10. El retorno de las brujas

Después de ser tildada de superstición y sufrir años de ridículo, la brujería ha vuelto como una fuente respetable de excitación. No sólo la brujería, sino toda clase de especialidades ocultistas y místicas, desde la astrología al Zen, pasando por la meditación, el Hare Krishna y el I Ching, un antiguo sistema chino de magia. Captando el espíritu de los tiempos, un libro de texto titulado Modern Cultural Anthropology alcanzó recientemente un éxito inmediato al declarar: «La libertad humana incluye la libertad de creer».

El resurgimiento inesperado de actitudes y teorías consideradas durante largo tiempo como incompatibles con la expansión de la tecnología y la ciencia occidentales se asocia al desarrollo de un estilo de vida conocido bajo el nombre de «contracultura». Según Theodore Roszak, uno de los profetas adultos del movimiento, la contracultura salvará al mundo de los «mitos de la conciencia objetiva». «Subvertirá el punto de vista científico del mundo» y lo sustituirá por una nueva cultura en la que predominarán «las capacidades no intelectivas». Charles A. Reich, otro profeta menor de los últimos tiempos, habla de un estado de ánimo milenario que denomina Conciencia III.

Alcanzar la Conciencia III supone «desconfiar profundamente de la lógica, la racionalidad, el análisis y los principios».

En el estilo de vida contracultural, son buenos los sentimientos, la espontaneidad, la imaginación; la ciencia, la lógica y la objetividad son malos. Sus miembros se jactan de huir de la «objetividad» como de un lugar habitado por la peste, Un aspecto central de la contracultura es la creencia de que la conciencia controla la historia. La gente es lo que acontece en sus mentes; para que sea mejor, todo lo que hay que hacer es proporcionarle ideas mejores. Las condiciones objetivas cuentan poco. El mundo entero ha de ser alterado como consecuencia de una «revolución de la conciencia». Todo lo que necesitamos hacer para detener el crimen, acabar con la pobreza, embellecer las ciudades, eliminar la guerra, vivir en paz y en armonía con nosotros mismos y la naturaleza es abrir nuestra mente a la «Conciencia III», es decir: cambiar la conciencia. «La conciencia es anterior a la estructura… todo el Estado corporativo sólo se asienta en la conciencia».

En la contracultura, se estimula la conciencia para que se aperciba de sus potencialidades inexploradas. La gente de la contracultura realiza «viajes» —se «coloca»— para ampliar su mente. Utilizan hongos, marihuana y LSD para «enrollarse». Charlan, tienen encuentros con, o cantan para «flipar» con Jesús, Buda, Mao-Tse-Tung. La finalidad es expresar la conciencia, demostrar la conciencia, alterar la conciencia, aumentar la conciencia, ampliar la conciencia, todo menos objetivar la conciencia. Para los acuarianos, pasotas y alucinados partidarios de la Conciencia III, la razón es una invención del complejo militar-industrial. Hay que acabar con ella lo mismo que con la «pasma».

Las drogas psicodélicas son útiles porque permiten que las relaciones «ilógicas» parezcan «perfectamente naturales». Son buenas porque, como dice Reich, hacen «irreal lo que la sociedad toma más en serio: los horarios, las conexiones racionales, la competencia, la cólera, la autoridad, la propiedad privada, la ley, el estatus, la supremacía del Estado». Constituyen un «suero de la verdad que expulsa la falsa conciencia». Quien ha alcanzado la Conciencia III «no “conoce los hechos”. No tiene que conocerlos porque “conoce” la verdad que parece ocultarse a los demás».

La contracultura celebra la vida supuestamente natural de los pueblos primitivos. Sus miembros llevan collares, cintas en la cabeza, se pintan el cuerpo y se visten con ropas andrajosas llenas de color; anhelan ser una tribu.

Creen que los pueblos tribales no son materialistas, sino espontáneos, y se hallan en contacto reverente con fuentes ocultas de encantamiento.

En la antropología de la contracultura, la conciencia primitiva se resume en el chamán, una figura que tiene luz y poder pero que nunca paga los recibos de la luz. Se admira a los chamanes porque son expertos en «cultivar estados de conciencia exóticos» y en vagar «entre los poderes ocultos del universo». El chamán posee «superconciencia». Tiene «ojos de fuego cuyas llamaradas se abren paso a través de la mediocridad del mundo y perciben los prodigios y terrores del más allá». Utilizando alucinógenos y otras técnicas como la autoasfixia, tambores hipnóticos y ritmos de danza, el chamán, según Roszak, «cultiva su relación con las fuerzas no intelectivas de la personalidad tan asiduamente como un científico se adiestra en la objetividad».

