El interior del piso está oscuro. En el callejón la luz es débil. La campana grave de una iglesia cercana toca las cinco.
Tom aparece en lo alto del callejón. Después de cada campanada solemne, sacude un cascabel o carraca o algo que haga ruido para expresar el pequeño espasmo del hombre en contraste con el poder y dignidad del Todopoderoso. Este gesto y el titubeo de sus pasos traslucen que ha estado bebiendo. Cuando sube los pocos escalones que conducen al rellano de la escalera de incendios, la luz entra en la casa. Aparece Laura en la habitación delantera, está en camisón. Advierte que la cama de Tom está vacía. Tom busca en sus bolsillos la llave de la puerta. En su búsqueda va retirando un variopinto surtido de artículos, incluidas unas cuantas entradas de cine y una botella vacía. Por fin encuentra la llave, pero cuando está a punto de meterla en la puerta, se le escurre entre los dedos. Enciende una cerilla y se agacha junto a la puerta.
TOM (con amargura): Y tiene que caer justo en el único hueco que hay.
(Laura abre la puerta.)
LAURA: ¡Tom! Tom, ¿qué estás haciendo?
TOM: Busco la llave de la puerta.
LAURA: ¿Dónde has estado?
TOM: He ido al cine.
LAURA: ¿Tanto tiempo has pasado en el cine?
TOM: El programa era largo. Primero una de Greta Garbo, luego una de Mickey Mouse y un documental sobre viajes, las noticias y un adelanto de los próximos estrenos. Y además hubo un solo de órgano y una colecta para el Fondo de la Industria Lechera que terminó con una disputa terrible entre una gorda y un acomodador.
LAURA (con inocencia): ¿Y tenías que quedarte a verlo todo?
TOM: ¡Por supuesto! Y, ah, se me olvidaba. También hubo espectáculo. El número principal ha sido el de Malvolio el Mago. Hizo trucos maravillosos; muchos, como el de pasar el agua de una jarra a otra y luego a otra. Primero la convertía en vino y luego la convertía en cerveza y luego la convertía en whisky. Sé que lo último era whisky porque alguien del público tenía que salir a ayudarle y fui yo el que salió, ¡en las dos sesiones! Era bourbon de Kentucky. Malvolio es un tipo muy generoso, hizo algunos regalos. (Saca del bolsillo de atrás un pañuelo brillante con los colores del arco iris.) A mí me ha regalado esto: una bufanda mágica. Tenla, Laura. Si la agitas sobre la jaula de un canario, tendrás una pecera llena de peces de colores. Si la pasas sobre la pecera, saldrán volando unos canarios… Pero el número más maravilloso de todos es el del ataúd. Cerramos el ataúd con clavos y el mago salió de él sin quitar un solo clavo. (Ha entrado.) Ese número me vendría de perlas: ¡ojalá me sacase de este cuchitril sin quitar un solo clavo! (Se sienta en la cama y empieza a quitarse los zapatos.)
LAURA: ¡Tom… chist!
TOM: ¿Cómo que chist?
LAURA: Vas a despertar a mamá.
TOM: ¡Bueno, bueno! Le devolveré todos esos «Levántate y triunfa». (Se tiende, gruñendo.) ¿Sabes, Laura? No hace falta ser muy listo para meterte en un ataúd cerrado con clavos. Pero ¿quién demonios es capaz de salir de un ataúd sin quitar un solo clavo?
(Como si fuera una respuesta, se enciende una luz sobre la fotografía del padre sonriente. El escenario se oscurece.)
(Inmediatamente después, la campana de la iglesia toca las seis. Con la sexta campanada se apaga el despertador que está en la habitación de Amanda y al cabo de unos momentos oímos: «Levántate y triunfa, levántate y triunfa. Laura, ve a decirle a tu hermano que se levante».)
TOM (incorporándose despacio): Me levantaré, pero ¡no pienso triunfar!
(Sube la luz.)
AMANDA: Laura, dile a tu hermano que ya tiene preparado el café.
(Laura entra en la habitación de la parte delantera.)
LAURA: ¡Tom! Son casi las siete. No pongas nerviosa a madre.
(Tom la mira con gesto estúpido.)
(En tono de súplica:) Tom, tienes que hablar con madre hoy mismo. ¡Haz las paces con ella, pídele perdón, habla con ella!
TOM: No creo que quiera. Fue ella quien empezó.
LAURA: Si le pides perdón, volverá a hablar contigo.
TOM: Que no me hable no me parece ninguna tragedia.
LAURA: ¡Por favor, por favor!
