Sexta escena

El rellano de la escalera de incendios se ilumina. Tom se apoya en el horno. Fuma.

(En la pantalla aparece la siguiente imagen: El héroe del instituto.)

TOM: Y al día siguiente llevé a Jim a cenar a casa. Yo, aunque apenas había trabado relación con él, le conocía del instituto, donde había sido un héroe. En aquel entonces tenía esa bondad y vitalidad tan propias de los irlandeses, con la fachada lustrosa y pulida de la porcelana. Daba la impresión de que siempre se encontraba bajo la luz de un foco. Era una estrella del baloncesto, el capitán del club de debates, delegado de curso, presidente del coro y la voz masculina principal en las óperas ligeras que representábamos todos los años. Siempre estaba corriendo o saltando, jamás andaba. Siempre parecía a punto de vencer la ley de la gravedad. Atravesaba la adolescencia a tal velocidad que resultaba lógico esperar de él que a los treinta hubiera alcanzado poco menos que la Casa Blanca. Pero, al parecer, a Jim las cosas se le pusieron algo difíciles después de graduarse en el instituto de Soldan. Perdió velocidad definitivamente. Seis años después de dejar el instituto tenía un empleo no mucho mejor que el mío.

(En la pantalla aparece la siguiente imagen: El empleado.)

Era la única persona del almacén con quien me llevaba bien. Yo tenía un gran valor para él, gracias a mí podía recordar sus antiguas glorias. Yo le había visto jugar al baloncesto y vencer, le había visto ganar una copa de plata por su oratoria. Él conocía mi secreta afición a retirarme a los lavabos del almacén para escribir poemas cuando andábamos faltos de trabajo. Me llamaba Shakespeare. Y, si los demás empleados del almacén me observaban con suspicacia y hostilidad, Jim me miraba con humor. Poco a poco, su actitud fue contagiando a los demás, la hostilidad se disipó y los demás empezaron a sonreírse como la gente se sonríe al cruzarse con un bicho raro.

Yo sabía que Jim y Laura habían coincidido en Soldan, y había oído a Laura hablar con admiración de su voz. Yo no sabía si Jim la recordaba o no. En el instituto, Laura había sido tan discreta como Jim espectacular. Si la recordaba, no la relacionaba conmigo, porque cuando le invité a cenar, sonrió y dijo: «¿Sabes, Shakespeare? Jamás se me había ocurrido que tuvieras familia».

Estaba a punto de descubrir que sí…

(En la pantalla puede leerse: «El acento de unos pasos que se acercan».)

(La luz sobre Tom se apaga mientras el cuarto de estar de los Wingfield se ilumina con una delicada luz alimonada. Son alrededor de las cinco de la tarde de un viernes de finales de primavera que viene «esparciendo poemas por el cielo».)

(Amanda ha trabajado como una negra preparando la casa para la llegada del pretendiente. Los resultados son asombrosos. La nueva lámpara de pie con su pantalla de seda rosa está en su sitio, un farol de papel de colores oculta la lámpara rota que cuelga del techo, las ventanas tienen visillos nuevos y blancos, los sillones y el sofá, sobre el que hay dos cojines completamente nuevos, tienen fundas de chintz. En el suelo hay cajas abiertas y papel de seda.)

(Laura está en medio de la habitación con los brazos en cruz. Amanda está en cuclillas delante de ella, le ajusta el dobladillo de un vestido nuevo, recatado y ritual. El color y el diseño del vestido los efectúa el recuerdo. Laura lleva otro peinado, más delicado y favorecedor. Transmite una belleza frágil y de otro mundo: parece una figura de vidrio traslúcido tocada por la luz, lo que le confiere un brillo momentáneo que no es real ni duradero.)

AMANDA (con impaciencia): ¿Por qué tiemblas?

LAURA: ¡Madre, me pones muy nerviosa!

AMANDA: ¿Por qué te pongo tan nerviosa?

LAURA: ¡Con todo este lío! ¡Haces que parezca muy importante!

