Unos pocos planes… y una buena merienda
Al oír aquella declaración de Fatty se pusieron todos contentísimos, e incluso «Buster» mostró su aprobación dando coletazos en el suelo, dispuesto a intervenir en el desentrañamiento de aquel nuevo misterio.
—Supongo que todos recordáis nuestras gestiones de esta mañana —dijo Fatty— y las pocas pistas de que disponemos, a saber: dos clases de huellas de pisadas, un guantecito encarnado y una colilla, que en realidad no puede considerarse un indicio, como no sea el de que el intruso fumaba, porque ni siquiera sabemos de qué marca era el cigarrillo.
—En efecto —convino Larry—. Esas dos son todas nuestras pistas.
—A propósito —profirió Fatty, acordándose súbitamente de un detalle—. Sabemos que el hombre se escondió en el jardín y entró en la casa por la ventana trasera, pero ¿sabe alguno de nosotros por dónde salió? El hecho de que no estuviera en la casa al día siguiente, esto es, hoy, indica que se fue una vez cumplida su misión. ¿Alguna sugerencia?
—Sí —apresuróse a responder Pip—. Creemos que salió por lo puerta anterior. Nos pareció distinguir varias pisadas suyas entre el revoltijo de huellas grabadas en ambas direcciones del sendero anterior. De cualquier modo, no vimos ninguna desandando el camino de ida en el jardín trasero.
—Entendido —murmuró Fatty—. Según eso, el intruso probablemente salió por la puerta anterior, absteniéndose de cerrarla de golpe para no llamar la atención de los vecinos. Es una lástima que no sepamos de nadie que viera a uno de los dos hombres vagando a altas horas de la noche, particularmente a Fellows, que iba en zapatillas y acaso en batín. De hecho, ésa debería ser nuestra primera gestión: buscar a una persona que hubiese visto a cualquiera de los dos individuos anoche.
—No sé cómo quieres hacerlo —objetó Daisy—. Si fuésemos preguntando a la gente que andaba por la calle a aquellas horas si vieron a un hombre en batín y zapatillas, nos tomarían por locos.
—Otra cosa que nos convendría averiguar es a qué hora entró el hombre en la casa —prosiguió Fatty—. Esto podría proporcionarnos alguna guía.
—¿Una guía para qué? —inquirió Daisy.
—No sé —repuso Fatty—. El caso es que debemos seguir cualquier pequeño indicio. Oye, Larry, ¿tú conoces a los vecinos que viven en la casa situada entre la vuestra y la del señor Fellows?
—Sí —asintió Larry—. La mujer es niñera y tiene un hijo. A veces charlo con él. Es un gran entusiasta de los pájaros. Suele pasarse horas observándolos y sabe todos sus nombres y reclamos.
—¿Da su habitación al jardín del señor Fellows? —preguntó Fatty.
—Lo ignoro —replicó Larry—. ¿Quieres que le pregunte si oyó algo raro anoche, como, por ejemplo, la rotura de un cristal?
—¿Por qué no? —asintió Fatty—. Si supiéramos a qué hora entró el ladrón, pongamos a las tres de la madrugada, es posible que pudiéramos localizar a una persona que huviese visto a Fellows por algún sitio a dicha hora.
—¿Qué persona? —repuso Larry, con sorna—. ¿Crees que hay mucha gente merodeando por la calle a las tres de la madrugada?
—Por lo regular, no —admitió Fatty—, excepto el señor Goon alguna que otra vez. Pero hay vigilantes y serenos. ¿«Sabes» a quiénes me refiero, Larry? A los encargados de…
—¡Sí, ya sé, ya sé! —interrumpióle Larry, haciendo una mueca—. De acuerdo, tú ganas. No se me había ocurrido lo de los vigilantes nocturnos. Precisamente ahora abundan en nuestro pueblo para vigilar el material y los aperos de los peones que están arreglando las calles. Sí, tienes razón. Es posible que un vigilante nocturno viera al señor Fellows en batín, aunque lo más seguro es que el hombre llevase un abrigo encima.
