido en un hombre nuevo!

(Rígida e inclinándose hacia delante, agarrada con fuerza al brazo del sofá, Laura se debate visiblemente contra su tormenta. Jim es ajeno a ello, está muy lejos.)

¡La verdad es que el poder del amor es tremendo! ¡El amor es algo que cambia el mundo entero, Laura!

(La tormenta amaina un poco y Laura se reclina. Jim vuelve a tenerla en cuenta.)

La tía de Betty se puso enferma, le mandaron un telegrama y tuvo que irse a Centralia. Así que Tom, cuando me invitó a cenar, yo acepté su invitación sin saber que tú… que él… que yo… (Hace una pausa, está incómodo.) ¡Ah, soy un torpe!

(Se deja caer en el sofá. Las candelas sagradas del altar del rostro de Laura se han apagado. Su mirada de desolación es casi infinita. Jim la mira con incomodidad.)

Me gustaría que… dijeras algo.

(Laura se muerde el labio, que le temblaba, y sonríe con valor. Abre la mano otra vez y descubre la figurilla rota. A continuación, coge suavemente la mano de Jim y la coloca a la altura de la suya. Pone con cuidado el unicornio en la palma de la mano de Jim y cierra sus dedos sobre ella.)

¿Por qué… haces eso? ¿Quieres que me quede con él? ¿Laura?

(Laura asiente.)

¿Por qué?

LAURA: Un… recuerdo…

(Se levanta y, con paso vacilante, se acerca al gramófono para ponerlo en marcha.)

(En la pantalla puede leerse: «¡Qué mal terminan a veces las cosas!». O la imagen: «Un pretendiente diciendo adiós con la mano… y una sonrisa».)

(En este preciso momento, Amanda regresa al cuarto de estar. Lo hace alegre y apresuradamente. Lleva una jarra de limonada —la jarra es de cristal y es antigua— y un plato con un pastel almendrado. El plato tiene el borde dorado y está decorado con unas amapolas.)

AMANDA: ¡Bueno, bueno, bueno! ¿No es delicioso cómo ha quedado el ambiente después de llover? Niños, he preparado un refresco.

(Mira a Jim con una sonrisa alegre.) Jim, ¿conoce esa canción dedicada a la limonada?

Limonada, limonada,

de una fruta delicada

batida con una espada.

¡Para él y para ella,

para la vieja doncella!

JIM (incómodo): ¡Ja, ja! No, no la conocía.

AMANDA: ¡Eh, Laura! ¿Por qué estás tan seria?

JIM: Estábamos hablando de cosas serias.

AMANDA: ¡Bien! ¡Ahora os conocéis mejor!

JIM (con incertidumbre): ¡Ja, ja! Sí.

AMANDA: Los jóvenes modernos sois mucho más serios de lo que éramos en mi generación. ¡Cuando yo era joven era tan alegre…!

JIM: No ha cambiado en nada, señora Wingfield.

AMANDA: ¡Esta noche me siento más joven! ¡Lo alegre de la ocasión, señor O’Connor! (Echa la cabeza hacia atrás mientras se ríe y derrama un poco de limonada.) ¡Oh, me acabo de bautizar!

JIM: Espere, deje que…

AMANDA (dejando la jarra en la mesa): Aquí tiene. ¡He encontrado algunas cerezas de marrasquino y las he añadido con jugo y todo!

JIM: No tendría que haberse molestado, señora Wingfield.

AMANDA: Si no es ninguna molestia. Ha sido muy divertido. ¿No me ha oído cortar la fruta en la cocina? ¡Seguro que le pitaban los oídos! Le estaba diciendo a Tom lo enfadada que estoy con él por habérselo guardado para él tanto tiempo. ¡Tendría que haberle traído a usted mucho, mucho antes! En fin, ahora que sabe el camino, espero que venga a vernos muchas veces, pero que muchas veces. ¡Ah, nos vamos a divertir mucho juntos! ¡Ya me lo imagino! ¡Mmm, respire, respire! ¡Qué despejado, y la luna está preciosa! Me marcho. Sé cuál es mi lugar cuando los jóvenes están… hablando de cosas serias.

JIM: Oh, no se vaya, señora Wingfield. La verdad es que ya tengo que irme.

