Ereván, 24 de enero de 1915
La casa pastoral del obispo era modesta, pero estaba bellamente decorada. Hércules había visitado algunos palacios episcopales en España y la suntuosidad y el lujo contrastaban con la decrepitud de sus titulares. Levon Kocharian era un hombre joven para el cargo que ostentaba. Sus rasgos infantiles todavía se descubrían debajo de una barba rubia, no muy poblada y larga. Sus ojos azules se achinaban al sonreír y, cuando no le llevabas la contraria, se deshacía en halagos y amabilidad.
No había habitaciones para todos, pero Hércules y Lincoln recibieron una de las habitaciones más amplias, Alicia fue acomodada en una habitación sola, mientras que a Nikos Kazantzakis y Roland se les alojó en otra.
Después de darse un baño relajante, el primero que se daban desde su salida de Atenas, el grupo se dirigió al gran salón. En el centro, una gran mesa de caoba con diez sillas, estaba servida con varios manjares. A todos se les fueron los ojos tras la comida. Su alimentación a base de conservas había sido uno de los suplicios del viaje.
El obispo Levon Kocharian estaba sentado en la cabecera de la mesa. Hércules y Nikos se pusieron uno a cada lado, después Alicia, Lincoln y Roland.
—Me imagino que mi buen amigo Crisóstomo Andrass les habrá contado la historia de nuestro desgraciado pueblo.
—Nos informó de la situación actual y de las persecuciones que empezaron en el siglo pasado —dijo Hércules.
—No siempre hemos sido un pueblo perseguido —dijo el obispo, haciendo un gesto para que los criados sirvieran el vino—. Hubo una época en la que fuimos una nación admirada y temida por nuestros vecinos. Estamos orgullosos de ser la primera nación que adoptó el cristianismo como religión de Estado. La Iglesia armenia actual es la heredera de esa tradición. Nuestra sede es independiente de la católica y las iglesias ortodoxas de los países del Este.
—¿No son ortodoxos? —preguntó Lincoln.
—No exactamente, nuestra iglesia se separó de Roma en el 451 después de haber rechazado el Concilio de Calcedonia. La Iglesia apostólica armenia forma parte de la comunión ortodoxa oriental, pero no es una Iglesia ortodoxa oriental. Nuestras creencias son muy diferentes. San Gregorio el Iluminador fue nuestro gran patrón. Debido a sus creencias, fue perseguido por el rey pagano de Armenia, y fue castigado a ser lanzado por un acantilado en Khor Virap.
—¿Por qué le llaman el Iluminador? —preguntó Alicia.
—Él obtuvo el título de Iluminador porque ilumina los espíritus de los armenios trayendo la fe cristiana a estas tierras.
—Entonces, ¿el pueblo armenio no puede explicarse sin la Iglesia armenia? —dijo Nikos—. Algo parecido sucede en Grecia con la Iglesia Ortodoxa griega.
—En el año 406, la situación política de Armenia parecía incierta, pero el rey de Armenia, Mesrop Mashtots, realizó una renovación nacional. Creó el alfabeto único para adaptarse a las necesidades de la población y gracias a él, se inició una nueva Edad de Oro. Pero durante siglos, el paganismo acechó a Armenia. En el siglo V, el Imperio sasánida del sah Yazdegerd II, trató de conquistar Armenia e imponer la religión zoroástrica. Pero esto provocó una rebelión al mando de uno de nuestros caudillos, Vartan Mamikonian, que lideró a los rebeldes. Yazdegerd mandó un gran ejército para aplastarle y los dos contendientes se enfrentaron en la batalla de Avarayr. Los sesenta y seis mil rebeldes, en su mayoría campesinos, perdieron la esperanza de ganar la batalla, cuando Mamikonian cayó muerto. Sabían que sin su liderazgo no tenían posibilidad de enfrentarse al numeroso ejército persa. A pesar de la derrota, nuestro pueblo no se resignó y comenzó una posterior guerra de guerrillas que desgastó a los persas y desembocó en el Tratado de Nvarsak, que garantizaba la libertad religiosa a los armenios. Fue nuestra primera batalla por la libertad —dijo el obispo, comenzando a comer el primer plato.
—Hay algo en lo que no estoy de acuerdo, Armenia es cristiana, pero no tiene que pertenecer a la Iglesia apostólica armenia. La iglesia oficial muchas veces ha dado la espalda al pueblo y ha servido al invasor de turno —dijo Roland—. Tampoco ha hecho nada para impedir el asesinato de misioneros extranjeros, ni de cristianos de otras confesiones, cuando los turcos empezaron a perseguirlos, la Iglesia armenia miró para otro lado.
—No siempre hemos podido ayudar a todos. Primero hemos ayudado a los nuestros, pero ahora todo el pueblo armenio está unido contra los turcos —dijo el obispo.
