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La Roca, 2 de febrero de 1915

Después de veinticuatro horas sin dormir, Lincoln y Roland estaban agotados. Aquella mañana el cielo estaba encapotado y unas tímidas gotas comenzaban a empapar la sierra, regando los caminos polvorientos. Lincoln estaba dispuesto a entrar en la fortaleza. Ya no podía esperar más. Si su amigo Hércules estaba en peligro, no sería él el que se quedara con los brazos cruzados.

Observó las defensas con los prismáticos. Todo parecía en calma. Pero cuando estaba a punto de guardarlos, una figura conocida apareció junto a Al-Mundhir. No había duda, se trataba de Hércules. Caminaba al lado del árabe y parecía tranquilo y confiado. Lincoln no pudo evitar sonreír. De alguna manera, pensó, Hércules había llegado a un acuerdo con los assassini.

Lincoln pasó los prismáticos a Roland y este miró unos instantes.

—Se trata de Hércules, ¿verdad? —preguntó, impaciente, Lincoln.

—Yo juraría que sí. Es inconfundible, pero ¿por qué va con ese árabe?

—No lo sé, pero ya nos lo explicará.

Roland le pasó de nuevo los prismáticos a Lincoln.

—Parece que van a salir. Tenemos que avisar inmediatamente a los demás.

Lincoln y Roland corrieron ladera abajo y en diez minutos estaban en su improvisado campamento. Alicia, Nikos y su guía esperaban, cada uno a su manera, la llegada de nuevas noticias.

—Alicia, Hércules está bien. Le he visto con mis propios ojos. Parece que va a partir con Al-Mundhir para algún lado. Probablemente vengan a buscarnos.

—¿No te parece todo esto muy extraño?

—Es cierto, pero sin duda Hércules ha llegado a algún acuerdo con el musulmán.

—Y, ¿por qué no se ha puesto en contacto con nosotros?

—A mi manera de ver —dijo Nikos—, sería más prudente que nos escondiéramos. Esos assassini pueden llevarlo amenazado.

—Será mejor que nos ocultemos —concluyó Alicia.

El camino principal distaba un kilómetro de su campamento, pero estaban al descubierto y sus burros pastaban tranquilamente por toda la pradera. Ataron a los animales a un árbol y se refugiaron cerca del camino.

No tuvieron que esperar mucho tiempo. Un grupo de hombres a caballo, unos veinte, escoltaban un carro de madera cubierto. Hércules cabalgaba junto a Al-Mundhir en la vanguardia. La expresión de su cara era distante, pero no parecía asustado ni amenazado.

La comitiva continuó camino abajo. Entonces Lincoln y el resto del grupo comenzaron a hablar.

—No parecía asustado —dijo Lincoln.

—¿A dónde se dirigen? —preguntó Nikos.

—Hay tres posibilidades. Puede que se dirijan a Bagdad, Teherán o Estambul. Son los únicos caminos practicables en esta época —dijo Alicia.

—Pero ¿cómo podemos saberlo? Cuando intentemos seguirlos habrán desaparecido —dijo Lincoln.

—Hay una manera —dijo el guía, que había permanecido en silencio hasta ese momento.

—¿Cómo? —preguntó Alicia. Percibía que algo marchaba mal. Hércules era incapaz de marcharse y dejarles solos. Lo único que se le ocurría es que él intentara protegerlos de alguna manera.

—Yo conozco muy bien los caminos. Sea cual sea su destino, tendrán que pasar primero por Qazvin. Puedo llegar allí antes que ellos, cuando sepa adónde se dirigen, les esperaré a ustedes y les informaré de su camino.

—Me parece muy buena idea, Aziz —dijo Lincoln.

El guía corrió hasta el prado, desató uno de los burritos y bajó a toda velocidad por la explanada. Enseguida les pasó, pero antes de desaparecer camino abajo les dijo:

—No se preocupen, mandaré a alguien para que les ayude a encontrar el camino de regreso.

Los cuatros se quedaron con la vista fija en el sendero. Ahora se encontraban sin guía, en mitad de la nada, Hércules se había esfumado y un sentimiento de angustia recorrió la mente de todos ellos.

—No se preocupen —dijo Lincoln, intentando animar al resto—. Hércules se ha encontrado en situaciones más difíciles que esta y siempre ha salido airoso.

Alicia se acercó al hombre y le abrazó. Intentó creer sus palabras, pero de alguna manera supo que aquella vez era diferente. Estaban solos y comenzaba a dudar de que pudieran correr esa aventura sin Hércules. Lincoln apretó los dientes intentando controlar la sensación de angustia que le revolvía las tripas. Rezó una breve oración, Dios era una buena opción cuando se habían terminado las demás opciones.