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Iris corría entre unos árboles enormes y muy viejos. Daba la vuelta, echaba un vistazo, andaba de nuevo y repetía todas las operaciones. Aquellos bosques parecían no terminar nunca. Nunca había visto unos árboles así. Los troncos se alzaban como torres de catedral, con sus oscuras y suaves copas oscilando como plumas contra el cielo. Sabía dónde estaba: se encontraba en Muir Woods, al norte de San Francisco. Nunca había estado allí, pero lo conocía, lo conocía como si estuviera soñando.

Corrió más deprisa. No debía detenerse. Correr, correr. Steve se ha perdido. Está en alguna parte, entre estos árboles sin fin. ¿Cómo podía haber sucedido? ¿Cómo nadie lo había visto? ¿Puede cualquier persona desaparecer así? Trató de contener las lágrimas; cuando el pánico se apodera de uno no se puede pensar, y debía estar calmada, ser fuerte, volver a por su niñito. ¿Lo habéis visto?, imploraba, porque, a fin de cuentas, aquellos no eran troncos de árboles; eran personas, altas, silenciosas, que no podían responder. Seguramente alguien lo habrá visto, rogaba. ¿Un niñito así?

¡Mamá!, gritó, a una mujer que tenía el rostro como el de su madre; pero aquella boca era severa y no recibió contestación.

¡Papá!, gritó, ayúdame, oh, por favor, ayúdame, papá… Este se inclinó hacia ella, la cogió entre sus brazos. Pero aquella cara era la cara de Paul Werner, entristecido y apiadado. Habló; ella no podía entender lo que decía. Se esforzaba por oír, pero él se desvanecía en la niebla. Gritó de nuevo: ¡Papá! ¡Padre! Pensó que estaba volviéndose loca.

Estaba frenética. Tenía un gran dolor en el pecho, que le subía a la garganta, un dolor que parecía teñirse de rojo. ¿Cómo es posible sufrir así y seguir viva? En alguna parte, su niño la estaba buscando, le grita; no puede estar muy lejos. Pero ya ha mirado en todos los lugares, ha corrido, corrido a través de las sombras y de las fajas de luz y no estaba en ningún sitio. Qué angustia y pérdida sentía. ¿Cómo se puede vivir con esta angustia, con esta sensación de pérdida?

Había unas sombras en el techo y la luz colocada muy alta se abría paso entre ellas, cayéndole encima de los ojos, mientras volvía la cabeza hacia el hombro de Theo. Se preguntó si habría gritado durante su sueño, durante su pesadilla. Pero no; Theo tenía un sueño muy ligero y no se había despertado. ¿Qué me puede haber causado esto? Estaba a salvo en su cama, con los niños durmiendo en el piso de abajo. ¿Qué razón explicaba aquella pesadilla tan espantosa?

Hacía frío; el viento invernal se introduce en la casa en noches como esta. No quisiera levantarse, pero debe hacerlo. Se dirigió hacia el vestíbulo, hacia la habitación de Steve, preocupada por no tropezar con algo en la oscuridad, puesto que él, también, tiene el sueño ligero. Pisó su gatito de peluche. Siempre se iba a la cama abrazándolo, pero, poco antes de caer dormido, lo tiraba fuera de la cama. Steve formaba un bulto debajo de las mantas, tumbado sobre el estómago, con la cabeza vuelta hacia la cabecera de la cama. Qué suave y pequeño era. Incluso el sonido de su respiración, el aliento de su vida, era ligero.

Con pasos silenciosos regresó a su habitación. Theo se había dado la vuelta y en sueños, extendió el brazo hacia el lugar donde ella debía de estar. Recordó que no había ido a mirar a Jimmy y a Laura. Pero sabía que se encontraban bien. Sus mejillas estaban frías y humedecidas por las lágrimas de su sueño.