—Si fue a las tres de la madrugada —intervino Bets—, lo natural es que llevase el pijama puesto y se le viera asomar por debajo del abrigo. No creo que importe el hecho de si llevaba batín o abrigo. Para llamar la atención, bastábale salir a la calle con pantalones de pijama y zapatillas.
—En resumidas cuentas, ¿qué propones que vayamos a interpelar a todos los vigilantes del pueblo sobre posibles merodeadores en batín o zapatillas? —gruñó Larry, contrariado ante la idea—. A otro perro con ese hueso. Los vigilantes nocturnos no suelen ser muy serviciales durante el día… contando con que pueda dar uno con ellos. Suelen estar medio dormidos y malhumorados.
—En este caso, iremos a verlos por la noche —decidió Fatty—. Cabe suponer que, como tienen que vigilar, entonces estarán completamente despiertos. Creo que iré «yo». Eso no es cosa de chicas y, además, dudo de que vuestras madres os permitieran salir a la calle de noche con este frío, Larry y Pip, por miedo a que recayerais de la gripe.
—¿Y tu madre? —inquirió Pip—. ¿Te lo permitirá?
—Probablemente experimentaré la necesidad de llevar a dar un paseo a «Buster» esta noche —declaró Fatty, solemnemente—. Mi padre se encargó de hacerlo durante mi enfermedad y, al parecer, «Buster» le hizo bobear por todo lo alto, escondiéndose en los arbustos y obligando a papá a buscarlo horas y horas para encontrarlo al fin aguardándole pacientemente en el umbral de la puerta anterior.
Todos se rieron.
—De acuerdo —convino Pip—. Quedamos en que esta noche llevarás a «Buster» a dar un largo paseo y trabarás conversación con varios vigilantes. ¡Ya te veo sentado en un cubo boca abajo, hablando por los codos y calentándote las manos en uno de esos estupendos braseros portátiles!
—Y yo, por mi parte, interpelaré a mi vecino —prometió Larry—. Se llama Erb, el diminutivo de Herbert o de Erbert, nunca lo he aclarado. Es un chico muy simpático. Si consigo averiguar algo, te llamaré por teléfono, Fatty. Iré a verle esta noche y, con la excusa de prestarle un libro de ornitología o lo que sea, lo acribillaré a preguntas.
—Bien —convino Fatty—, y si de resultas de tu interpelación averiguas la hora de la rotura de la ventana, tanto mejor. Entonces podré preguntar a los vigilantes si vieron a Fellows a una hora determinada y será todo más fácil.
—¿Por qué? —preguntó Bets, desconcertada.
—Porque a lo mejor resulta que tengo un tío sonámbulo que salió de casa a determinada hora de la noche y deseo saber por dónde anduvo —declaró Fatty, sonriendo—. ¡Ajá! ¡Voy a interesar a unos pocos vigilantes nocturnos en mi tío Horacio!
—No sabía que tuvieses un tío llamado Horacio —farfulló Bets.
—¿No? —sonrió Fatty—. Pues, como acabo de decirte, es el sonámbulo. Además, tengo otro tío llamado Tobías, que sale por la noche a buscar gusanos de luz. Es un viejo raro. Es posible que los vigilantes le hayan visto también.
La salida fue acogida con risas.
—¡Qué bobo eres! —exclamó Bets, dándole una puñada—. ¡Tienes tanta imaginación que nadie cree tus historias!
De pronto, «Buster» precipitóse a la puerta y permaneció allí, con el hocico pegado a ella.
—«Buster» ha oído que traen la merienda —infirió Pip—. Me gustaría tener el oído de un perro. A propósito, Daisy, ¿cómo está el gatito?
—Muy bien —respondió la muchacha—. Es muy mono y cariñoso. Si, como supongo, pertenecía al señor Fellows, a estas horas debe de estar preocupado por él. No comprendo cómo hay gente capaz de abandonar a un pobre animalito para que se muera de hambre en una casa desierta.
—A lo mejor, vuelve —sugirió Fatty—, y, en tal caso, el gato constituirá un magnífico pretexto para ir a verle, Daisy. Puedo llevarle el gatito y formularle toda clase de preguntas inocentes.
