Salónica, 19 de enero de 1915
—¿Quieren atravesar Turquía y Persia en plena guerra? —preguntó el primer lord del Almirantazgo. Acababa de llegar a la ciudad desde Alejandría, para planear los últimos detalles sobre el ataque a Gallípoli.
—No nos queda más remedio —contestó Hércules.
—Comprendo su posición, son unos caballeros y tienen que salvar a una dama en apuros, pero entrar en Turquía es un suicidio.
—No es solo eso, tememos que los assassini estén tramando algo. Algo que pueda cambiar el rumbo de la guerra —dijo Lincoln.
Hércules lo fulminó con la mirada. Habían acordado no hablar de ciertos temas con Churchill. El inglés los miró con los ojos muy abiertos.
—¿Los assassini? ¿Están bromeando, verdad?
Churchill miró socarronamente a los dos hombres, pero la cara seria de sus dos viejos amigos no dejaba lugar a dudas.
—Pero, ¿me están hablando de la secta que asesinaba a soldados cruzados en los siglos XI y XII?
—Como usted sabrá, la secta sigue en activo, hace poco su imán en la India fue gratificado por el rey. De hecho, el rey le conoció siendo aún príncipe de Gales —dijo Lincoln.
—Ahora los assassini son tan solo un grupo religioso inofensivo, que ha prestado servicios a la Corona Británica, pero no creo que sean peligrosos.
—Tienen una… —empezó a decir Lincoln, pero Hércules le interrumpió.
—Tienen un as en la manga. Tenemos pruebas de que se han aliado con los turcos, posiblemente pretenden traicionar a su majestad.
Churchill se quedó pensativo. Estaba demasiado ocupado como para perder el tiempo con esas fantasías de sectas de asesinos.
—Les prometí ayuda y no voy a dejarlos en la estacada. Un barco les acercará hasta la costa turca, una vez allí, no puedo garantizar su seguridad. El profesor Garstang no podrá viajar con ustedes, él es británico y sería inmediatamente detenido.
—Muchas gracias, señor —dijo Lincoln, dibujando una sonrisa en su rostro.
—Pero, tengo una segunda condición. En cuanto regresen me informarán de todo lo que sea útil para el ejército británico.
—¿Nos está pidiendo que hagamos de espías? —preguntó Hércules, sorprendido.
—Les estoy ofreciendo un trato.
—Está bien, haremos todo lo que podamos, pero debemos salir cuanto antes —dijo Hércules.
—Esta misma noche partirán hasta una zona próxima a Gallípoli. Recen para que nadie los vea descender de un buque de guerra británico. Si alguien los relaciona con nosotros, están perdidos —dijo Churchill, entornando sus grandes ojos.
—Seremos cinco. Alicia, Lincoln, Nikos Kazantzakis, un joven armenio y yo.
—Espero que sepan lo que hacen. Los griegos y los armenios no son muy bienvenidos en Turquía —contestó Churchill.
—Por eso necesitamos que nos falsifique dos pasaportes, les haremos pasar por judíos persas —dijo Hércules.
—Y ustedes, ¿por qué se harán pasar? ¿Por hindúes? —bromeó Churchill de manera socarrona.