Capítulo VIII

Dos conversaciones desagradables

El Inspector Jefe se tomó lo cosa muy a mal. Al principio no acertaba a comprender del todo lo que le decía Fatty. Luego gruñó con voz tajante:

—Primero telefonea Goon contándome una peregrina historia acerca de una princesa que afirma ser la hermana del príncipe Bongawah, y ahora me sales tú diciendo que no existe tal persona y que la princesa en cuestión no era otra que la pequeña Bets disfrazada. Esto no está bien, Federico. Una broma es una broma, pero opino que esta vez has ido demasiado lejos. Has hecho perder el tiempo a Goon en una porción de tonterías en un momento en que se imponía una investigación seria.

—Tiene usted razón, señor —reconoció el pobre Fatty—. Pero, de hecho, todo ha sido una casualidad. Cuando nos disfrazamos y Bets se hizo pasar por la princesa Bongawee, no teníamos idea de que el príncipe Bongawah iba a desaparecer. Fue una desdichada coincidencia. ¿Quién iba a sospechar que ocurriría eso?

—Al parecer, tienes especialidad en meterte en esta clase de atolladeros, Federico, ya sea accidentalmente o de otro modo. ¡Apuesto a que esta vez conseguirás que Goon rechine los dientes de cólera! A propósito, ¿cómo diablos se mezcló con este estúpido asunto de la princesa su sobrino, ese chico llamado Ern?

—Ern se presentó inesperadamente mientras nos disfrazábamos —explicó Fatty—. Como usted sabe, está acampado con sus hermanos mellizos en el campamento inmediato al campo donde se hallaba el pequeño príncipe. Lástima que sea tan zoquete, de lo contrario habría notado algo referente a la desaparición.

Sobrevino un silencio.

—Sí —murmuró al fin el Inspector Jenks—. Pensaba encargar a Goon que los interpelase, pero no creo que logre sacar gran cosa a Ern. Lo mejor será que tu intentes averiguar algo, Federico, aunque no mereces intervenir en este asunto por tu estúpido comportamiento.

—Tiene usted razón, señor —convino Fatty, humildemente, esbozando una amplia sonrisa ante la idea de «intervenir» en el asunto.

Eso significaba que podría volver a hacer de detective. ¡Magnífico! ¡Por fin surgía algo emocionante en aquellas vacaciones!

—Bien —concluyó el inspector Jenks—. Haz las paces con Goon, si puedes, y luego dile que me telefonee. «No» le gustará tu proceder, Federico. Yo tampoco lo apruebo. Debes procurar borrar lo antes posible esta mancha que pesa sobre ti.

Y sin despedirse, el Inspector Jefe colgó el receptor. Fatty hizo lo mismo y permaneció unos instantes junto a la pared, reflexionando profundamente. Sentíase emocionado, pero, al propio tiempo, algo molesto. Por pura casualidad veíase envuelto en el caso del príncipe Bongawah. ¡Todo porque Bets se había disfrazado de princesa y Ern la había visto! ¿Pero quién iba a sospechar que el príncipe desaparecería y que al viejo Goon le faltaría tiempo para divulgar la noticia de su hermana imaginaria? ¡Era muy propio de Goon! ¡Siempre metiendo la pata!

¡Qué desagradable sería confesar a Goon que la princesa Bongawee era un ser imaginario y que la pequeña Bets había conseguido engañarle con su disfraz!

«Gasto demasiadas bromas —se dijo Fatty—. Pero la verdad es que la vida sería muy aburrida para mí y para los demás, si prescindiéramos de todas las bromas y travesuras que la animan. Lo que ocurre es que quizá las hacemos demasiado bien. ¡Demontre! ¡Ahí viene Goon! ¡Manos a la obra!».

Fatty fue a abrir la puerta anterior antes de que el policía pudiera llamar con la aldaba, pues no tenía el menor interés en que su madre oyese lo que tenía que contar a Goon.

Goon quedóse mirando al chico como si no diera crédito a sus ojos. Por último, exclamó:

—¡Vaya! ¡Resulta que me paso el día intentando localizarte y ahora vienes a abrirme la puerta antes de darme tiempo a llamar! ¿Dónde te habías metido?

—Eso no tiene importancia —repuso Fatty—. Pase usted a esta sala, señor Goon. Tengo algo que contarle.

El corpulento policía tomó asiento en una silla del pequeño despacho de la planta baja, sin poder ocultar su sorpresa.

—Tengo mucho que «preguntarte» —empezó el hombre—. He estado buscándote todo el día para obtener cierta información.

—Sí —masculló Fatty—. Tendrá usted toda la que quiera. Pero me temo que se va a llevar usted un sobresalto, señor Goon. Ha habido un infortunado error.

—¡Bah! —espetó el policía, enojado por el tono adoptado por Fatty—. No me interesan los errores, cualesquiera que éstos sean. Simplemente quiero preguntarte por la princesa Bonga… Bonga…

—Bongawee —aclaró Fatty, cortésmente—. Precisamente de ella quería hablarle. Sepa usted que no existe la tal princesa.

Goon no dio el menor crédito a estas palabras. Primero miró a Fatty, desconcertado. Después, señalándole con un enorme dedazo, profirió:

—Atiende, chico. Es inútil que pretendas que esa princesa no existe, porque la vi con mis propios ojos. Su declaración es importantísima para la resolución de este caso, ¿oyes? De modo que aunque ahora finjas no conocerla, ni saber dónde se encuentra, no pienso dejarme engañar. Estoy al frente de este caso y exigiré respuestas a mis preguntas. ¿Dónde está esa princesa?