Podemos aprender mucho sobre la contracultura si examinamos al popular héroe de Carlos Castaneda Don Juan, indio yaqui y «hombre de conocimiento» superconsciente y misterioso. Castaneda describe sus experiencias como estudiante novato de antropología que quería penetrar la realidad aparte, no ordinaria, del mundo chamánico. Don Juan aceptó a Castaneda como aprendiz, y Castaneda empezó a escribir una tesis doctoral basada en las enseñanzas de Don Juan. Para convertir a Castaneda en un «hombre de conocimiento», Don Juan inició al ingenuo estudiante en diferentes sustancias alucinógenas. Tras su encuentro con un perro luminiscente y transparente y un jején de cien pies Castaneda empezó a dudar de que su realidad normal fuera más real que la realidad no ordinaria en la que su mentor le había introducido. Al principio Castaneda estaba resuelto a descubrir la concepción del mundo de un «hombre de conocimiento». Pero el aprendiz empezó gradualmente a sentir que aprendía algo sobre el mundo mismo.

«Es estúpido e inútil», observaba otro antropólogo, Paul Riesman, en una reseña en el New York Times, «pensar que los conocimientos de Don Juan y de otros pueblos no occidentales sólo constituyen una concepción de alguna realidad fija. Castaneda deja en claro que las enseñanzas de Don Juan nos dicen algo de cómo es realmente el mundo».

Ambos planteamientos son incorrectos. Castaneda no esclarece nada. Y la «realidad aparte» de Don Juan no es extraña a los «pueblos occidentales». El viaje alucinógeno más famoso de Castaneda evoca cuestiones que ya examinamos previamente. Don Juan y Castaneda pasaron varios días preparando una pasta de «yerba del diablo», mezclada con manteca de cerdo y otros ingredientes. Bajo la supervisión de Don Juan, el aprendiz untó con la pasta las plantas de sus pies y las partes interiores de sus piernas, reservando la mayor parte para sus genitales. La pasta tenía un olor sofocante, acre, «como una especie de gas». Castaneda se enderezó y empezó a pasear, pero sintió que sus piernas eran «como de goma y largas, sumamente largas».

Bajé la mirada y vi a Don Juan sentado debajo de mí; muy por debajo de mí. El impulso, me hizo dar otro paso, aún más elástico y más largo que el precedente, Y entonces me elevé. Recuerdo haber descendido una vez; entonces di un empujón con ambos pies, salté hacia atrás y me deslicé sobre mi espalda. Veía el cielo oscuro sobre mí y las nubes que pasaban a mi lado. Moví bruscamente mi cuerpo para poder mirar hacia abajo. Vi la masa oscura de las montañas. Mi velocidad era extraordinaria.

Después de aprender a maniobrar volviendo la cabeza, Castaneda experimentó «tal libertad y velocidad como nunca había conocido antes».

Finalmente se creyó obligado a descender, Amanecía; estaba desnudo y se encontraba a media milla de donde había partido. Don Juan le aseguró que practicando volaría mejor: «Puedes volar por el aire cientos de millas para ver lo que sucede en cualquier lugar que desees, o para asestar un golpe mortal a tus enemigos de muy lejos».

Castaneda preguntó a su maestro: «Don Juan, ¿he volado de verdad?».

A lo que el chamán respondió: «Esto es lo que tú me has dicho. ¿No es verdad?».

«Entonces, Don Juan, no volé de verdad. Sólo volé en mi imaginación, en mi mente. ¿Dónde estaba mi cuerpo?».

A lo que Don Juan respondió: «No crees que un hombre puede volar; y sin embargo, un brujo puede recorrer millares de millas en un segundo para ver lo que sucede. Puede asestar un golpe a sus enemigos situados a gran distancia».

Por consiguiente, ¿vuela o no vuela? ¿Suena esto familiar? Así debería ser. ¿Qué debaten Don Juan y Castaneda si no son los respectivos méritos del Canon Episcopi y de El Martillo de las Brujas de Institor y Sprenger? ¿Las brujas vuelan sólo mentalmente o también corporalmente?

Finalmente, Castaneda le pregunta a Don Juan qué sucedería si se atara a una piedra con una cadena pesada: «Me temo que tendrías que volar sujetando la piedra con su cadena pesada».

