Capítulo XXIV

Fatty hace una buena faena

—Escuchad —susurró Fatty—. No me parece prudente que salgamos todos de aquí. Somos tantos, que seguramente nos descubrirían. Propongo lo siguiente: salir yo solo y hacer un buen reconocimiento. Si veo un teléfono, llamaré inmediatamente al Inspector Jefe para rogarle que mande hombres aquí cuanto antes.

—¡Ooooh, «sí»! —exclamó Bets, alborozada ante la idea de que los sacaran de aquel lugar.

—Después intentaré buscar al príncipe, aunque me temo que no estaré a tiempo de impedir que se lo lleve el helicóptero, si de veras los secuestradores se proponen despegar en seguida.

—¿Y Goon? —inquirió Larry—. ¿Piensas buscarle?

—Naturalmente —asintió Fatty—. Pero de momento lo más importante es tratar de ponerse en contacto con el jefe y retrasar el vuelo del príncipe. Vosotros aguardad aquí quietos. Temo que tendré que encerraros otra vez por si acaso pasa alguien por delante y ve la puerta abierta. Pero, si conviene, ya sabes cómo salir, ¿verdad, Larry? No tenéis por qué preocuparos.

—¿V si viene alguien y descubre que no estás con nosotros? —sugirió Bets, súbitamente alarmada.

—No creo que se den cuenta —repuso Fatty—. ¡Estoy seguro de que ni siquiera nos han contado! Bien, ¡hasta luego!

—¡Hasta luego! —cuchichearon los demás—. ¡Buena suerte!

Tras cerrar cuidadosamente la puerta tras sí y dejar la llave en la cerradura, Fatty desapareció por el pasillo, extremando las precauciones. ¡Por pura casualidad habían llegado en el momento culminante y era cuestión de no desperdiciar aquella magnífica ocasión!

¡El teléfono! Lo más esencial era dar con él. ¿Dónde estaría? Seguramente, abajo en el vestíbulo. Eso imposibilitaba todo intento de utilizarlo sin ser sorprendido.

De pronto, Fatty tuvo una idea. A veces, la gente mandaba instalar un aparato supletorio en su habitación. Su madre, por ejemplo, tenía teléfono en su dormitorio para poder encargar cosas a las tiendas o charlar con sus amigas cuando estaba resfriada.

«Cabía», pues, la posibilidad de que hubiese uno en un dormitorio de la casa. Fatty decidió comprobarlo. En caso afirmativo, aquello facilitaría mucho las cosas.

Atisbó primero en una habitación y luego en otra. Las dos estaban lujosamente amuebladas teniendo en cuenta que la casa era una simple alquería. Fatty atisbó desde la puerta de la segunda.

Su rostro se iluminó. ¡Junto a la enorme cama con colcha verde había un teléfono de color verde pálido! ¡Cáscaras! ¿Podría utilizarlo sin ser descubierto? Cerrando quedamente la puerta tras sí, el muchacho atravesó la habitación de puntillas. Luego, tomando todo el aparato, metióse debajo de la cama con él, con la esperanza de que allí no resonara su voz.

Fatty levantó el receptor con el corazón palpitante. ¿Contestarían desde la central?

A poco tuvo el inmenso alivio de oír una voz que decía:

—¿Qué número desea, por favor?

Fatty lo dio en voz baja.

—Es el número de la policía —susurró con apremio—. Le ruego que me dé la comunicación en seguida.

Transcurrido medio minuto otra voz dijo:

—Aquí, el cuartel de la policía.

—Soy Federico Trotteville —cuchicheó Fatty—. Quiero hablar con el Inspector Jefe inmediatamente.

Sobrevino una pausa. Por último, Fatty escuchó jubiloso la voz del inspector.

—¿Qué ocurre, Federico?

