Después de separarse de Phil, y antes de que ella y yo fuéramos amantes, Angie salía con un productor de una cadena de noticias por cable de Nueva Inglaterra. Sólo lo había visto una vez y no me había sentido particularmente impresionado por él, aunque recuerdo que tenía un gusto excelente para las corbatas. Sin embargo, llevaba demasiada loción para después del afeitado. Y demasiada espuma. Y salía con Angie. Así pues, tal y como estaban las cosas, parecía muy poco probable que quedáramos para hacer partidas nocturnas al Nintendo o para jugar al softball[3] los sábados.
Sin embargo, un tiempo después, el tipo resultó ser muy útil, ya que Angie no había perdido el contacto con él, y de vez en cuando, cuando las necesitábamos, nos conseguía las cintas de los telediarios locales. Siempre me ha asombrado que pueda actuar así: no perder el contacto, seguir siendo amigos, y conseguir que un tipo al que ha dejado hace dos años le haga favores. Me consideraría afortunado si llamara a una antigua novia y consiguiera recuperar mi tostador. Es probable que necesite perfeccionar mis métodos de separación.
A la mañana siguiente, mientras Angie se duchaba, bajé a firmar el recibo de un paquete procedente de Joel Calzada de NECN. Esta ciudad tiene ocho cadenas de noticias: las filiales de las cadenas más importantes, Cuatro, Cinco, y Siete; las cadenas UPN, WB y Fox; NECN; y finalmente, una pequeña cadena independiente a la cabeza de la lista. Todas estas cadenas hacen emisiones al mediodía y a las seis de la tarde, tres de ellas a las cinco de la tarde, dos de ellas a las cinco y media, cuatro a las diez de la noche, y otras cuatro hacen la última emisión a las once. La emisión empieza a las cinco y emiten a horas diferentes a lo largo de la mañana, y dan noticias de última hora de un minuto de duración a horas diferentes durante todo el día.
Joel había conseguido, a petición de Angie, todas las emisiones de todas las cadenas relacionadas con la desaparición de Amanda desde la misma noche que desapareció. No me pregunten cómo lo lograba. Quizá los productores intercambien cintas constantemente. Quizás Angie tenga la habilidad de engatusar al mejor de los productores. O quizá sea debido a las corbatas de Joel.
La noche anterior me había pasado unas cuantas horas releyendo todos los artículos periodísticos que hablaban sobre Amanda y no había conseguido obtener nada nuevo, a excepción de mancharme las manos con tinta negra de tal manera que había creado un collage de huellas dactilares encima de una hoja de un documento legal antes de irme a dormir. Cuando un caso tiene una apariencia tan densa y es tan difícil acceder a sus partes más secretas, a menudo lo único que se puede hacer es darle un enfoque totalmente nuevo, o como mínimo, un enfoque que parezca nuevo. Ésa era la idea que teníamos, mirar las cintas y ver qué saltaba a la vista.
Saqué ocho cintas VHS de la caja que había traído el chico de la compañía, las apilé en el suelo de la sala de estar junto al televisor y Angie y yo desayunamos en la mesita mientras comparábamos las notas que teníamos sobre el caso e intentábamos trazar un plan de ataque para el resto del día.
Aparte de intentar seguirle la pista a Ray Likanski el Delgaducho y de volver a interrogar a Helene, Beatrice y Lionel McCready —con la vana esperanza de que recordaran algo de crucial importancia y que hubieran olvidado hasta entonces en relación con la desaparición de Amanda—, la verdad es que no se nos ocurrió gran cosa.
Angie se reclinó en el sofá mientras yo retiraba el plato vacío del desayuno.
—A veces, a veces pienso: un trabajo en la compañía de la luz, ¿por qué no acepté un trabajo así? —Me miró mientras colocaba su plato encima del mío—. Grandes beneficios.
—Plan de pensiones estupendo —dije, mientras llevaba los platos a la cocina y los colocaba en el lavavajillas.
—Siempre el mismo horario —dijo Angie desde la sala de estar; oí el clic de su mechero Bic al encenderse el primer cigarrillo de la mañana—. Dientes brillantes.
