Capítulo VI

Desaparición

Dos días más tarde, Fatty, Larry y Pip tuvieron un tremendo sobresalto. Fatty bajó a desayunar antes que sus padres, y tras servirse una taza de café, llevóse a su cuarto los dos periódicos que llegaban cada mañana, dispuesto a disfrutar de su lectura con toda tranquilidad.

Los grandes y negros titulares llamáronle al punto la atención. Rezaban así:

«Desaparición de un príncipe de un campamento. El príncipe Bongawah desaparece durante la noche».

Casi simultáneamente, Larry leía también a Daisy la misma noticia, poco después de recoger los periódicos del umbral de la puerta anterior de su casa.

Entretanto, en casa de los Hilton, Pip procedía, como de costumbre, a echar un vistazo al periódico mientras lo leía su padre. La última página apenas le interesaba, pues en ella figuraban las noticias deportivas referentes a las carreras de caballos, golf y tenis, que nunca le habían llamado la atención. Por otra parte, la puntuación del criquet solía aparecer en caracteres demasiado pequeños para una lectura a vista de pájaro. Así, pues, Pip aguardó pacientemente a que su padre examinase los boletos de criquet de la última página para leer la primera.

Al punto vio, ante sus atónitos ojos, unos interesantísimos titulares: «El príncipe desaparece. El Estado de Tetarua es informado del hecho. Interpelación de los muchachos del campamento».

Pip tocó con el codo a Bets, indicándole el periódico con un silencioso ademán. La niña leyó los titulares. ¡Cielos! Sin duda se trataba del príncipe Bongawah, por cuya hermana habíase hecho pasar. ¡Qué coincidencia! Bets reflexionó sobre el caso. ¿Importaría su suplantación? No, imposible. Sólo habían hecho toda aquella comedia para gastar una broma a Ern.

Sin embargo, había otra persona interesadísima en la desaparición del pequeño príncipe, y esa persona era, naturalmente, el señor Goon. Al poco rato de leer la noticia, en el periódico de la mañana, el hombre fue informado oficialmente de la misma mediante una llamada telefónica del cuartel general de policía. Al punto se dijo:

«¡Pensar que vi con mis propios ojos a la hermana del príncipe! ¡Si la localizamos, es posible que averigüemos algo! Será mejor que me ponga al habla inmediatamente con el inspector, mejor dicho, con el Inspector “Jefe”, porque ya han vuelto a ascenderle. En cambio yo, ni por ésas. No cabe duda que estoy rodeado de enemigos. Eso es humillar a un Buen Agente. ¡Algún día les daré una lección!».

Y tras cavilar un rato sobre los enemigos que impedían su ascenso, se puso de nuevo al habla con el cuartel general y preguntó por el Inspector Jefe.

—Está ocupado —replicó la voz al otro extremo del hilo—. No puede distraerse. ¿Sobre qué quiere usted hablarle, Goon?

—Sobre algo relacionado con la desaparición del príncipe Bongawah —declaró Goon pomposamente—. Es muy interesante.

—En este caso, aguarde un momento —instó la voz.

Al poco, Goon oyó la imperiosa voz del Inspector Jefe profiriendo en tono algo enojado:

—¿Qué sucede, Goon? Estoy ocupado.

—Señor —farfulló Goon—, se trata de ese príncipe Bongawah o como se llame. Conozco a su hermana, la pequeña princesa Bongawee. Me pregunto si a alguien se le ha ocurrido interpelarla. Es posible que ella sepa algo acerca de la desaparición de su hermano.

Sobrevino un silencio. Tras breves instantes, la asombrada voz del Inspector Jefe inquirió:

—¿Hermana? ¿Qué hermana? Es la primera vez que oigo hablar de ella.

—Sí, señor —confirmó Goon, más hueco que un pavo—. La conocí hace dos días, señor. Iba con su prima, que cuida de ella, y con otros dos miembros de su séquito, todos muy ufanos y arrogantes.

Sucedióse otra sorprendida pausa.

—¿Es usted realmente el que está al aparato, Goon? —acertó a balbucir, al fin, el pasmado Inspector Jefe—. Todo esto me parece muy raro.

—¡Pues claro que soy yo, señor! —corroboró Goon, entre sorprendido y ofendido—. ¿Por qué no he de serlo? Me limito a informarle a usted de algo, como es mi obligación. ¿Tiene usted inconveniente en que interpele a la princesa, señor?