Como nos ha enseñado el profesor Harner, las brujas europeas volaban después de frotarse con ungüentos que contenían la atropina alcaloide que penetra por la piel. El profesor Harner también nos relata que la atropina es un ingrediente activo en el género de plantas Datura, conocidas en el Nuevo Mundo como hierba Jimson, estramonío, trompeta de Gabriel o hierba del diablo (la raíz de esta última variedad es la que transportó por el aire a Castaneda). De hecho, Harner predijo que volaría como una bruja antes de que Castaneda se frotara con la hierba del diablo:

Hace varios años encontré una referencia del empleo de un ungüento de Datura por los indios yaqui del norte de Méjico, quienes según se dice se frotaban con él el estomago para «tener visiones».

Puse esto en conocimiento de mi compañero y amigo Carlos Castaneda, quien estaba estudiando con un chamán yaqui, y le pedí que averiguara si este yaqui empleaba el ungüento para volar y determinara así sus efectos.

Por consiguiente, la superconciencia chamánica no es sino la conciencia de las brujas considerada de modo favorable en un mundo que ya no se ve amenazado por la Inquisición. La «realidad aparte» previamente ignorada por los «pueblos occidentales», autosatisfechos de su objetividad, hasta tal punto forma parte de la civilización occidental que apenas hace 300 años los «objetivadores» eran quemados en la hoguera por negar que las brujas podían volar.

En el primer capítulo citaba la afirmación de que la expansión de la «conciencia objetiva» produce inevitablemente una pérdida de la «sensibilidad moral». La contracultura y la Conciencia III se autorrepresentan como corrientes humanizadoras que buscan el restablecimiento del sentimiento, la compasión, el amor y la confianza mutua en las relaciones humanas. Encuentro difícil reconciliar esta postura moral con el interés expresado por la brujería y el chamanismo. Por ejemplo, Don Juan sólo puede ser descrito como amoral. Tal vez sepa cómo «vagar entre los poderes ocultos del universo», pero no le preocupa la diferencia entre el bien y el mal en el sentido de la moralidad occidental tradicional. Sus enseñanzas están, de hecho, desprovistas de «sensibilidad moral».

Un incidente en el segundo libro de Castaneda resume mejor que ningún otro la opacidad moral de la superconciencia del chamán. Habiendo alcanzado fama y fortuna con Las enseñanzas de Don Juan, Castaneda intentó encontrar a su mentor para darle un ejemplar. Mientras esperaba que apareciera Don Juan, Castaneda observó una pandilla de golfillos de la calle que vivían comiendo las sobras dejadas en las mesas de su hotel. Después de observar durante tres días a los niños que entraban y salían «como buitres», Castaneda se «desalentó de verdad». Don Juan se sorprendió al oír esto. «¿De verdad te dan lástíma?», inquirió. Castaneda insistió en que sí, y Don Juan le preguntó por qué. «Porque me preocupa el bienestar de mi prójimo. Son sólo niños y su mundo es desagradable y ordinario». Castaneda no dice que los niños le den lástima porque comen los residuos que ha dejado en la mesa. Lo que parece preocuparle es que sus vidas son «desagradables y ordinarias». El hambre y la pobreza suscitan malos pensamientos o pesadillas. Recogiendo la insinuación, Don Juan amonestó a su alumno por suponer que estos golfillos no podían madurar mentalmente y llegar a ser «hombres de conocimiento». «¿Crees que tu riquísimo mundo te ayudará a llegar a ser un hombre de conocimiento?». Cuando Castaneda se ve obligado a admitir que su opulencia no le había ayudado a convertirse en un gran brujo, Don Juan le agarra: «Entonces, ¿cómo te pueden dar lástima estos niños?… Cualquiera de ellos puede convertirse en un hombre de conocimiento. Todos los hombres de conocimiento que conozco eran niños como los que ves comer restos y lamer mesas».

Para muchos de los miembros de la contracultura, el producto moralmente más degenerado de la concepción científica del mundo es el tecnócrata, el técnico despiadado, inescrutable, entregado al conocimiento especializado, pero indiferente en lo que respecta a quién lo utiliza y para qué fin. Sin embargo, Don Juan es precisamente uno de estos tecnócratas. El conocimiento que él imparte a Castaneda no lleva ninguna connotación moral.

