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Atenas, 16 de enero de 1915

Los soldados británicos les llevaron hasta el consulado. Afortunadamente, los griegos habían preferido quedarse al margen cuando el cónsul les explicó que se trataba de unos espías turcos que se habían introducido en el país.

Una vez en el consulado, Hércules y Lincoln interrogaron al assassini capturado en una pequeña habitación de los sótanos de la embajada.

El tiempo jugaba en su contra, si Al-Mundhir escapaba de Atenas, las posibilidades de salvar a Yamile se reducían al mínimo y, aunque Hércules se resistía a reconocer el poder milagroso del Corazón de Amón, quería creer que en algo aliviaría su enfermedad.

—Está bien —dijo Hércules en árabe—. Sé cómo hacerte hablar.

Llevaban más de dos horas sin conseguir prácticamente resultados y comenzaban a estar desesperados. La camisa de Hércules tenía grandes cercos de sudor, pero la situación del prisionero era mucho peor. Habían dejado que los soldados lo golpearan, por eso tenía el labio partido, los ojos morados y la cara repleta de cardenales.

—Si colaboras te dejaremos en paz, si no lo haces, te ahorcarán por espía.

—¡Moriré como un mártir, maldito infiel! —gritó el prisionero y después escupió en la cara de Hércules.

—Pero lo peor no es morir. Te haremos vivir con deshonra para tu pueblo —dijo Lincoln.

Aprovechando que estaba atado le obligó a beber alcohol por un embudo. El vino le corría por el pecho y a ratos se ahogaba, pero le suministraron más de dos litros. La cabeza comenzó a darle vueltas, pero se mantuvo firme. Hércules sacó una jeringuilla y le pinchó en el brazo.

—Esto amplificará el efecto —dijo.

Pasados unos minutos el hombre comenzó a echar la cabeza para atrás y poner los ojos en blanco.

—Intentaré hablarle como si fuera su líder —dijo Hércules al oído de Lincoln.

—Nizário. Hijo de Alamut, buen muyahidín.[28] Los infieles han engañado al hermano Al-Mundhir, le han dado un papel falso. Si no lo encontramos a tiempo, el ritual será invalidado. ¿Dónde está Al-Mundhir?

—No puedo decirlo, ellos me oirán.

—Tranquilo, estamos solos.

—Ellos me han atrapado —dijo el prisionero como en trance.

—Hermano, no temas. Si no advertimos a Al-Mundhir será la desgracia para el islam y para los hermanos.

—No puedo.

—No tengo tiempo, si huye no lo encontraré.

—Él regresa a casa.

—¿A casa?

—Vuelve a Alamut, allí está nuestro imán. Alá bendiga su nombre para siempre.

—¿Cuándo partirá?

—Esta misma noche. En el barco rojo.

—¿El barco rojo? ¿Cuál es su nombre?

—No lo sé, hermano.

Hércules le hizo un gesto a Lincoln y los dos abandonaron la sala.

—¿Crees que dice la verdad? —preguntó Lincoln.

—Está como bajo hipnosis. Lo que nos ha contado parece coherente.

—Entonces debemos darnos prisa y llegar al puerto antes de que escape.

—No tenemos mucho por donde empezar, esperemos que no haya muchos barcos rojos en el puerto —dijo Hércules, poniéndose la chaqueta y subiendo a la planta principal.