—Escuche —murmuró Fatty—, estoy en la alquería situada en medio de los pantanos de Raylingham. Estoy seguro de que el príncipe secuestrado está aquí también. Hay un helicóptero revoloteando sobre el lugar, y sospecho que hemos llegado en el crítico momento en que esa gente piensa llevarse al príncipe. Estamos prisioneros, señor, pero he conseguido llegar hasta un teléfono. Estamos todos aquí, incluso Ern. ¿Puede usted enviar unos hombres?

Sucedióse otra pausa. Fatty se imaginaba la cara de sorpresa del estupefacto jefe. Por fin la enérgica voz de éste percibióse de nuevo en el auricular.

—Sí, ahora mismo los mando. Permanece ahí hasta que acudamos… y procura impedir que se lleven al príncipe. ¡Si hay en el mundo una persona capaz de impedirlo, esa persona eres «tú», Federico! ¡Qué faena la tuya!

El teléfono enmudeció. Fatty colgó el receptor con un suspiro de alivio. Tarde o temprano recibirían ayuda. Al presente podía dedicarse a explorar libremente los alrededores. ¡Si al menos tuviese la suerte de descubrir el escondrijo del príncipe!

Cautelosamente, el chico salió de debajo de la cama y, depositando de nuevo el teléfono en la mesilla de noche, dirigióse de puntillas a la puerta. Todo seguía en silencio. Poco a poco abrió la puerta y asomóse a explorar el pasillo. Estaba desierto.

«Lo mejor será buscar una puerta cerrada con llave —pensó Fatty—. Esto es lo único que se me ocurre de momento. Veamos: la alquería tiene dos alas y yo estoy en el medio. Eso significa que nos encerraron en una de las dos alas. Es posible que el príncipe esté en la otra».

Con suma cautela, el muchacho asomóse a una ventana para ver dónde estaba la otra ala de la casa. Al punto reparó en una ventana con reja. ¡Sin duda aquélla era la estancia que buscaba!

Apartándose de la ventana, Fatty recorrió el pasillo, dispuesto a averiguar si había otro medio de pasar a la otra ala prescindiendo de la escalera y el vestíbulo.

El muchacho llegó al rellano de la escalera. Procedente de una habitación de abajo llegaba un murmullo de voces… De pronto, a través de la ventana del rellano, Fatty vio algo en movimiento.

¡Era el helicóptero! ¡El aparato descendía lentamente entre el zumbido de las paletas de la hélice! Fatty lo vio desaparecer detrás de un gran edificio con aspecto de hórreo. A buen seguro, había un campo de aterrizaje en la parte posterior. El muchacho frunció el ceño. El tiempo apremiaba. ¡De un momento a otro, podían llevarse al príncipe en aquel artefacto!

Al fondo del rellano, halló un estrecho y corto pasillo. ¡A lo mejor llevaba a la otra sala! En efecto, tras recorrerlo pausadamente, el chico comprobó que sus suposiciones eran ciertas.

—¡Ahora es cuestión de encontrar la habitación con rejas en las ventanas! —pensó Fatty, jubilosamente.

De pronto, retrocedió, asustado. Acababa de oír el rumor de la puerta en el momento en que alguien la cerraba con llave y una voz masculina decía algo en voz alta.

Fatty agazapóse detrás de la cortina que cubría una ventana, sin atreverse a respirar. Junto a él, resonaron unos pasos que continuaron avanzando hasta el gran rellano que coronaba la escalera. Cuando renació la calma. Fatty salió de su escondrijo y recorriendo el pasillo de puntillas, pasó ante dos puertas abiertas y se detuvo al llegar a la tercera.

¡Estaba cerrada con llave! Afortunadamente, hallábase en la cerradura. Fatty dióle media vuelta y, empujando la puerta, echó una ojeada al interior.

Un muchacho de cara morena y expresión huraña, levantó la vista hacia el recién llegado. Fatty comprobó al punto que el chico era poco más o menos de la talla de Pip y muy parecido a Rollo, el gitano, en cuanto a estatura y pigmentación de la piel.

