II

A la mañana siguiente, un telegrama de urgencia recibido en el número 66 de la Gütersloher Strasse, portal anexo a la sastrería y domicilio habitual de la familia Crüwell, compuesta por Kurt, su hermana Hannelore y sus padres Joachim y Brunilda, conminaba al joven a presentarse de inmediato ante el oficial de mayor graduación que hubiera en el barrio.

En los ojos del cartero que con una solemnidad no exenta de ternura entregó el aviso, brillaban los sagrados fuegos del orgullo. De algún modo, él era el mensajero de la buena nueva a la juventud alemana. Y no importaba demasiado que hiciera su ronda en bicicleta.

Así fue como Kurt tuvo conocimiento de la hasta entonces insospechada existencia del alopécico y quincuagenario Josef Hepp, quien regentaba una casa de huéspedes en la vecina Ummelner Strasse y era miembro del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei desde el invierno de 1933, hombre afable y algo esperpéntico que lo recibió en el fresco umbral de su propiedad vestido con un impoluto uniforme pardo y fumando tabaco en hebras con franca satisfacción.

Interrogado por Hepp en una habitación repleta de soldaditos de plomo que portaban diminutas esvásticas y en la que flotaba el olor implacable de una empanada de cerdo, Kurt respondió concisamente a las tres preguntas que le fueron formuladas.

Primera. No; no estaba emparentado con los Crüwell del siglo XVI, patricios propietarios de una fastuosa mansión al lado del Alter Markt.

Segunda. No; ni él ni ninguno de los miembros de su familia estaba en posesión del carné del NSDAP.

Tercera. Podía confesar con orgullo que su oficio era el de sastre.