—Buena idea… «si» de veras regresa —ensalzó Pip—. ¡Hurra! ¡«Buster» no se equivocaba! ¡«Es» la merienda!
Él y Bets precipitáronse a la puerta y tomaron de manos de la doncella dos grandes bandejas bien colmadas.
—Gracias —murmuró Pip, echándoles una ojeada de aprobación—. ¡Cáscaras! ¡Qué magnífico pastel de chocolate!
Era, en efecto, una suculenta merienda, consistente en tortas recién hechas, calientes y mantecosas, mermelada de fresa, pan y mantequilla, salmón en conserva y pasta de camarones, bollitos de jengibre, galletas tostadas y, como colofón, un gran pastel de chocolate relleno de espesa crema.
—Propongo que, después de merendar, bajemos a la cocina en comisión a dar tres vivas —sugirió Larry— no cabe duda que la gripe tiene sus ventajas… ¡una vez pasada! Confío en que en la escuela nos sigan cebando así siempre.
—Seguramente nos alimentarán —sonrió Pip, ofreciendo tortitas a sus invitados—. ¡Pero no a base de estos alimentos! En el colegio, en seguida me harto.
—¡Ja, ja, ja! —exclamó Larry, dando un bocado a su torta—. ¡Qué chiste! ¡Caramba! ¡Ésta es la torta más mantecosa que he comido en mi vida! ¡Apuesto a que «Buster» estaría encantado de lavarme la cara después de zampármela!
La merienda transcurrió en un ambiente cordial, alegre y confortable. «Buster» aceptó pedacitos de todos y aprovechó una distracción general para apoderarse de una galleta del plato que las contenía.
Una vez desaparecidas todas las golosinas, Pip preguntó cortésmente a sus amigos si deseaban que bajase a la cocina a por más. Pero todos estaban repletos. «Buster» dio unos coletazos en la alfombra para dar a entender que no le importaría tomar unas pocas galletas más, pero desgraciadamente nadie se fijó en él.
Después de merendar, jugaron a la oca, pero antes de terminar la partida, tuvieron que interrumpirla. Larry y Daisy debían regresar a casa a las seis y cuarto para recibir a una tía que iba a pasar unos días con ellos.
—¿Tendrás tiempo de ir a ver a tu vecino Erb? —preguntó Fatty.
—Naturalmente —asintió Larry—. Dejaré a Daisy charlando con tía Pamela (mi hermana es una gran conversadora) y yo iré por las mías. Vamos, Daisy. Debemos irnos.
Bajaron todos a la cocina y dieron tres vítores por la exquisita merienda. Las dos sirvientas mostráronse muy complacidas.
—¡Vamos, zalameros! —sonrió la cocinera—. ¡Todo esto es comedia para que os sirvamos otra suculenta merienda la próxima vez que volváis por aquí! ¡Ah! ¡Aquí está «Buster»! ¿Te han dado algo de merendar, «Buster»?
«Buster» agachó la cola en señal negativa.
—¡Eh, tú, mentirosuelo! —reconvino Pip—. ¿Quién robó una galleta del plato? Pensabas que no miraba, pero te vi perfectamente. Afortunadamente eras mi invitado. ¡De lo contrario, te habrías llevado una buena reprimenda!
Larry, Daisy y Fatty fueron a despedirse de la señora Hilton y a darle las gracias, pues les constaba que la dama era muy estricta en lo tocante a buenos modales. Luego, encamináronse juntos al portillo anterior por el sendero del jardín. Fatty montó en su bicicleta.
—Espero no tropezar con Goon —refunfuñó—. Voy sin luz. Bien, hasta luego, Larry y Daisy. ¡Ya tenemos un nuevo misterio! ¡Veremos cómo resulta! No te olvides de telefonearme, Larry.
—Pierde cuidado —tranquilizóle éste—. ¡Buena suerte con tu tío Horacio, tu tío Tobías y los vigilantes nocturnos, Fatty! ¡Y procura no perder de vista a esos dos tíos tuyos en el futuro!