En 1939, tras la invasión de Polonia, las autoridades francesas consideraban inexpugnable la línea Maginot, que se extendía orgullosa desde Basilea hasta Montmédy con sus muros de hormigón de tres metros de altura y sus blindajes de acero de veinticinco centímetros de espesor.
La línea no se prolongaba por territorio belga, país neutral desde 1936, pero el macizo de Las Ardenas se consideraba entonces infranqueable. Además, en marzo de 1940 los ingleses habían reforzado el frente con diez divisiones apoyadas por casi quinientos aviones de combate.
En caso de ataque alemán, que según estimación de los aliados sólo podría realizarse a través de la llanura belga, el ejército anglofrancés se enfrentaría al enemigo aprovechando el resguardo de los canales y ríos de la línea del Dyle. No en vano, el Estado Mayor estaba convencido de que Alemania repetiría el plan Schlieffen de la guerra del 14.
Sin embargo, la estrategia alemana tomaría otro rumbo.
Buena culpa de ello la tuvo un militar visionario, el Generaloberst Erich von Manstein, quien ya en octubre de 1939 aseguraba que Las Ardenas sí eran salvables. Enviado a Pomerania en febrero de 1940 por su supuesta obnubilación, Von Manstein conseguiría allí entrevistarse con Hitler, convencerlo de su ambicioso plan y cambiar el curso de la historia de Europa.
El 10 de mayo de 1940, en una operación sorpresiva y de gran envergadura, las ciudades de La Haya y Rotterdam son bombardeadas mientras la infantería cruza la frontera holandesa; entre tanto, Walter von Reichenau ataca Bélgica tomando el fuerte Eben Emael, sobre el canal Alberto, con setenta y dos paracaidistas que descienden en planeadores; ese mismo día, tercer pie de la extraordinaria maniobra, una ingente concentración de carros acorazados se agolpa ante la frontera luxemburguesa para marchar contra Las Ardenas: son cincuenta divisiones preparadas para seguir al grupo de vanguardia, el 19.º Cuerpo Blindado de Guderian, que habiendo remontado desde Saarbrücken la línea Sigfrido avanza, con Kurt Crüwell entre sus miembros, hacia el corazón de la sorprendida Francia.
Todo sucede de un modo increíblemente rápido.
El día 13 de mayo la aviación ataca las posiciones francesas apostadas en la orilla del Mosa; el 14, Guderian cruza el río; el 15, Billote, general del 9.º Ejército francés, es defenestrado y sustituido por Giraud. Ocho días después de cruzar el Mosa, los blindados alcanzan el arrullo del mar y toman Abbeville; el día 22 se aísla Boulogne; el 23, Calais; el 24, la vanguardia alemana ya está en Gravelines, a sólo quince kilómetros de Dunkerque.
Tras la evacuación de Dunkerque, Francia cuenta todavía con setenta divisiones propias, cinco inglesas y dos polacas. A comienzos de junio, al norte de París, se establece el segundo frente defensivo, la llamada línea Weygand, en la margen izquierda de los ríos Aisne, Somme y Oise; el 5 de junio comienza la ofensiva sobre París; el 9, se cruza el Sena; el 12, toda comunicación entre Le Havre y la capital de la República queda cortada; el 14, los alemanes desfilan frente a las Tullerías; e1 22, el mariscal Pétain firma ante Hitler un armisticio vergonzante.
En la retina perduran ciertas imágenes imborrables. Durante uno de aquellos vertiginosos días, un comandante de apenas cincuenta años, llamado Erwin Rommel, llega a cubrir doscientos cuarenta kilómetros con sus blindados. Los civiles franceses, creyendo ver carros de combate británicos, lo vitorean a su paso.