AMANDA (desde la cocina): Laura, ¿vas a hacer lo que te he pedido o tengo que vestirme?
LAURA: ¡Ya voy, ya voy, me estoy poniendo el abrigo!
(Se pone un informe sombrero de fieltro con un gesto nervioso y brusco y dirige a Tom una mirada de súplica. Echa a correr para coger un abrigo. El abrigo es de Amanda y tiene las mangas demasiado cortas para Laura.)
¿Mantequilla y qué más?
AMANDA (entrando desde la cocina): Sólo mantequilla. Dile que te la apunten.
LAURA: Me ponen unas caras cuando se lo pido, madre…
AMANDA: A palabras necias, oídos sordos. Pero no creo que lo que diga el señor Garfinkel nos haga ningún daño. Dile a tu hermano que el café se le va a quedar frío.
LAURA (en la puerta): Haz lo que te he pedido, por favor, Tom.
(Tom aparta la mirada con resentimiento.)
AMANDA: Laura, vete ya o no vayas.
LAURA (saliendo a toda prisa): ¡Ya voy, ya voy!
(Un segundo después da un chillido. Tom se incorpora de un salto y corre hacia la puerta y la abre.)
TOM: ¿Laura?
LAURA: Estoy bien. Me he resbalado, pero estoy bien.
AMANDA (mirándola con inquietud): Si nos rompemos una pierna en esa escalera de incendios, denunciamos al casero y le sacamos hasta el último céntimo. (Cierra la puerta, recuerda que no se habla con Tom y regresa a la otra habitación.)
(Cuando Tom se acerca con desgana a por el café, Amanda le vuelve la espalda y, con gran rigidez, se queda mirando por la ventana. La luz que entra refleja unos rasgos infantiles pero avejentados, es una luz dura y satírica como una ilustración de Daumier.)
(Muy suavemente, se oye un «Ave María».)
(Tom mira de reojo y con ojos huecos la delgada figura de su madre y se desploma en la silla. El café está quemando, así que, después de probarlo, lo escupe en la taza. Al oír esto, Amanda contiene la respiración y se da la vuelta. A continuación, da media vuelta de nuevo y vuelve a mirar por la ventana. Tom sopla el café, mirando a su madre de reojo. Amanda se aclara la garganta, Tom se aclara la garganta y empieza a levantarse, vuelve a sentarse, se rasca la cabeza, se aclara la garganta otra vez. Amanda tose. Tom coge la taza con las dos manos, sopla y, por encima del borde, mira a su madre. Luego, despacio, deja la taza en la mesa y, con torpeza y vacilación, se levanta de la silla.)
TOM (con voz ronca): Madre. Te… te pido disculpas. Madre.
(Amanda exhala un breve y tembloroso suspiro. Y se pone a llorar como una niña.)
Siento mucho lo que dije, todo lo que dije. Hablaba sin pensar.
AMANDA (sollozando): Os quiero tanto que me he convertido en una bruja. ¡Mis hijos me odian!
TOM: No, eso no es verdad.
AMANDA: Me preocupo tanto… No duermo y me pongo nerviosa.
TOM (con suavidad): Lo comprendo.
AMANDA: Llevo años librando una batalla en solitario. ¡Pero eres mi mano derecha! ¡No te vengas abajo, no nos falles!
TOM (amablemente): Lo intento, madre.
AMANDA (con gran entusiasmo): ¡Si lo intentas, lo conseguirás! (La idea la deja sin aliento.) ¡Tienes muchos dones! Mis dos hijos, los dos, son muy singulares. ¿Pensabas que no lo sabía? Estoy muy orgullosa. Feliz y, eso creo, tengo tantas cosas por las que dar gracias… Hijo, prométeme una cosa.
TOM: ¿El qué, madre?
AMANDA: Hijo, ¡prométeme que nunca serás un borracho!
TOM (la mira, sonriendo): Nunca seré un borracho, madre.
AMANDA: Eso es lo que más miedo me daba, ¡que te dieras a la bebida! ¿No vas a tomar cereales?
TOM: No, madre, sólo café.
AMANDA: ¿No quieres cereales?
TOM: No, no, madre, sólo café.
AMANDA: No te puedes pasar todo el día trabajando con un café. Tienes diez minutos, no hace falta que te lo tragues todo de un sorbo. Beber líquidos demasiado calientes da cáncer de estómago. ¿No quieres leche?
TOM: No, gracias.
AMANDA: Para que se enfríe.
TOM: ¡No! No, gracias, lo prefiero solo.
