El señor Goon queda pasmado
Antes de darle tiempo a bajar, oyó la airada voz del señor Goon, profiriendo:
—¡Eh, chicos! ¿Qué hacéis aquí? ¡Largaos!
Luego percibió los ladridos de «Buster». Fatty sonrió para sí. ¡Cuántas y cuántas veces habíase repetido aquella misma escena, con los investigadores escudriñando, Goon sorprendiéndolos y alejándolos, y «Buster» expresando bulliciosamente su oposición! En realidad, «Buster» no sólo sabía guardarse, sino guardar también a todos sus amigos.
Fatty consideró la posibilidad de escapar por la puerta anterior, pues la voz del señor Goon procedía de la parte posterior del edificio.
—¡Entorpeciendo la acción de la ley! —vociferaba el enojado policía—. ¡Metiéndoos donde no os llaman! ¿Qué os importa a vosotros todo esto? ¡Fuera de aquí en seguida!
—Verá usted —explicó Larry—. Vivimos dos puertas más allá. Es natural que nos interese a Daisy y a mí. Puesto que hay ladrones por la comarca, quiero saber a qué atenerme por si acaso vienen a nuestra casa.
—¡Bah! —espetó Goon con incredulidad—. ¡Pamplinas! ¡Excusas para meter las narices! Este caso es muy trivial.
No hay misterio que valga. De modo que no merece la pena que perdáis el tiempo con él. ¡Andando! ¡Llevaos a ese perro antes de que me saque de mis casillas! ¡Vaya con el fastidioso bicharraco de mala casta!
Fatty hubiera dado cualquier cosa por hallarse entre sus compañeros. ¡Llamar a «Buster» bicharraco «de mala casta», siendo así que el pequeño «scottie» tenía un árbol genealógico que se perdía en la lobreguez de los tiempos y todos sus antepasados habían sido ejemplares de pura raza! Fatty estaba rojo de ira. No obstante, encaminóse de puntillas a la puerta anterior para evitar que el señor Goon le sorprendiese dentro de la casa, aunque tenía una buena excusa que aducir: el rescate del gatito.
—¿Dónde está el gordinflón? —inquirió el señor Goon advirtiendo de pronto la ausencia de Fatty—. Supongo que sigue aún en cama con la gripe. Es el mejor sitio para él. ¡Confío en que tenga una recaída! ¿«Queréis» llamar a este perro de una vez?
—Ven acá, «Buster» —ordenó Larry—. Si quieres, te buscaré unos tobillos mejores que ésos para morder.
El señor Goon resopló, según su costumbre.
—Salid todos de este jardín —rugió el policía—. Si vuelvo a encontraros merodeando por aquí os denunciaré. ¡Sí, señor! ¡Y además, iré a informar a vuestros padres de esta nueva travesura, especialmente a los tuyos, Philip Hilton!
Pip apresuróse a abandonar el jardín de la casita, llevándose consigo a Bets. No le hacía ni pizca de gracia que el señor Goon presentase más quejas a sus padres, pues éstos tenían la mala costumbre de tomarse en serio al policía. Larry y Daisy imitaron su ejemplo, en tanto Larry sujetaba a «Buster» por el collar. Los cuatro aguardaron en la calle, junto al portillo, inquietos por la suerte de Fatty.
Éste fue muy desafortunado. ¡Con deciros que abrió la puerta anterior desde dentro en el preciso momento en que el señor Goon la abría desde fuera! Al verle, el policía quedóse como fulminado por un rayo boquiabierto de asombro y rojo de indignación. Por fin logró tragar saliva, momento que Fatty aprovechó para decirle afablemente:
—Buenos días, señor Goon. Pase usted. Yo me encargaré de cerrar la puerta.
El policía entró en la casa, mudo aún de sorpresa. De pronto, recobrando el habla, espetó:
—¿Qué haces «aquí» en una casa intervenida por la policía? ¿Estás haciendo oposiciones para ir a la cárcel, acusado de entrar en casa ajena sabe Dios con qué fines?
Fatty retrocedió para ponerse a buen recaudo de los alarmantes bramidos del señor Goon.
—Verá usted —disculpóse cortésmente—. Oí mayar a un gatito aquí dentro, y como soy socio de la R.S.P.C.A.[1] forzosamente tenía que entrar en la casa para buscarlo.
—¡Bah! —repuso el señor Goon con incredulidad—. Esta casa está absolutamente vacía, según he comprobado hace un rato, recorriéndola de arriba abajo.
—Se equivoca usted —insistió Fatty—. ¡Silencio! ¿Oye usted eso, señor Goon? ¡El gatito está mayando otra vez!
—¡Miau! —maullaba el minino.
Y, dando pruebas de un gran sentido de la oportunidad, el animalito salió de debajo del paragüero y restregóse cariñosamente en las piernas de Fatty. En cambio, al ver al señor Goon, se erizó y le bufó.