—Bien… —titubeó Fatty—. Ya le he dicho que la princesa no existe. En realidad, era Bets disfrazada.

Goon se puso colorado como un tomate y, frunciendo los labios, miró al muchacho con ojos más saltones y centelleantes que nunca. ¿Qué se proponía aquel chico? ¿Cómo iba a creer él que la princesa era Bets disfrazada? ¡Qué tontería! ¿Acaso no la había oído hablar en un idioma extranjero con sus propios oídos?

—Estás inventando un cuento por algún motivo, Federico —espetó el hombre—. No sólo vi a la princesa, sino que la oí. Y hablando en otra lengua. Nadie puede hacer tal cosa si no sabe un idioma.

—¡Ya lo creo que sí! —replicó Fatty—. Yo mismo puedo hablar en un idioma extranjero durante media hora si usted quiere. ¡Escuche!

Y el muchacho soltó una serie de palabras ininteligibles que dejaron al señor Goon sumido en un mar de confusiones. El hombre parpadeó. ¿Cómo se las arreglaba aquel chico para hacer aquellas cosas?

—¿Ve usted? —dijo Fatty al fin—. ¡Es muy fácil! Pruebe usted a hacerlo, señor Goon. Basta con que deje usted la lengua suelta e intente hablar de prisa. Ese lenguaje no «significa» nada. Es una perfecta tontería. Ande, pruebe usted.

El señor Goon no aceptó la invitación. ¿Dejar él la lengua suelta? ¡Ni hablar, al menos delante de Fatty! Tal vez lo intentaría cuando estuviese solo. De hecho, parecía una buena idea. Él también podría «hablar en una lengua extranjera» cuando le apeteciese.

Total que el señor Goon prometióse intentarlo cuando estuviese solo en su casa.

—¿Ve usted? —dijo Fatty al estupefacto policía—. Todo es cuestión de dejar la lengua suelta, señor Goon. Pruébelo usted y verá. Tal es lo que hicieron Bets y los demás.

—¿Insinúas que aquel cortejo en que iba Ern estaba formada por Bets y tus amigos, disfrazados? —balbuceó el pobre señor Goon, recobrando el habla al fin—. ¿Y la Sombrilla de Ceremonial?

Fatty no pudo menos de ruborizarse.

—Pues… era simplemente un parasol de mi madre —declaró—. Ya le he dicho que fue todo una broma, señor Goon. Ern se presentó de improviso mientras mis amigos se disfrazaron, y ya sabe usted cómo es… se tragó todo el cuento de la princesa y de su azafata y compañía. Salimos a comprar unos helados… y entonces lo encontramos «a usted».

De pronto, el señor Goon lo comprendió todo, desconcertado de horror. ¡Pensar que se lo había contado al Inspector Jefe de pe a pa! ¿Cómo saldría de «aquel lío»? Olvidando la presencia de Fatty, el infeliz sepultó la cara entre las manos con un gemido.

Fatty estaba pasando un mal rato. No simpatizaba en absoluto con el señor Goon, pero sentía haberle metido involuntariamente en aquel humillante aprieto.

—Oiga usted, señor Goon —aventuró el muchacho—. Reconozco que fue una desagradable casualidad que el príncipe Bongawah desapareciese justamente después de nuestra broma de hacer pasar a Bets por su hermana. Se lo he contado al Inspector Jenks. Está tan enfadado conmigo como usted, pero comprende que fue una simple coincidencia… una desdichada casualidad. Todos lo sentimos mucho.

—¡Esa sombrilla! —gimió de nuevo el señor Goon—. ¡Dije al inspector que era una Sombrilla de Ceremonial! ¡Pensará que estoy loco! ¡Todos me tendrán por chiflado! Aquí estoy, bregando por conseguir un ascenso, e invariablemente te presentas tú a desbaratarme los planes. ¡Eres un diablo entrometido!

—«Le aseguro» que lo siento, señor Goon —aseveró Fatty—. ¿Por qué no trabajamos juntos esta vez? Procuraré compensar con creces este estúpido principio. Desentrañaremos este misterio juntos. ¡Vamos, sea usted bueno!

—¡No trabajaría contigo aunque me lo mandase el inspector en persona! —espetó el señor Goon, levantándose pesadamente—. ¡No quiero tratos con entrometidos! Por otra parte, ¿a qué equivaldría trabajar contigo? ¡«Yo te lo diré»! ¡A encontrar pistas falsas en mis propias barbas! ¡A merodear por las noches en busca de personas invisibles! ¡A detener a un inocente mientras tú te reservas al culpable! ¡Para ese viaje no se necesitan alforjas!

—De acuerdo —gruñó Fatty, empezando a enojarse por oírse llamar entrometido tantas veces—. En este caso, no trabaje usted conmigo. De todos modos, si puedo facilitarle alguna información, lo haré, para compensarle a usted de algún modo el desbaratamiento de sus planes.

—¡Bah! —exclamó Goon, dirigiéndose a la puerta con paso majestuoso—. ¿Crees que escucharé esas informaciones tuyas? ¡Ni lo sueñes, Federico Trotteville! ¡Y mantente al margen de este asunto! ¡Me ha sido encomendada la aclaración de este misterio y, como me llamo Teófilo Goon, que lo desentrañaré!