IV

De regreso a casa, Kurt degustó unos arenques en salmuera y un pan de jengibre que su madre había preparado entre mal disimulados sollozos. Quizá por tener la piel aún llena del recuerdo de Rachel, o sencillamente porque era joven y nada astuto, apenas reparó en el silencio que, posado sobre la mesa, se convirtió durante la velada en un quinto e inoportuno comensal.

Tras cenar, mientras las mujeres se retiraban prudentemente a la cocina, excluidas motu proprio de una conversación que adivinaban si no trascendental cuando menos memorable, Kurt recibió de su progenitor, que fumaba una pipa de maíz y degustaba una cerveza renana, dos consejos y una confesión.

—Procura mantenerte siempre en la retaguardia —comenzó diciendo Joachim Crüwell—. El heroísmo fue algo inventado para los que carecen de futuro.

En virtud de lo cual, Kurt dedujo que su padre era un hombre prudente.

—Procura pasar desapercibido ante tus superiores —continuó diciendo Joachim Crüwell—. Recuerda que únicamente eres un sastre, no un soldado.

En virtud de lo cual, Kurt constató que su padre no sólo era un hombre prudente, sino un alma previsora.

—Creo que de todo esto no va a salir nada bueno —concluyó diciendo Joachim Crüwell mientras mordía su pipa con furia y ahogaba la mirada en la jarra de cerveza.

En virtud de lo cual, Kurt comprendió que, además de persona prudente y previsora, su padre tenía miedo.