En la pantalla puede leerse: «La anunciación».
Mientras sube la luz, se oye una música.
Es el comienzo del crepúsculo de una tarde de verano. En el piso de los Wingfield acaban de terminar de cenar. Amanda y Laura, que llevan vestidos de colores claros, están quitando la mesa del comedor, que está en penumbra; sus movimientos más parecen una danza o un ritual; sus figuras aparecen pálidas y silentes como monjes. Tom, con camisa blanca y pantalones, se levanta de la mesa y se acerca a la escalera de incendios.
AMANDA (cuando Tom pasa a su lado): Hijo, ¿quieres hacerme un favor?
TOM: ¿Cuál?
AMANDA: ¡Péinate! ¡Estás tan guapo cuando vas bien peinado!
(Tom se pone cómodo en el sofá con el periódico de la tarde. En el enorme titular puede leerse: «Victoria de Franco».)
Sólo hay algo en lo que me encantaría que emularas a tu padre.
TOM: ¿Y ese algo qué es?
AMANDA: Lo mucho que siempre cuidó de su aspecto. Jamás se permitió ir por ahí desaliñado.
(Tom deja el periódico de cualquier manera y se acerca a la escalera de incendios.)
¿Adónde vas?
TOM: A fumar.
AMANDA: Fumas demasiado. Un paquete al día a quince céntimos el paquete. ¿Cuánto supone eso al mes? Treinta veces quince es demasiado, Tom. Haz cuentas y ya verás cuánto puedes ahorrar, te vas a quedar de piedra. Lo suficiente para pagarte un curso nocturno de contabilidad en la Universidad de Washington. Piensa lo maravilloso que podría ser para ti, hijo.
(Tom se queda impávido.)
TOM: Prefiero fumar. (Sale al rellano; la puerta mosquitera da un portazo.)
AMANDA (con sequedad): ¡Ya lo sé! Eso es lo trágico… (Se vuelve a mirar la fotografía de su marido.)
(Música de baile: «El mundo aguarda el amanecer».)
TOM (dirigiéndose al público): Al otro lado del callejón, justo enfrente de donde vivíamos, estaba el Salón de Baile Paraíso. Por las tardes, en primavera, abríamos las ventanas y las puertas y oíamos la música. A veces apagaban las luces y sólo dejaban una gran esfera de cristal que colgaba del techo. Giraba muy lentamente y dejaba pasar la luz del crepúsculo despidiendo delicados colores. A continuación la orquesta tocaba un vals o un tango, cualquier canción de ritmo lento y sensual. Luego las parejas salían a la relativa intimidad del callejón. Las veíamos besarse detrás de los vertederos de ceniza y de los postes del teléfono. Era un premio a vidas como la mía, sin cambios ni aventura. Pero aquel año la aventura y el cambio eran inminentes. Esperaban a la vuelta de la esquina a todos aquellos chicos. Suspendidos en la niebla de Berchtesgaden, prendidos en los pliegues del paraguas de Chamberlain[5]. ¡En España estaba Guernica! Y aquí sólo teníamos swing y alcohol, bailes, bares y películas, y el sexo, que pendía en la penumbra como una lámpara e inundaba el mundo de breves y engañosos arco iris… ¡El mundo entero aguardaba los bombardeos!
(Amanda deja de mirar la fotografía de su marido y sale al exterior.)
AMANDA (suspirando): El rellano de una escalera de incendios es una pobre excusa como porche. (Extiende un periódico en un escalón y se sienta con gran dignidad, gracia y recato, como si lo hiciera en el columpio del porche de una mansión sureña.) ¿Qué miras?
TOM: La luna.
AMANDA: ¿Hay luna esta noche?
TOM: Sale por la tienda de Garfinkel.
AMANDA: ¡Ah, sí! Una luna que parece una pequeña zapatilla de plata. ¿Ya has pedido un deseo?
TOM: Ajá.
AMANDA: ¿Y qué has pedido?
TOM: Es secreto.
AMANDA: Así que es secreto. Muy bien, pues yo tampoco pienso decirte cuál es mi deseo. Voy a ponerme tan misteriosa como tú.
TOM: Apuesto a que soy capaz de adivinar qué has pedido.
AMANDA: ¿Tanto se transparenta mi pensamiento?
TOM: No eres una esfinge.