—Conste que te has portado como un minino inteligente —le dijo Fatty, satisfecho—. Supongo que ahora dará usted crédito a la historia del gatito, señor Goon.
El policía no tuvo más remedio que asentir.
—Llévatelo y lárgate tú también —ordenó a Fatty—. Tengo mucho que hacer aquí. Y no te metas en «esto», ¿oyes?
—Cuidado con el perro, señor Goon —advirtió Fatty—. No sé exactamente por dónde anda, pero es posible que lo oiga usted gruñir y lo descubra usted por sí mismo.
—Aquí no hay ningún perro —replicó el policía, adelantándose hacia el interior de la casa—. Es posible que se me pasara por alto un pequeño gatito, pero no un perro. ¿Por quién me tomas, chico?
—Ojalá no le hubiera dicho a usted nada —dijo Fatty.
En aquel momento el muchacho hallábase detrás del policía y afortunadamente éste no pudo ver la inocente expresión de su rostro, una expresión que todos los profesores del colegio conocían perfectamente.
De pronto, procedente de algún rincón de la casa, llegó un espantable gruñido. El señor Goon se detuvo en seco.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Parece un perro —respondió Fatty—. ¡Qué horrible animal debe de ser! Creo que voy a marcharme, señor Goon. Ya se apañará usted con él.
Casi sin transición oyóse otro gruñido, y el policía retrocedió bruscamente dos pasos, dando el gran pisotón a Fatty.
—¡Huy! —gimió el muchacho—. ¡Mire usted dónde pone los pies, señor Goon! Bien, adiós, ahí le dejo.
—No te vayas —instó el señor Goon, cambiando súbitamente de parecer—. Ayúdame a encontrar a ese perro. A lo mejor necesito ayuda para sacarlo de aquí. Es raro que no lo haya visto ni oído esta mañana durante mi primera visita aquí.
Fatty sonrió tras las anchas espaldas del señor Goon, tentando de emitir otra voz irracional. ¡Qué «útil» resultaba la ventriloquia!
—De acuerdo, señor Goon —accedió—. Si considera usted que es mi deber quedarme aquí a ayudarle, me quedaré. Yo siempre estoy a punto cuando se trata de exigencias del deber.
El señor Goon experimentó un gran alivio al oírle. Sin comentarios, el hombre dirigióse de puntillas al pequeño comedor. Fatty seguíale a pocos pasos y, de pronto, el chico pegó un grito que por poco tira de espaldas al pobre Goon.
—¡Mire, mire usted qué hay allí! ¡«Cuidado»!
Y el señor Goon, ávido de seguir el consejo de su compañero, estuvo a punto de derribarlo por tierra en su ansia por precipitarse fuera de la habitación.
—¡No es nada, no es nada! —le gritó Fatty, agarrándole a su paso—. Le vi a usted reflejado en aquel espejo y pensé que era alguien acechándonos. ¡Demontre! ¡Qué susto! ¡A Dios gracias ha sido sólo una falsa alarma!
El señor Goon mostróse muy enojado y, al propio tiempo, sumamente aliviado.
—Si vuelves a… —empezó, mirando a Fatty con expresión incendiaria.
Pero, de repente, se interrumpió. De algún lugar a sus espaldas elevóse el rumor de un fuerte gruñido. Él señor Goon giró al punto sobre sus talones.
—¿Has oído eso? —preguntó a Fatty sin resuello—. ¿Qué ha sido ese gruñido? Procedía del vestíbulo.
—En efecto —asintió Fatty, agarrándose al brazo del señor Goon—. Pase usted delante, señor Goon. Yo tengo miedo.
Otro tanto le ocurriría al señor Goon. No obstante, aventuróse de puntillas por el pasillo y, a poco, tropezó con el gatito, que acababa de salir a su encuentro como un dardo, no bien lo vio aparecer. Entonces, el hombre retrocedió de nuevo al comedor, atropellando a Fatty a su paso. El gruñido volvió a sonar, esta vez mucho más lejano.
—¡Es un cerdo! —concluyó el señor Goon, sin dar crédito a sus oídos—. Ahora ha sonado arriba. ¿Crees que fue un cerdo, amigo Federico?
Cuanto más asustado y desconcertado se sentía, tanto más cortés se mostraba con el chico el señor Goon.
«¡A este paso —pensó Fatty—, no tardará en hacerme reverencias majestuosas cada vez que me dirija la palabra!».
Tenía unas ganas enormes de reír, pero reprimía firmemente la sonora carcajada que pugnaba por salir de su garganta.
—¿Qué clase de individuo era el hombre que vivía aquí, señor Goon? —inquirió Fatty con aire inocente—. ¿Le gustaban los animales? Al parecer, tenía gatos, perros y hasta cerdos.
