87

El norteamericano siguió los pasos de la oración de manera torpe y desordenada. Era la primera vez que entraba a una mezquita y, aunque era hombre de iglesia, nunca pensó que las dos religiones se parecieran tan poco. Por eso, no dejaba de mirar a los fieles que tenía delante, los imitaba y movía los labios, como si de verdad supiera las palabras en árabe.

Sus compañeros hacían lo que podían. Roland y Nikos conocían el ritual en parte, Yamile parecía un creyente más, pero Alicia también se perdía en cada nuevo gesto.

Lincoln comenzó a sudar y notó el corazón acelerado. Se sentía preocupado por Hércules. Llevaban mucho tiempo sin saber nada de él y era extraño que su amigo no hubiera intentado ponerse en contacto con ellos.

Levantó la vista y observó la enorme cúpula. Después miró a la multitud y, su rostro se demudó. Miró hacia arriba de nuevo y vio un pequeño cable disimulado en la fachada. El cable recorría toda la cúpula y llegaba a las cuatro grandes basas del templo.

—Mira eso —le dijo a Alicia con gesto.

La mujer dejó de hacer sus oraciones y siguió el dedo de Lincoln. Por unos momentos fueron los únicos que permanecieron levantados, mientras el resto de fieles se inclinaban.

—¿Para qué es ese cable? —preguntó Alicia.

—Si es para lo que pienso, ya sé cómo van a completar su ritual.

—¿Son bombas? —preguntó Alicia, incrédula.

Pero Lincoln no pudo responder. Un tipo alto, con el pelo cano y vestido con un ennegrecido traje blanco corrió entre los fieles hacia el sultán. Era Hércules Guzmán Fox y parecía poseído por mil diablos.