AMANDA: No, yo no tengo secretos. Te voy a decir lo que le he pedido a la luna: ¡que mis preciosos hijos alcancen la felicidad y el éxito! Es lo que deseo cuando veo la luna, y cuando no la veo, también.
TOM: Yo creía que tu deseo era un pretendiente.
AMANDA: ¿Por qué dices eso?
TOM: ¿No te acuerdas de que me pediste que buscase uno?
AMANDA: Recuerdo haberte sugerido que para tu hermana sería estupendo que trajeras a casa a algún chico del almacén, a un chico simpático. Creo que te lo he sugerido más de una vez.
TOM: Sí, me lo has sugerido varias veces.
AMANDA: ¿Y bien?
TOM: Va a venir uno.
AMANDA: ¿Qué?
TOM: ¡Un pretendiente!
(La anunciación es celebrada con música.)
(Amanda se levanta.)
(En la pantalla aparece la siguiente imagen: Caballero con ramo de flores.)
AMANDA: ¿Quieres decir que has invitado a un chico a casa?
TOM: Sí. Le he invitado a cenar.
AMANDA: ¿De verdad?
TOM: ¡De verdad!
AMANDA: Le has invitado y… ¿ha aceptado?
TOM: ¡Sí!
AMANDA: ¡Bueno, bueno, bueno! ¡Es maravilloso!
TOM: Pensé que te gustaría.
AMANDA: Entonces, ¿es definitivo?
TOM: Totalmente.
AMANDA: ¿Y vendrá pronto?
TOM: Muy pronto.
AMANDA: Por el amor de Dios, deja de hacerte el interesante y cuéntamelo todo, anda.
TOM: ¿Qué quieres que te cuente?
AMANDA: Lógicamente, me gustaría saber cuándo viene.
TOM: Mañana.
AMANDA: ¿Mañana?
TOM: Sí, mañana.
AMANDA: Pero ¡Tom!
TOM: Dime, madre.
AMANDA: ¡Si va a venir mañana, no tengo tiempo!
TOM: ¿Tiempo de qué?
AMANDA: ¡Tiempo para prepararlo todo! ¿Por qué no me has llamado en cuanto lo has sabido, en cuanto has hablado con él, en cuanto ha aceptado? ¿No te das cuenta? ¡Habría empezado a prepararlo todo!
TOM: No tienes por qué hacer nada especial.
AMANDA: ¡Oh, Tom, Tom, Tom, por supuesto que tengo que hacer algo especial! ¡Quiero que todo esté bonito, no hecho un desastre! No quiero improvisar. Tengo que pensar algo y rápido, ¿o no?
TOM: No comprendo por qué tienes que pensar.
AMANDA: Tú no sabes nada de estas cosas. ¿Cómo vamos a meter a un invitado tan especial en esta pocilga? ¡Tengo que pulir la vajilla de plata que me regalaron en mi boda, hay que lavar la mantelería bordada, hay que limpiar las ventanas y cambiar las cortinas! ¡Y la ropa! Tenemos que ponernos algo, ¿o no?
TOM: Madre, no hay por qué organizar nada especial porque vaya a venir ese chico.
AMANDA: Pero ¿no te das cuenta de que es el primer chico que le presentamos a tu hermana? ¡Es terrible, espantoso, vergonzoso que tu pobre hermana nunca haya recibido a ningún caballero! ¡Tom, entra! (Abre la puerta mosquitera.)
TOM: ¿Para qué?
AMANDA: Quiero pedirte una cosa.
TOM: ¡Si armas tanto lío, le llamo y le digo que no venga!
AMANDA: De ninguna de las maneras. No hay mayor ofensa que suspender una cita. ¡Sencillamente, si viene mañana, tendré que trabajar como una negra! No sacaré un sobresaliente, pero voy a aprobar. Entra.
(Tom la sigue al interior del piso de mala gana.)
Siéntate.
TOM: ¿Algún sitio en particular donde quieras que me siente?
AMANDA: ¡Gracias a Dios el sofá está nuevo! Además estoy pagando a plazos una lámpara de pie que tendré que liquidar. Por supuesto, quiero volver a empapelar la casa… ¿Cómo se llama ese chico?
TOM: O’Connor.
AMANDA: Ajá, así que es irlandés, pues haré pescado, ¡mañana es viernes! Tengo salmón, ¡lo haré con salsa! ¿Y qué hace? ¿Trabaja en el almacén?