La principal preocupación de Castaneda al convertirse en un «hombre de conocimiento» es conseguir tomar algo o llegar a un estado que le ponga «en órbita» de un modo permanente. En cuanto a la preocupación moral sobre cómo han de aplicarse los poderes extraordinarios de Don Juan Castaneda podía también haber aprendido a pilotar un B-52. Su relación con Don Juan se revela un erial moral en el que la tecnología constituye el bien supremo, incluso si él y su maestro comen «botones» en vez de apretarlos.

Sostengo que es totalmente imposible subvertir el conocimiento objetivo sin subvertir la base de los juicios morales. Si no podemos saber con certeza razonable quién hizo qué cosa, cuándo y dónde, no podemos esperar proporcionar una descripción moral de nosotros mismos. Si no somos capaces de distinguir entre el criminal y la víctima, el rico y el pobre, el explotador y el explotado debemos defender la suspensión total de los juicios morales, o adoptar la posición inquisitorial y considerar responsable a la gente de lo que hace en los sueños de los demás.

Como descubrieron los reporteros de la revista Time cuando intentaron redactar un artículo sobre Carlos Castaneda, la «Conciencia III» puede rodear de una niebla impenetrable los acontecimientos humanos más sencillos.

Invocando su libertad de creencia, Castaneda inventó, imaginó, o alucinó partes extensas de su propia biografía.

Nació en el Perú, no en el Brasil. Fecha de nacimiento 1925, no 1935. Su madre falleció cuando tenía 6 años, no 24. Su padre era joyero, no profesor de Literatura. Estudió pintura y escultura en Líma, no en Milán. «Solicitarme que verifique mi vida presentando mis estadísticas —dijo Castaneda—, es como utilizar la ciencia para validar la hechicería. Le roba al mundo su magia». Según Castaneda, Don Juan hace lo mismo. El chamán más famoso del mundo no quiere que le fotografíen, le graben en magnetófono o le interroguen, ni siquiera su aprendiz. Nadie, salvo Castaneda, parece saber quién es Don Juan. Castaneda admite libremente: «¡Oh, soy un mentiroso! ¡Oh, cómo me gusta contar trolas!». Y al menos un amigo peruano le recuerda como un «gran embustero».

Tal vez Don Juan no exista. O quizá debamos decir que Castaneda tuvo un encuentro «mental» pero no «corporal» con un brujo yaqui. Según la autoridad de la Inquisición aun así este encuentro permitiría una exposición exacta de las enseñanzas de Don Juan. O puede que Castaneda fuera algunas veces con la «imaginación» y otras veces con el «cuerpo». Éstas son ideas fascinantes, pero no pueden hacer sino una contribución imaginaria a la elevación de nuestra sensibilidad moral.

La contracultura realiza afirmaciones que se extienden mucho más allá de la supuesta conservación de la moralidad individual. Sus defensores insisten en que la superconciencia puede transformar el mundo en un lugar más amistoso y más habitable; ven el rechazo de la objetividad como una manera políticamente eficaz de alcanzar una distribución equitativa de la riqueza, el reciclaje de los recursos, la abolición de las burocracias impersonales y la corrección de otros aspectos deshumanizados de las modernas sociedades tecnocráticas. Alegan que estos males provienen de las malas ideas que tenemos sobre el estatus y el trabajo. Si hacemos cesar nuestros intentos de presumir, y si dejamos de creer que el trabajo es un bien en sí mismo, ocurrirá la transformación revolucionaria sin necesidad de hacer daño a nadie. Como en un lugar de ensueño, «podemos hacer una nueva elección siempre que estemos dispuestos a ello». El capitalismo, el Estado corporativo, la era de la ciencia, la ética protestante: todas estas cosas representan tipos de conciencia y pueden alterarse eligiendo una nueva conciencia. «Todo lo que tenemos que hacer es cerrar nuestros ojos e imaginar que todos se han convertido en una Conciencia III: el Estado corporativo desaparece… El poder del Estado corporativo finalizará tan milagrosamente como un beso rompe el encantamiento maligno de un brujo».

Una conciencia tan desconectada de las realidades prácticas y mundanas es, de hecho, brujería más que política. La gente puede modificar su conciencia cuando así lo desee. Pero normalmente no lo desea. La conciencia está adaptada a condiciones prácticas y mundanas. Estas condiciones no se pueden imaginar dentro o fuera de la existencia a la manera en que un chamán hace aparecer y desaparecer jejenes de cien pies. Como he indicado antes en el capítulo sobre el potlatch, los sistemas de prestigio no se crean mediante vibraciones desde el espacio exterior. La gente aprende la conciencia del consumismo competitivo porque están constreñidos a actuar así por fuerzas políticas y económicas muy poderosas. Estas fuerzas sólo se pueden modificar mediante actividades prácticas enderezadas a cambiar la conciencia alterando las condiciones materiales donde se desarrolla ésta.

