Estambul, 23 de enero de 1915
Cuando Mustafa Kemal entró en la sala del trono, el rostro del sultán estaba angustiado. Sus grandes ojos se mantenían cerrados y tenía la cabeza inclinada. No se había aseado aquella mañana y su aspecto era lamentable.
—¿Qué sucede, sultán? —preguntó el general.
—¿No lo sabéis?, pues a esta hora conoce la noticia todo Estambul.
Mustafa conocía las muertes violentas de la noche anterior, pero se resistía a que no se lo contara su angustiado monarca.
—Han matado a mi secretario de economía, Armen Movsisian, a tan solo unos metros de palacio. Nuestros enemigos están por todas partes —dijo el sultán en voz baja.
—Era un maldito armenio, qué importa su vida. Hace mucho tiempo que le pedimos que lo destituyera.
—Su familia ha servido a la mía durante más de doscientos años. ¿Por qué iba a destituirlo?
—Porque era cristiano y ya sabe lo que opina el pueblo de los favoritismos a los cristianos.
—¿Favoritismos con los infieles? Pueden criticar mi gobierno, pero he sido implacable con los armenios rebeldes.
—¿Acaso los hay leales? —preguntó Mustafa con media sonrisa.
—Pero, eso no es todo. Alguien mató a dos soldados de la guardia y, lo que es más grave, han asesinado a Yapar Büyükanýt —dijo el sultán horrorizado.
—¿El maestro de la madraza[32] más famosa de Estambul?
—Sí, en cuestión de horas comenzará una matanza en la ciudad. Será el caos.
—¡No lo permitiré! —gritó Mustafa—. Los ingleses están preparando un asalto a la ciudad. La ira contra los creyentes tendrá que esperar. Sacaré todos los soldados a las calles y protegerán hasta el último armenio. Cuando el peligro haya pasado en Estambul y los ingleses se alejen, ya veremos lo que hacemos con esos malditos armenios.
El sultán lo miró sorprendido. Nunca había visto a Mustafa Kemal tan alterado, normalmente era un hombre frío e inexpresivo.