AMANDA: No te comprendo, Laura. No es posible que te guste estar todo el día en casa, y, cuando intento preparar algo para ti, te resistes. (Se levanta.) Y ahora, mírate. ¡No, espera! Espera un momento, ¡tengo una idea!

LAURA: ¿Otra?

(Amanda saca dos borlas de polvos que envuelve en unos pañuelos y coloca en el busto de Laura.)

Madre, ¿qué estás haciendo?

AMANDA: Los llaman «alegres señuelos».

LAURA: ¡No pienso ponerme eso!

AMANDA: ¡Claro que sí!

LAURA: ¿Por qué?

AMANDA: Porque, para serte dolorosamente sincera, tienes poco pecho.

LAURA: Haces que parezca que estamos tendiendo una trampa.

AMANDA: Todas las chicas guapas son una trampa, una trampa bonita, y los hombres no esperan otra cosa.

(En la pantalla aparece el siguiente texto: «Una trampa bonita».)

Y ahora, mírate, jovencita. ¡Nunca volverás a estar tan guapa! (Se aparta un poco de Laura para verla bien y admirarla.) ¡Y ahora me toca a mí arreglarme! Cuando veas a tu madre te vas a quedar muy sorprendida.

(Amanda cruza las cortinas del arco del comedor tarareando una canción. Laura se acerca lentamente al espejo y se mira con solemnidad. La brisa empuja las blancas cortinas hacia dentro con un movimiento lento y lleno de gracia y con un sonido leve y triste.)

AMANDA (desde detrás de las cortinas): Todavía no ha anochecido.

(Laura se gira lentamente delante del espejo con mirada de preocupación.)

(En la pantalla aparece el siguiente texto: «Ésta es mi hermana: ¡rindámosle homenaje con música de violines!».)

AMANDA (riéndose, aún no visible): Voy a enseñarte algo. ¡Mi aparición va a ser espectacular!

LAURA: ¿De qué se trata, madre?

AMANDA: Tranquilízate y ten paciencia… ¡ya verás! ¡Lo he resucitado de ese viejo baúl! Al fin y al cabo, la moda no ha cambiado tanto… (Abre las cortinas del arco del comedor.) ¡Ahora fíjate en tu madre! (Se ha puesto un vestido juvenil amarillo y de vuelo con una faja de seda azul. Lleva un ramo de junquillos. La leyenda de su juventud casi parece rediviva. Habla sin parar.) Éste es el vestido que me puse cuando presidí el cotillón. Gané dos veces el concurso de baile de Sunset Hill, ¡lo llevé en primavera en el Baile del Gobernador de Jackson! Fíjate, Laura, mira cómo lucía en el salón de baile. (Se levanta un poco la falda y da vueltas a la estancia con pasitos de baile.) Me lo ponía los domingos, ¡para recibir a mis pretendientes! Lo llevaba puesto el día en que conocí a tu padre… Estuve con malaria toda la primavera: el cambio de clima al trasladarnos del Tennessee oriental al Delta… debilitó mis defensas. La fiebre no se me pasaba; no era muy alta, nada grave, pero sí suficiente para estar todo el rato inquieta y aturdida. Llegaban muchas invitaciones, para fiestas por todo el Delta. «Quédate en la cama —decía madre—, ¡tienes fiebre!», pero yo no podía. ¡Tomaba quinina y salía, salía! ¡Cenas, bailes! ¡Y por las tardes, largos paseos a caballo! ¡Meriendas en el campo…! Está tan bonito el campo en mayo: ¡parecía de encaje y, todo estaba literalmente repleto de junquillos! Ésa fue la primavera en que me volví loca por los junquillos. Se convirtieron en una completa obsesión. Madre decía: «Cariño, ya no queda sitio para meter más junquillos». Pero yo seguía llevando a casa más y más junquillos. Fuera donde fuese y siempre que veía alguno, decía: «¡Alto! ¡Parad! ¡Ahí veo unos junquillos!». Conseguía que los chicos me ayudasen a recoger más. Todos se reían: Amanda y sus junquillos. Hasta que nos quedamos sin jarrones donde ponerlos y adornaban todos los rincones. ¿Que no hay más jarrones? Muy bien, pues yo los sostengo. ¡Y entonces… (se detiene delante de la fotografía. Sueña la música) conocí a tu padre! Malaria, junquillos y luego este chico… (Enciende la lámpara de colores.) Espero que lleguen aquí antes de que empiece a llover. (Cruza la estancia y coloca los junquillos en un recipiente de la mesa.) Le he dado a tu hermano algo de dinero extra para que el señor O’Connor y él puedan venir del almacén en taxi.