TOM: ¡Pues claro! ¿Cómo si no iba yo a…?
AMANDA: Tom… ¿no beberá?
TOM: ¿A qué viene eso?
AMANDA: ¡Tu padre bebía!
TOM: ¡No empieces con eso!
AMANDA: ¿Entonces bebe?
TOM: ¡No, que yo sepa!
AMANDA: ¡Asegúrate, compruébalo! Lo último que quiero para mi hija es un chico que beba.
TOM: ¿No te estás precipitando un tanto? ¡El señor O’Connor ni siquiera ha entrado en escena!
AMANDA: Pero lo hará mañana. Viene a conocer a tu hermana, ¿y qué sé de él? ¡Nada! ¡Más vale ser una solterona que la mujer de un borracho!
TOM: ¡Dios mío!
AMANDA: ¡Quieto ahí!
TOM (inclinándose hacia delante para susurrar): ¡Hay montones de chicos que conocen a chicas y luego no se casan con ellas!
AMANDA: Oh, sé más sensato, Tom, y no seas tan sarcástico. (Ha cogido un cepillo.)
TOM: ¿Qué haces?
AMANDA: ¡Voy a peinarte ese remolino! (Ataca la cabeza de Tom con un cepillo.) ¿Qué cargo ocupa ese joven en el almacén?
TOM (sometiéndose con pesar al cepillo y al interrogatorio): Ese joven, madre, es oficial y se encarga de los envíos.
AMANDA: Suena a cargo de responsabilidad, el que tú tendrías si te cuidaras más. ¿Cuánto gana? ¿Lo sabes?
TOM: Supongo que unos ochenta y cinco dólares al mes, aproximadamente.
AMANDA: En fin, no es un sueldo principesco precisamente, pero…
TOM: Son veinte dólares más de lo que gano yo.
AMANDA: ¡Sí, bien que lo sé! Pero un cabeza de familia no puede salir adelante con ochenta y cinco dólares al mes…
TOM: Ya, pero es que el señor O’Connor no es el cabeza de ninguna familia.
AMANDA: Podría serlo, ¿o no? En un futuro.
TOM: Comprendo. Tienes planes.
AMANDA: Eres la única persona que conozco que parece no saber que el futuro se convierte en presente, el presente en pasado y el pasado en un lamento eterno cuando no se hacen bien los planes.
TOM: Tengo que pensar en lo que has dicho, a ver si logro entender algo.
AMANDA: ¡No te pongas arrogante con tu madre! Cuéntame algo más de ese… ¿cómo se llamaba?
TOM: James D. O’Connor. La D es de Delaney.
AMANDA: ¡Irlandés por los cuatro costados! ¿Y no bebe?
TOM: ¿Quieres que le llame ahora mismo y se lo pregunte?
AMANDA: Esas cosas sólo se pueden averiguar haciendo preguntas discretas en el momento oportuno. En Blue Mountain, cuando yo era niña, si alguien empezaba a sospechar que un chico bebía, la chica que recibía sus atenciones, si es que alguna chica recibía sus atenciones, iba a hablar con el sacerdote, o era su padre, si no había muerto, el que iba a hablar con el sacerdote, y así sabían qué tipo de persona era el chico. Es así como hay que hacer estas cosas, discretamente, para evitar que las chicas cometan un error trágico.
TOM: Y entonces tú, ¿por qué cometiste tú un error trágico?
AMANDA: ¡Por la mirada inocente de tu padre! ¡Era capaz de embaucar a cualquiera! Sonreía y el mundo entero caía bajo su hechizo. ¡No hay nada peor para una chica que estar a merced de un hombre guapo! Espero que ese señor O’Connor no sea demasiado guapo.
TOM: No, no es demasiado guapo. Tiene la cara llena de pecas y una nariz minúscula.
AMANDA: Pero no es feo del todo…
TOM: No, no es feo del todo. Yo diría que es sólo medio feo.
AMANDA: En un hombre lo más importante es el carácter.
TOM: Es lo que yo he dicho siempre, madre.
AMANDA: Jamás has dicho nada semejante y sospecho que ni siquiera has dedicado un minuto a pensar en eso.
TOM: No seas tan suspicaz, madre.
AMANDA: Espero que, por lo menos, sea un chico con futuro.