AMANDA: ¿Que tiene que irse ya? ¿No lo dirá en serio? Pero, señor O’Connor, si la noche no ha hecho más que empezar.

JIM: En fin, ya sabe cómo son estas cosas.

AMANDA: Quiere usted decir que como joven trabajador que es tiene que descansar para rendir en su trabajo. En fin, esta noche le dejaremos escapar, pero con la condición de que la próxima vez se quede más tiempo. ¿Qué día le viene mejor? ¿No le parece que para ustedes los trabajadores la noche del sábado es la mejor noche de la semana?

JIM: Tengo que fichar dos veces, señora Wingfield. Una por la mañana y otra por la noche.

AMANDA: ¡Dios mío, pero qué ambicioso es usted! ¿También trabaja por la noche?

JIM: No, señora, no trabajo por la noche, pero… está Betty.

(Va a coger su sombrero. La orquesta del Salón de Baile Paraíso comienza un vals muy suave.)

AMANDA: ¿Betty? ¿Betty? ¿Quién es Betty?

(En el cielo se produce un crujido ominoso.)

JIM: Oh, no es más que una chica. La chica con la que salgo.

(Esboza una sonrisa encantadora. El cielo se derrumba.)

(En la pantalla puede leerse: «El cielo se derrumba».)

AMANDA (con un largo suspiro): Vaaaya… ¿Y es una relación seria, señor O’Connor?

JIM: Nos vamos a casar el segundo domingo de junio.

AMANDA: Ooooh, ¡qué bonito! Tom no nos lo había dicho.

JIM: En el almacén todavía no han descubierto el pastel, señora Wingfield. Ya sabe cómo son estas cosas. Empiezan a llamarte Romeo y cosas así. (Se detiene delante del espejo oval para ajustarse el sombrero. Coloca cuidadosamente el ala y la copa para ofrecer un efecto discretamente galante.) Ha sido una velada maravillosa, señora Wingfield. Supongo que es a esto a lo que se refieren al hablar de la famosa hospitalidad del sur.

AMANDA: No ha sido nada.

JIM: Espero no dar la impresión de que me marcho a toda prisa. Pero le he prometido a Betty que la recogería en la estación de Wabash y se me ha hecho tan tarde que, si consigo que mi cacharro me lleve hasta allí, el tren ya habrá llegado. Algunas mujeres se enfadan mucho cuando las haces esperar.

AMANDA: Sí, lo sé… ¡la tiranía de las mujeres! (Extiende la mano.) Adiós, señor O’Connor. Le deseo suerte… y felicidad… ¡y éxito! Las tres cosas, y Laura le desea lo mismo. ¿Verdad, Laura?

LAURA: ¡Sí!

JIM (cogiendo la mano de Laura): Adiós, Laura. Voy a guardar con mucho cariño ese recuerdo. Y no olvides el buen consejo que te he dado. (Eleva la voz, que se convierte en un grito alegre.) ¡Hasta pronto, Shakespeare! Gracias otra vez, señoras. ¡Buenas noches!

(Sonríe y se marcha con desenvoltura. Con el mismo gesto impostado de coraje que ha puesto hasta ahora, Amanda cierra en cuanto el pretendiente ha salido por la puerta. Luego se vuelve hacia el interior con gesto de desconcierto. Laura y ella no se atreven a mirarse la una a la otra. Laura se sienta en el suelo junto al gramófono para darle cuerda.)

AMANDA (débilmente): Qué mal terminan a veces las cosas. No creo que yo pudiera ponerme ahora a escuchar música. ¡Bueno, bueno, bueno! ¡Nuestro pretendiente está prometido y se va casar! (Eleva la voz.) ¡Tom!

TOM (desde la cocina): ¡Sí, madre!

AMANDA: Ven aquí. Quiero contarte algo muy divertido.

TOM (entrando con un pastel almendrado y un vaso de limonada): ¿Se ha ido ya el pretendiente?

AMANDA: El pretendiente acaba de irse. ¡Qué broma tan estupenda nos has gastado!

TOM: ¿A qué te refieres?

AMANDA: No nos dijiste que está prometido y va a casarse.

TOM: ¿Jim? ¿Prometido?

AMANDA: Es lo que acaba de decirnos.