LAURA (con la mirada alterada): ¿Cómo has dicho que se llama?

AMANDA: O’Connor.

LAURA: ¿Y de nombre?

AMANDA: No me acuerdo. Ah, sí, ya lo sé. ¡Jim!

(Laura oscila ligeramente y se agarra a una silla.)

(En la pantalla puede leerse: «¡Jim no!».)

LAURA (con desmayo): ¡Jim no!

AMANDA: Sí, sí, Jim, se llama Jim. ¡Jamás he conocido a un Jim que no sea simpático!

(La música no presagia nada bueno.)

LAURA: ¿Estás segura de que se llama Jim O’Connor?

AMANDA: Sí, ¿por qué?

LAURA: ¿Es el que fue con Tom al instituto?

AMANDA: No me ha dicho nada. Creo que acaba de conocerle en el almacén.

LAURA: Los dos conocíamos a un Jim O’Connor del instituto… (sigue con esfuerzo). Si es el mismo que viene con Tom a cenar, tendréis que perdonarme, pero ni me acercaré a la mesa.

AMANDA: ¿Qué tonterías estás diciendo?

LAURA: Una vez me preguntaste si me había gustado algún chico. ¿Te acuerdas? Te enseñé su foto.

AMANDA: ¿Te refieres a ese chico del anuario del instituto?

LAURA: Sí, a ese chico.

AMANDA: Laura, Laura, ¿estabas enamorada de ese chico?

LAURA: No lo sé, madre. ¡Lo único que sé es que, si es él, seré incapaz de sentarme a la mesa!

AMANDA: ¡No puede ser él! ¡No cabe ni la más remota posibilidad! Y no pienso disculparte.

LAURA: Tendrás que hacerlo, madre.

AMANDA: No tengo la menor intención de tolerar tus tonterías, Laura. ¡Ya estoy harta de tu hermano y de ti! ¡De los dos! Así que siéntate y, mientras llegan, trata de tranquilizarte. Tom ha olvidado la llave, así que tendrás que abrirles la puerta.

LAURA (con pánico): Oh, madre, abre la puerta.

AMANDA (frívolamente): ¡Yo estaré en la cocina… muy ocupada!

LAURA: ¡Oh, madre, por favor, abre tú la puerta, no me obligues!

AMANDA (yendo hacia la cocina): Tengo que preparar la salsa para el salmón. ¿Qué tonterías son ésas? ¡A qué viene tanto preocuparse porque viene un caballero a casa!

(La puerta de la cocina se cierra. Laura se queda a solas.)

(En la pantalla puede leerse: «¡Terror!».)

(Laura gime y apaga la luz, se sienta como un palo al borde del sofá y se coge las manos.)

(En la pantalla puede leerse: «¡El acto de abrir una puerta!».)

(Tom y Jim aparecen en la escalera de incendios y suben al rellano. Al oír que llegan, Laura se levanta con un gesto de pánico. Se retira a las cortinas del arco del comedor. Suena el timbre. Laura contiene la respiración y se toca el cuello. Suenan bajo unos tambores.)

AMANDA (llamando): ¡Laura, cariño! ¡La puerta!

(Laura mira la puerta sin moverse.)

JIM: Nos hemos librado del chaparrón.

