En la pantalla puede leerse: «Tras el fiasco…».
Tom habla desde el rellano de la escalera de incendios.
TOM: Tras el fiasco de la Escuela de Comercio Rubicam, la idea de conseguir un pretendiente para Laura empezó a cobrar más y más importancia en los cálculos de mi madre. Se convirtió en una obsesión. Como un arquetipo del inconsciente colectivo, la imagen del pretendiente se apropió de nuestro pequeño piso…
(Imagen en la pantalla: Un joven con flores a la puerta de una casa.)
Rara era la tarde que pasaba sin alguna alusión a esa imagen, a ese espectro, a esa esperanza… Incluso cuando no hablábamos de él, su presencia se cernía sobre la preocupada mirada de mi madre y en la actitud temerosa y de disculpa de mi hermana, sobrevolaba como una condena a la familia Wingfield.
Madre, amén de su afección a las palabras, era una mujer de acción, así que empezó a dar los pasos lógicos en la dirección deseada. Hacia finales de aquel mismo invierno y a comienzos de la primavera, dándose cuenta de que para preparar el nido y embellecer a su cría hacía falta un dinero extra, emprendió una vigorosa campaña telefónica para atrapar a lazo suscriptoras de una de esas revistas para matronas llamada Manual de la Buena Ama de Casa, ese tipo de publicación que se ocupa de las sublimaciones seriadas de esas damas aficionadas a las epístolas que piensan en senos delicados como tazas, cinturas finas y esbeltas, muslos ricos y cremosos, ojos como la niebla de los bosques en otoño, dedos que calman y acarician como notas musicales, cuerpos poderosos como estatuas etruscas.
(Imagen en la pantalla: Portada de una revista de moda.)
(Entra Amanda con un teléfono, de un cable larguísimo, en la mano. El escenario está en penumbra, la única iluminación directa se concentra en ella.)
AMANDA: ¿Ida Scott? ¡Soy Amanda Wingfield! ¡Te echamos de menos en la reunión de las DAR del lunes! Yo me dije: seguro que está otra vez con sinusitis, la pobre. ¿Qué tal va esa sinusitis?
¡Qué horror! ¡Que Dios se apiade de ti! Eres una mártir cristiana, eso es lo que eres, ¡una mártir cristiana!
En fin, el caso es que acabo de darme cuenta de que tu suscripción al Manual está a punto de vencer. Sí, vence con el siguiente número, cariño, justo ahora que sigue esa maravillosa nueva novela por entregas de Bessie Mae Hopper después de un principio tan emocionante. ¡Ay, cariño, no te lo puedes perder! ¿Te acuerdas de cuando Lo que el viento se llevó traía a todo el mundo de cabeza? Si no lo habías leído, no podías salir a la calle. No se hablaba de otra cosa que de Escarlata O’Hara. Bueno, pues a esta novela la crítica la compara con Lo que el viento se llevó, ¡es el Lo que viento se llevó de la generación de posguerra!… ¿Qué? ¿Que se te están quemando?… ¡Ay, cariño, pues no permitas que se te quemen, ve a ver el horno y seguimos hablando, te espero!… ¡Ay, me parece que ha colgado!
(Oscuro.)
(En la pantalla puede leerse: «¿Crees que estoy enamorado de Zapatos Continental?».)
(Antes de que el escenario vuelva a iluminarse, se oyen las voces de Amanda y Tom. Hablan con violencia, discuten detrás de las cortinas del arco del comedor. Delante de ellos está Laura, de pie, con los puños apretados y una expresión de pánico. A lo largo de la escena, recibe un haz de luz clara.)
TOM: Pero, en el nombre de Cristo, ¿qué te imaginas…
AMANDA (con voz estridente): No hables…
TOM: … que tengo que hacer?
AMANDA: … así. ¡No delante…
TOM: ¡Ohhh!
AMANDA: … de mí! ¿Es que te has vuelto loco?
TOM: ¡Exactamente, es verdad, me he vuelto loco!
AMANDA: ¿Qué es lo que te pasa, grandísimo… grandísimo… IMBÉCIL?
TOM: ¡Mira! ¡Aquí llevo una vida…
AMANDA: ¡No levantes la voz!
TOM: … en la que no hay nada, nada, que pueda llamar MÍO! Todo es…
AMANDA: ¡Deja de gritar!
TOM: ¡Ayer confiscaste mis libros! ¡Tuviste la desfachatez de…!
AMANDA: ¡Devolví esa espantosa novela a la biblioteca, sí! El libro horrible de ese desquiciado, de ese señor Lawrence.
(Tom se echa a reír como un loco.)
No soy quién para controlar los libros de esas mentes enfermas ni a las personas que las jalean…
(Tom se ríe más todavía.)
¡PERO NO PIENSO PERMITIR QUE METAS ESA BASURA EN MI CASA! ¡No, no, no, no, no!
TOM: ¡Tu casa, tu casa! ¿Quién paga el alquiler, quién se ha convertido en un esclavo para…?
AMANDA (casi a voz en grito): ¿Cómo te ATREVES A…?
TOM: No, no, yo no puedo decir nada. Yo sólo tengo que…
AMANDA: Deja que te diga que…
TOM: ¡No quiero oír nada más!
(Descorre las cortinas. El comedor está cargado de humo e iluminado por un resplandor rojizo. Ahora podemos ver a Amanda. Lleva rulos metálicos y un albornoz muy viejo y demasiado grande para su delgada figura: otro recuerdo del desleal señor Wingfield. La máquina de escribir está sobre la mesa plegable, junto a un montón de manuscritos desordenados. Es probable que la pelea se haya precipitado a raíz de que Amanda interrumpiera a Tom mientras escribía. Hay una silla tirada en el suelo. El resplandor incandescente refleja en el techo sus sombras gesticulantes.)