Las buenas noticias de la contracultura referentes a la revolución mediante la conciencia no son ni nuevas ni revolucionarias. El cristianismo ha intentado realizar una revolución mediante la conciencia durante dos mil años ¿Quién negará que la conciencia cristiana pudo haber cambiado el mundo? Sin embargo, fue el mundo quien cambió la conciencia cristiana. Si todos adoptaran un estilo de vida no competitivo, generoso, pacífico y lleno de amor, podríamos tener algo mejor que la contracultura, podríamos tener «el Reino de Dios».

La política concebida según la imagen de la Conciencia III se realiza en la mente, no en el cuerpo. La conveniencia de este tipo de política para los que ya poseen riqueza y poder debe ser evidente. La reflexión filosófica de que la pobreza es, después de todo, un estado mental siempre ha sido fuente de confort para los que no son pobres. A este respecto, la contracultura simplemente presenta en una forma algo modificada el desprecio tradicional que los teóricos cristianos expresan por los bienes de este mundo. También la garantía de que nada acaecerá por la fuerza es tradicionalista y se sitúa dentro de la corriente principal de la política conservadora. La Conciencia III destruirá el Estado corporativo «Sin violencia, sin apoderarse del poder político, sin derrocar ningún grupo existente de personas». La contracultura jura atacar las mentes, no los beneficios del capital Por definición, la contracultura es el estilo de vida de la juventud alienada de clase media educada en la universidad. Están excluidos específicamente los que «continúan velando las cenizas de la revolución proletaria» y los «jóvenes de color militantes». La esperanza de que la contracultura transforme la sociedad en «algo que el ser humano pueda identificar como su hogar» se basa en el hecho de que es un movimiento de la clase media. Lo que la hace tan importante «es que un rechazo radical de la ciencia y los valores tecnológicos aparezca tan próximo al centro de nuestra sociedad, en vez de en los márgenes despreciables, y sean los jóvenes de clase media los que dirijan esta política de la conciencia».

Aparte de la cuestión de si una política de la pura conciencia debe llamarse política en vez de brujería o cualquier otra forma de magia, tenemos que señalar otros dos puntos dudosos. Primero, la contracultura no rechaza los valores tecnológicos in toto; segundo, el rechazo de un cierto tipo de ciencia siempre ha estado presente en el mismo centro de nuestra civilización.

La contracultura no se opone a utilizar los productos tecnológicos de la investigación científica «objetiva». Teléfonos, estaciones FM, equipos estereofónicos, vuelos en reactores a precios económicos, píldoras de estrógenos para el control de la natalidad, alucinógenos y antídotos químicos son esenciales para la buena vida de la Conciencia III.

Es más, la dependencia de la música de alta fidelidad con muchos decibelios ha creado el máximo grado de subordinación de un lenguaje popular a la tecnología en la historia de las artes interpretativas. Por lo tanto, la contracultura acepta, al menos tácitamente, la existencia de especialistas en las ciencias físicas y biológicas cuya tarea es diseñar y mantener la infraestructura tecnológica del estilo de vida.

Las formas de la ciencia más aborrecidas desde la perspectiva de la Conciencia III no son las ciencias de laboratorio, sino las que buscan aplicar los modelos de laboratorio al estudio de la historia y los estilos de vida. La contracultura describe el rechazo del estudio científico de los estilos de vida y la historia como si se tratara de una desviación de alguna pauta profundamente arraigada. Pero incluso entre los llamados científicos sociales y de la conducta, la forma predominante del conocimiento no es ni nunca ha sido lo que dice la contracultura. ¿Cómo puede reaccionar alguien a una sobredosis de ciencia de los estilos de vida cuando la ciencia de los estilos de vida insiste en que los enigmas examinados en los capítulos anteriores de este libro carecen de explicación científica? La extensa «objetivación» en el estudio de los fenómenos de los estilos de vida sólo es un mito de la elaboración onírica social de la contracultura. La conciencia predominante entre la mayor parte de los profesionales interesados en explicar los fenómenos de los estilos de vida no se distingue prácticamente de la Conciencia III.