TOM: Pues sí. (Llama otra vez, nervioso. Jim se pone a silbar y busca un cigarrillo.)

AMANDA (muy, muy alegre): ¡Laura, son tu hermano y el señor O’Connor! ¿Puedes abrir, cariño?

(Laura cruza hacia la puerta de la cocina.)

LAURA (casi sin respiración): ¡Madre, abre tú!

(Amanda sale de la cocina y mira a su hija con furia. Señala la puerta imperiosamente.)

¡Por favor, por favor!

AMANDA (con un susurro, feroz): Pero ¿qué es lo que te pasa, tonta?

LAURA (con desesperación): ¡Por favor, abre tú, por favor!

AMANDA: Ya te he dicho, Laura, que no pensaba tolerar tus tonterías. ¿Por qué eliges precisamente este momento para perder la cabeza?

LAURA: ¡Por favor, por favor, por favor, ve tú!

AMANDA: ¡Tendrás que abrir tú, porque yo no puedo!

LAURA (con desesperación): ¡Yo tampoco puedo!

AMANDA: ¿Por qué?

LAURA: ¡Me dan ganas de vomitar!

AMANDA: ¡Pues a mí también me dan ganas de vomitar! ¡Estoy harta de tus tonterías! ¿Por qué no podéis tu hermano y tú ser como las personas normales? ¡Unos caprichosos y unos maleducados!

(Tom llama al timbre con insistencia.)

¡Qué absurdo! ¿Puedes darme una sola razón… (Habla hacia la puerta) ¡Ya va! ¡Un momento! ¿Por qué vas a tener miedo de abrir una puerta? ¡Ve a abrir, Laura!

LAURA: Oh, oh, oh… (Vuelve a atravesar el arco de las cortinas, se lanza hacia el gramófono, le da a la manivela frenéticamente y lo pone.)

AMANDA: Laura Wingfield, ¡ve a abrir la puerta ahora mismo!

LAURA: Sí… sí, madre.

(Una versión remota y rayada de «Dardanella» suaviza el ambiente y da valor a Laura para atravesar el aire. Se acerca a la puerta y la abre con cuidado. Entra Tom con Jim O’Connor, el pretendiente.)

TOM: Laura, éste es Jim. Jim, mi hermana, Laura.

JIM (entrando): ¡No sabía que Shakespeare tuviera una hermana!

LAURA (retrocediendo, tensa y temblando): ¿Cómo… cómo estás?

JIM (con calidez, ofreciendo su mano): ¡Muy bien!

(Laura toca la mano de Jim con gesto vacilante.)

¡Qué fría tienes la mano, Laura!

LAURA: Sí, bueno… acabo de poner el gramófono…

JIM: ¡Pues habrás puesto música clásica! ¡Tendrías que poner algo de swing para entrar en calor!

LAURA: Perdón… no he terminado de poner el gramófono… (Da media vuelta con torpeza y va lo más deprisa que puede al cuarto de estar. Se detiene un momento junto al tocadiscos, contiene el aliento y sale a través de las cortinas como una cierva herida.)

JIM (sonriendo): ¿Qué pasa?

TOM: ¿Lo dices por Laura? Es… muy tímida.

JIM: Tímida, ¿eh? Es muy raro encontrarse con una chica tímida hoy en día. No recuerdo haberte oído decir que tuvieras una hermana.

TOM: Ahora ya lo sabes. Tengo una hermana. Aquí está el Post Dispatch, ¿quieres alguna sección?

JIM: Bueno.

TOM: ¿Cuál? ¿Pasatiempos?

JIM: ¡Deportes! (Le echa un vistazo.) El viejo Dizzy Dean[6] expulsado por conducta antideportiva.

TOM (sin interés): Ah, ¿sí? (Prende un cigarrillo y se acerca a la puerta de la escalera de incendios.)

JIM: ¿Adónde vas?

TOM: A la terraza.

JIM (yendo tras Tom): ¿Sabes una cosa, Shakespeare? ¡Te voy a vender algo!

TOM: Ah, ¿sí?

