Por fin sucede algo
—¡Oh, Fatty! —exclamó Daisy, enjugándose los ojos, sin alma ya para nada—. ¿«Cómo» te las arreglaste? ¡Qué perfectamente hiciste mugir la vaca al compás de su cabeceo! Te aseguro que, de no haber estado advertida, habría creído a pies juntillas que la figura mugía de verdad.
—Lo mismo digo yo —convino Bets—. ¡Cielos! ¡No prodigues estos trucos muy a menudo, Fatty, porque, si lo haces, no respondo de mí! ¡No podía contenerme la risa! ¡Hay que ver la cara que ponía el señor Goon! ¡Por poco se le salen los ojos de las órbitas!
—¡Qué desconcierto el suyo! —profirió Larry—. ¡Apuesto a que se despertará por la noche y oirá ruidos imaginarios!
Tras pagar la cuenta de su segunda consumición, los cinco amigos salieron del establecimiento. ¡Qué lástima que no tuviesen un buen misterio por indagar! Aquéllas eran las primeras vacaciones que ocurría semejante cosa. ¡Y sólo les quedaban unos breves días libres!
—¿Qué os parece si procurásemos divertirnos un poco a costa de Goon estos últimos días? —propuso Larry—. ¡Esa risa me ha hecho más bien que una docena de días en la cama!
—Y a mí también —convino Pip—. Esta mañana me encontraba bastante decaído. En cambio, ahora estoy perfectamente. Es evidente que lo que todos necesitamos es una buena sesión de risa de cuando en cuando.
—Y Fatty se encarga de proporcionárnosla —elogió Bets, oprimiendo el brazo de su amigo—. Oye, Fatty, ¿por qué no tomamos un poco el pelo al señor Goon?
—De acuerdo, pero ¿cómo? —interrogó Fatty—. No podemos seguirle por todas partes haciendo ruidos imaginarios. El hombre no tardaría en asociarnos a nosotros. Si cada vez que oye un mugido de vaca o un graznido de pato y demás voces misteriosas, nos ve por las inmediaciones, hasta «él» acabará atando cabos y nos relacionará con todos los ruidos.
—Opino que tienes razón —suspiró Bets, renunciando a sus deseos de perseguir al señor Goon con murmullos y ruidos sospechosos—. ¡Quién sabe! ¡A lo mejor sucede algo imprevisto para sacudirnos el aburrimiento!
Lo raro fue que aquella misma noche ocurrió algo, si bien, al parecer, nada alarmante. Los muchachos no se enteraron hasta la mañana siguiente.
Larry lo supo por el lechero.
—¿Sabes que han entrado ladrones en los Cedros esta noche? —le dijo el hombre—. Es la casa a dos puertas de la tuya. Es una villa pequeña y la alquiló un hombre llamado Fellows hace una o dos semanas. Vive allí solo.
—¿Qué ha sucedido?
—Pues parece ser que alguien entró en la casa y la registró de arriba abajo —explicó el lechero—. Ignoramos si el señor Fellows estaba en ella o no, porque esta mañana no ha aparecido en su domicilio.
—¿Quién descubrió el hecho? —preguntó Larry, algo excitado ante la idea de que todo aquello había ocurrido tan cerca de su casa, y que podía haber oído un grito, la rotura de una ventana o algo parecido de no haber estado tan profundamente dormido.
—Cuando fui esta mañana a llevar la leche —respondió el lechero— encontré la puerta de la casa abierta y una ventana rota en la parte posterior del edificio. Atisbé por la puerta del vestíbulo y, ¡madre mía, cómo estaba todo de revuelto! Naturalmente, entré y telefoneé a la policía sin pérdida de tiempo.
—¿Y acudió en seguida el señor Goon? —inquirió Larry, desilusionado.
Por un momento había abrigado la esperanza de ser el primero en entrar en la casa con los demás investigadores, pues era aún temprano y la gente justamente acababa de desayunar.
—Sí —afirmó el lechero—. Allí está ahora, tomando notas, buscando huellas dactilares y demás. El hombre se siente importante esta mañana. Me dijo que cerrara el pico y no contase a nadie mi descubrimiento, pero por entonces yo se lo había contado ya a todos mis clientes. ¿Qué se figura que soy, una almeja?
—¿No vio usted nada sospechoso? —preguntó Larry.