—¿Eres el príncipe Bongawah? —cuchicheó Fatty.

El muchacho asintió, mirando asombrado a aquel grueso muchacho desconocido.

—Entonces, ven conmigo —susurró Fatty—. He venido a salvarte. ¡Apresúrate!

El chico precipitóse a la puerta, hablando en un idioma extranjero.

—¡Silencio! —ordenó Fatty—. ¿Quieres alborotar toda la casa? ¡Sígueme y no hagas ruido!

El muchacho obedeció, súbitamente silencioso. Fatty cerró de nuevo la puerta con llave. Luego, con cautelosos movimientos y el corazón latiéndole locamente en el pecho, condujo al príncipe por el estrecho pasillo, a través del rellano de la escalera y a lo largo del corredor que llevaba a la otra ala del edificio.

Entonces, abriendo la puerta de la habitación donde estaban encerrados sus compañeros, empujó al chico al interior. Todos miraron asombrados al sonriente Fatty y a aquel desconocido tan moreno y exótico.

—He encontrado al príncipe —declaró Fatty gozosamente—. Y he pensado que el lugar más seguro para esconderle, de momento es aquí. Que se meta en ese armario. A nadie se le ocurrirá buscarlo en la habitación donde «se supone» que estamos prisioneros.

—¡Oh, Fatty! —exclamó Bets—. ¡Qué magníficas ideas tienes! ¡Pobre príncipe! Probablemente no sabe a qué atenerse.

Entonces el príncipe, dirigiéndoles una leve inclinación de cabeza, dijo en correctísimo inglés:

—Llevo muchos días prisionero. He pasado mucho miedo y angustia. ¿Sois amigos míos?

—¡Naturalmente! —asintió Bets con vehemencia—. ¡Ahora Fatty te pondrá a salvo!

—Encontré un teléfono y pude hablar con el jefe —explicó Fatty, incapaz de cesar de sonreír—. ¡Cáspita! ¡Qué sorpresa se llevarán estos desalmados cuando vean llegar a la policía al pantano dispuesta a rodear la alquería!

—No cabe duda, Fatty —barbotó el boquiabierto Ern—. Eres un genio. ¡Opino que deberías ser nombrado Inspector Jefe ahora mismo!

—¿Encontraste al señor Goon? —inquirió Daisy.

—No —replicó Fatty—, no he visto rastro de él. Empiezo a sospechar que, a lo mejor, no vino a este lugar.

—¡Menos mal que se nos ocurrió «pensar» que estaba aquí! —exclamó Bets—. ¡De lo contrario nos hubiésemos venido y nos habríamos perdido todo esto!

—¿Viste descender al helicóptero? —preguntó Daisy—. De repente, lo hemos visto aterrizar detrás de aquel hórreo.

—Sí, yo también… —empezó Fatty.

Pero al punto se interrumpió. Todos aguzaron los oídos.

Una sucesión de voces, portazos y corridas repercutían por toda la casa. ¿Qué sucedía?

—¡Han descubierto que el príncipe no está en su habitación! —coligió Fatty, radiante de satisfacción—. ¡Qué susto se habrán llevado! ¡Menudo «alboroto» se armará! ¡El helicóptero a punto y el príncipe esfumado como el humo! Métete en ese armario —dijo al príncipe—, y estate quieto y callado.

El príncipe desapareció en el interior del armario en un abrir y cerrar de ojos. Bets cerró la puerta del mueble. Todos escucharon el bullicio reinante, sin articular una palabra.

De pronto percibiéronse unos rápidos pasos en el pasillo repercutiendo sonoramente en las tablazonas de madera que formaban el suelo. A poco, abrióse violentamente la puerta de la habitación.

Un hombre de tez oscura escudriñó el interior con mirada incendiaria.

—¡Es posible que esté aquí! —vociferó—. A lo mejor estos chicos han ido a buscarlo. ¡Registrad la habitación!