Yamile se pasó gritando toda la noche, como si hubiera decidido gastar sus últimas fuerzas en liberar a sus amigos. Gritaba en árabe, pedía ver a su marido el sultán. Uno de los oficiales del turno de mañana, cansado de los gritos, sacó a la mujer de su celda y dejó que se sentara en la mesa exterior.
—Se ha vuelto loca. Si sigue gritando terminarán por matarla —dijo el joven oficial, apiadándose de la mujer.
Yamile miró con sus ojos ojerosos al hombre y le dijo:
—Soy la mujer del sultán, su favorita…
—Señora, entiendo su desesperación, pero es inútil que simule conmigo. Usted es una espía armenia.
—No soy armenia, ya lo he repetido mil veces.
—El pasaporte que utilizó para atravesar la frontera pone que su nombre es Fátima Jamini, pero sabemos que es un pasaporte falso, realizado por falsificadores de un grupo armenio independentista. ¿Por qué un grupo armenio independentista iba a fabricar un pasaporte falso a la mujer del sultán?
—Me escapé del harén hace cuatro meses, pero cuando mi esposo sepa que he vuelto, me acogerá de nuevo. Usted solo tiene que llevarle un mensaje.
—Si le llevo un mensaje me harán un consejo de guerra.
—Tengo algo que él reconocerá. Un anillo que el sultán me regaló hace tiempo —dijo la mujer sacando un anillo de su escote.
—Pero señora.
—Enséñele el anillo. En cuanto él lo vea me reconocerá y le prometo que recomendará su ascenso.
El oficial se quedó pensativo. Aquello parecía una locura, pensó, pero no perdía nada yendo al palacio del sultán e intentando hablar con él. En todo caso cumplía con su deber.
—Mire, si el sultán reconoce el anillo, recibirá un ascenso; en el caso de que se busque un problema, podrá quedarse con el anillo. Tiene un gran valor, esas piedrecillas son diamantes.
—¿Diamantes? —preguntó el oficial mientras cogía el anillo entre sus manos—. No le puedo prometer nada, pero en cuanto termine mi turno lo intentaré.
Yamile regresó a la celda con una sonrisa. El resto del grupo permanecía cabizbajo, les habían mantenido a todos juntos a excepción de Roland, que estaba en la celda contigua.
—¿Qué le ha dicho? —pregunto Lincoln.
—Lo intentará —contestó la mujer, triunfante. Por unos momentos la alegría y el vigor iluminaron su mirada, volvía a sentirse fuerte de nuevo.