El sultán se apartó un poco. Los dos hombres yacían en el suelo y el estallido del disparo logró hacerle reaccionar. Los fieles se pusieron a correr de un lado para otro, buscando la salida y el propio sultán se puso en pie.
Los soldados y los hombres que seguían a Lincoln se encontraron en mitad de la sala y levantaron sus armas sin atreverse a disparar. Observaron como los dos hombres estaban en el suelo, inmóviles, con el sonido de la bala retumbando en la gran mezquita y el olor dulzón de la pólvora.
En ese momento llegaron Alicia, Yamile, Roland y Nikos hasta los cuerpos inertes de sus dos amigos. Uno de los cuerpos comenzó a moverse y salió de debajo del otro.
El sultán se puso a correr con la multitud y Al-Mundhir salió de la celosía y se dirigió hacia él. En mitad de la confusión, nadie se percató de su arma ni de su expresión fanática.
La gran sala se fue vaciando despacio. La multitud se agolpaba en las puertas, taponando la salida. Tan solo un pequeño grupo permanecía en mitad de la mezquita, con las armas apuntadas, inmóviles y con la mirada puesta en los hombres del suelo.
Alicia se agachó y tiró del brazo del hombre. Sus ojos horrorizados ahogaban las lágrimas, mientras se mordía los labios para no gritar. Respiró hondo y tiró con más fuerza. El cuerpo se movió otra vez, liberándose casi por completo de su peso.
—¡Ayúdenme! —gritó Alicia, comenzando a llorar.
Roland y Nikos se agacharon y movieron el cuerpo inerte hasta darle la vuelta. Sus ojos parecían vacíos.