Si el retorno de las brujas implicara entregar los laboratorios de física, química y biología a gente que desprecia la evidencia objetiva y el análisis racional, poco tendríamos que temer. El ejercicio de la libertad de creencias en el laboratorio sólo podría ser un inconveniente temporal hasta que los restos carbonizados de los experimentadores superconscientes fueran barridos junto con los escombros que originaran. Desafortunadamente, el oscurantismo aplicado a los estilos de vida no se autodestruye. Las doctrinas que impiden a la gente comprender las causas de su existencia social poseen gran valor social. En una sociedad dominada por modos de producción e intercambio injustos, los estudios sobre los estilos de vida que oscurecen y distorsionan la naturaleza del sistema social son mucho más comunes y se valoran mucho más que los míticos estudios «objetivos» tan temidos por la contracultura. El oscurantismo aplicado a los estudios sobre los estilos de vida carece de la «praxis» de la ingeniería de las ciencias de laboratorio. Falsificadores, místicos y charlatanes no son barridos con los escombros; de hecho, no hay escombros porque todo continúa como siempre ha sido.

He mostrado en los capítulos anteriores que la conciencia profundamente mistificada es a veces capaz de galvanizar la disensión convirtiéndola en movimientos de masas efectivos. Hemos visto cómo formas sucesivas de mesianismo en Palestina, Europa y Melanesia canalizaron enormes impulsos revolucionarios que pretendían una distribución más justa de la riqueza y el poder. También hemos visto cómo la Iglesia y el Estado renacentistas utilizaron la locura de las brujas para encantar y confundir a los partidarios radicales de la comunidad. ¿Dónde encaja la contracultura dentro de este panorama? ¿Es una fuerza conservadora o radical? En su propia elaboración onírica la contracultura se identifica con la tradición de la transformación milenaria. Theodore Roszak afirma que la finalidad principal de la contracultura es proclamar «un nuevo cielo y una nueva tierra», y, en su fase de formación, la Conciencia III reunirá muchedumbres de jóvenes disidentes en conciertos de rock y protestas contra la guerra. Pero incluso en la cumbre de su eficacia organizativa, la contracultura careció de los fundamentos del mesianismo. No tenía líderes carismáticos ni una visión de un orden moral bien definido. Para la Conciencia III el liderazgo es otro truco del complejo militar-industrial, y como he indicado hace un momento, un conjunto de fines morales bien definidos se puede reconciliar con el relativismo amoral de chamanes como Don Juan.

El rechazo de la objetividad, el relativismo amoral y la aceptación de la omnipotencia del pensamiento hablan de la bruja, pero no del salvador. La Conciencia III presenta todos los síntomas clásicos de la elaboración onírica de un estilo de vida cuya función social es disolver y fragmentar las energías de la disensión. Esto debería haber sido claro por la gran importancia dada a «hacer lo que le venga a uno en gana». No se puede hacer una revolución si cada uno hace lo que le da la gana. Para hacer una revolución todos deben realizar la misma cosa.

Así, el retorno de las brujas no es un simple capricho inescrutable. La moderna reaparición de la brujería tiene puntos claros de similitud con la locura medieval. Naturalmente hay muchas e importantes diferencias. Se admira a la bruja moderna mientras se teme a la bruja de antaño. Nadie en la contracultura quiere quemar a otro por creer o no creer en las brujas; Reich y Roszak no son Institor ni Sprenger; y la contracultura no se ha comprometido afortunadamente con ningún cuerpo específico de dogmas. Sin embargo, nos queda el hecho de que la contracultura y la Inquisición están hombro con hombro en la cuestión del vuelo de las brujas. Dentro de la libertad de creencia de la contracultura, las brujas son una vez más tan verosímiles como cualquier otra cosa, Esta creencia contribuye claramente a la consolidación o estabilización de las desigualdades contemporáneas merced a toda su inocencia alegre. Millones de jóvenes educados creen seriamente que la proposición de eliminar con besos al Estado corporativo como si fuera un «encantamiento maligno» es tan eficaz o realista como cualquier otra forma de conciencia política. Como su predecesor medieval, nuestra manía actual de las brujas embota y confunde a las fuerzas de la disensión, Como el resto de la contracultura, pospone el desarrollo de un conjunto racional de compromisos políticos. Y ésta es la razón por la que es tan popular entre los grupos más opulentos de nuestra población. Ésta es la razón por la que ha vuelto la bruja.