—No. En realidad, no me detuve a curiosear. Me limité a telefonear a la policía inmediatamente. En estos casos, no se debe tocar nada, ¿sabes?
Larry montó en su bicicleta para ir a informar a Fatty. A lo mejor, no era nada importante, pero cabía la posibilidad de que lo fuera. Fatty reflexionaría sobre el caso y decidiría si los investigadores debían intervenir o no en el asunto.
Fatty mostróse sumamente interesado.
—Esto me satisface enormemente —declaró—. Es posible que se trate de un simple robo sin importancia, pero lo mejor será que nos acerquemos a echar un vistazo. Si de veras la casa «fue» registrada de arriba abajo, parece evidente que el intruso trataba de encontrar algo de gran importancia para él. ¿Qué buscaba y quién era esa persona?
Los dos muchachos fueron a por Pip y Bets, y luego a por Daisy, y una vez reunidos los cinco, con «Buster», encamináronse a la casa situada a dos puertas de la de Larry. Al parecer, no había nadie en ella. A buen seguro, el señor Goon habíase marchado ya. Tanto mejor.
—Manos a la obra —ordenó Fatty—. Explorad todos los senderos y macizos de alrededor de la casa. Buscad los indicios habituales: pisadas, colillas y huellas de mano en los antepechos de las ventanas, etc. Tomad notas de lo que encontréis y luego cambiaremos impresiones.
—¿Tú no vienes con nosotros? —interrogó Bets al ver que Fatty se alejaba.
—No, voy a atisbar por las ventanas por si hay algo interesante en el interior.
Pero no pudo ver nada porque las cortinas estaban echadas. Tras contornear la casa, el muchacho comprobó que no había ninguna ventana despojada. Para colmo, la puerta anterior hallábase cerrada con balda y la trasera con llave.
Por fin, el muchacho acercóse a la ventana trasera con el cristal roto. Era la ventana de la cocina. Saltaba a la vista que el ladrón, o quienquiera que fuese, había entrado por allí. Fatty introdujo la mano dentro para apartar la cortina. ¡La cocina estaba patas arriba! ¡Los cajones del aparador y de la mesa aparecían abiertos y el contenido de las alacenas por el suelo! ¿Qué buscaría el intruso?
De pronto, Fatty percibió un ruido en el interior de la cocina. El chico prestó atención. ¿Qué había sido aquello? A poco, volvió a oírlo, y, entonces, atisbando por la ventana una vez más, descubrió un par de ojos relucientes mirándole desde una alacena.
—¡Miau, miau! —maulló el propietario de los ojos, lastimeramente.
—¡Cáspita! —exclamó Fatty—. Es un gatito. Parece muerto de miedo, sin nadie que le cuide ni le dé de comer al pobrecillo.
Los otros aparecieron por el ángulo de la casa, con las libretas en las manos.
—¡Venid acá! —murmuró Fatty, haciéndoles una seña—. ¡Hay un gatito abandonado dentro de la casa! ¿Qué hacemos?
—Saquémoslo de ahí —apresuróse a proponer Daisy.
—¿Cómo? —preguntó Pip—. Todas las puertas y ventanas están herméticamente cerradas, según hemos podido comprobar.
—Ésta está rota —recordóles Fatty—. Si me envuelvo la mano en un pañuelo, creo que podría meterlo a través del cristal roto y hacer lo que hizo el ladrón, esto es, abrir la ventana desde dentro. Entonces, entraría a rescatar el gatito.
—En este caso, pon manos a la obra —apremió Larry, echando una mirada circular—. No hay nadie a la vista. Goon tardará aún un poco en volver.
Fatty sacóse del bolsillo un gran pañuelo blanco y, tras envolver sus dedos en él, introdujo cuidadosamente la mano por el agujero del cristal roto e intentó alcanzar el pestillo de la ventana.
—Ya lo tengo —declaró el muchacho, manipulando el rígido abridor.
Una vez logrado su intento, sacó de nuevo la mano. Al presente, no tuvo dificultad de abrir la ventana.
—Ya está —dijo, complacido, encaramándose al antepecho.
Deseoso de acompañarle, «Buster» se puso a ladrar.
—¡Cállate, por Dios! —ordenó Fatty—. ¡No queremos que nadie me sorprenda entrando en la casa!