Preparé una taza de café para cada uno y volví a la sala de estar. Aún tenía el pelo húmedo de la ducha, y el conjunto de pantalones masculinos de chándal y camiseta que acostumbraba llevar por las mañanas la hacía parecer más pequeña y débil de lo que en realidad era.
—Gracias —dijo.
Cogió la taza de café sin alzar la vista y pasó una hoja de sus notas.
—Eso te matará —le dije.
Cogió el cigarrillo del cenicero sin dejar de mirar sus notas.
—Fumo desde que tengo dieciséis años.
—Desde hace mucho tiempo.
Pasó otra hoja.
—Y en todo este tiempo, nunca me has dado la paliza.
—El cuerpo, la mente —dije.
Ella asintió con la cabeza.
—Pero ahora que dormimos juntos, en cierta manera mi cuerpo también te pertenece, ¿no es así?
Durante los últimos seis meses, me había acostumbrado a sus cambios de humor matinales. A veces se sentía con una energía fuera de lo corriente —ya había hecho aeróbic y había dado un paseo por Castle Island antes de que yo me despertara—, pero incluso los días que estaba de mejor humor, nunca se sentía muy habladora por las mañanas. Además, si tenía la sensación de que la noche anterior se había mostrado vulnerable o débil (que para ella solía tener el mismo significado), se veía envuelta de una neblina tenue y fría parecida a la niebla propia del alba. La podías ver, sabías que estaba allí, pero si dejabas de mirarla durante unos instantes, ya habría desaparecido, estaría otra vez entre jirones de blanca niebla y tardaría un buen rato en regresar.
—¿Te estoy dando la lata? —le pregunté.
Me miró y sonrió fríamente.
—Sólo un poco. —Bebió un sorbo de café y volvió a mirar sus notas—. Aquí no hay nada.
—Paciencia —dije.
Encendí el televisor, e introduje la primera cinta en el vídeo.
El responsable empezó la cuenta atrás desde el número siete; los números negros y ligeramente borrosos destacaban sobre un fondo azul; la fecha de desaparición de Amanda apareció en el encabezamiento y de repente nos encontramos en el estudio con Gordon Taylor y Tanya Biloskirka, presentadores de noticias sin igual de la Cadena 5. Gordon siempre parecía tener problemas para evitar que su negro pelo le cayera en la frente, cosa poco frecuente en esta época de imágenes pregrabadas, pero tenía una mirada penetrante y honesta y un tono de voz que denotaba cierta indignidad, lo cual compensaba lo del pelo, incluso cuando daba información sobre las luces navideñas o si alguien había visto a Barney. Tanya, la del apellido impronunciable, llevaba gafas para conseguir cierto aire de intelectualidad, pero todos los hombres que conocía seguían pensando que era un encanto, y supongo que ésa era la idea.
Gordon se arregló los puños de la camisa y Tanya se sentó cómodamente en la silla con el estilo que la caracterizaba mientras barajaba unos papeles que tenía en la mano y se disponía a leer del teleprompter. Las palabras Niña desaparecida estaban escritas en las imágenes que aparecían entre los dos presentadores.
—Una niña desaparece en Dorchester —dijo Gordon con seriedad—. ¿Tanya?
—Gracias, Gordon. —La cámara avanzó hasta lograr un primer plano—. La desaparición de una niña de cuatro años en Dorchester ha dejado a la policía perpleja y a los vecinos muy preocupados. Sucedió hace sólo unas pocas horas. La pequeña Amanda McCready desapareció de su casa de la calle Sagamore sin, según informa la policía —se echó el pelo para delante y bajó la voz una octava—, dejar ninguna pista.
Volvieron a enfocar a Gordon, que no se lo esperaba. Se estaba llevando la mano a la frente y colocaba en su sitio un fastidioso mechón de pelo con los dedos.
—Para obtener más información sobre esta angustiosa historia, contactamos en directo con Gert Broderick. ¿Gert?