TOM: ¡No es posible! No lo sabía.

AMANDA: Me parece un tanto peculiar.

TOM: ¿Qué te parece peculiar?

AMANDA: ¿No decías que era tu mejor amigo del almacén?

TOM: Lo es, pero ¿cómo iba yo a saberlo?

AMANDA: Me parece extraordinariamente peculiar que no supieras que tu mejor amigo iba a casarse.

TOM: ¡El almacén es mi lugar de trabajo! ¡De las personas que trabajan en él no sé nada!

AMANDA: ¡Tú no sabes nada de ningún sitio! Vives en un sueño, ¡tú fabricas ilusiones!

(Tom se acerca a la puerta.)

¿Adónde vas?

TOM: Al cine.

AMANDA: ¡Muy bien, ahora que nos has obligado a hacer el ridículo de esta forma! ¡Tanto esfuerzo, tantos preparativos, tantos gastos! ¡La lámpara nueva, la alfombra, el vestido de Laura! ¿Y todo para qué? ¡Para hacerle los honores al novio de otra! ¡Vete al cine, anda! ¡No pienses en nosotras, una madre abandonada, una hermana soltera, coja y sin trabajo! ¡No dejes que nada se interponga en tu placer egoísta! ¡Vete, vete, vete al cine!

TOM: ¡De acuerdo, me voy! ¡Cuanto más me grites y me llames egoísta, antes me iré, y no estoy hablando del cine!

AMANDA: ¡Pues vete! ¡Vete a la luna, soñador egoísta!

(Tom estrella su vaso contra el suelo. Sale por la escalera de incendios dando un portazo. Laura grita asustada. La música del Salón de Baile sube de volumen. Tom se queda en la escalera de incendios, agarrado a la barandilla. La luna asoma entre las nubes de tormenta, iluminando su rostro.)

(En la pantalla puede leerse: «Y adiós…».)

(La última intervención de Tom se sincroniza con lo que sucede en la casa. Vemos, como a través de un cristal insonorizado, que Amanda habla con Laura, que está acurrucada en el sofá, con la intención de reconfortarla. Ahora que no oímos las palabras de la madre, su estupidez se disipa y aparece investida de una mezcla de dignidad y trágica belleza. Laura tiene la cara oculta bajo el pelo hasta que, cuando Amanda termina de hablar, levanta los ojos y sonríe a su madre. Mientras consuela a su hija, los gestos de Amanda son lentos y llenos de gracia, casi como una danza. Cuando termina de hablar mira un momento la foto del padre y luego se retira atravesando el arco de las cortinas. Con las últimas palabras de Tom, Laura apaga las velas, lo que pone fin a la obra.)

TOM: No me fui a la luna, sino mucho más lejos, porque el tiempo es la mayor distancia entre dos lugares. No mucho después de que me despidieran por escribir un poema en la tapa de una caja de zapatos, me marché de St. Louis. Bajé los escalones de esta escalera de incendios por última vez y seguí, a partir de entonces, los pasos de mi padre, intentando encontrar mediante el movimiento lo que estaba perdido en el espacio. Viajé mucho. Las ciudades pasaban por delante de mí como hojas marchitas, hojas de brillantes colores pero arrancadas de sus ramas. Me habría detenido, pero algo me perseguía. Siempre me asaltaba cuando estaba desprevenido, me atacaba por sorpresa. A veces era una canción conocida, otras, una figurita de cristal. A veces voy andando por una calle, ya de noche, en una ciudad extraña, antes de encontrar a alguien con quien salir, y paso por delante del escaparate iluminado de una perfumería. El escaparate está lleno de objetos de cristal, de pequeños frascos transparentes de delicados colores, como trozos de un arco iris hecho añicos. Y, de pronto, mi hermana me pone la mano en el hombro. Me vuelvo y la miro a los ojos. Oh, Laura, Laura, intenté olvidarte, pero soy más fiel de lo que creía. Saco un cigarrillo, cruzo la calle, me meto en un cine o en un bar, bebo, hablo con el primer desconocido… ¡cualquier cosa con tal de apagar tus velas!

(Laura se inclina sobre las velas.)

¡Porque hoy el mundo está iluminado por el relámpago! Apaga tus velas, Laura… Adiós…

(Laura apaga las velas.)