Noticias de Erb
—No me pertenece —replicó Fatty, obstinadamente, sin soltar el saco.
—¿Pues de quién es? —inquirió el señor Goon.
—¡Del… del señor Fellows! —murmuró Fatty, para salir del paso.
Al punto, horrorizóse de lo que había dicho.
—¿Del señor Fellows? —repitió Goon, estupefacto—. En este caso, ¿cómo se explica que esté en su poder? ¡Vamos, démelo usted en seguida! ¡Su proceder es muy sospechoso y voy a detenerle ahora mismo!
Y el policía hizo ademán de coger el saco. Entonces, Fatty se puso en pie de un salto y, gritando dramáticamente, exclamó:
—¡No, no lo toque usted!
Y más dramáticamente todavía, levantó el saco y arrojólo al río, junto al embarcadero, alegrándose interiormente de deshacerse de él por fin. El saco cayó al agua con un tremendo chapoteo.
La desilusión del señor Goon fue indescriptible. ¡Pensar que barruntaba que había algo importantísimo en aquel saco y ahora éste había desaparecido! Desolado, arrodillóse a examinar las aguas inmediatas al embarcadero, momento que Fatty aprovechó para poner pies en polvorosa.
El señor Goon contempló, boquiabierto, al fugitivo. ¿Cómo era posible que aquel viejo cansino pudiera correr de aquel modo? ¿No estaría soñando? Lo malo era que no podría darle alcance, porque el individuo hallábase ya en la calle que llevaba al pueblo. ¡Qué raro que aquel sujeto fuese capaz de correr tanto después de dar la impresión de que no podía con su alma! Sin duda, «el miedo habíale conferido alas», como decía la máxima. Pero como él no tenía alas, tendría que emprender el regreso a su paso habitual.
Una vez más, arrodillóse a mirar el río, pero, naturalmente, no logró ver ni rastro del saco. En vista de ello, decidió volver al día siguiente con un bichero para halarlo. ¡Averiguaría lo que contenía aquel saco aunque tuviese que echarse de cabeza al agua para sacarlo!
Willie quedóse pasmado al ver pasar otra confusa figura como una exhalación. ¡Las cosas que ocurrían en aquellos tiempos! A aquel paso, dudaba de poder descabezar el sueño antes de medianoche. A buen seguro, no tardaría en reaparecer el policía, a su vez.
A poco, Fatty, adoptó el paso normal, convencido de que el señor Goon no iba tras él. Por suerte, el policía no le había reconocido. No obstante, ¿cómo se le habría ocurrido decir que el saco pertenecía al señor Fellows? ¡Además de ser una necedad, semejante declaración comprometería al señor Fellows! Fatty no pudo menos de sentirse inquieto.
Llegó a casa sin nuevos tropiezos, pero sentíase inesperadamente cansado. «Buster» le dispensó una bulliciosa bienvenida, y el muchacho despojóse de toda su indumentaria en el viejo cobertizo, entre el alborozo del pequeño «scottie».
Después, Fatty remontó trabajosamente el sendero del jardín que conducía a la casa.
«¡Demontre! —pensó, maravillado—. ¡Ahora sí que arrastro los pies de verdad! ¡Y conste que el cansancio no hace ninguna gracia cuando es auténtico!».
Estaba tan fatigado, que subió la escalera medio dormido. En cuanto se tendió en la cama, empezó a soñar en faroles encarnados siguiéndole, amenazadores. Al oírle gemir en sueños, «Buster» enderezó una oreja. Luego, Fatty soñó con el señor Goon, montando en su bicicleta. Afortunadamente, todas las luces encarnadas posáronse en él, y Fatty quedó libre al fin.
A la mañana siguiente, sonó el teléfono durante el desayuno.
—Es para usted, señorito Federico —anunció la doncella, acudiendo al comedor—. De parte del señorito Larry.
Fatty pegó un brinco como si le persiguiera una jauría. ¡Qué Larry telefonease tan temprano significaba que ocurría algo! El muchacho precipitóse al teléfono, excitado.
—¿Eres tú, Fatty? —preguntó la agitada voz de Larry—. ¡Oye! ¡El señor Fellows ha vuelto! ¡He pensado que es mejor que lo sepas en seguida, por si acaso el viejo señor Goon no lo sabe todavía!