Todos acallaron a «Buster» mientras Fatty saltaba ágilmente a la cocina. A poco encontró el gatito, agazapado en la alacena. El animal estaba tan asustado que le recibió bufando, pero en cuanto Fatty lo cogió y empezó a acariciarlo. El minino se puso a ronronear acto seguido, loco de contento.
—Voy a ver si encuentro un poco de leche —murmuró Fatty a sus compañeros—. Apuesto a que el pobrecillo tiene hambre.
Dirigiéndose a la despensa, el muchacho asomóse a mirar el interior. Incluso allí reinaba el mayor desorden, y, sobre el suelo embaldosado, veíase una fuente rota. ¡Qué raro que el intruso hubiese registrado incluso la despensa! ¿Qué habría estado buscando?
—Aquí tienes, michito —susurró Fatty, ofreciendo un platito de leche al chiquitín.
El gato lamióla ávidamente y, al terminársela, se restregó en las piernas de Fatty, ronroneando. El chico inclinóse a cogerlo, pero el animalito, escabullándose, echó a correr por la puerta que daba al vestíbulo.
—¡Miz, miz! —llamó Fatty—. Vuelve acá.
—¿Qué ocurre? —inquirió Pip desde el exterior de la ventana—. Daisy dice que si sacas de ahí al gatito, se lo llevará a su casa, aprovechando que vive cerca. Ellos también tienen uno, y éste puede estar con él hasta que vuelva alguien por aquí.
—De acuerdo —convino Fatty—. Pero primero tengo que encontrarlo. Se ha escapado al vestíbulo por la puerta de la cocina. Aguardad un momento. Voy a buscarlo. Puedo oírlo desde aquí.
El chico pasó al vestíbulo. Al punto, se detuvo, sorprendido ante el espectáculo. Chaquetas, zapatos, paraguas, aparecieron en el suelo, en desorden, tras haber sido sacados de la alacena del recibidor y de los cajones de una cómoda.
El gatito no se veía por ninguna parte. Fatty fue de habitación en habitación, pero por lo visto el animalito estaba escondido, ya fuera por miedo, ya para jugar con su perseguidor.
Fatty aprovechó la oportunidad para echar una buena ojeada a la villa. Había tres habitaciones en la planta baja y tres arriba, además de un cuarto de baño. Todas ellas estaban patas arriba. A juzgar por el hollín que cubría las chimeneas, Fatty dedujo que el infractor había incluso palpado dentro de los respectivos cañones de chimenea en busca del codiciado objeto de su búsqueda.
Luego, al salir de un dormitorio, Fatty vio algo en un rincón del pequeño pasillo, cerca del rellano de la escalera. Era un objeto de color rojo intenso.
«Es un guante de niño —se dijo el muchacho, recogiéndolo—. Un guante muy chiquito para un niño muy pequeñín. Pero, seguramente, aquí no hay ningún niño. Además, sólo he encontrado un guante. ¿No será que el señor Fellows tenía un niño escondido aquí, tal vez secuestrado, y el otro individuo vino a por él?».
Pero, meneando la cabeza, Fatty rechazó esta idea.
«No, nadie buscaría a un niño por pequeño que fuera, en las chimeneas ni en los cajones. Me pregunto si habrá más prendas infantiles en esta casa. No tiene aspecto de estar habitada por ningún niño, porque no se ve ni un solo juguete, libro, ni muñeco, y, por otra parte, no hay ninguna cuna».
Tampoco se veía ninguna prenda infantil entre el revoltijo del suelo, compuesto de toda clase de prendas masculinas: americanas, pantalones, chalecos, zapatos, sombreros, amén de un tensor de pantalones abierto y derribado, libros, cojines, papeles, mantas, sábanas, fundas de almohada…
—Bien —murmuró Fatty deslizándose el guantecito encamado en el bolsillo—. Lo guardaré por si acaso, aunque no creo que me sirva para nada. ¡Qué raro que sólo haya «uno» del par! ¿No será que había un niño aquí anoche?
A lo mejor lo vistieron con precipitación, y el chico dejó caer un guante. Pero, no lo creo.
Súbitamente llegó a sus oídos un fuerte cuchicheo.
—¡De prisa, Fatty! ¡Goon vuelve hacia acá! ¡Ahora está remontando la calle! ¡Vamos, Fatty, «date prisa»!