TOM: Creo que se toma muy en serio su futuro profesional.
AMANDA: ¿Qué motivos tienes para pensar eso?
TOM: Va a la escuela nocturna.
AMANDA (radiante): ¡Espléndido! ¿Qué hace? Bueno, ¿qué estudia?
TOM: ¡Técnico de radio y oratoria!
AMANDA: ¡Eso significa que quiere superarse, crecer! Ningún chico estudia oratoria si no es porque se imagina que algún día tendrá un cargo ejecutivo. ¿Y técnico de radio? ¡Una profesión con futuro! Ambos detalles resultan muy reveladores. Ésas son las cosas que toda madre ha de saber respecto al joven que se propone cortejar a su hija. En serio… o no.
TOM: Una pequeña advertencia. No sabe nada de Laura. No le he dejado entrever que teníamos motivos más oscuros. Me limité a decir: ¿por qué no vienes a mi casa a cenar con nosotros? Dijo que sí y ahí acabó nuestra conversación.
AMANDA: ¡Pues claro! ¡Si eres menos elocuente que una ostra! Qué más da, conocerá a Laura en cuanto entre. Cuando vea lo encantadora y lo dulce y lo guapa que es, dará gracias a Dios por que le hayas invitado.
TOM: Madre, no deberías esperar demasiado de Laura.
AMANDA: ¿Qué quieres decir?
TOM: A nosotros Laura nos parece todas esas cosas porque es nuestra y la queremos. Ni siquiera nos damos cuenta de que está coja.
AMANDA: ¡No digas esa palabra! ¡Ya sabes que no permito que se pronuncie esa palabra en mi presencia!
TOM: Pero hay que afrontar los hechos, madre. Lo es… y eso no es todo.
AMANDA: ¿Qué quieres decir con que «eso no es todo»?
TOM: Laura es muy distinta a las demás chicas.
AMANDA: Yo opino que la diferencia obra en su favor.
TOM: En absoluto. A los ojos de los demás, de quien no la conoce, es terriblemente tímida y vive en un mundo propio. Por esas cosas, a todo el que no vive en esta casa le parece un poco peculiar.
AMANDA: No digas que es peculiar.
TOM: Hay que afrontar los hechos. Lo es.
(La música que proviene de la sala de baile cambia. Ahora se oye un tango en tono menor y en cierto modo ominoso.)
AMANDA: ¿Por qué es peculiar, si no te importa?
TOM (suavemente): Vive en un mundo propio, en un mundo de figurillas de cristal, madre…
(Se pone en pie. Amanda sigue con el cepillo en la mano, mirándole, preocupada.)
Escucha discos viejos y… y nada más.
(Se mira en el espejo y se acerca a la puerta.)
AMANDA (con sequedad): ¿Adónde vas?
TOM: Me voy al cine. (Sale por la puerta mosquitera.)
AMANDA: ¡Al cine, todas las noches al cine! (Sigue a Tom rápidamente hasta la puerta mosquitera.) ¡No me creo que siempre que sales vayas al cine!
(Tom se va. Amanda se queda mirándolo con gesto de preocupación. Luego recupera la vitalidad y el optimismo, da media vuelta y se acerca hasta las cortinas del arco del comedor.)
¡Laura! ¡Laura!
(Laura responde desde la cocina.)
LAURA: Sí, madre.
AMANDA: ¡Deja los platos y ven!
(Laura aparece con un trapo de cocina. Amanda se dirige a ella con alegría.)
¡Laura, ven aquí a ver la luna y a pedirle un deseo!
(En la pantalla aparece la siguiente imagen: La luna.)
LAURA (entrando): ¿La luna? ¿La luna?
AMANDA: Una luna pequeña como una zapatilla de plata. Mírala por el lado izquierdo, Laura, ¡y pide un deseo!
(Laura tiene un aspecto de ligera perplejidad, como si acabara de despertarse. Amanda la coge por los hombros y la coloca en ángulo con la puerta.)
¡Ahora! ¡Ahora, cariño, pide un deseo!
LAURA: ¿Qué deseo tengo que pedir, madre?
AMANDA (súbitamente, le tiembla la voz y se le llenan los ojos de lágrimas): ¡Felicidad! ¡Suerte!
(Sube la melodía del violín y el escenario queda a oscuras.)