—Un momento, un momento —repuso el Inspector Jefe—. Antes tengo que formular unas preguntas aquí. No tenemos noticias de ninguna hermana, ni prima, y debo averiguar por qué.

Goon aguardó, satisfecho de haber causado semejante conmoción. ¿Qué le importaba a él que el Inspector Jenks formulase todas las preguntas que quisiera? ¡Al final tendría que dejarle tomar las riendas del asunto! ¡Qué suerte haber encontrado a Fatty con todos aquellos tetaruanos y su sombrilla! De pronto le asaltó una idea. ¿Cómo conocía «Fatty» a aquellos extranjeros?

«¡Maldito chico! —pensó el pobre Goon—. ¡Pensar que una vez que dispongo de un buen caso tendré que decir que fue ese gordinflón el que me presentó a la princesa! ¡Entonces el inspector se pondrá en contacto con ese entrometido y me arrebatará el asunto de las manos!».

El hombre reflexionó sobre esto, con el receptor telefónico pegado a la oreja izquierda. Súbitamente, su rostro se iluminó. Podía decir que su sobrino, Ern, era el autor de la presentación. Al fin y al cabo, «era» Ern el que le había dado todos los detalles. Por consiguiente, no necesitaba mentar a Fatty para nada.

De improviso, Goon se sobresaltó. La voz del Inspector Jefe de nuevo en el auricular.

—¿Está usted ahí, Goon? Acabo de efectuar varias indagaciones al efecto, y, al parecer, nadie sabe nada de una hermana llamada princesa Bongawee. Pero, puesto que usted afirma haberla visto, supongo que tendremos que investigar la cosa. ¿Cómo la conoció?

—Verá usted, señor. Mi sobrino Ern iba con ella y me contó quién era.

—¿Su sobrino «Ern»? —repitió el inspector, estupefacto.

Recordaba perfectamente al rollizo, granujiento y vulgar sobrino del señor Goon. El chico habíase visto envuelto en un misterio, pero, al final, logró salir del mal paso. ¿Qué hacía Ern en compañía de una princesa tetaruana? Una vez más, el inspector se preguntó si aquella llamada telefónica no sería una broma. Pero no, ni pensarlo. La áspera voz del señor Goon era inconfundible.

—¿Qué hacía Ern con la princesa? —preguntó al fin el inspector.

—Pues… sostenerle la Sombrilla de Ceremonial —declaró el señor Goon, empezando a creer que aquella historia suya resultaba algo inverosímil.

Sobrevino otra pausa. El inspector tragó saliva una o dos veces. ¿Estaría Goon bien de la cabeza? ¿No le habría dado una insolación? Aquella historia de una princesa, de Ern y de una Sombrilla de Ceremonial se le antojaba una solemne majadería. En realidad, no sabía qué partido tomar. Por último, suspiró:

—Atienda, Goon todo esto es muy raro, pero me figuro que algo hay, puesto que lo considera usted lo suficiente importante para requerirme por teléfono. He decidido autorizarle a usted a interpelar a esa… princesa. Puede preguntarle por qué está aquí, cuándo vino, qué hace, con quién está, etc. Hágalo ahora mismo. Le mandaré un hombre para comprobar sus averiguaciones.

—De acuerdo, señor, muchas gracias —murmuró Goon, satisfecho de contar con las primicias de aquel caso para él solo.

Y colgando el receptor, fue a por su casco. Lo malo era tener que ir a ver a aquel entrometido de Fatty. ¡Federico Trotteville! ¡Uf! De todos modos, le obligaría a contestar en seguida a sus preguntas. No Soportaría Ninguna Impertinencia de aquel Demonio.

Al punto dirigióse en su bicicleta a casa de Fatty, llamó insistentemente a la puerta, y preguntó por el chico a la doncella en cuanto ésta hizo su aparición.

—El señorito ha salido, señor —respondió la sirvienta.

—¿A dónde ha ido? —inquirió el policía.

Al oír la sonora voz del señor Goon, la madre de Fatty acudió al vestíbulo.

—¡Ah! —exclamó la señora Trotteville—. ¿Es usted, señor Goon? ¿Desea ver a Federico? Siento decirle que ha salido. ¿Quería usted hablar con él?