AMANDA: Lo sé, pero no es bueno. Tenemos que hacer todo lo posible para fortalecernos. Vivimos tiempos difíciles, no tenemos nada a lo que agarrarnos más que a nosotros mismos… Por eso es tan importante… Tom, yo… He mandado a tu hermana a hacer un recado para que pudiéramos hablar a solas. Aunque no me hubieras dicho nada, yo sí habría hablado contigo. (Se sienta.)
TOM (amablemente): ¿De qué se trata madre, de qué quieres hablar?
AMANDA: ¡De Laura!
(Tom baja la taza de café muy despacio.)
(En la pantalla puede leerse: «Laura». Música: «El zoo de cristal».)
TOM: Ah… Laura…
AMANDA (tocándole la manga): Ya sabes cómo es Laura. Muy tranquila en apariencia… pero en el fondo. Se da cuenta de las cosas… y piensa mucho en ellas, les da vueltas.
(Tom levanta la vista.)
Hace unos días entré y estaba llorando.
TOM: ¿Por qué?
AMANDA: Por ti.
TOM: ¿Por mí?
AMANDA: Piensa que no eres feliz en esta casa.
TOM: ¿Y por qué piensa eso?
AMANDA: ¿Y por qué piensa cualquier cosa? Pero es verdad que estás raro. No, no es una crítica, entiéndeme. Sé que tus ambiciones no están puestas en el almacén, que como todas las personas del mundo… tienes que… sacrificarte, pero… Tom, Tom, la vida no es fácil, hace falta una resistencia espartana. ¡Hay en mi corazón tantas cosas que no puedo describirte! Nunca te lo he dicho, pero yo amaba a tu padre…
TOM (con suavidad): Lo sé, madre.
AMANDA: Y tú… cuando veo que empiezas como él… Sales hasta tarde… y… esa noche en la que llegaste tan… horriblemente mal habías bebido. Laura me ha dicho que odias este piso y que sales por las noches para estar lejos de aquí. ¿Es verdad eso, Tom?
TOM: No. Acabas de decirme que en tu corazón hay tantas cosas que no puedes describírmelas. Pues a mí me pasa lo mismo. ¡Hay en el fondo de mi corazón tantas cosas que no puedo describirte! Así que respetemos el corazón del otro y…
AMANDA: Pero ¿por qué, por qué, Tom, estás siempre tan agitado? ¿Adónde vas por las noches?
TOM: Voy… al cine.
AMANDA: ¿Y por qué vas tanto al cine?
TOM: Voy al cine porque… me gusta la aventura. En el almacén no encuentro grandes aventuras, así que voy al cine.
AMANDA: Pero, Tom, ¡vas al cine demasiado!
TOM: Me gustan mucho las aventuras.
(Amanda parece primero perpleja y luego dolida. Cuando el interrogatorio familiar se reanuda, Tom se vuelve otra vez duro e impaciente. Amanda recupera su actitud de queja.)
(Imagen en la pantalla: Un barco de vela con el pabellón pirata.)
AMANDA: Para la mayoría de los jóvenes, la aventura está en su profesión.
TOM: La mayoría de los jóvenes no trabajan en un almacén.
AMANDA: El mundo está lleno de jóvenes que trabajan en almacenes y en fábricas y en oficinas.
TOM: ¿Y a todos ellos su trabajo les parece una aventura?
AMANDA: ¡Pues tal vez sí o tal vez no! No todo el mundo tiene la manía de la aventura.
TOM: El hombre es, por instinto, amante, cazador, luchador, pero ninguno de esos instintos encuentra mucha salida en un almacén.
AMANDA: ¿El hombre es por instinto? ¡A mí no se te ocurra hablarme de instinto! ¡El instinto es algo de lo que la gente se aleja, se libra! ¡El instinto está bien para los animales! ¡Las personas adultas y cristianas no quieren saber nada del instinto!
TOM: ¿Y qué es lo que las personas adultas y cristianas quieren saber, madre?
AMANDA: ¡Cosas superiores! ¡Cosas de la mente y del espíritu! ¡Sólo los animales tienen que satisfacer sus instintos! ¡Y no me digas que tú no tienes metas más elevadas que los animales! Que no eres distinto de los monos, de los perros…
TOM: Pues me parece que no.
AMANDA: No me digas. Pero da igual, no es de eso de lo que quería hablar.
TOM (levantándose): No tengo mucho tiempo.
AMANDA (apoyando la mano en el hombro de Tom para que no se levante): No te vayas todavía.
TOM: Tengo que fichar, madre.
AMANDA: Espérate cinco minutos. Quiero hablar de Laura.