—Pero a favor de Rusia. Mientras tengamos un amo, no seremos libres —dijo Roland, alzando algo la voz.
El obispo le hincó la mirada. Respiró hondo y le contestó.
—Nuestra historia ha sido siempre un peligroso equilibrio entre lo ideal y lo posible. Primero tendremos que estar bajo el yugo suave de Rusia, al menos ellos son cristianos como nosotros. Lo mismo sucedió en el año 591, cuando el gran guerrero y emperador bizantino Maurice derrotó a los persas e incorporó parte del territorio de Armenia a su imperio. No éramos libres, pero estábamos mejor que con los persas —dijo el obispo.
—Sí, pero las luchas de las diferentes facciones cristianas debilitó a Bizancio y nuestro pueblo también aceptó con agrado la invasión de los ejércitos musulmanes —contestó Roland.
El resto de comensales seguía con dificultad la conversación. Cuando los dos armenios se enfadaban hablaban en su idioma, dejando al resto fuera de la discusión. El obispo, comenzando a perder la compostura, dijo al joven:
—Sin embargo, muchos armenios apoyaban a los bizantinos. El mismo emperador Heraclio era de origen armenio, como sucedió también con el emperador Philippicus. El emperador Basilio I, que tomó el trono bizantino en 867, fue el primero de lo que se considera la dinastía armenia. Me temo que esos misioneros protestantes ingleses te han explicado una historia distinta a la verdadera.
—No eran ingleses, eran norteamericanos, pero la historia la aprendí de mi padre, que era un gran hombre y un gran estudioso —dijo Roland ofendido.
—Bueno, caballeros. Lo importante ahora es que tienen un enemigo temible. Durante todo el camino hemos visto filas interminables de deportados. Muchos no llegarán con vida a la costa —dijo Hércules.
—La situación empeorará si los turcos avanzan en el frente —comentó Nikos—. Grecia e Italia están en negociaciones con Gran Bretaña para entrar en la guerra. Creo que los rusos han pedido desesperadamente que los ingleses abran un nuevo frente a los turcos. Temen que logren romper sus líneas y hagan una pinza con el ejército alemán.
—Los armenios sobreviviremos —sentenció el obispo. Después miró a Roland y le dijo—: Desde el siglo IX Armenia fue reconocida como un reino soberano por las dos grandes potencias de la región. Se construyó Ani, la nueva capital de Armenia, lo que la convirtió en una nación próspera y poblada, que ejercía influencias políticas y económicas sobre las naciones vecinas. Pero, al estar entre dos grandes imperios rivales, el Imperio bizantino y el abasí del Califato de Bagdad, sufrimos numerosas desgracias —dijo el obispo.
—Pero la mayor desgracia vino con los turcos, como le pasó a Grecia —dijo Nikos.
—Sin duda, los turcos tomaron la capital en el 1064. Y poco después, en el 1071, después de la derrota de las fuerzas bizantinas en la batalla de Manzikert, los turcos capturaron el resto de la Gran Armenia. Lo que significó el final de la libertad religiosa en Armenia durante casi mil años —dijo el obispo.
—Las cruzadas favorecieron a los armenios —dijo Lincoln.
—No mucho —dijo el obispo.
—Pero, si eran cristianos que venían a liberar tierra santa —dijo Alicia.
—Sí, es cierto que los caballeros de la primera Cruzada cooperaron con los armenios creando un estado floreciente en el sureste de Asia Menor hasta que fue reconquistada por los musulmanes. Cuando el conde Baldwin atravesaba Asia Menor con destino a Jerusalén, Thoros de Edesa negoció con él —dijo el obispo.
—Entonces favoreció la llegada de cruzados —dijo Hércules.
—Bueno, durante la Tercera Cruzada, prevalecieron los intereses de Bizancio, del Sacro Imperio Germano, del Papado, e incluso los Abásidas. León II fue nombrado príncipe de Armenia, por el emperador de Alemania y el emperador de Bizancio. Los representantes de toda la cristiandad y una serie de estados musulmanes asistieron a la coronación. Debido a su importancia estratégica, Armenia sufrió una guerra constante y pasó de manos de los persas a la de los otomanos en varias ocasiones. En el peor momento de las guerras turco-persas, Ereván cambió de manos catorce veces entre 1513 y 1737 —dijo el obispo.
Los criados retiraron los postres y todos los comensales se levantaron de la mesa. Era costumbre que los hombres y las mujeres se separaran en ese momento. Que los caballeros bebieran algunos licores y fumaran cigarrillos mientras discutían de política, mientras que las mujeres se retiraban a otra estancia para hablar de sus cosas, pero dado que Alicia era la única dama, se incorporó a la conversación en el salón contiguo.
Las paredes estaban repletas de estanterías. Hércules pidió permiso para hojear algunos libros y comenzó a sacar tomos al azar.