JIM: Un curso que estoy haciendo.

TOM: Ajá.

JIM: ¡De oratoria! Ni tú ni yo estamos hechos para trabajar en un almacén.

TOM: Gracias, me alegra saberlo, pero ¿qué tiene que ver la oratoria con eso?

JIM: Te prepara… ¡para cargos ejecutivos!

TOM: Aaah.

JIM: A mí me ha ayudado mucho, te lo digo en serio.

(En la pantalla aparece la siguiente imagen: Ejecutivo en su mesa.)

TOM: ¿En qué te ha ayudado?

JIM: ¡En todo! Pregúntate a ti mismo qué diferencia hay entre tú y yo y las personas que trabajan en la oficina. ¿Inteligencia? ¡No! ¿Capacidad? ¡No! Entonces, ¿qué? Sólo una pequeña cosa…

TOM: ¿Qué es esa pequeña cosa?

JIM: En primer lugar… desenvoltura social. Ser capaces de dar la cara ante cualquiera y de saber defenderse en cualquier nivel social.

AMANDA (desde la cocina): ¡Tom!

TOM: Sí, madre.

AMANDA: ¿Habéis llegado ya tú y el señor O’Connor?

TOM: Sí, madre.

AMANDA: Pues poneos cómodos.

TOM: Sí, madre.

AMANDA: Dile al señor O’Connor que si quiere lavarse las manos…

JIM: Ah, no, no, gracias. Ya me las he lavado en el almacén. Tom…

TOM: ¿Sí?

JIM: El señor Mendoza me ha estado hablando de ti.

TOM: ¿Bien o mal?

JIM: ¿Tú que crees?

TOM: Pues…

JIM: Como no te espabiles, te van a echar.

TOM: Me estoy espabilando…

JIM: Pues no das señales.

TOM: Son señales interiores.

(En la pantalla aparece la siguiente imagen: Otra vez, el velero con el pabellón pirata.)

TOM: Estoy pensando en cambiar. (Se inclina sobre la barandilla de la escalera de incendios. Habla con tranquila euforia. Los fluorescentes de las marquesinas de los cines iluminan su cara. Parece un viajero.) Estoy a punto de comprometerme con un futuro en el que no tienen cabida ni el almacén ni el señor Mendoza. Ni siquiera un curso nocturno de oratoria.

JIM: ¿Qué quieres decir?

TOM: Estoy cansado de ir el cine.

JIM: Estás cansado de ir al cine.

TOM: ¡Sí, ya me he cansado de ir al cine! Míralos… (indica con un gesto las maravillas de Grand Avenue). Toda esa gente maravillosa… viviendo aventuras, lo acaparan todo, lo engullen todo. ¿Y sabes lo que pasa? Que la gente sólo se mueve para ir al cine, ¡en lugar de mudarse! Son los personajes de Hollywood los que viven aventuras, la gente se limita a quedarse sentada en la sala oscura y a ser testigo de sus aventuras. Sí, hasta que estalla una guerra. Sólo entonces tiene la masa acceso a la aventura. ¡Aventura para todos y no sólo para Clark Gable! Y entonces la gente que está en la sala oscura sale de la sala oscura y vive alguna aventura, ¡bien, bien, bien! Y nos toca a nosotros ir a los Mares del Sur, hacer un safari, ser exóticos, ¡lejos, muy lejos! Pero yo no tengo tanta paciencia. ¡Ya estoy cansado de moverme sólo para ir al cine, estoy a punto de mudarme!

JIM (con incredulidad): ¿Te vas a mudar?

TOM: Sí.

JIM: ¿Cuándo?

TOM: ¡Pronto!

JIM: ¿Adónde? ¿Adónde?

(La música parece dar la respuesta mientras Tom reflexiona. Rebusca en sus bolsillos.)