—¡Cáscaras! —exclamó Fatty—. Has hecho muy bien. ¡Gracias por telefonear! ¿Cómo te has enterado?
—Me lo ha dicho Erb —explicó Larry—. Mientras me hallaba en el jardín con Daisy buscando a uno de los gatitos, empeñado en entrar en casa, Erb me llamó por la tapia y me dijo que anoche, mientras escuchaba de nuevo el canto de sus preciosas lechuzas, despierto en la cama, oyó el chirrido del portillo de la casa vecina.
—Continúa —instó Fatty—. ¿A qué hora fue eso?
—Erb asegura que fue alrededor de las dos de la madrugada —respondió Larry—. Al oír el ruido acudió inmediatamente a la ventana a comprobar si se trataba de otro ladrón, pero entonces vio al señor Fellows, muy claramente por cierto, bajo la luz de la luna. Luego volvió a verle porque, al entrar en la casa, el hombre encendió la luz de la salita, cuya ventana permite a Erb atisbar el interior. Entonces comprobó que el hombre «era», efectivamente, el señor Fellows.
—¿Cómo iba vestido? —preguntó Fatty, excitado por la noticia.
—Erb no pudo verlo bien, pero «cree» que llevaba un batín. Sin embargo, no vio ningún paquete, de modo que si de veras el hombre huyó de la casa con un fardo…
—¡Así fue! —afirmó Fatty—. ¡Anoche me lo dijo un vigilante!
—¿Ah, sí? —barbotó Larry—. Pues, en este caso, no volvió a traerlo consigo. ¿Crees que le impresionó ver su casa patas arriba?
—No —repuso Fatty—. Probablemente lo esperaba. Bien, iré a tu casa después de desayunar. Telefonea a Pip y a Bets, ¿quieres? Tendremos que reflexionar sobre el partido a tomar. A propósito, Goon sigue la misma pista que nosotros. Anoche estuvo muy locuaz con los vigilantes. Me dio la impresión de que, por primera vez en su vida, se ha propuesto utilizar la materia gris. ¡Qué milagro!
—¡Federico! —le gritó su madre—. Se te está enfriando el desayuno. ¡No te entretengas más!
—Adiós Larry —farfulló Fatty, preguntándose hasta qué punto habría oído su madre la conversación telefónica—. Hasta luego.
De regreso al comedor, el chico volvió a ocupar su sitio, diciendo:
—Era Larry. Esta mañana nos reuniremos todos en su casa, siempre y cuando tú no tengas inconveniente, mamá. ¿No me necesitas para nada?
—«Pensaba» pasar revista a todos tus trajes escolares —respondió su madre—. Pero ya lo haremos otro rato.
—¡Uf! —gruñó Fatty—. ¡Ya no me acordaba del colegio! Por lo regular, me gusta volver allá, pero esta gripe me ha dejado postrado. ¡Ojalá las vacaciones fuesen más largas esta vez!
—Pues pareces la personificación de la salud —observó su padre, bajando el periódico que estaba leyendo—. Y, a juzgar por la cantidad de salchichas que te has comido, estás en plena forma. De modo que no intentes engatusar a tu madre: volverás al colegio el primer día de clase.
—¿Quién ha dicho que trato de engatusarla? —protestó Fatty, indignado—. ¡Las salchichas no tiene nada que ver con mi estado! En realidad, me las he comido maquinalmente, casi sin darme cuenta.
—En este caso, ¡lástima de salchichas! —murmuró su padre, levantando de nuevo el periódico—. Oye, Federico sin querer, he oído parte de tu conversación telefónica de hace un momento. Confío en que no volverás a inmiscuirte en los asuntos de ese ridículo policía.
—Si puedo lo evitaré —masculló Fatty, untando una tostada con mantequilla—. ¿Trae muchas noticias el periódico esta mañana, papá?
—Bastantes —contestó el señor Trotteville secamente—. Conste que me doy perfecta cuenta de que te interesa el cambiar de tema.
