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El sultán bajó las escaleras con el corazón acelerado. No había pensado que volvería a verla. Por unos instantes recordó la primera vez que se encontraron. Ella era poco más que una niña asustada. Acababa de cumplir diecisiete años, su rostro infantil contrastaba con su mirada inteligente y su capacidad para persuadir y convencer. No tardó mucho en convertirse en la favorita y eso que, en el ambiente de un harén, en el que las mujeres compiten hasta por el último privilegio, no era fácil destacar. Había nacido para ser una de las concubinas del sultán y en cambio se convirtió en la esposa más amada.

Cruzó el pasillo y se dirigió hasta la reja de la celda. Con un gesto ordenó que la abriese. Dentro había un hombre negro, otra mujer pelirroja, un segundo extranjero y Yamile. Era ella sin duda, pero no lo parecía. Su avejentado rostro había recuperado milagrosamente la juventud. Aunque parecía cansada y enferma.

—Yamile —dijo el sultán abriendo los brazos. Había pensado torturarla, mandarla azotar e incluso matarla, pero al verla comprendió de golpe por qué se había sentido tan solo y deprimido aquellos meses.

La princesa lo miró con compasión. No lo amaba, pero había aprendido a quererlo. Él siempre la había tratado bien, con respeto y cariño. Había sabido comprender sus miedos y había tenido mucha paciencia con ella.

Yamile avanzó unos pasos y abrazó al sultán. Notó las lágrimas que corrían por la cara del hombre y caían sobre sus hombros desnudos.

—Mi amada Yamile.

—Perdona, te abandoné. No podía vivir más en tu cárcel dorada. Te dediqué los mejores años de mi vida, pero quería volver a ser joven y experimentar lo que se siente al ser libre —contestó la mujer, con la cabeza gacha.

—No hay nada que perdonar —dijo el sultán. Después, agarró la barbilla de la mujer y la miró detenidamente—. ¿Qué te ha pasado? ¿Pareces mucho más joven? ¿Fue la joya, el Corazón de Amón?

La mujer permaneció unos segundos callada. Si quería que el sultán les ayudara, debía ser sincera con él.

—Sí, fue el rubí. Las leyendas que había alrededor de él eran ciertas. Es una joya mágica. Con su simple contacto recuperé la juventud, pero ahora ya no la tengo yo.

—¿Quién la tiene?

—Un grupo llamado los assassini.

—¿Los assassini? —preguntó incrédulo.

—Sí.

—He oído rumores sobre ellos, pero no sabía que estaban en Turquía.

—Están en todas partes. Sabemos que tienen la joya y que quieren hacer un extraño ceremonial con ella y, al parecer, han provocado la persecución de armenios, para usarlos como sacrificio en sus macabros planes.

El sultán miró a la mujer con incredulidad. Él mismo había firmado la sentencia contra los armenios. Los assassini no tenían nada que ver en el asunto.

—Tienen amigos en el Ejército, en la política, en todas partes —añadió Yamile, al ver la mirada incrédula de su marido.

—Sultán, ella dice la verdad —comentó Lincoln, dando un paso al frente.

Dos soldados se lanzaron sobre él y le cogieron por los brazos. El sultán hizo un gesto con la mano y le soltaron al instante. Lincoln continuó hablando.

—No sabemos lo que traman exactamente, pero su intención es producir una matanza. Al parecer esperan el advenimiento de un líder religioso, el Imán Oculto.

—Una vieja creencia de los chiíes —dijo el sultán—. Pero tan solo es una vieja creencia.

—Es más que eso —dijo Nikos—. ¿No ve el poder del rubí? Mire lo que ha conseguido con Yamile, pero su vida está en peligro. Si no recuperamos el Corazón de Amón cuanto antes, ella morirá.

El sultán dirigió su mirada hacia la princesa. Su aspecto enfermizo y su extrema palidez le confirmaron que aquellos hombres decían la verdad.

—Está bien, síganme —dijo el sultán, saliendo de la celda—. Es hora de parar a esos locos.