TOM: Me estoy quemando por dentro. Sé que parezco un soñador, pero por dentro… me estoy quemando. ¡Cada vez que cojo un zapato me entran escalofríos de pensar lo corta que es la vida y qué es lo que estoy haciendo! No sé lo que eso significa, pero sé que no significa zapatos, a menos que sean para emprender un viaje. (Encuentra lo que estaba buscando y le entrega un papel a Jim.) Mira…

JIM: ¿Qué?

TOM: Me he afiliado.

JIM (leyendo): Sindicato de Marinos Mercantes.

TOM: He pagado las cuotas este mes, en lugar de la factura de la luz.

JIM: Cuando os corten la luz lo vas a lamentar.

TOM: No estaré aquí.

JIM: ¿Y qué va a pasar con tu madre?

TOM: Soy igual que mi padre. ¡Un cabrón hijo de un cabrón! ¿Te has fijado en su foto? ¿Has visto cómo sonríe? ¡Y hace dieciséis años que se fue!

JIM: No son más que palabras, estás liberando presión. ¿Qué opina tu madre?

TOM: ¡Chist! ¡Ahí viene mi madre! ¡Madre no está al corriente de mis planes!

AMANDA (atravesando el arco de las cortinas): ¿Dónde estáis?

TOM: En la terraza, madre.

(Entran. Amanda se acerca a ellos. Tom se queda de piedra al verla. Incluso Jim parpadea un poco. Es su primer contacto con la infantil vivacidad sureña y a pesar de sus clases nocturnas de oratoria se queda perplejo ante el inesperado despliegue de encanto social. Jim se esfuerza por corresponder, pero sucumbe ante la risa y la alegre cháchara de Amanda. Tom está algo avergonzado, pero, después de la impresión inicial, Jim reacciona con calidez. Sonríe y a veces se ríe. Amanda lo ha conquistado.)

(En la pantalla aparece la siguiente imagen: Amanda niña.)

AMANDA (con una sonrisa tímida y coqueta, moviendo sus juveniles tirabuzones): Bueno, bueno, bueno, así que éste es el señor O’Connor. Las presentaciones resultan completamente innecesarias. Mi hijo me ha hablado mucho de usted, hasta que un día le dije: «Pero, por favor, Tom, ¿por qué no te traes a cenar a ese dechado de virtudes? Preferiría conocer a ese joven tan simpático del almacén en lugar de que me estés contando todo el rato sus virtudes». No sé por qué tiene mi hijo que ser tan estirado, ¡las gentes del sur no somos así!

Vamos a sentarnos y… creo que no nos vendría mal un poco más de aire. Tom, deja abierta la puerta. Acabo de sentir una brisa muy agradable hace un momento. ¿Qué ha sido de ella? ¡Mmm, ya ha llegado el calor! Y eso que todavía queda mucho para el verano. Cuando llegue no sé dónde nos vamos a meter, vamos a acabar abrasándonos. La cena… la cena va a ser muy ligera. En esta época del año lo mejor son las comidas ligeras. Y lo mismo pasa con la ropa. Cuando hace calor hay que llevar ropa ligera y tomar comida ligera. Ya sabe lo espesa que se pone la sangre en invierno, así que necesitamos tiempo para adaptarnos. Con el cambio de estación… Este año ha llegado tan pronto… Me he llevado una sorpresa. De repente, ¡cielos, ya está aquí el verano! He ido corriendo al baúl y he sacado este vestido tan ligero… ¡con lo viejo que es! ¡Es casi una pieza de museo! Pero es tan cómodo… tan cómodo y tan fresco, ¿sabe?…

TOM: Madre…

AMANDA: Sí, cariño.

TOM: ¿Cuándo cenamos?

AMANDA: Cariño, ve a preguntarle a tu hermana si ya está lista la cena. Ya sabes que es tu hermana la que se ocupa de todo. Dile que los hombres tenéis hambre, que estáis esperando. (A Jim.) ¿Conoce a Laura?