Fatty optó por callarse, y mientras saboreaba su tostada, recapacitó sobre el regreso del señor Fellows. Estaba dispuesto a ir a verle inmediatamente después de desayunar, so pretexto de devolverle el gatito. ¡Qué magnífica excusa! Y aprovecharía la ocasión para sonsacarle. A buen seguro, el señor Goon estaba en ayunas del retorno del señor Fellows. ¡Erb «no» se lo habría contado «a él»!
«¡Buena faena, Erb!», pensó Fatty, bebiéndose el café.
Erb les estaba resultando, en verdad, muy útil, gracias a su afición a las aves nocturnas. Muy distinto habría sido si su interés se hubiese centrado en los gorriones diurnos.
Tomando la bicicleta, Fatty dirigióse presurosamente a casa de Larry con «Buster» en la cesta. Por el camino, vio al señor Goon, también en bicicleta, a considerable distancia. Al reconocer a Fatty, el policía le agitó la mano frenéticamente, deseoso de formularle unas preguntas sobre la noche anterior.
Fatty comprendió al punto la intención del hombre, pero en lugar de detenerse, agitóle la mano a su vez como aquél que corresponde a un saludo. El policía pedaleó furiosamente para darle alcance.
«¡Qué fastidio!», pensó Fatty, acelerando la marcha.
Tras doblar una esquina, apeóse de su bicicleta y desapareció con ella en el jardín de una casa deshabitada, agazapándose tras la valla.
El señor Goon pasó ante la casa, sofocado y jadeante, y remontó la calle, maravillado de que Fatty pudiera desaparecer tan de prisa. Entonces Fatty salió de su escondite y, montando en la bicicleta, alejóse en dirección contraria. «Buster» mostraba su extrañeza ante semejante proceder; pero ni si quiera se movió de la cesta.
«Goon está al acecho —se dijo Fatty—. Sin duda quiere que le conteste a varias preguntas embarazosas. ¿No será que sospecha que yo era el tipo a quien siguió anoche? ¿Habrá recuperado ya aquel saco de piedras y ladrillos? Seguramente se valdrá de un bichero para sacarlo. ¡Le deseo buena suerte! ¡La cuestión es que se entretenga por el río y me deje en paz unas horas!».
Llegó a casa de Larry sin aliento. Pip, Bets, Larry y Daisy acechaban su llegada. Daisy tenía el gatito en brazos.
—Nadie ha visto rastro del señor Fellows —informó Larry en cuanto vio aparecer a su amigo—. Suponemos que se habrá acostado un rato. ¿De veras crees conveniente ir a verle? ¡A lo mejor no le cae bien tu visita!
—No hay otro remedio —replicó Fatty—. No puedo perder esta oportunidad. Debo interpelarle sin falta antes de que Goon descubra su regreso.
Y tomando el gatito, agregó:
—Gracias, Daisy. ¿Qué hay, minino? ¡Apuesto a que no te gustará dejar a tu amiguito para volver a aquella casa solitaria!
Luego, dejando su bicicleta en el jardín de Larry, remontó la calle y se detuvo dos casas más allá, ante el portillo del señor Fellows, indeciso entre dirigirse a la puerta principal o a la trasera. Todo continuaba sumido en la quietud. ¿Fingía el señor Fellows estar ausente aún?
«Iré por detrás —pensó Fatty—. No quiero exponerme a que me sorprenda Goon de plantón ante la puerta principal, si por casualidad se le ocurre venir por aquí».
Queda y cautelosamente, el muchacho contorneó la casa en dirección a la fachada posterior. Una vez allí, atisbo por la ventana rota. No se veía un alma. Fatty reflexionó de nuevo.
A buen seguro, el señor Fellows no contestaría a ningún timbre ni llamada si, en efecto, estaba acostado. Con todo, Fatty debía verle a toda costa. ¿Pero, cómo? El chico se devanó los sesos pensando.
De pronto, se le ocurrió una magnífica idea. Probablemente, a su regreso, el señor Fellows había estado buscando el gatito y hasta era posible que estuviese preocupado por él. Fatty decidió, pues, arrimar la cara al cristal roto y mayar con toda su alma. ¡Si aquello no atraía al señor Fellows a la cocina, no había solución!