La calle estaba abarrotada de vecinos y curiosos mientras Gert Broderick, micrófono en mano, nos informaba de lo que Gordon y Tanya acababan de contarnos. Unos seis metros más atrás de donde estaba Gert, al otro lado del espacio rodeado por el cordón policial y de donde se encontraban los policías uniformados, se podía ver a Lionel sosteniendo a una Helene histérica en el porche delantero. Gritaba algo que era difícil de entender a causa del griterío de la multitud, del ruido de los generadores de luz de los equipos televisivos, de las palabras entrecortadas del reportaje de Gert.
—… y esto es lo que la policía parece saber de momento, pequeña.
Gert miraba la cámara fijamente, intentando no parpadear.
La voz de Gordon Taylor interrumpió la conexión en directo:
—¿Gert?
Gert se llevó la mano a la oreja izquierda.
—Sí, Gordon. ¿Gordon? —dijo.
—¿Gert?
—Sí, Gordon. Te oigo.
—¿Esa señora que está en el porche detrás de ti es la madre de la pequeña?
Dirigieron el teleobjetivo de la cámara hacia el porche, enfocaron e hicieron un primer plano de Helene y Lionel. Helene tenía la boca abierta, lloraba sin cesar y movía la cabeza arriba y abajo de una forma extraña, como si fuera un recién nacido que hubiera perdido el apoyo de los músculos del cuello.
—Creemos que es la madre de Amanda, pero de momento no nos lo han confirmado oficialmente —dijo Gert.
Helene golpeaba el pecho de Lionel con los puños y tenía los ojos completamente abiertos. Gimoteaba y agitaba la mano izquierda por encima del hombro de Lionel y con el dedo índice señalaba algo que quedaba fuera de la cámara. En ese porche, nos estaban haciendo presenciar en directo cómo se desmoronaba, lo cual suponía una invasión de la intimidad del dolor.
—Parece bastante acongojada —dijo Gordon.
Gordon no parecía pasar nada por alto.
—Sí —asintió Tanya.
—Ya que el factor tiempo es esencial —intervino Gert—, la policía está intentando averiguar todo lo posible, interrogar a cualquier persona que haya podido ver a la pequeña Amanda.
—¿A la pequeña Amanda? —dijo Angie negando con la cabeza—. ¿Qué se supone que ha de ser a los cuatro años, la gran Amanda? ¿Madura Amanda?
—… toda persona que tenga cualquier tipo de información de esta niñita…
La fotografía de Amanda ocupaba toda la pantalla.
—… se ruega llame al número de teléfono que aparece en pantalla.
El número de la Brigada contra el Crimen Infantil apareció un momento en pantalla debajo de la fotografía de Amanda y después volvieron a conectar con el estudio. En lugar de aparecer las palabras Niña desaparecida, colocaron la retransmisión en directo, y se vio cómo una Gert Broderick más pequeña acariciaba el micrófono y miraba a la cámara con una mirada vaga y un poco confusa que también se manifestaba en la expresión de la cara; mientras, en el porche, Helene se subía por las paredes y Beatrice ayudaba a Lionel a calmarla.
—Gert —dijo Tanya—, ¿has podido intercambiar unas palabras con la madre?
La repentina sonrisa forzada de Gert ocultó la expresión de enfado que le cruzó la mirada por unos instantes.
—No, Tanya. Por el momento la policía no nos ha permitido acceder más allá del cordón policial que podéis ver detrás de mí, así pues, aún está por confirmar si la mujer en estado de histeria que está en el porche es en realidad la madre de Amanda McCready.
—Realmente trágico —dijo Gordon, al ver que Helene se abalanzaba otra vez sobre Lionel llorando tan desesperadamente que hizo que Gert tensara los hombros.
—Trágico —asintió Tanya, mientras la cara de Amanda y el número de teléfono de la Brigada contra el Crimen Infantil aparecían de nuevo en pantalla.
—En otra historia desgarradora —dijo Gordon, cuando le devolvieron la conexión— han perdido la vida dos personas como mínimo, y una tercera ha sido herida de bala durante un asalto a una vivienda de Lowell. Para conocer más detalles sobre esta historia, conectamos con Martha en Lowell: ¿Martha?
Establecieron conexión con Martha y entonces por un momento hubo un espacio en blanco que fue rápidamente sustituido por una pantalla en negro.