—Verá usted, señora —contestó el señor Goon—. Deseaba formularle unas preguntas sobre la princesa Bongawee. Pero quizás usted misma podrá informarme. ¿Se hospedaba la princesa en esta casa?

—¿«Qué» princesa? —exclamó la señora Trotteville, asombrada—. Ni siquiera había oído hablar de ella.

—Es la hermana de ese príncipe Bongawah que ha desaparecido —explicó el señor Goon.

Esta declaración no contribuyó en absoluto a aclarar las ideas de la señora Trotteville. En realidad, no había dado importancia a la noticia de la desaparición del príncipe, publicada en el periódico de la mañana. Se dijo que probablemente al príncipe no le gustaban los baños fríos y se había escapado. En cualquier caso, ¿qué tenía que ver aquello con Federico?

—Temo que no podré ayudarle, señor Goon. Federico regresó a casa hace dos o tres días y, que yo sepa, no ha alternado con ninguna princesa. Estoy segura de que si hubiese conocido a alguna, me la habría presentado. Buenos días, señor Goon.

—¿Pero quiere usted decir con eso que no la invitó usted a tomar el té ni nada por el estilo? —balbuceó el policía, desesperado.

—¿Cómo iba a hacer tal cosa si ni siquiera la conozco? —repuso la señora Trotteville, diciéndose que, sin duda, el señor Goon no estaba en sus cabales—. Buenos días.

Y cerró la puerta dejando en el exterior al desconcertado señor Goon, con la frente perlada de sudor ante la idea de que, al presente, tendría que buscar a aquel gordinflón por donde fuese. ¿Dónde estaría metido? Tal vez en casa de aquellos preciados amigos suyos, los Hilton, o en la de aquellos otros, Larry y Daisy.

El señor Goon dirigióse primero a casa de Larry, pero esta segunda visita tampoco dio resultado. Larry y Daisy habían salido.

—Probablemente han ido a casa del señorito Trotteville —sugirió la doncella.

Pero el señor Goon sabía ya a qué atenerse y no estaba dispuesto a volver allí otra vez.

El hombre pedaleó calle abajo, con la cara como un tomate. Al llegar al domicilio de Pip, dio un fuerte aldabonazo en la puerta principal.

Los cinco chicos estaban en el jardín con «Buster». Éste gruñó al oír la llamada, pero Fatty lo sujetó con la mano.

Bets fue a atisbar por el ángulo anterior de la casa y, a poco volvió al lado de sus compañeros como alarmada.

—Es el señor Goon —declaró—. ¡El viejo Ahuyentador! Está muy colorado y parece enojadísimo. ¡Dios mío! ¿No será que viene a preguntarnos por la princesa por quien me hice pasar? ¡Es tan necio que estoy segura que tragó el anzuelo!

—Vamos —ordenó Fatty levantándose—. Salgamos inmediatamente por el portillo trasero. ¡A escape! Si alguien nos llama, no nos encontrará. Si Goon anda en pos de la princesa Bongawee, ¡que siga buscando! Así se distraerá. Tú, cállate, «Buster». Si ladras lo echarás todo a perder.

Todos se precipitaron quedamente hacia el pequeño portillo que daba a la callejuela del fondo. «Buster» hizo lo propio, sin emitir el más leve gruñido. Sin duda ocurría algo y él también deseaba colaborar.

Sucedió, pues, que cuando la señora Hilton llevó al policía al jardín para buscar a los niños, no había ninguno de éstos a la vista, ni tampoco en la glorieta. ¡Qué raro!

—Y, no obstante, estoy «segura» de haberles oído aquí fuera hace un momento —murmuró la señora Hilton—. ¡Pip! ¡Bets! ¿Dónde estáis?

Nadie respondió. Tras repetir las llamadas una vez más, la buena señora dijo al sofocado Goon:

—Supongo que los encontrará usted en la casa de Federico Trotteville o en la de Larry. ¿Por qué no se da una vuelta por allí?

El señor Goon imaginóse a sí mismo yendo y viniendo de una casa a otra casa, en busca de un evasivo Fatty. Frunciendo el ceño alejóse, malhumorado, en su bicicleta.

«No cabe duda —pensó la señora Hilton—, que ese policía cada día tiene más malos modos».