JIM: Pues…

AMANDA: ¿Le ha abierto la puerta? Ah, bien, entonces ya la ha visto. ¡Es tan raro que a una chica tan dulce y tan guapa como Laura le guste la casa! Pero, gracias a Dios, Laura no sólo es guapa, sino que le gustan las tareas del hogar. A mí no, nunca me han gustado. No sé hacer nada salvo pastel de ángel. En fin, en el sur teníamos tantos criados. Adiós, adiós, adiós a todo vestigio de vida elegante. ¡Adiós para siempre! No estaba preparada para lo que me deparaba el futuro. Todos mis pretendientes eran hijos de hacendados, así que, por supuesto, daba por supuesto que me casaría con uno de ellos y que criaría a mi familia en una gran hacienda, con muchos criados. Pero el hombre propone… ¡y la mujer acepta sus proposiciones! Por cambiar un poco un poco el viejo dicho… ¡no me casé con ningún hacendado! Me casé con un empleado de la compañía telefónica. ¡Ese caballero guapo y sonriente de ahí! (Señala el retrato de su marido.) Un empleado de la telefónica… ¡enamorado de las largas distancias! ¡Ahora se pasa el tiempo viajando y ni siquiera sé por dónde anda! Pero no quiero seguir hablando de mis tribulaciones. Cuénteme las suyas… espero que no tenga ninguna. ¡Tom!

TOM (volviendo): Sí, madre.

AMANDA: ¿Está lista la cena?

TOM: Me parece que la cena está en la mesa.

AMANDA: Déjame ver… (Se levanta con gracia y mira a través de las cortinas.) ¡Oh, maravilloso! Pero ¿dónde está tu hermana?

TOM: Laura no se encuentra bien y dice que cree que no le conviene cenar con nosotros.

AMANDA: ¿Cómo? ¡Tonterías! ¡Laura! ¡Laura!

LAURA (desde la cocina, débilmente): Sí, madre.

AMANDA: Tienes que cenar con nosotros. ¡No nos sentaremos hasta que no vengas! Pase, señor O’Connor, siéntese ahí, yo… ¡Laura! ¡Laura Wingfield! ¡Te estamos esperando, cariño! ¡No podemos bendecir la mesa hasta que no vengas!

(Laura empuja lentamente la puerta de la cocina y entra. Parece muy débil, le tiemblan los labios, tiene los ojos muy abiertos y la mirada fija. Se acerca a la mesa con paso inseguro.)

(En la pantalla puede leerse: «¡Terror!».)

(Afuera comienza bruscamente una tormenta de verano. El aire empuja hacia dentro los visillos y desde el crepúsculo azul profundo llega un murmullo triste.)

(Laura tropieza y se agarra a una silla con un débil gemido.)

TOM: ¡Laura!

AMANDA: ¡Laura!

(Se oye el chasquido de un trueno.)

(En la pantalla puede leerse: «¡Ah!».)

(Con desesperación.) ¿Qué te pasa, Laura? ¿Estás mala, cariño? ¡Tom, querido, lleva a tu hermana al cuarto de estar! Siéntate en el cuarto de estar, Laura, en el sofá, descansa. ¡Bueno! (A Jim, mientras Tom ayuda a su hermana a llegar al sofá del cuarto de estar.) ¡Se ha puesto enferma! ¡lleva tanto tiempo en la cocina…! Le he dicho que esta tarde hacía demasiado calor, pero…

(Tom vuelve a la mesa.)

¿Está mejor?

TOM: Sí.

AMANDA: ¿Qué es eso? ¿Está lloviendo? ¡Ah, qué gusto que llueva! (Mira a Jim, asustada.) Creo que podemos… bendecir la mesa…

(Tom la mira con gesto estúpido.) Tom, cariño… ¿no bendices la mesa?

TOM: Oh… «Gracias por los alimentos que…»

(Todos inclinan la cabeza, Amanda dirige a Jim una mirada nerviosa. En el cuarto de estar, Laura, echada en el sofá, aprieta la mano sobre los labios para contener un sollozo y un estremecimiento.)

Alabado sea el santo nombre del Señor…

(Oscuro.)