Decidimos mirar lo que quedaba de cinta, con la esperanza de que Gordon y Tanya aparecieran para decirnos qué debíamos sentir ante todos los acontecimientos que nos estaban contando y cómo llenar los espacios en blanco emocionales.
Ocho cintas y noventa minutos más tarde, no habíamos conseguido nada nuevo, a excepción de sentir el cuerpo totalmente agarrotado y tener una visión mucho peor del periodismo televisivo. A excepción de los ángulos de filmación, todos los reportajes eran iguales. Mientras continuaba la búsqueda de Amanda, los noticiarios mostraban prácticamente las mismas secuencias filmadas de la casa de Helene, de entrevistas que le habían hecho a Helene, de Broussard y Poole haciendo declaraciones, de los vecinos recorriendo las calles con panfletos, de policías apoyados en el capó del coche mirando mapas de la zona con la ayuda de potentes linternas o tirando de las riendas de los perros policía. Todos los reportajes acababan con el mismo comentario sentencioso y totalmente sensiblero, la misma tristeza estudiada y la misma moralidad en la mirada, en la boca, en la frente de todos los presentadores. Y ahora volvemos a nuestra programación habitual…
—Bien —dijo Angie, estirándose con una fuerza tal que la vértebra de la espalda le crujió como si fuera una nuez partida con un cuchillo de carnicero—, aparte de haber visto por la tele a un montón de gente que ya conocemos del barrio, ¿qué hemos logrado esta mañana?
Me senté un poco más hacia delante, haciendo crujir mi propio cuello. No tardaríamos mucho en crear una banda, no mucho. Vi a Lauren Smythe. Siempre había pensado que se había ido del barrio. Me encogí de hombros.
—¿Sabías que siempre me evitaba? —dije.
—¿Es la que te atacó con un cuchillo?
—Con unas tijeras, y prefiero pensar que estaba intentando estimularme sexualmente. No era muy buena.
Me dio un golpe en el hombro con la palma de la mano.
—Veamos. Yo vi a April Norton y a Susan Siersma, a quien no había visto desde la época del instituto, y a Billy Boran y a Mike O’Connor, que ha perdido mucho pelo, ¿no crees?
Asentí con la cabeza.
—Y también ha perdido mucho peso.
—¿Quién se va a dar cuenta? Está calvo.
—A veces pienso que eres mucho más superficial que yo.
Se encogió de hombros y encendió un cigarrillo.
—¿A quién más hemos visto?
—Danielle Genter —dije—. Babs Kerins. El plasta de Chris Mullen estaba por todas partes.
—Yo también me di cuenta. Al principio.
Bebí un sorbo de café frío.
—¿Eh?
—Al principio. Siempre se le veía dando vueltas por la periferia, al principio de todas las cintas, pero nunca al final.
Bostecé.
—Es un tipo de la periferia, el viejo Chris. —Cogí su taza vacía de café y me la colgué del dedo junto a la mía—. ¿Quieres más?
Negó con la cabeza.
Fui a la cocina, coloqué su taza en el fregadero y me serví una taza de café recién hecho. Angie entró en la cocina mientras yo abría la nevera para sacar la crema de leche.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a Chris Mullen por el barrio?
Cerré la puerta y la miré.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a la mitad de la gente que salía en esas cintas? —pregunté.
Negó con la cabeza.
—Olvídate de los demás. Lo que quiero decir es que no se han movido del barrio. Pero él se trasladó a las afueras. Consiguió un piso por allí cerca de Devonshire Towers, hacia 1987, si no recuerdo mal.
Me encogí de hombros.
—¿Y? —dije.
—¿De qué trabaja Chris Mullen?
Puse el cartón de crema de leche junto al café, en el tablero de la cocina.
—Trabaja para Cheese Olamon.
—Que casualmente está en la cárcel.
—¡Vaya sorpresa!
—¿Por?
—¿Qué?
—¿Por qué está Cheese en la cárcel?
Cogí el cartón de crema de leche otra vez.
—¿Qué más? —dije.
Me volví en la cocina a medida que oía mis propias palabras y dejaba que el cartón me colgara junto al muslo y lentamente dije:
—Por tráfico de drogas.
—Mira que tienes razón, puñetero.