(En la pantalla puede leerse: «Planes y previsiones».)
TOM: ¡Está bien! ¿Qué pasa con Laura?
AMANDA: Tenemos que hacer planes. Es mayor que tú, dos años mayor, y todavía no ha hecho nada. Se pasa el día perdiendo el tiempo sin hacer nada. Me asusta ver cómo se pasa el día perdiendo el tiempo.
TOM: Supongo que es lo que la gente llama una chica muy casera.
AMANDA: Esas chicas no existen, y si existen, es una pena. ¡Bueno, a no ser que la casa sea suya y tengan marido!
TOM: ¿Cómo?
AMANDA: ¡Oh, veo el futuro tan claro como me veo la nariz! ¡Da miedo! ¡Cada día me recuerdas más a tu padre! ¡Se pasaba el día fuera de casa sin dar ninguna explicación! ¡Y luego se marchó! ¡Adiós! Y yo tuve que hacerme cargo de todo. He visto la carta que te ha mandado la Marina Mercante. Sé lo que estás pensando, no estoy ciega. (Pausa.) Pues muy bien, adelante, hazlo. Pero no hasta que hayamos encontrado a alguien que ocupe tu puesto.
TOM: ¿Qué quieres decir?
AMANDA: Quiero decir que en cuanto Laura haya encontrado a alguien que se ocupe de ella, en cuanto se case, en cuanto tenga una casa propia y sea independiente… entonces podrás irte a donde quieras, por tierra o por mar, ¡a donde te lleve el viento! Pero hasta ese momento tienes que cuidar de tu hermana. No digo nada de mí porque soy vieja y da lo mismo. Hablo de tu hermana porque es joven y dependiente.
La meto en la Escuela de Comercio, ¡un fracaso estrepitoso! Le daba tanto miedo que acabó por vomitar. La llevé a la Liga de la Juventud de la iglesia. Otro fracaso. No habló con nadie y nadie habló con ella. Y ahora no hace más que perder el tiempo con esas figurillas de cristal y poniendo discos viejos. ¿Qué clase de vida es ésa para una chica?
TOM: ¿Y qué puedo hacer yo?
AMANDA: ¡No ser tan egoísta! ¡Sólo piensas en ti!
(Tom se levanta y va a coger su abrigo, que es feo y voluminoso. Se pone una gorra con orejeras.)
¿Dónde está tu bufanda? ¡Ponte la bufanda de lana!
(Tom la saca con rabia del armario, se la enrolla al cuello y anuda ambos extremos.)
¡Tom! Todavía no sabes lo que quería preguntarte.
TOM: Es muy tarde…
AMANDA (agarrándole del brazo, primero con insistencia excesiva, luego con timidez): En el almacén, ¿no hay ningún chico simpático…?
TOM: ¡No!
AMANDA: Tiene que haber alguno…
TOM: Madre. (Hace aspavientos.)
AMANDA: Busca a alguno que sea sano… que no beba, e invítale a salir con tu hermana.
TOM: ¿Cómo?
AMANDA: ¡Con tu hermana! ¡Que se conozcan! ¡Que empiecen una relación!
TOM (dando un golpe en la puerta): ¡Dios mío!
AMANDA: ¿Lo harás? (Tom abre la puerta. Amanda le implora.) ¿Lo harás? (Tom empieza a bajar por la escalera de incendios.) ¿Lo harás? ¿Lo harás, cariño?
TOM (respondiendo): ¡Sí!
(Amanda cierra la puerta con gesto vacilante y expresión preocupada y ligeramente esperanzada al mismo tiempo.)
(En la pantalla aparece la siguiente imagen: Portada de una revista femenina.)
(La iluminación se concentra en Amanda, que está al teléfono.)
AMANDA: ¿Ella Cartwright? ¡Soy Amanda Wingfield! ¿Qué tal, cariño, cómo estás? ¿Qué tal va tu riñón? (Pausa de cinco segundos.) ¡Qué horror! (Otra pausa.) Eres una mártir cristiana. Sí, cariño, eso es lo que eres, ¡una mártir cristiana! Mira, el caso es que revisando mi pequeño cuaderno rojo acabo de ver que tu suscripción al Manual ¡ha vencido! Sé que no querías perderte esa maravillosa novela por entregas que empieza con el siguiente número. Es de Bessie Mae Hopper, lo primero que escribe desde Luna de miel para tres. ¿No te pareció una historia interesante y extraña? Pues creo que ésta es todavía más bonita. Una novela sofisticada, de la alta sociedad. ¡Trata de la sociedad hípica de Long Island!
(Oscuro.)