El mulá los introdujo en la mezquita y la docena de hombres inspeccionó el terreno palmo a palmo. Hércules permaneció al lado de Al-Mundhir como un perro fiel. Al árabe le divertía tener de guardaespaldas a su enemigo más fiero, por eso, cuando se acercó el general con sus soldados, apenas se inmutó. A una orden suya, el occidental se lanzaría sobre sus enemigos hasta masacrarlos.
El general se paró frente a los dos hombres e hizo un gesto señalando a Hércules.
—No se preocupe por él. Ahora es mi perro guardián, ¿quiere ver cómo actúa? —dijo Al-Mundhir mientras chasqueaba los dedos y Hércules saltó como un resorte sobre los dos soldados más próximos al general. Los derrumbó con rabia, después miró a su amo. El árabe hizo un gesto para que soltara su presa.
—Impresionante. Si tuviéramos un ejército de hombres tan… —dijo el general buscando las palabras.
—¿Implacables? —dijo el árabe.
—Implacables, terminaríamos la guerra en pocas semanas.
—Usted, general, es un fiel musulmán. Si todo sale bien, nada podrá resistírsenos. En los últimos años hemos visto cómo los Jóvenes Turcos arrancaban del corazón del imperio sus creencias en Alá y la religión, pero todo eso está a punto de terminar.
—Eso espero, Estambul está en peligro. Los aliados pueden asaltarla en cualquier momento.
—Nadie puede tocar el madhi, instaurará una nueva era de…
—El trato es la muerte del sultán. Nuestra parte ya la hemos cumplido, los armenios de la ciudad son suyos —cortó bruscamente el general.
Al-Mundhir hincó la mirada en la figura arrogante del general. Los assassini tenían que negociar con gente como él para lograr sus objetivos, siempre había sido así, pero cuando el madhi regresara, todo sería muy distinto.