AMANDA: Pues lo vas a oír…
TOM: No, no pienso oír nada más. ¡Me voy!
AMANDA: Acabas de llegar…
TOM: ¡Me voy, me voy, me voy! Porque estoy…
AMANDA: ¡Vuelve aquí inmediatamente, Tom Wingfield! ¡No he terminado de hablar contigo!
TOM: Ah, no…
LAURA (con desesperación): ¡Tom!
AMANDA: ¡Vas a tener que escucharme! ¡Estoy harta de tu arrogancia! ¡Se me está acabando la paciencia!
(Tom vuelve a acercarse a su madre.)
TOM: ¿Y crees que a mí no? ¿Crees que yo no tengo paciencia? ¿Crees que yo no estoy llegando al límite, madre? Ya sé, ya sé. Parece que a ti te da igual lo que hago, lo que quiero hacer, pero hay una pequeña diferencia. ¿No crees que…?
AMANDA: Yo creo que has estado haciendo cosas de las que te avergüenzas. Por eso actúas así. No me creo que todas las noches vayas al cine. Nadie va al cine una noche tras otra. Nadie en su sano juicio va al cine tanto como tú dices que vas. La gente no va al cine a las doce de la noche, los cines no cierran a las dos de la madrugada. Entras tropezando, murmurando como si estuvieras loco. Duermes tres horas y te vas a trabajar. Ah, me imagino qué clase de trabajo haces en el almacén. Dormitas, te caes de sueño, porque no estás en condiciones de trabajar.
TOM (con furia): ¡Efectivamente, no estoy en condiciones!
AMANDA: ¿Qué derecho tienes a poner en peligro tu trabajo? ¿A poner en peligro nuestra seguridad? ¿Cómo crees que nos las arreglaríamos si te…?
TOM: ¡Escúchame! ¿Crees que a mí me vuelve loco el almacén? (Se inclina con furia hacia la leve figura de su madre.) ¿Crees que estoy enamorado de Zapatos Continental? ¿Crees que me quiero pasar cincuenta y cinco años en ese… interior de celotex con tubos fluorescentes? ¡Escucha! ¡Preferiría que me aplastasen la cabeza con una barra de hierro a ir a ese sitio todas las mañanas! ¡Pero voy! Cada vez que entras con tu maldito «¡Levántate y triunfa! ¡Levántate y triunfa!», me digo: «¡Qué suerte tienen los muertos!». ¡Pero me levanto! ¡Y voy! ¡Por sesenta y cinco dólares al mes renuncio a todo lo que sueño con hacer, con ser! ¡Y tú dices que sólo pienso en mí mismo! ¡Si sólo pensase en mí mismo, madre, habría hecho lo mismo que él… MARCHARME! (Señalando la foto de su padre.) ¡Lo más lejos posible! (Pasa junto a su madre, que lo coge por un brazo.) ¡Suéltame, madre!
AMANDA: ¿Adónde vas?
TOM: ¡Me voy al cine!
AMANDA: ¡No me creo esa mentira!
(Tom se inclina hacia Amanda, abrumándola. Ella retrocede, ligeramente atemorizada.)
TOM: ¡Voy a un tugurio a fumar opio! Sí, a fumar opio, a un antro de vicio y perdición, a una guarida de criminales, madre. ¡Me he unido a la banda de Hogan, soy un asesino a sueldo, llevo una metralleta en la funda del violín! ¡Dirijo una cadena de burdeles! ¡Me llaman Matador, Matador Wingfield, llevo una doble vida, de día trabajo en un sencillo y honrado almacén, por las noches soy un príncipe de los bajos fondos, madre! ¡Voy a jugar a los casinos, pierdo fortunas en la ruleta! Llevo un parche en un ojo y bigote postizo, a veces llevo barba de color verde, y entonces me llaman: El Diablo. Oh, podría contarte muchas cosas que no te dejarían dormir. Mis enemigos están pensando en volar esta casa, ¡cualquier noche nos hacen saltar por los aires! ¡Qué feliz me voy a sentir, y tú igual! ¡Te elevarás por los cielos montada en tu escoba y volarás sobre Blue Mountain y sobre tus diecisiete pretendientes! Bruja fea y charlatana… (Hace una serie de movimientos torpes y violentos, coge su abrigo, se acerca a la puerta y la abre con furia. Amanda y Laura le observan con temor. Se le engancha el brazo en la manga del abrigo mientras se lo pone y, por un momento, se queda como inmovilizado por la voluminosa prenda. Con un gruñido de rabia, vuelve a ajustarse el abrigo, abriendo las costuras, luego lo tira sin mirar. Golpea en la estantería donde Laura guarda su colección de figurillas de cristal y se oye ruido de cristales. Laura grita como si la hubieran herido.)
(Música.)
(En la pantalla puede leerse: «El zoo de cristal».)
LAURA (con estridencia): ¡Mi colección!… De cristal… (Se cubre la cara y da media vuelta.)
(Amanda sigue asombrada y estupefacta por los improperios de su hijo y apenas se da cuenta de lo que ocurre. Pero recobra el habla.)
AMANDA (con una voz horrible): No pienso dirigirte la palabra hasta que no me pidas perdón.
(Cruza las cortinas del arco del comedor y las cierra a sus espaldas. Tom se queda con Laura. Laura se aferra débilmente a la repisa y vuelve la cabeza. Tom se la queda mirando por un momento con gesto estúpido. A continuación se acerca a la estantería. Se pone de rodillas para recoger las figurillas que se han caído, mirando a Laura como si quisiera dirigirle la palabra pero no pudiera.)
(La música de «El zoo de cristal» comienza a sonar mientras el escenario se va oscureciendo.)