La risa es un buen remedio contra la gripe
Las carcajadas de Fatty llegaron a oídos de los demás a través del jardín vecino. Estaban todos recogidos en casa de Larry y aguardaban a su amigo en el jardín trasero. Al oír las risotadas, «Buster» enderezó las orejas, ladrando alborozadamente. Al igual que los muchachos, gozaba oyendo la sonora risa de su amo.
Tras encaramarse a la tapia, Larry dio un fuerte silbido. Fatty reconoció la señal, utilizada a menudo por los investigadores, y al ver a Larry en lo alto del muro, le gritó:
—¡Aguardadme! ¡Ya voy!
A poco reunióse con los demás en el jardín de Larry. Los cinco se metieron en una pequeña dependencia situada al fondo del jardín.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Daisy—. ¿Por qué salió Goon de la casa corriendo a galope tendido? ¡Le hemos visto pasar ante el portillo como una verdadera exhalación!
Fatty prorrumpió de nuevo en risas sin poderlo remediar, contagiando a los demás de su irresistible hilaridad. Pip le dio una puñada y «Buster» abalanzóse sobre él presa de gran excitación. ¿Por qué estaba tan contento su amo?
—Vamos —instó Pip—, cuéntanos lo sucedido.
Fatty no se hizo rogar más. A los pocos instantes todos sus amigos reíanse a mandíbula batiente, sentados en el suelo de la dependencia y sujetándose los costados para no reventar de risa ante la idea del asombro del señor Goon al oír los gruñidos del cerdo y del perro y los gemidos del hombre invisible.
—¡Eso de la tía es genial! —barbotó Larry, oprimiéndose los doloridos costados—. ¿Cómo se te ocurrió? ¡Vive Dios! ¡Sólo un estúpido como el señor Goon era capaz de tragárselo! ¿Qué «pensará» el inspector Jenks cuando Goon presente un informe plagado de cerdos, perros y hombres que preguntan por su tía?
Eso renovó la hilaridad general, pero Fatty no tardó en adoptar un aire más formal y, frotándose la nariz murmuró, pensativo:
—No se me había ocurrido lo del informe. ¡Claro! ¡Es lógico que lo redacte! ¡Cáspita! Apuesto a que el inspector jefe sospechará que hay gato encerrado, particularmente si se entera de que yo estaba con Goon al suceder todo esto.
—A lo mejor no te nombra en el informe —tranquilizóle Daisy—. Por poco que pueda, te excluirá del asunto. Ya sabes que detesta reconocer que tú siempre trabajas en el mismo caso que él.
—Telefoneó solicitando ayuda —recordó Fatty—. Vamos a ver si ha conseguido que se la manden y si ha vuelto a la casa con refuerzos.
En el preciso momento que llegaron al portillo anterior y se asomaron a mirar, en tanto «Buster» se esforzaba en colarse entre sus pies, apareció en el extremo de la calle el señor Goon acompañado del agente Kenton. Éste habíase llevado una sorpresa al tropezar de manos a boca con su compañero en la esquina de la calle.
—Precisamente venía a su encuentro —apresuróse a explicar el señor Goon—. Me dije que a lo mejor no sabía usted dónde estaba la casa en cuestión. Vamos, en marcha.
Al ver a los cinco chicos asomados al portillo, el hombre les frunció el ceño, en especial a Fatty, por haberle abandonado. ¡Diablo de chico! No obstante, juzgó preferible no dirigirles la palabra para evitar que Fatty se riese a costa suya. Fatty era la persona más ducha en el arte de soltar una grosería con buenos modales que Goon había conocido en su vida.
—Apuesto a que el amigo de Goon se sorprenderá al no ver ningún gato, perro, cerdo ni hombre en la casa —murmuró Fatty, que había tomado consigo al gatito para entregárselo a Daisy, al ver que el animal saltaba oportunamente de la ventana mientras él se hallaba riendo en la parte trasera de la casa violentada.
Al presente, el gatito estaba jugando amigablemente con el gato de Daisy.
El agente Kenton mostróse, en verdad, asombrado de no encontrar en la casa ninguno de los indicios de que le había hablado Goon.
—¡Ni siquiera a la tía! —lamentóse—. ¡Tanta ilusión que me hacía verla! ¿Está usted seguro de que no vio visiones, señor Goon?
—No «vi» nada, excepto el gatito —masculló el pobre señor Goon, pasmado de no oír ningún gruñido ni gemido y de no encontrar por ninguna parte a los posibles autores de los mismos—. Le repito que sólo oí voces.
—¿Adónde habrá ido la tía? —preguntó el agente Kenton maliciosamente.
—No insista en lo de la tía —instó el señor Goon, exasperado—. Quienquiera que fuese esa señora, no estaba en la casa. El hombre preguntaba por ella, eso es todo. Ya se lo he dicho y repetido a usted mil veces.
El agente Kenton sentíase inclinado a bromear sobre el asunto, y esta actitud irritó tanto al señor Goon que empezó a exagerar la cosa.
—Si hubiese estado usted aquí y hubiese oído gruñir a un perro dispuesto a echársele encima, y a un cerdo alborotando en el piso de arriba, y a un individuo gimiendo a voz en grito y arrastrándose por el suelo, le aseguro que no estaría usted de humor para bromas.