—Veo que sus lecturas son muy variadas. Hay libros en francés, alemán, ruso, árabe e inglés —dijo Hércules.
—Bueno, estudié en Europa. En la Sorbona de París, y me doctoré en Teología en la Universidad Ortodoxa de Moscú.
—¿Por qué regresó a Armenia? —preguntó Alicia.
—Era mi deber. Yo podía escapar de la pobreza y esclavitud que soportaba mi pueblo, pero no podía estar impasible ante su dolor. Durante siglos hemos soportado guerras y sufrimientos. En el siglo XVII padecimos la primera deportación en masa. La excusa fue el ataque persa del sah Abbas I que llegó hasta aquí, el valle de Ararat. Tras el asedio de Kars, llegó un gran ejército otomano, al mando de Djghazadé Sinan Pachá. El sah ordenó la retirada, pero al mismo tiempo ordenó la destrucción de la mayoría de las ciudades y granjas de la llanura. La población recibió la orden de seguir al ejército persa en su huida. Se calcula que fueron desplazadas más de trescientas mil personas, los que se resistieron a la deportación fueron ejecutados en el acto. El sah ordenó también la destrucción del único puente, por lo que los deportados tuvieron que cruzar el río a pie, lo que provocó una gran cantidad de ahogamientos, al verse los refugiados arrastrados por la corriente; pero ese fue tan solo el comienzo de su calvario. Un testigo ocular, el padre De Guyan, describió la terrible deportación en un libro. Ese de allí, ¿me lo alcanza por favor, Hércules?
El obispo abrió un ajado volumen encuadernado en piel y comenzó a leer:
—«No fue solo el frío invernal que causaba la tortura y la muerte a los deportados. El mayor sufrimiento vino del hambre. Las provisiones que los deportados habían traído con ellos pronto se consumieron… Los niños lloraban pidiendo alimentos y leche, pero no había nada para darles, porque las mujeres tenían los senos secos por el hambre… Muchas mujeres, hambrientas y agotadas, abandonaron a sus niños famélicos en la orilla de la carretera, y continuaron su camino con la mirada perdida. Algunos se escapaban a los bosques cercanos en busca de comida, pero por lo general no regresaban. Muchas veces los muertos fueron el único alimento que quedaba.»
—Pero eso es terrible, ¿la gente se comía a sus muertos? —dijo Alicia, horrorizada.
—El hambre es capaz de volvernos locos —comentó Nikos—. A lo largo de la historia ha habido varios casos de canibalismo a causa de la extrema carestía. Al fin y al cabo, tan solo somos animales primarios.
—Es preferible la muerte —dijo Lincoln, indignado—. No podemos aprobar esa conducta, por muy desesperada que sea.
—Incapaz de mantener su ejército en la llanura desolada, el general otomano, Sinan Pachá se vio obligado a pasar el invierno en Van. Pero tras el invierno los ejércitos del sah derrotaron a los turcos, si bien su táctica de tierra quemada había causado un coste de vidas tremendo, se calcula que de los 300.000 deportados, menos de la mitad sobrevivió a la marcha de Isfahan. Además Abbas estableció el kanato[33] de Ereván, poniendo a un musulmán al mando. Los armenios fueron deportados del valle de Ararat a las regiones circundantes —dijo el obispo, dejando el libro sobre una mesita.
Lincoln se sentó enfrente del obispo. No podía ni imaginar la trágica historia del pueblo armenio. Durante siglos había vivido sojuzgado, pero había logrado superar todas sus adversidades.
—¿Cuándo llegaron los rusos a esta zona? —preguntó Hércules.
—A raíz de la guerra entre Rusia y Persia, en los años 1826 al 1828. Parte de Armenia se encontraba bajo control persa, pero los rusos conquistaron Ereván y el lago Sevan, e incorporaron los nuevos territorios a Rusia. Los rusos lo llamaron la provincia de Ereván. Desde entonces, en esta parte de Armenia hemos vivido en paz, en comparación con nuestros hermanos de la parte otomana, aunque los enfrentamientos con los tártaros y los kurdos son frecuentes. Somos demasiados pueblos para un territorio tan pequeño.
Hércules miró a sus compañeros. A pesar de la animada charla no podían ocultar su agotamiento.
—Será mejor que nos retiremos. Todavía nos queda un largo viaje hasta el valle de Alamut —dijo Hércules.
—Sí, nos vendrá bien dormir en una cama de verdad —dijo Lincoln poniéndose en pie.
—Una última pregunta —dijo Hércules dirigiéndose al obispo—. ¿Por qué nos dijo cuando nos recibió en la iglesia, que deberíamos enfrentarnos a fuerzas que no eran humanas?
—Los assassini son extremadamente peligrosos. Conservan conocimientos ocultos que han transmitido de generación en generación. Será mejor que se acerquen al valle con cuidado y no se dejen engañar por sus maquinaciones. Que Dios los proteja.