—Lo raro es que cuando estuve aquí esta mañana no vi ningún cerdo en la casa —declaró el policía, pasmado—. Lo revolví todo en busca de indicios, y, sin embargo, no vi rastro de perros ni de cerdos. ¿Quieres que subamos al piso a buscar al cerdo?
—Sí —accedió Fatty—. Pero tenga usted cuidado. No sea que el perro se abalance sobre usted. Pase usted delante, señor Goon.
Pero, sin valor para abrir la marcha, el hombre empujó a Fatty ante sí. Inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho porque, a sus espaldas, sonó de nuevo un grave y feroz gruñido. Fatty aprovechaba, alborozado, aquella magnífica oportunidad de ejercitar su nueva habilidad.
A poco, otro ruido inusitado contribuyó a aumentar la turbación del pobre señor Goon. Una voz lastimera procedente de otro punto de la casa, gimió:
—¡Yo no he sido! ¡Aaaah! ¡Yo no he sido! ¿Dónde está mi tía?
Goon escuchó, petrificado, como aquél que es víctima de una pesadilla.
—¡Hay un hombre en esta casa! —cuchicheó a Fatty—. ¡Eso colma ya la medida! Lo mejor será que solicitemos ayuda. No pienso aventurarme por aquí entre perros, cerdos y un hombre gimiendo. ¿Qué habrá pasado en esta casa desde que me marché esta mañana?
—Usted, quédese aquí mientras yo voy a por refuerzos —propuso Fatty, haciendo ademán de alejarse por el pasillo.
Pero el policía le detuvo con estas palabras:
—No, no me dejes aquí solo. ¿No puedes «aguardar» hasta que reciba ayuda?
—Recuerde, señor Goon —repuso Fatty solemnemente—, que su deber es quedarse aquí a aclarar todo este misterio. En cambio, «a mí» la cosa no me concierne en absoluto. Voy a buscar ayuda. ¡Adiós!
Pero Goon le agarró fuertemente para impedir su marcha precipitada.
—¡Yo no he sido! —repitió la voz misteriosa—. ¡Aaaah! ¡Yo no he sido! ¿Dónde está mi tía?
—¿A qué viene que pregunte por su tía? —cuchicheó Goon, echándose a temblar—. ¡De prisa, vámonos! ¡Esta casa está embrujada!
—Oiga usted, señor Goon, ¿por qué no telefonea solicitando ayuda? —propuso Fatty, advirtiendo de pronto la presencia de un teléfono en el vestíbulo—. En un periquete recibiría usted refuerzos.
El señor Goon experimentó tan gran alivio ante esta brillante idea de Fatty, que casi le abrazó. Y acercándose al teléfono con torpes ademanes, marcó un número.
Fatty oyóle hablar con otro agente. El muchacho dirigióse de puntillas hacia la puerta anterior, sonriendo al oír la desesperada voz del policía.
—Mándeme usted a alguien inmediatamente —farfullaba el hombre—. Hay un perro muy fiero en esta casa y también un cerdo. Sí, he dicho un cerdo, «c-e-r-d-o». Sí, «cerdo», so atontado. Y, además, un hombre que pregunta por su tía. ¡«Tía»! ¡Sí, he dicho tía! ¿Qué le pasa, Kenton? ¿Está sordo? ¿Y cómo quiere usted que «yo» sepa por qué pregunta por su tía? No, no estoy loco, pero no tardaré en estarlo si no manda usted en seguida a alguien a estas señas. Sí, necesito ayuda. Sí, «hay» un perro aquí, y un cerdo, y una tía, mejor dicho, un hombre que pregunta por ella. ¡Ah, y se me olvidaba! Además, hay un gatito.
Sobrevino una pausa mientras Goon escuchaba unas observaciones de su comunicante. Luego, nuestro hombre volvió a la carga.
—Si me sale usted con otra impertinencia, Kenton, daré parte a la superioridad. No, señor, «no» le estoy gastando ninguna broma. Venga usted acá inmediatamente. «Inmediatamente», ¿me oye?
Después de escuchar todo esto, Fatty sintió la necesidad de ir a reírse a algún sitio seguro. Siempre de puntillas, encaminóse a la parte posterior de la casa donde había un cobertizo en cuyo interior podría reír en paz. Al pasar ante la ventana del cristal roto, abierto de par en par, acercóse a proferir un terrible gruñido que resonó en toda la casa.
El señor Goon lo oyó perfectamente. Buscó a Fatty con la mirada, pero éste había desaparecido. Hallábase, pues, solo en el lugar, rodeado de una porción de cosas raras y espeluznantes. Era demasiado para él. Así, pues, salió de la villa como alma que lleva el diablo, y ya no cesó de correr hasta llegar al final de la calle.
Fatty le oyó partir. Después echóse a reír. ¡Pero cómo se rio! ¡Como nunca se había reído en la vida!