—Bien, parece ser que el gatito, el cerdo, el perro y el hombre tomaron las de Villadiego en cuanto usted abandonó la casa —masculló el agente Kenton en tono severo—. Debiera usted haberme aguardado allí. Ahora han desaparecido todos los animales y el hombre en cuestión. Tendrá usted que indagar su paradero por la vecindad y averiguar si alguien los vio salir juntos.
El señor Goon palideció ligeramente. Estaba seguro de que la gente no le tomaría muy en serio si iba formulando una pregunta como aquélla. En consecuencia, cambió de tema y, al poco rato, ambos policías cerraron la ventana abierta y salieron por la puerta anterior. Los muchachos oyeron el portazo e inmediatamente vieron aparecer a los dos hombres.
Ambos pasaron a la otra acera por iniciativa del señor Goon, deseoso de evitar que los chicos, especialmente Fatty, le dirigieran preguntas comprometedoras. Por fin ambos policías se perdieron de vista.
—¡Qué mañana más estupenda! —suspiró Pip—. Me he olvidado de la gripe. No comprendo por qué los médicos no recomiendan este remedio contra la gripe. No hay modo de sentirse enfermo con mañanitas como ésta. Jamás me había reído tanto. ¿Qué hacemos ahora, Fatty?
—¿Tenéis algo que comunicarme? —inquirió Fatty—. Como recordaréis, os encargué que exploraseis los alrededores de la casa en busca de algún indicio. ¿Habéis tomado nota?
—Unas pocas —respondió Larry—. Las hemos reunido todas en este breve informe. Lo redacté mientras te aguardábamos.
—Buena faena —aprobó Fatty—. Vamos a ver.
Larry procedió a leer sus notas en voz alta.
—Reconocimos cuidadosamente los alrededores de la casa y descubrimos el lugar por donde entró el ladrón en la finca. No lo hizo por el portillo anterior, sino por la tapia situada al fondo del jardín.
—¿Cómo lo sabéis?
—Porque allí hay un parterre y en él figuran profundas huellas de pisadas —explicó Larry—. Sólo una persona saltando una tapia pudo haberlas hecho.
—Entendido —murmuró Fatty—. Adelante.
—Encontramos las mismas huellas junto a un arbusto —prosiguió Larry—. Sin duda, el hombre permaneció allí escondido porque hay muchas pisadas confundidas y superpuestas, como si su autor hubiese estado allí un rato, atisbando de cuando en cuando.
—¿Dibujasteis las huellas? —inquirió Fatty.
—Naturalmente —intervino Pip, sacándose un papel del bolsillo—. Pero no creo que la cosa resulte de gran utilidad. Suponemos que el hombre llevaba botas altas del número cuarenta y dos. Sea como fuere, las marcas son exactamente iguales que las producidas por nuestras botas, sólo que las nuestras son más pequeñas.
—De acuerdo. Continúa, Larry.
—Encontramos esta colilla —prosiguió el muchacho, pasándole un húmedo cigarrillo casi consumido—. Sin embargo, esto no nos saca de ninguna duda. Es la única que pudimos hallar debajo de unas hojas. Supongo que Goon encontró otras varias. Por todas partes vimos las enormes huellas de «sus» pisadas. Pero las distinguimos fácilmente de las demás.
—¡Es una suerte que Goon tenga los pies tan colosales! —exclamó Fatty—. ¡Gracias a eso reconocemos siempre sus huellas! ¿Alguna otra cosa?
—Sí —afirmó Larry, tomando de nuevo sus notas para proseguir la lectura—. Observamos la presencia de esas huellas en el trecho comprendido entre el arbusto y la parte posterior de la casa. Como es de suponer, no pudimos verlas sobre el césped, pero las localizamos en otro parterre y también en un sendero de grava muy mojado que discurre detrás de la casa. Las hay, asimismo, en abundancia, al pie de la ventana rota, aunque muy confusas. A buen seguro el hombre saltó por la tapia, escondióse tras el arbusto y, cuando lo juzgó conveniente, deslizóse por el jardín hasta la casa y rompió el cristal de la ventana. Debajo de ésta hay medio ladrillo. Suponemos que lo utilizó para la rotura del cristal.
—Probablemente —asintió Fatty—. Según eso, cabe la posibilidad de que alguien oyera el estrépito. Ya lo averiguaremos. ¿Algo más?
—Sí —contestó Larry—. Hay otras huellas diferentes que parten de la puerta anterior y siguen por los parterres dispuestos frente a la casa y por un trocito del sendero enarenado que conduce al portillo posterior. Luego desaparecen. No van directas desde la puerta anterior hasta el portillo anterior. En tal caso, seguramente no las habríamos visto, porque ahora hay infinidad de huellas diversas en aquel trecho.
—Comprendo —murmuró Fatty, pensativo—. De modo que suponéis que alguna otra persona, probablemente el señor Fellows, salió corriendo por la puerta anterior y, en lugar de dirigirse al portillo anterior, lo hizo al posterior, a través de los parterres, y desapareció por allí.
—Ni más ni menos —suspiró Larry, cerrando la libreta—. Eso es todo cuanto figura en nuestras notas.
—Pues resulta muy interesante —elogió Fatty—. Apuesto a que habéis aprovechado más el tiempo que el viejo Goon. Ahora dejadme pensar un rato e intentaré reconstruir exactamente lo sucedido anoche.