Hércules derribó a los dos hombres y apuntó con su arma a la amplia frente del sultán, que rezaba tembloroso y con los ojos cerrados. Por su cabeza comenzó a pasar todo lo que había sucedido en las últimas semanas. El rostro enfermo de Yamile, la cara de Alicia, de su amigo Lincoln; golpearon su mente y un fuerte pinchazo le hizo retorcerse de dolor y cerrar los ojos.
Apretó ligeramente el gatillo y el bombín del arma comenzó a girar. El sultán dio un pequeño grito de horror y Hércules volvió a abrir los ojos y observar su rostro sudoroso y el gesto de pánico en su cara.
En su cabeza, una voz interior le decía que no disparase, pero no podía obedecer, su voluntad estaba anulada. Tenía que matar, matar o morir, sin piedad, sin pasión, sin remordimientos.